XXIII. APOCALIPSIS
Renovación de la creación y del árbol de la vida (Ap 22,1-2)
En la etapa final de la narración del libro, se
recrean muchas imágenes ya descritas a lo largo del libro, estas imágenes se
colocan secuencialmente en una sola imagen: La pureza que sale del Trono de
Dios y del Cordero en el que la creación se ha renovado; el árbol de la vida no
está prohibido para las creaturas moldeadas en el nuevo barro de la Pascua y de
la esperanza.
El caos que causó el pecado queda en el pasado, se
empieza a restaurar el orden, en consecuencia todo es nuevo: La nueva creación,
la ciudad, el árbol de la vida, ha empezado a dar frutos cada mes en la ciudad
y sus hojas sirven para sanar. Los hombres han sido revestidos de Cristo, son
nuevas criaturas: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es;
las cosas viejas pasaron, he aquí, son hechas de nuevo” (2Cor 5,17).
Las imágenes que se describen el pasado, el
presente y la esperanza del futuro son tomadas de la tradición
Veterotestamentaria, ya insertadas en el libro, son de Ezequiel, Génesis, Los
Salmos. Por ejemplo, en Ezequiel (Cfr. Ez 47,1; Zc 14,8) se recrea la imagen
del rio que sale del templo con un matiz diferente en el libro del Apocalipsis,
porque aquí nace del nuevo templo que es el Trono de Dios y del Cordero; otro
ejemplo de recreación de imagen es del Génesis al describir el árbol de la vida
(Gn 2,10) aquí está prohibido para el hombre, en cambio, en Apocalipsis se le
da plena libertad al hombre de alimentarse e integrarse con él (Cfr. Ap
22,2.19; Sal 46,4; Gn 2,9).
Lo central de esta inserción de imágenes es la
figura que quiere mostrarnos: Todo es nuevo y hay un árbol de la vida
disponible para las nuevas criaturas de Dios y está novedad es novedad por el
culto dado en Espíritu y vida porque ha sido purificado de todo tipo de
idolatría (Cfr. Jn 4,10.14) brotando de esta purificación manantiales de agua
viva (Cfr. Jn 7,37-38; Is 12,3).
Ahora bien, el árbol crece en el centro de la
ciudad, da fruto cada mes, sus hojas son para la sanación y el olvido del
pasado porque allí se originó el pecado que destruyó la vida y el paraíso; en
esta renovación con el árbol de la vida se revelan los símbolos de libertad y
de perdón, porque su fruto y sus hojas sanan las heridas causadas por el
pecado: “A la vera del río, en sus dos riberas, crecerá toda clase de
frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha
nueva cada luna, porque la riegan aguas que manan del santuario; su fruto será
comestible y sus hojas medicinales” (Ez 47,12).
El árbol de la vida es el símbolo que recrea la
nueva creación en la ciudad santa, porque en ella no hay espacio para la
muerte, solo la vida tendrá lugar, porque la enfermedad del poder, de la
mentira, del odio, de la violencia, de los apegos egoístas, de cultos vacíos en
una piedad sentimentalista que raya en el fanatismo. Todo esto, en la ciudad de
Dios, ha sido remplazado por la novedad de la vida que ha brotado en la
pedagogía de la Cruz.
Dios
el Señor les dará su luz (Ap 22,3-5)
Hagamos memoria de lo que proclamamos en la
plegaria eucarística III: “Y cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu
reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria;
allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos porque, al contemplarte como tú
eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente
tus alabanzas”[1].
Esta parte de la plegaria eucarística es la esperanza escatológica del
encuentro gozoso que sentiremos al contemplar cara cara al Señor (Cfr. Ap 22, 4a;
Sal 17,15; Mt 5,8; 1Jn 3,2).
Contemplar el rostro del Señor es el eterno descanso,
es el Shabat en los remansos de paz pascual (Cfr. Sal 23) vivido y celebrado en
la inocencia de los que son como niños en el reino de Dios (Cfr. Mt 18,3) La
inocencia es para llegar, llegando al reino y vivir eternamente allí: “Y yo,
por mi inocencia, veré tu rostro, al despertar me saciaré de tu presencia” (Sal
17,15).
En la ciudad santa – Ciudad de Dios- ciudad del
reino- Todo será alegría y bendición, nada será puesto bajo maldición (Cfr. Ap
22,3a) se borrará toda culpa por aquel pecado en el que el hombre y la mujer
quisieron ocupar el lugar de Dios en la creación (Cfr. Gn 3,17.22-24) por esta
causa se les restringió el acceso al paraíso y a saborear de los frutos del
árbol de la vida, porque ellos decidieron asumir una realidad distinta a la
pensada por Dios en la creación.
En esta nueva etapa de la vida, en la ciudad de
Dios – la nueva Jerusalén – La humanidad recobra su entrada al paraíso de donde
habían sido expulsados y también puede participar del árbol de la vida porque
ha prescrito toda maldición: “Esta humanidad, tiene la esperanza de que será
liberada de la esclavitud de la corrupción para obtener la gloriosa libertad de
los hijos de Dios” (Rm 8,20b-21) Estos hijos de Dios, lo santos, habitarán
la ciudad de Dios, esta no será deshabitada porque siempre será la ciudad del
culto, allí todos los que son considerados dignos gozarán de la presencia del
Señor. Por tanto, todo tipo de amenaza de destrucción quedará abolida: “Estará
habitada, no volverá a ser amenazada exterminio; habitarán en Jerusalén
tranquilos” (Zc 14,11).
En esta ciudad santa el Trono es imagen simbólica
de Dios y del Cordero por eso estará en la ciudad, la ciudad no tiene
edificaciones, el Trono es el centro de la ciudad y no se menciona que es
colocado en un lugar específico dentro de la ciudad, el Trono abarca toda la
ciudad- es decir el Trono y la ciudad están fusionados, forman el lugar de
culto, por esta razón no se habla de edificación para evitar encasillar
nuevamente a Dios en un templo-santuario. En la nueva creación no hay tiempo,
ni lugar, sino que se da todo en la totalidad del tiempo y del espacio, es el
tiempo de Dios, es el Kayrós de Dios, para que la adoración no tenga límite
espaciotemporal, esta ha de darse en todos los momento de la existencia de los
siervos del Señor.
El culto a Dios no depende de un lugar, eso sería
concentrar el poder religioso y en la ciudad de Dios, ciudad de culto, no será
necesario el tiempo ni el lugar, no se puede seguir presentando este fenómeno
porque no se puede volver a encasillar a Dios en el templo, Dios es Dios de la
creación, todo le es a Él. El pecado primigenio – originante – que fue la causa
primera de todos los demás pecados, no puede volver a darse. El hombre no
volverá a ocupar el lugar de Dios; no se puede regresar al caos, ni a la
oscuridad, ni al desorden causado por el pecado.
Tampoco Dios y el Cordero pueden ser encerrados en
un templo de piedra, Dios es vida y la vida no puede ser cohesionada por la
muerte, la vida no puede ser “asesinada en primavera”. Dios es libertad
y no puede ser prisionero de nuestro culto intimista y pietista en templos
porque Dios habita en el corazón de los testigos, Dios es el reino que comienza
ya y el reino no puede encerrarse en un sistema religioso opresor.
De esta manera, la oscuridad que puede producir el
intento de colocar a Dios en una situación espacio-temporal, cortaría toda luz
que se desprende de Dios, por esta razón, los habitantes del reino, lo
ciudadanos de la ciudad de Dios, siempre gozarán de la luz del Señor, las
noches oscuras serán cosas del pasado, ahora en la nueva creación la ciudad
brilla como el oro pulido para que con su resplandor no se necesite lámparas,
porque el Cordero es la lámpara de Dios (Cfr. Ap 21,23b).
La luz del sol no será necesaria, porque está la
luz que nace de lo alto e iluminará toda la creación nueva, porque el Cordero
es la estrella de la mañana (Cfr. Nm 24,17) y siempre habrá un amanecer: “Por
la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará desde lo alto un
amanecer que ilumina a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, que
endereza nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79).
La ciudad de Dios proporciona la luz eterna, porque
es ella misma la luz de Dios, Él “Les dará su luz” (Ap 22,5b; Cfr. Ap 21,23;
Is 60,19-20; Zc 14,7) los seguidores del Cordero ya empiezan a gozar de
esta luz porque ellos se han mantenido fieles y son participes de esta
esperanza luminosa en la luz de Cristo: “Yo soy la luz del mundo; el que me
sigue no andará en tinieblas, sino que
tendrá luz de vida” (Jn 8,12; 9, 5; 12,46; Cfr. Is 49,6) y es la luz
verdadera quien permanezca en Él no vivirá en tinieblas; Él, es “La luz
verdadera que alumbra a toda la humanidad” (Jn 1,9) porque vivirá por
siempre entre sus seguidores y ellos “Reinarán por todos los siglos” (Ap
22,5c; Cfr. Dn 7,18).
Amén. ¡Ven,
Señor Jesús! (Ap 22,6-21)
En estos versículos hay una serie de visiones
entrelazadas unas con otras que forman un conjunto pixelados con gama de
colores apocalípticos, tejiendo una visión de cuadros narrativos escatológicos que
van entrelazando el encuentro final con Cristo, recreando el pasado con Dios y
diseñando el presente en el futuro con Cristo; todo se dibuja en el conjunto de
símbolos presentados por el Ángel, el Vidente y el Cordero.
Visión presentada por el ángel (Ap 22,6)
El
ángel me dijo: Estas palabras son verdaderas y dignas de confianza. El Señor,
el mismo Dios que inspira a los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a
sus siervos lo que pronto va a ser.
Las palabras pronunciadas y escritas en este libro,
son verdaderas, porque vienen de lo alto, es el mismo Dios por medio del
Cordero quien las ha revelado a un ángel, que es el heraldo de Dios. Estas
palabras reviven la tradición profética que se renueva en la novedad del nuevo
pueblo de Dios, porque lo anunciado y lo mandado a escribir, pronto sucederá y
a la vez se está realizando en el Kayrós de Dios: “Porque se acerca el
tiempo” (Cfr. Ap 1,3).
Visiones del Cordero:
¡Vengo
pronto! ¡Dichoso el que hace caso del mensaje profético que está escrito en
este libro! (Ap 22,7).
El anuncia de la sexta Bienaventuranza en el libro
exalta a los que han dado testimonio del mensaje profético narrado y escrito.
Bienaventurados los que creen en las Palabras del Señor y la asumieron en su
vida. El Señor mandó a escribir estas revelaciones para que los seguidores del
Cordero lean y crean apartándose de la idolatría, manteniéndose fieles en el proyecto
del reino: “Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el
Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él” (Jn
20,31; Cfr. Jn 1,12).
La narración del libro va hilvanando la conclusión
con la Bienaventuranza del inicio: “Dichoso el que lee y dichosos los que
escuchan la lectura de este mensaje profético” (Ap 1,3) En el libro las
siete Bienaventuranzas (Ap 1,3; 14,3; 16,15; 19,9; 20,6; 22,7.14) están enmarcadas por el cuadro que forman la
primera Bienaventuranza y la sexta Bienaventuranza (Ap 1,3; 22,7) Que llama
dichosos a los que escuchan las Palabras del Señor, ellos serán los
bienaventurados que han lavado sus ropas con la Sangre del Cordero (Cfr. Ap
22,14; 7, 14).
No guardes en secreto el mensaje profético que está escrito en este libro, porque ya se acerca el tiempo de su cumplimiento (Ap 22,10).
Las palabras recibidas de parte del Cordero, no
pueden ser guardadas en secreto, todo lo revelado debe ser anunciado y escrito para
que la comunidad fortalezca su fe; la palabra revelada por parte del Cordero
debe ser saboreada e ingerida por la comunidad: “Tú hombre, comete este
escrito y luego ve a hablar a las naciones” (Ez 3,1.2; Cfr. Jr 1,9; Dt 18,18;
Is 51,16; Ap 10,9-11) De tal manera que las palabras del Señor deben ser
devoradas los fieles creyentes (Cfr. Jr 15,16) porque el Cordero las ha
revelado para la salvación del pueblo de la Nueva Alianza que habitará en la
Ciudad Santa - La ciudad de Dios.
Aunque la palabra de Dios revelada se ha dado a la
comunidad litúrgica, no se le puede forzar a su ciega obediencia, no se puede
obligar a los creyentes a que uniformen su conciencia y sus creencias, no todos
pueden con esta carga, no todos dejan sus pesados apegos y se dejan seducir por
el Señor; no se puede obligar a nadie que tome el camino del bien o que escuche
atentamente las palabras del Señor y le obedezca.
Pero el ciudadano del reino, sí debe tener en
cuenta y tomar conciencia, que debe ser buena persona, buen religiosos y buen
cristiano- creyentes-, no puede tener inclinación al mal, no ha de aceptar
adorar y rendir culto al mal, ni a la ideología del Poder y del Odio, no debe estar
por encima del Bien- Dios-; aunque la perversidad de este mundo, el egoísmo, la
envidia, la violencia, no tienen cabida en la ciudad de Dios, sigue siendo un
problema por la debilidad del creyente: Deja que el malo siga en su maldad,
y que el impuro, siga en su impureza; pero que el bueno siga haciendo el bien,
y que el santo siga santificándose” (Ap 22,11).
Si, vengo pronto, y traigo el premio que voy a dar a cada uno conforme a lo que haya hecho (Ap 22,12).
Por los frutos serán conocidos los seguidores del
Cordero, si hacen el bien, cosecharán frutos buenos y si se hacen mal serán
juzgados (Cfr. Ap 20,12b) Y todos estamos llamado a hacer el bien, por ningún
motivo somos convocados a hacer el mal, ni adorar al maligno y sus seguidores.
Somos criaturas renovadas, somos hechuras del nuevo barro purificado por la
acción del Espíritu de Dios en la Sangre redentora del Cordero.
Yo
soy el alfa y la omega, el principio y el último, el principio y el fin (Ap
22,13)
Con las Palabras que se le presentó al vidente, el
Cordero degollado termina (Cfr. Ap 1,8) el relato de las revelaciones, Él es el
origen de lo creado y es el fin de la nueva creación, en Él confluye todo lo
creado, lo antiguo y lo nuevo, el tiempo pasado, presente y futuro. Él es el
principio y el fin de la nueva creación, son Bienaventurados los que han creído
(Ap 22,14) y declarados Bienaventurados porque
lavaron sus ropas con la Sangre del Cordero (Cfr. Ap 7,14; 1Jn 1,7) Aquí llega
a su plenitud el culto a Dios, la liturgia santa en el culto santo a Dios y al
Cordero. Los Bienaventurados podrán disfrutar des ahora del árbol de la vida en
la nueva creación (Cfr. Ap 2,7).
Visión de Juan (Ap 22,8-10)
Yo
Juan, vi y oí estas cosas… (Ap 1,4.9)
En estos versículos entramos en la parte en que la
narración del libro llega al culmen de la verdad revelada por medio del Cordero,
el vidente repite la misma fórmula del inicio: “Yo Juan vi”, es el
inicio presente y es el fin futuro realizado: “Yo juan vi”. En esta
etapa final juan sorprendido se postra para adorar al ángel-criatura de Dios,
pero este le hace ver lo siguiente como en Ap 19,10: “No hagas eso, pues yo
soy siervo de Dios, lo mismo que tú y tus hermanos que siguen fieles al
testimonio de Jesús. Adora a Dios (Cfr. Ap 22,9).
Contrario a lo que trata de hacer el vidente en Ap
19,10; 22,9 que quiere adorar al ángel, en Ap 1,17-18, el vidente cae a los
pies del viviente porque la adoración es única para Él que vive, ninguna otra
creatura puede ser adorada por los elegidos, los santos de Dios, así lo pide el
ángel: “No hagas eso, pues yo siervo de Dios lo mismo que tú y tus hermanos”.
Este es un testimonio claro y contundente: “Adora al Señor tu Dios,
sírvele solo a él” (Mt 4,10; Cfr. Dt 6,13).
El
árbol de la vida
Solo la adoración es para Dios, y los
bienaventurados no incuban la idolatría porque participan del árbol de la vida,
que ahora está en el centro de la ciudad, todos pueden acceder a él, porque el
árbol de la antigua creación (Cfr. Gn 2,9) ha desaparecido y ahora en la nueva
creación está plantado para que se beneficien de él. Las puertas de la ciudad
están abiertas para los bienaventurados que no tienen pecados, solo a los
pecadores como en la antigua creación se le cerraran las puertas: “Por eso
Dios el Señor, sacó al hombre del Jardín de edén” (Gn 3,23) por querer
asumir el rol de Dios: “Ahora el hombre se ha vuelto como uno de nosotros,
pues sabe lo que es bueno y lo que es malo. No vaya a tomar también el fruto
del árbol de la vida” (Gn 3,22; Cfr. Gn 2,9).
Este árbol de la vida se ha renovado dando muchos
frutos y sus frutos son para los bienaventurados que lavaron sus vestiduras con
la sangre del Cordero; pero la ciudad de Dios, sigue cerrada y el árbol de la
vida sigue prohibido para los que son adversario de Dios: “Pero fuera se
quedaron los pervertidos, los que practican brujerías, los que comenten
inmoralidades sexuales, los asesinos, los que adoran ídolos y todo los que aman
y practican el engaño” (Ap 22,15; Cfr. Sal 22,16.20; Fil 3,2).
Esta advertencia ya se había hecho en Ap 21,8,
indicando la suerte de los defensores de la ideología de poder y del odio.
Estos son los malaventurados: “ Pero ¡Ay de ustedes los ricos, pues ya han
tenido su alegría! ¡Ay de ustedes los que ahora están satisfecho, pues tendrán
hambre! ¡Ay de ustedes los que ahora ríen, pues van a llorar de tristeza! ¡Ay
de ustedes cuando el mundo los alabe, pues así hacían los antepasados de esa
gente con los falsos profetas! (Lc 6,24-26).
Para los pecadores-los malaventurados- está cerrado
el acceso a la ciudad santa de Dios porque no practican la justica y prefieren
las tinieblas a la luz (Jn 1, 12-13) ellos han despreciado las enseñanzas de
Jesús (Cfr. Mt 5,1-7,12; Lc 6,27-45) y aceptaron la doctrina de los pecadores
fabricantes de ídolos e idolatrándolos, dejándose llevar por la maldad de este
mundo.
Yo soy el retoño que desciende de David. Soy la estrella brillante de la mañana (Ap 22,16)
En la tradición bíblica el León aparece
como imagen del Mesías, quien vence el mal: “No
se irá el cetro de mano de Judá, bastón de mando de entre sus piernas, hasta
que venga al que le pertenece, y al que harán homenaje los pueblo” (Gn 49,10;
Is 11,1-10; Ap 22,16) El Cordero, Él es la estrella de la mañana (Cfr. Nm
24,17) Él ha vencido el mal, Él ha vencido la muerte (Cfr. Ap 3, 21; Jn 16,33)
Él es el único digno, Él revela el sentido de la historia, llevando a plenitud
la salvación humana, Él es el vástago de David según la tradición bíblica, Él es
el cumplimiento de las promesas Veterotestamentaria y de las realidades
Neotestamentaria, Él es el culmen de la historia, Él recibe el trono del Mesías
y se manifiesta el Trono de Dios y del Cordero en la nueva Alianza. Cristo es
la raíz de David: "Y será afirmada
tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable
eternamente. Conforme a todas estas palabras, y conforme a toda esta visión,
así habló Natán a David" (2 Sm 7,16-17).
Esta revelación ha sido narrada en las siete iglesias
(Cfr. 2,1-3,22) para que fortalezcan la fe y reconozcan que Jesús es el Cordero
de Dios y se aparten de todo mal y vivan eternamente, tengan vida y la tenga en
abundancia (Cfr. Jn 10,10) La vida ha sido entregada a los bienaventurados y
junto con todo el pueblo de Dios: Iglesia celestial y terrenal es animada por la
acción del Espíritu Santo; la Iglesia esposa del Cordero (Cfr. Ap 19,7-8) clama
a Dios la venida gloriosa del Señor Jesús para que calme la sed de la esperanza
con el agua viva que brota del manantial inagotable de la vida eterna: “El que beba del agua que yo le daré, nunca
volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré se convertirá en él en
manantial de agua que brotará dándole vida eterna” (Jn 4,14; Jn 6,35; 7,37-38;
Is 55,1).
Todo el que recibe de las delicias del agua pura
que brota del manantial de vida, dirá ¡Ven
Señor! y escuchará ¡Ven! Este ven es una espera esperanzadora en el Señor Resucitado
que da la vida eterna junto al Él, el que recibe del agua viva en la ciudad de
Dios, estará anunciando el mensaje profético de salvación y aclamará: ¡Ven! Y el que escuche, diga: ¡Ven! (Ap
22,17a).
Advertencia (Ap 22,18-19)
Este libro se ha escrito y entregado a la comunidad
para ser leído en la asamblea litúrgica y así debe entenderse; no se le podrá
quitar ni añadir nada de lo revelado porque se le quitará parte del árbol de la
vida, y no podrá seguir disfrutando de la ciudad santa (Cfr. Ap 22,18-19)
Porque quien ha revelado y declarado todo lo que ha sucedido y va a suceder es
el que viene pronto, el que es, el que era y vendrá, Él es a quien esperamos
que venga, porque Él triunfó sobre el mal y prometió venir pronto: “Si, yo
vengo pronto” (Ap 22,20).
El Señor ha prometido su pronto regreso, cuando
esto suceda estaremos preparados para aceptar nuestra liberación: “Cuando
comiencen a suceder estas cosas, anímense y levanten la cabeza, porque muy
pronto serán libertados” (Lc 21,28) Los liberados por Dios empezarán a
cantar nuevos cantos de esperanza en la asamblea litúrgica al pie del Trono de
Dios y del Cordero: Que viene Cristo repiten con s clamor los profetas, Previniendo que la gracia de la redención se
acerca.Se menciona nuestro mañana, los corazones se
alegran, Anunciadores de gloria miles de voces resuenan.Fue el primer adviento no de castigo no de pena, Sino por curar heridas salvando a quienes
perecería.Mas que ha de venir de nuevo su venida nos alerta, A coronar a los justos y a darle la recompensa.Luz perenne se nos brinda, la salvación centellea, Y un resplandor nos convoca a las mansiones
etéreas. Oh Cristo, anhelamos verte cual Dios en visión
perpetua,Porque este gozo será bienaventuranza eterna. Amén[2].
La esperanza en su venida es la salvación de los
Santos del Señor en el futuro definitivo, en la arrasadora utopía de la
esperanza futura que es la salvación eterna, ésta ya no será reducida al juicio
y a la condena, por esta razón, estamos construyendo el futuro. El futuro es lo
que hemos empezado a construir y esperamos que Jesús venga para que se realice
a plenitud: “Amén. ¡Ven Señor Jesús!
(Ap 22,20b; Cfr. Ap 1,6; 1Cor 16,22-23).
“Mientras estemos aquí, pidamos a
Dios no privarnos de nuestra oración y de su misericordia, para poder orar con
perseverancia. Y él, con perseverancia, tendrá misericordia de nosotros” (San
Agustín. Enar. Salmo 65,24).
A
modo de conclusión
La restauración definitiva
Del
trono brota la nueva vida de los elegidos, el mal está vencido, la ideología de
poder, el odio y la venganza no tienen frutos: “En esto consiste la vida
eterna: en concerté a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús el
Mesías” (Jn 17,3) Este es el nuevo paraíso en Cristo Resucitado; este
paraíso no es entendible como el acto sublime de una simbología penitencial de
la liturgia o de una charla o que un vidente nos hable al oído y caigamos en
éxtasis, esto sería reducir la acción salvífica de Dios en un simple acto
simbólico, o una recreación simbólica con los cuales nos gusta adornar la
simplicidad de la vida.
La
conversión-paraíso- tampoco, es la asistencia a momentos fantasmagóricos de fe,
porque si no hay una sólida formación familiar, social y cultural y religiosa, muchas
veces estos actos son ocasiones de evasión del compromiso adquirido en nuestro
bautismo (Cfr. EG 66-70) y se convierten en estrellas fugaces, que después del
deslumbre, nuestra vida sigue igual de apagada y sin sentido como luces
navideñas después de la fiesta. Transformar nuestra vida de pecadores a la
gracia salvífica de Dios, es algo más profundo es caminar en Dios, es vivir
amando a Dios y a nuestros hermanos, quien ama y se aferra a Cristo, no peca,
sino que vive para Dios en el gozo de la felicidad pascual eterna, es pedirle a
Dios que este pascualizando su gracia a través del perdón-reconciliación: “ "Devuélveme
el son del gozo y la alegría, se alegran los huesos que tú machacaste. Aparta
tu vista de mis yerros y borra todas mis culpas. Crea en mí, oh Dios, un corazón
puro, renueva en mi interior un espíritu firme; no me rechaces lejos de tu
rostro, no retires mi santo espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso” (Sal 50,10-14).
Por esta razón,
la conversión nos debe llevar a dar pasos en el encuentro pascual definitivo al
contemplar cara cara al Señor en la vida, tomando conciencia de la
responsabilidad que implica no volver a pecar en la caminada de la justicia de
Dios, una vez convertidos creceremos en la justicia de Dios: “Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios
salvador mío, y clamará mi lengua tu justicia; abre, Señor, mis labios, y
publicará mi boca tu alabanza” (Sal 50, 16-17).
El que permanece
en la justicia de Dios no vuelve a pecar, porque convertido vive para el reino
de Dios: “Conviértanse porque ha llegado
el reino de Dios” (Mt 3,2; Cfr. Mc 1,14-15) Vivir en la caminada del reino,
es caminar en la justicia, es dejarnos purificar por el Señor, para no ser de
labios impuros: ¡Ay de mí, estoy perdido,
pues soy un hombre de labios impuros!” (Is 6,5) Al dejarnos purificar por
el Señor, tendríamos el corazón limpio como dice el salmista, porque seríamos
rociados con el agua de la salvación (Cfr. Sal 50,9): “Los rociaré con agua pura y quedarán purificados; los purificaré de
todas sus inmundicias y de todas sus basuras” (Ez 36,35).
La conversión es
la recompensa que recibimos del Señor, sin importar la condición social, es
para todos los que quieren vivir a la manera de Jesús, es decir, es colocar el
corazón en sacrificio de liberación que exige la escucha de la Palabra de Dios,
para salir de la esterilidad espiritual en que vivimos alejándonos de Dios
provocando nuestra muerte, al no escuchar al Señor nos convertimos en
sacrificios esclavizante y no en sacrificios liberadores, que sería pascualizar
la vida en la pascua liberadora ofrecida en la Cruz, en la Cruz adquirimos un
corazón limpio aceptado por el Señor (Cfr. Sal 50,18-19) que nos hace recibir
la recompensa prometida: “En la recompensa seremos,
pues, todos iguales: los últimos como los primeros y los primeros como los
últimos, porque el denario es la vida eterna y en la vida eterna todos serán
iguales. Aunque unos brillarán más, otros menos, según la diversidad de los méritos,
por lo que respecta a la vida eterna será igual para todos. No será para uno
más largo y para otro más corto lo que en ambos casos será sempiterno; lo que
no tiene fin, no lo tendrá ni para ti ni para mí. De un modo estará allí la
castidad conyugal y de modo distinto la integridad virginal; de un modo el
fruto del bien obrar y de otro la corona del martirio. Un estado de vida de un
modo, otro estado de otro; sin embargo, por lo que respecta a la vida eterna,
ninguno vivirá más que el otro. Viven igualmente sin fin, aunque cada uno viva
en su propia gloria. Y el denario es la vida eterna. No murmure, pues, el que
lo recibió después de mucho tiempo contra el otro que lo recibió tras poco. A
uno se le da como recompensa, a otro se le regala; pero a uno y a otro se
otorga lo mismo[3].
Un corazón
pascualizado, no se complace en sacrificios desconectado de Dios, eso no es
querido por Dios: “Pues no te complaces
en sacrificios, si ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Dios quiere el
sacrificio de un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no
lo desprecias” (Sal 50,18-19) Dios quiere un corazón convertido, no un
corazón sacrificado en holocausto religioso-piadoso.
Un corazón de
sacrificios piadoso, es un corazón amargado, que no escucha la voz del Señor;
pero si pascualizamos nuestra vida y escuchamos la voz del Señor, nos
convertimos en una conversión de libertad que escucha y hace la voluntad de
Dios. Escuchando siempre, en la escucha de la voz del Señor que nos dice:
“¡Toma y lee! ¡Toma y lee!” (San Agustín. Conf. VIII, 12,29) Quién escucha la
voz del Señor, deja la esterilidad espiritual, deja de ser huesos secos: “Huesos secos, escuchen la palabra de Yahvé.
Esto dice el Señor Yahvé, a estos huesos: Voy a infundir en ustedes un espíritu
que los haga vivir…Infundiré mi espíritu en ustedes y vivirán” (Ez 37, 4-5.14).
¡Oh verdad, luz de mi corazón, que
no me hablen mis tinieblas! He ido deslizándome en estas realidades de aquí y
me he quedado a oscuras” (San Agustín. Conf.
L XII, 10,10).
“Haz lo que debes hacer. Y hazlo
bien. Esta es la única norma para alcanzar la perfección”. (San Agustín, In Ps. 34, 2,16).
No hay comentarios:
Publicar un comentario