XXII. APOCALIPSIS
LA NUEVA CREACIÓN III
El que estaba sentado en el Trono dijo:“Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5a).
Καὶ εἶπεν ὁ καθήμενος ἐπὶ τῷ θρόνῳ, Ἰδού, πάντα καινὰ ποιῶ.
La novedad de la nueva creación está en la pedagogía de la Cruz, la
pedagogía de la Cruz es vivir en la pascua eterna, es asumir en la vida la
inmortalidad del inmortal, es decir, desprendernos de nuestra pesada vida, para
vivir en la vida de Jesús, es cargar el yugo con el yugo de Jesús, es dejar el
cansancio y el agobio para participar del descanso pascual del Señor (Cfr. Mt
11,28-30):
El inmortal asumió la mortalidad para
morir por nosotros, para con su muerte dar muerte a la nuestra. Esto hizo Dios;
esto nos concedió. El grande se humilló; después de humillado se le dio muerte;
muerto, resucitó y fue exaltado, para no abandonarnos muertos en el infierno,
sino para exaltar en sí en la resurrección final a quienes exaltó ahora
mediante la fe y la confesión de los justos. Así, pues, nos dejó el camino de
la humildad. Si lo seguimos, confesaremos al Señor y cantaremos con motivo: Te confesaremos, ¡oh Dios!, te confesaremos
e invocaremos tu nombre. (San Agustín Comen. al Sal 74,2).
Desde esta perspectiva, nacemos en
la inmortalidad de Jesús, que se hizo mortal para participarnos de su
inmortalidad, por eso, siendo inocente cargó con los pecados del pueblo rebelde
en el madero- el árbol de la Cruz- Convertido en árbol de la vida. Allí Jesús enfrenta
su destino: Muerte y Vida. En el altar de la cruz se entrega por amor a su
pueblo, haciendo la voluntad del Padre (Cfr. Lc 22,42) Jesús el Siervo de Dios que
cargó sobre si la injusticia y la miseria: “Y
el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, aguantaba, no
abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el
esquilador, no abría la boca” (Is 53,6-7) Jesús ha vencido el dolor del
pecado en su propia humanidad, haciéndose dolor: Tomó para sí las heridas del
pueblo, se hizo sacrificio y redención. Dios ha bajado a solidarizarse con el
dolor del ser humano, haciendo todas las cosas nuevas en la Cruz e incluso
hasta el dolor.
Entendiendo la cruz de Cristo,
como pedagogía de Salvación, era necesario su sacrificio redentor. Este
sacrificio era necesario para que diera la salvación como primicia de la
realidad el reino de Dios y su justicia: “Busquen
primero el reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33) Jesús entrega su vida para
hacer viable el Reino en su propia vida, desde el amor que supera todo amor: “Tanto amó dios al mundo, que entregó a su
Hijo único, para que quien crea en Él no muera, sino tenga vida eterna” (Jn
3,16).
El que muere en la Cruz es quien
ha purificado la concepción piadosa del sufrimiento del dolor como condición
humana de resignación con la Cruz, la condición humana de dolor es resiliencia
en la memoria humana, que lo vive como fortaleza esperanzadora en el que ha
sido coherente y que ha hecho del sufrimiento y el dolor la arrasadora novedad
de asumirlo no como condena sino como redención: “Dios no envío a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que
el mundo se salve por medio de Él” (Jn 3,17).
Por eso la salvación es la novedad
de la pedagogía de la cruz en la que se hace juicio a la antigua creación y
liberados de los prejuicios de está entramos en la nueva creación en la
Resurrección sin pecado: “El juicio
consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las
tinieblas a la luz. Y es que sus acciones eran malas” (Jn 3,19) También es
condenada la muerte, es condenada porque Jesús ha sido levantado para atraer a
muchos hacia sí: “Cuando yo sea elevado
de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32).
Este es el acontecimiento del
cumplimiento de las promesas plenificado en las Palabras pronunciadas por
Jesús, en la Cruz todo se ha hecho nuevo, no es el final de la historia, sino
que con Cristo comienza los tiempos últimos, porque Dios se ha revelado en Él
de modo definitivo y todos seremos en Él y todo se renueva con Él (Cfr. Ap.
21,4.5) Él es la nueva creación porque en la Cruz todo es sometido a Cristo: “Todo ha sido sometido bajo sus pies…Cuando
todo le quede sometido, también el Hijo se someterá al que le sometió todo, y
así Dios será todo para todos” (1Cor 15,27.28):
Así, pues, no éramos buenos; tuvo piedad de nosotros y envió a su único
Hijo a morir, no por los buenos, sino por los malos; no por los justos, sino
por los impíos. He aquí que Cristo
murió por los impíos. ¿Cómo sigue? Apenas hay quien muera por un justo: pero, efectivamente, quizá alguien
se atreva a morir por una persona de bien. Tal vez se encuentre alguien
que esté dispuesto a morir por una persona buena. Mas por una persona injusta,
impía, inicua, ¿quién iba a querer morir, sino solamente Cristo, justo hasta el
punto de santificar a los injustos? Por lo tanto, hermanos, no poseíamos
ninguna obra buena; todas eran malas. Pero aun siendo tales las obras de los
hombres, su misericordia no los abandonó y, siendo merecedores de castigo, él,
en lugar del castigo debido, les otorgó la gracia que no merecían. Y envió a su
Hijo para rescatarnos, no con oro, ni con plata, sino con el valor de su sangre
derramada, como cordero inmaculado conducido al sacrificio en favor de las
ovejas manchadas, si es que sólo manchadas y no totalmente infectas. Hemos
recibido esta gracia. Vivamos, pues, de manera digna de la misma, para no hacer
injuria a gracia tan sublime. Un médico extraordinario vino a nosotros y
perdonó todos nuestros pecados. Si queremos enfermar de nuevo, seremos, además
de perniciosos para nosotros mismos, ingratos para con el médico (San Agustín. Comentario al Sal 74,2).
En el Resucitado todo es nuevo y
es necesario escribirlo en la memoria litúrgica dl pueblo, es necesario que se
escriba para que vean la novedad de la creación en Cristo Jesús - El Cordero
degollado - Y así podamos beber de las palabras verdaderas pronunciadas del que
está sentado en el Trono: “El cual ha
dicho la verdad de todo lo que vio, y es testigo del mensaje de Dios confirmado
por Jesucristo. Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan la lectura de
este mensaje profético, hacen caso de lo que aquí está escrito” (Ap 1,2-3)
Por esta razón, el que está sentado en el Trono ha mandado a escribir estas
palabras verdaderas desde el principio del libro y ahora en la etapa final del
libro para que podamos leer su verdad, la verdad de Dios: “Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza”
(Ap 21,5b).
Todo está cumplido: “_Y dijo todo está cumplido” (Jn 19,30) –
“Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5a) – “Y vio que todo estaba bien” (Gn
1, 4. 10.12.18. 21.25.31) Este es el cumplimiento de las promesas, la
creación antigua ha pasado y ahora todo ha sido renovado en Cristo Jesús porque
hemos creído en su sacrificio y hemos superado la angustia y el dolor, ya no
somos los afligidos porque el cargo sobre sí nuestros dolores, para darnos el
gozo de la vida y en la vida de su inmortalidad porque
es la entrega plena del que ha creído hasta el final en la justicia de Dios.
Las palabras de Jesús escrita es la más clara motivación a vivir desde la
solidaridad, amando al Padre con todo el “Corazón,
con toda el alma y con todas las fuerzas” (Dt 6,5), amando al “Prójimo como a nosotros mismos” (Lv 19,18).
Por esta razón, en la cruz el
creyente mirará el nuevo rostro del Hijo, el rostro de aquel que lo ha dado
todo y por Él se crea todo y nada se hizo sin Él (Cfr. Jn 1,3) Todo se volverá hacer
con Él y sin Él nada de lo creado, se recreará en el futuro porque Él es que
era, el que es y el que vendrá. Esta es la vida (Cfr. Jn 1,4) que brota de la
nueva creación de su costado abierto (Cfr. Jn 19, 34) Esta es la nueva creación
en la cruz del cielo nuevo y la tierra nueva en el que traspasaron: “Miraran al que traspasaron” (Jn 19,37;
Cfr. Zac 12,10).
Jesús al ser levantado en la cruz
es signo de salvación y de renovación por su glorificación en la cruz adquiere
la identidad de la nueva creación, para que todo el que lo mire se renueve y crea
y creyendo tenga vida. Esta es la creación renovada en Cristo - El Cordero
inmolado -. En la Cruz, el peregrino de Dios, el siervo cansado asume su
condición de siervo, y nosotros cansados pero consolados asumimos la condición
de nuevas criaturas, ahora somos los ciudadanos del reino que nos encontramos
en la creación de Jesús y cansados asume el nuevo consuelo en la creación
nueva:
“Cansado del
camino, Jesús estaba sentado junto a la fuente. Era aproximadamente el
mediodía. Comienzan los misterios: No es en vano que Jesús se cansa; no es en
vano que se cansa aquél que es la fuerza de Dios; no es en vano que se cansa
aquél que nos restaura cuando estamos cansados, que cuando está presente
estamos firmes, y enfermos cuando nos deja (…). Por ti Cristo se cansó del
caminar. Encontramos a Jesús fuerte y encontramos a Jesús débil; Jesús fuerte y
Jesús débil. Fuerte, porque en el principio era el Verbo y el Verbo estaba
junto a Dos y el Verbo era Dios… ¿Quieres saber cuán fuerte es este Hijo de
Dios? Todo fue hecho por medio de Él y nada se hizo sin Él. Y sin fatiga lo
hizo. ¿Quieres conocerlo débil? El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
La fuerza de Cristo te creó; la debilidad de Cristo te recreó. La fuerza de
Cristo hizo que existiera lo que no era; la debilidad de Cristo hizo que no
pereciese lo que era. Con su fuerza nos creó, con su debilidad nos buscó” (Agustín, tr. Jo 15,6).
Recapitulación (Ap 21,6-27)
Cristo, es el principio de toda la
creación y el fin hacia donde tiende toda la creación (Cfr. Ap 1,8; 21,6) Allí
se colmará la sed de la justicia y beberán de la fuente de la salvación (Cfr.
Jn 4,0.14; 7,37; Is 55,1) con la que será alimentado el nuevo pueblo de Dios,
el pueblo de la nueva alianza que ha sido llevado a vivir en la Ciudad Santa.
En estos versículos se hace una recapitulación de las imágenes que han pintado
los capítulos anteriores en los que se barniza la esperanza construida para que
no se corrompa en el presente y se mantenga la memoria del pasado iluminando el
futuro esperanzador de la generación que empieza a recuperar la esperanza en
Dios que libera a su pueblo de la muerte y de la idolatría de esta.
En los versículos siguientes
encontramos los elementos que a continuación brevemente detallamos:
V 7a: El que salga vencedor recibirá todo esto como herencia: Con esta
fórmula concluye cada una de las siete catas a las siete Iglesias (Ap 2-3) y en
estos versículos forma parte de la conclusión del libro. El vencedor es
heredero de la victoria del Cordero- El Salvador-.
V 7b: Y yo seré su Dios y él será mi hijo- Recoge la tradición del
descendiente de David que reinará por siempre en el pueblo de Dios: “Yo seré para él un Padre, y él será para mí
un hijo” (2S 7,14a; Cfr. Gn 49,10; Jr 30,21-22; Sal 89,26-27).
V 8: Todo el que se ha dejado contaminar de la idolatría: Los cobardes,
incrédulos, los odiosos, los asesinos, los inmorales sexuales, los que
practican brujerías, los que adoran ídolos, los mentirosos, todos estos
recibirán el castigo prometido en la segunda muerte (Cfr. 1Cor 6, 9-12; Ap
3,20) Por haber sido infieles y haber blasfemado el nombre del Señor.
Los que obran mal son desleales y
no practican la justicia, frente al pueblo de Dios (Cfr. Rm 1,31) esta es la
razón por la que no pueden participar en la ciudadanía del reino, la ciudadanía
eterna en la ciudad de Dios. Todos los que actúan mal han perdido opciones de
salvación por no asumir el camino de los vencedores junto al Cordero e irán a
la segunda muerte (Cfr. Ap 2,11; 20,14; Mt 10,28; 25,41) La segunda muerte es
vivir totalmente sin Dios, sin esperanza, es decir, ausencia total de Dios en
la vida, es reducir el futuro al juicio y a la condena- Reducción del futuro a
la muerte-.
V9: Los siete ángeles, las siete copas y las calamidades: Recrea la
imagen de los siete ángeles y las siete copas (Cfr. Ap 19,7-8; Ap 17,3).
V10: El Espíritu le muestra otra visión: Las visiones son contacto visual
con la realidad en imágenes recreadas del Antiguo Testamento o mitológicas de
las culturas vecinas, estás la asume el vidente como acontecimientos que
suceden y están cumpliéndose, pero que a la vez son visiones futuras realizadas
realizándose. En esta visión, el vidente es llevado a un monte alto y ve a la
Ciudad Santa, que bajaba de lo alto; esta imagen es tomada de Ezequiel (Ez
40,1-4) y la recrea en el libro y dibuja el cuadro apocalíptico de la nueva
ciudad bajada del cielo con el pincel apocalíptico de la esperanza-futuro-
renovada y renovadora en Cristo Jesús- El Cordero que está en el Trono-.
V 11-13: Con la imagen de las piedras en las puertas de la muralla, se
describe el pectoral del sacerdote, por esta razón las murallas es acción
proteccional cultual, es acontecimiento litúrgico. La presencia de los doce
ángeles en las doce puertas marcadas con los nombres de las 12 tribus de
Israel, representa la Antigua Alianza que ha caducado (Cfr. Rm 7,6) Ahora hay
nueva Alianza, el antiguo pueblo ha sido renovado en el nuevo pueblo que ha
sido elegidos por el Cordero y sus nombres están escritos en la gran muralla
litúrgica (Ex 40,1-11) de la ciudad pascual- ciudad santa- que brilla con la
luz del Señor (Cfr. Is 60,1-2) Las puertas prefiguran el orbe entero, allí
brillará el Señor inundando con su luz el gozo y la alabanza. Tres puertas por
cada punto cardinal: Este, Norte, sur, oeste (Cfr. Ez 48,30-35).
V 14: La imagen de los 12 Apóstoles: Los doce apóstoles son los pilares de
la comunidad de la nueva Alianza, sobre ellos esta cimentado el edificio de la
Iglesia naciente; la tradición apostólica es leída en la Iglesia como el
fundamento de esta: “Edificados sobre el
cimiento de los apóstoles, con el Mesías Jesús como piedra angular” (Ef 2,20)
La tradición apostólica es la que sostiene a la comunidad cristiana en su fe,
por esta tradición se ha mantenido la herencia recibida de la Antigua Alianza y
se ha edificado la Nueva Alianza.
V 15-17: Medición de la ciudad (Cfr. Ez 40,3-4): La purificación del culto se
da por medio de la medición de la ciudad, sus medidas, su hermosura es símbolo
de pureza porque es nueva, su novedad es la construcción, ha sido construida en
la santidad. La base de la ciudad es perfecta, es cuadrada, su perfección es el
lugar santo de Dios: el Templo (1R 6,20) Esta es una ciudad perfecta porque
allí habitarán los santos del Señor. Todas las medidas son múltiplo de 12: Doce
mil estadios (2.200Km) y ciento cuarenta y cuatro codos (65 m) Estas medidas
fueron tomadas por el ángel según las medidas humanas. Dios ha pesado a la
humanidad, para que la humanidad sea perfecta en el único perfecto para que
podamos llegar a ser perfectos (Mt 5,48).
V 18-21: El pueblo sacerdotal: La ciudad santa estaba rodeada por
una muralla de diamante; como ya hemos visto el autor del Apocalipsis describe
y compara la belleza cultual con piedras preciosas, la ciudad simboliza el
culto purificado a Dios que los santos le tributan, por esta condición cultual
recrea la imagen del que estaba sentado en el trono como el objeto del culto: “El que estaba sentado en el trono tenía el
aspecto de un diamante” (Ap 4,3) La muralla que coloca en Ap 21,11-13, está
dibujada en las imágenes de las doce tribus de Israel y los doce apóstoles : La
antigua alianza y la nueva alianza.
Las doce puertas están hechas con
una piedra preciosa cada una; la ciudad era de oro pulido, como un cristal, el
oro es símbolo de la ciudad celestial, que dibuja el culto perfecto a Dios y al
Cordero. La muralla y las puertas son signo del culto santo dado a Dios por el
pueblo que ha sido considerado digno de tal honor, por ser un pueblo sacerdotal
tiene grabado el pectoral del Sacerdote israelita, por esto las piedras de las
puertas forman el pectoral sacerdotal (Cfr. Ex 28, 17-20; 39,10-13; Is
54,11-12; Tob 13,17; Ap 1,12-16) Las piedras que adornaban el pectoral son:
Diamante, Zafiro, Ágalta, Esmeralda, Ónice, Rubí, Crisólito, Berilo, Topacio,
Crisoprasa, Jacinto, Amatista, doce como las tribus israelitas (Cfr. Gn 49; Ex
38,15-21; 39,10-13; Ez 28,13).
Las puertas estaban hechas de una
sola piedra preciosa y toda la ciudad era de oro puro pulido, como vidrio
trasparente, porque esta es la ciudad de la santidad cultual y está protegida
por las tribus de Israel y los doce apóstoles, la muralla da seguridad y
protección para que no entren los enemigos del Cordero. Las puertas también simbolizan
los doce ángeles que custodian y guardan la tradición de los profetas, los
testigos de la Palabra. Las piedras preciosas dejan de ser adornos simples de
los pectorales sacerdotales antiguos, para formar ahora el pectoral del nuevo
pueblo de Dios que ha sido fortalecido con la Palabra del Hijo, trasmitida por
los apóstoles; la Ciudad es el Templo, la creación perfecta que brilla ante
Dios, desde Dios y para Dios, por eso es perfección pascual y cultual porque
brilla como una esmeralda (Cfr. Ap 4,3b).
V 22-27: Dios y el Cordero santuario de la nueva ciudad- La ciudad de Dios:
Dos amores han dado origen
a dos ciudades: El amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la tierra; y el
amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial” (San Agustín. De
Civ. Dei L. XIV, 28).
La ciudad de Dios se gloria en el
Señor, está llena del amor de Dios, no hay espacio para la ciudad de los
hombres que se glorían en sí mismos en su propio egoísmo perverso, en la
ideología del poder causante de todo tipo de violencia, su templo es la
ideología del odio. En cambio la ciudad de Dios no tiene templo- santuario-
Dios es su santuario junto con el Cordero (Cfr. Ez 11,16) Dios forma este nuevo
pueblo en sí mismo para el olvido de la idolatría piadosa, enfermiza y de
apegos místicos.
El santuario para el pueblo de la
Antigua alianza era necesario, allí ofrecían culto al poder religioso-político
y lo justificaban con el culto a Dios, según sus praxis, Dios era el centro del
Santuario, Él habitaba allí, todo el poder religioso se centraba aquí, pero el
pueblo era marginado de esa centralidad, solo era tenido en cuenta para el
ofrecimientos de las dadivas; las autoridades administraban el saber y los
bienes del pueblo, eran dueños de Dios, y en su nombre justificaban la
explotación de las ofrendas obligatorias, según esto Dios cobraba impuesto al pueblo,
similar a los impuestos de la ciudad pecadora que estaba dirigida por el
Emperador y a sus príncipes.
El nuevo pueblo de Dios en la
ciudad santa, no necesita de santuarios, porque no es una ciudad estado, sino
la ciudad de Dios, no necesita de intermediarios por el que el pueblo es santo
y Él está presente junto al Cordero y ellos son el Santuario, Dios y el Cordero
han recuperado su lugar en el nuevo pueblo, en la nueva ciudad, en la nueva
Jerusalén, por esta razón esta nueva ciudad ha bajado del cielo de, la mano de
Dios porque ya no es ciudad de poder religioso-político, sino ciudad de culto,
es la ciudad de la liturgia espiritual que no tiene santuario de piedra, pero
goza de la dulzura del amor cultual de Dios en espíritu y vida que ha construido
un santuario con la comunidad santa:
Créeme, mujer, que llega la
hora en que ustedes adorarán al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a
Jerusalén…Llega la hora, y está aquí, cuando lo que de veras adoran al Padre lo
harán de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. Pues el Padre quiere
que así lo hagan los que lo adoran. Dios es Espíritu, y los que lo adoran deben
hacerlo de modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios (Jn 4,21.23-24).
El santuario de piedra ya no es
central, “no es casa de hombres, no es cueva de bandidos” (Mt 21,12-13; Cfr. Mc
11,15-18; Lc 19,45-46; Is 56,7; Jr 7,11) allí no está Dios como institución, el
Santo está con los santos porque el celo por su casa lo devora (Cfr. Sal 69,9)
y los santos están con el Santo, Dios no vive en templos de piedra, Dios está
en el corazón de cada uno (Cfr. Lc 17,21; Mt 6,6; 1Cor 3,16; Hec 17,28; 1Jn
4,16b): “El Señor no habita en templos
hechos a mano, como dice el profeta Isaías: El cielo es mi trono, la tierra el
estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificarás?, dice el Señor; o ¿Cuál es el
lugar de mi reposo? ¿No hicieron mis manos estas cosas? ¡Duros de cerviz, y
incircuncisos de corazón y de oídos! Ustedes resisten siempre al Espíritu
Santo; como sus padres, así también ustedes” (Hec 7,48-51; Cfr. Is 66,1-2; Sm
7,5-7).
La ciudad no necesita luz de sol
ni de luna, porque la luz de Dios, su resplandor la ilumina (Is 60,1.19-20)
Solo le basta la luz de Dios, ya no es necesario la luz del sol en el día, ni
la luz de la luna en la noche. La creación es nueva, solo Dios alumbra, porque
la lámpara es el Cordero (Cfr. Jn 8,12) Todas las naciones se beneficiarán de la
luz de la ciudad y los reyes pondrán sus riquezas al servicio de la ciudad (Is
2,3; 60,3-5; Ap 7,9) los que antes se alejaron de la ciudad pecadora, ahora
vendrán a recibir de esta luz divina.
La ciudad es una ciudad de puertas
abiertas, la oscuridad no se volverá a ver (Cfr. Is 60,11; Zc 14,7) Allí le
entregarán riquezas, pero no se corromperá, como la ciudad pecadora, nada
impuro podrá entrar en ella (Cfr. Is 52,1; Ez 44,9) Nadie de corazón torcido
podrá entrar, los que incitan a la idolatría serán rechazados las piedras
preciosas de las puertas de la muralla no le permitirán la entrada, la maldad
no tiene cabida en la nueva ciudad, la ideología del poder, la ideología del
odio, serán apartadas de la ciudad santa. Solo los que están inscrito con el nombre
del Cordero en el libro de la vida (Cfr. Ap 3,5; 20,12.15) serán admitidos,
porque pertenecen al Cordero y podrán disfrutar el gozo del Señor, porque ellos
serán los destinatarios de la Esperanza salvífica en el reino de Dios.
La ciudad de Dios, es la ciudad de
los bienaventurados que blanquearon su vida con la sangre del Cordero y tienen
la marca del nuevo nombre de Dios, los bienaventurados son los que han llegado
a la perfección en la santidad, son los que han recuperado el amor primero,
siendo obedientes hasta salir vencedores en la vitoria de Cristo.
Los bienaventurados (Mt 5,1-12; Lc
6,20-23) son los que viven felices porque han heredado el reino de Dios, los
mansos heredarán la tierra, los que lloran serán consolados, los que
tienen hambre y sed de justicia serán saciados, los misericordiosos
alcanzarán misericordia, los limpios verán a Dios, los que trabajan por la paz
serán llamados hijos de Dios, los perseguidos por causa de la justicia
heredarán el reino de los cielos y los insultados y perseguidos por causa
del anuncio del evangelio serán recompensados en el cielo:
1.
Dichosos los que tienen
espíritu de pobres: Estos son los cristianos
que colocan su confianza en hacer la voluntad del Padre y no en reducir la vida
en el deseo de la acumulación de los bienes materiales, son los que no se dejan
embriagar por el vino de la idolatría material, sino que colocan toda su
confianza en Dios (Cfr. Sal 22,24; 69,32-34; Is 29,19; 61,1-2; Mt 6, 24-34;
11,5; Lc 4,18; St 2,5). Porque
de ellos es el reino de los cielos: el reino es la presencia de Jesús,
este reino es ofrecido a los que le siguen dejándolo todo por Él (Cfr. Mt,3,2)
esta propuesta de dejarlo todos es el camino de los que viven el riesgo de
cambiar su vida por ser parte de la novedad del anuncio de Jesús y vivir en
solidaridad en la comunión de bienes, en la comunidad del reino formada por
hermanos-discípulos, que su último deseo es acumular riquezas para vivir fuera
del reino.
2.
Dichosos los que sufren
porque serán consolados: El sufrimientos no se
refiere a la enfermedad física, ni a la mal llamada enfermedad espiritual como
estamos acostumbrados a manifestar o hacer coincidir el dolor a los
sufrimientos evangélicos. Este sufrimiento se refiere a las opciones que
asumamos frente al reino, es afrontar los conflictos internos de la idolatría
de los bienes, a vivir la esperanza en los bienes del reino. Este sufrimiento
hace también referencia a la alegría de estar en disposición del reino, vivir
comprometidos con la causa de Jesús (Cfr. Sal 126,5-6; Is 57,18; 61,2-3) Porque
solo en Dios es el consuelo en el enjugaremos nuestras lagrimas porque al
contemplarlo tal y como es seremos bendecidos por su amor. Y nuestra gloria
será en la gloria del Señor.
3.
Dichosos los humildes,
porque heredarán la tierra prometida: La
humildad, es actitud de vida, la humildad no es sinónimo de pobreza, sino
disposición de escucha a Dios y hacer su voluntad: Significa que el que escucha
vive en gracia, debe empeñar su vida para mantener el estado de gracia y estar
dispuesto a perder la vida terrena antes que perder la gracia, el que escucha
debe practicar la misericordia para salvarse (Mt 25, 31-40) Escuchar es
vivir la experiencia del reino que es la nueva tierra prometida en la nueva
alianza (Cfr. Sal 37,3.9.11.22.29) Es estar y vivir en la confianza, es
obedecer los mandatos del Señor (Cfr. Mt 5,13-7,29; Jn 14,23-15,27; Dt 7,7-8;
8,11-20).
4.
Dichosos los que tienen
hambre y sed de la justicia porque serán satisfechos: Entandamos esta bienaventuranza en el contexto de las tentaciones: “No solo de pan vive el hombre, sino también
de toda palabra que salga de los labios del Señor” (Mt 4,4; Cfr. Dt 8,3) Y
la justicia ha de ser mayor a los hombres del mundo y a los fariseos y maestros
de la ley (Cfr. Mt 5,20; Pro 21,1) No podemos reproducir las injusticias del
mundo, justificándolas con una falsa humildad u obediencia sacrificial.
5.
Dichosos los compasivos
porque Dios tendrá compasión de ellos: Es el
llamado a vivir en la experiencia de Dios que hace salir el sol sobre buenos y
malos (Cfr. Mt 5,45.48; Lc 6,34-36), para que nosotros seamos compasivos y
misericordiosos como Él (Cfr. Lc 6,36-37) Y así aprenderemos a tener
misericordia como el buen samaritanos (Lc 10,25-37). Caminando en la
misericordia seguiremos los pasos de Jesús que tuvo misericordia con los
necesitados.
6.
Dichosos los de corazón
limpio porque verán a Dios: Estos son los que
aman a Dios y al prójimo como nos manda el Señor: “Amarás al Señor, tu Dios con
todo tu corazón con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus
fuerzas…Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay preceptos mayores que
estos” (Mc 12,30-31; Cfr. Sal 24,3-4).
7.
Dichosos los que trabajan
por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos: La paz es el camino de encontrar el reino: “¡Paz a ustedes! (Jn
20,21) El discípulo hermanos, vive en función de la comunidad del reino y busca
la manera de vivir en armonía con todos y está en relación de amor con Dios
(Cfr. Sal 34,14; Prov 12,20) Esta relación se refleja en la armonía que vive
con los hermanos de la comunidad no haciendo el mal a los demás: “Traten a los demás como quieren que los
traten a ustedes” (Mt 7,12) Porque “el que ama no hace mal al prójimo” (Rm
13,10).
8.
Dichosos los perseguidos
por hacer lo que es justo: La justicia es vivir
en armonía con Dios, es escuchar su Palabra y obedecerle, es no hacerle mal al
prójimo (Cfr. Mt 3,15; 1P 3,8-14. 4,8-11) La justicia es hacer la voluntad del
Padre, es estar dispuestos en hacer lo que es justo ante Dios, es vivir desde
el cumplimiento de esta justicia (Cfr. Mt 5,6.10.20; 6,33; 21,32). Porque
de ellos es el reino de los cielos: Es llegar a la plenitud en el amor
de Dios, que es camino, es servicio, es presencia vivida en la comunidad de
creyentes.
9.
Dichosos los que sufren
persecución por causa del nombre de Jesús: (Cfr.
1P 4,14; Mt 5,46; 6,1; 10,42; 2Cro 36,16; Hec 7,52) Seguir a Jesús es causa de
división, es propiciar cambios que afectan a otros. Es cambiar de actitud de
vida, es convertirse y esto muchas veces, ofende a otros que intentan calumniar
y destruir ya que su estructura de vida es diferente a la del seguidor de
Jesús.
Jesús en la pedagogía de las bienaventuranzas
hace viable el reino de Dios, lo coloca como itinerario de vida perfecta porque
ya está presente y es una realidad palpable, siempre y cuando nos olvidemos de
nosotros mismos para vivir en la ciudad de Dios, las Bienaventuranzas no
reducen el futuro al juicio condenatorio del infierno, sino que nos conducen a
la vida porque es un programa de vida en la pedagogía de la Cruz, en este
itinerario de vida hay que dejar los apegos que nos embriagan con el vino de la
idolatría, del dinero, de las personas, del poder, del odio y la venganza, de
la violencia que es causa de división y discordia.
Las Bienaventuranzas son por tanto
el programa de vida que Jesús ha hecho presente en la comunidad de los santos
comunidad de discípulos-hermanos que viven la pascua eterna del Padre. Los
apegos corresponden a la ciudad terrena porque nos olvidamos de Dios haciendo
culto de la auto- idolatría reduciendo así el futuro al simple abandono de Dios
y reduciendo la Ciudad santa donde Dios a un santuario de Piedra. Mientras que
los Bienaventurados que han alcanzado la santidad en la pedagogía de la Cruz
son los que se olvidan de sí y sus apegos para vivir en la ciudad de Dios.
En este aspecto, para profundizar
nuestra vida como Bienaventurados San Agustín en su comentario sobre el sermón
del monte, L I, 3-9.13 nos ilumina con reflexión:
Pero
oigamos a aquel que dice:
1. Felices los pobres en el espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos.
Leemos que se ha escrito sobre el deseo de los bienes de la tierra: Todo es
vanidad y presunción del espíritu; ahora bien, presunción del espíritu
significa arrogancia y soberbia. El común de la gente dice que los soberbios
poseen un gran espíritu ciertamente, y es porque también en algunos momentos al
viento se le llama espíritu. Por esto, en la Escritura leemos: el fuego,
granizo, nieve, hielo, espíritu de tempestad. ¿Quién podría ignorar que los
soberbios son considerados inflados, como si estuviesen dilatados por el
viento? De donde viene aquello del Apóstol: La ciencia hincha, la caridad
edifica. También por esto en el texto bíblico son significados como pobres
en el espíritu los humildes y aquellos que temen a Dios, es decir, los que no
poseen un espíritu hinchado. Y no debía comenzar la bienaventuranza de otro
modo, dado que debe llegar a conseguir la suma sabiduría. En efecto, el
principio de la sabiduría es el temor del Señor, puesto que, por el
contrario, está escrito que el principio de todo pecado es la soberbia.
Por consiguiente, los soberbios apetezcan y amen los reinos de la tierra: Bienaventurados
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
2. Felices los humildes, porque poseerán la tierra
por herencia. Creo que se alude
a aquella tierra a la que se refieren los salmos: Tú eres mi esperanza, mi
porción en la tierra de los vivientes. En efecto, simboliza una cierta
solidaridad y estabilidad de la herencia perenne, porque en ella el alma,
mediante un buen afecto, reposa como en su propio lugar, de la misma forma que
el cuerpo sobre la tierra y de ahí toma su alimento como el cuerpo de la
tierra. Ella misma es el descanso y la vida de los santos. Son humildes quienes
ceden ante los atropellos de quienes son víctimas y no hacen resistencia a la
ofensa, sino que vencen el mal con el bien. Litiguen, pues, los
soberbios y luchen por los bienes de la tierra y del tiempo; no obstante, felices
los humildes, porque tendrán como heredad la tierra, aquella de la cual no
han podido ser expulsados.
3. Felices los que lloran, porque ellos serán
consolados. El luto es la
tristeza por la pérdida de los seres queridos. Los convertidos a Dios pierden
todo aquello a lo que estaban abrazados en este mundo; pues ya no se alegran
con las cosas que se alegraban en otro tiempo y, mientras que no se produzca en
ellos el amor de los bienes eternos, están doloridos de una cierta tristeza.
Serán, pues, consolados por el Espíritu Santo, ya que especialmente por esto se
le llama Paráclito, es decir Consolador, a fin de que, dejando las cosas
temporales, se gocen en las eternas alegrías.
4. Felices los que tienen hambre y sed de la
justicia, porque serán saciados.
Se refiere aquí a los amadores del bien verdadero y eterno. Serán, pues,
saciados de aquella comida de la que dijo el Señor: Mi comida es hacer la
voluntad de mi Padre, que es la justicia, y de aquella agua de la cual
quien beba, como Él mismo dice, se convertirá en él en fuente de agua que
salta hacia la vida eterna.
5. Felices los misericordiosos, porque de ellos se
hará misericordia. Llama
felices a los que socorren a los infelices, porque a ellos se les dará como
contrapartida al ser librados de la infelicidad.
6. Felices los que tiene un corazón limpio,
porque ellos verán a Dios. Son insensatos los que buscan a Dios con los
ojos del cuerpo, dado que se le ve con el corazón, como está escrito en otro
lugar: Buscadlo con sencillez de corazón. Un corazón limpio es un
corazón sencillo. Y como esta luz del día solo puede ser vista con ojos
limpios, así no se puede ver a Dios si no está limpia la facultad con la cual
puede ser visto.
7. Felices los hacedores de paz, porque se llamarán
los hijos de Dios. La
perfección está en la paz, donde no hay oposición alguna; y, por tanto, son
hijos de Dios los pacíficos, porque nada en ellos resiste a Dios; pues, en
verdad, los hijos deben tener la semejanza del Padre. Son hacedores de paz en
ellos mismos los que, ordenando y sometiendo toda la actividad del alma a la
razón, es decir a la mente y a la conciencia, y dominando todos los impulsos
sensuales, llegan a ser Reino de Dios, en el cual de tal forma están todas las
cosas ordenadas, que aquello que es más principal y excelso en el hombre, mande
sobre cualquier otro impulso común a hombres y animales, y lo que sobresale en
el hombre, es decir la razón y la mente, se someta a lo mejor, que es la misma
verdad, el Unigénito del Hijo de Dios. Pues nadie puede mandar a lo inferior si
él mismo no se somete a lo que es superior a él.
Esta
es la paz que se da en la tierra a los hombres de buena voluntad, es la vida
dada al sabio en el culmen de su perfección. De este mismo reino tranquilo y
ordenado ha sido echado fuera el príncipe de este mundo, que es quien domina a
los perversos y desordenados. Establecida y afianzada esta paz interior, sea
cual fuere el tipo de persecución que promueva quien ha sido echado fuera,
crece la gloria que es según Dios; y no podrá derribar parte alguna de aquel
edificio y con la ineficacia o impotencia de las propias máquinas de la guerra,
significa la gran solidez con que está estructurada desde el interior. Por esto
continúa: Felices aquellos que sufren persecución por ser honestos, porque
de ellos es el reino de los cielos.
8.
Seréis
felices, continúa, cuando os
insulten y os persigan y, mintiendo, dijeren toda clase de maldades contra
vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra
recompensa en los cielos. Cualquiera que busque en el nombre de cristiano
la gloria de este mundo y la abundancia de los bienes de la tierra, advierta
que nuestra felicidad está en el interior, como se dice del alma de la Iglesia
con las palabras del profeta: toda la belleza de la hija del rey está en el
interior. Pues desde el exterior se prometen injurias, persecuciones,
difamaciones, por las cuales será grande la recompensa en los cielos, la cual
se percibe en el corazón de los que sufren, de los cuales se ha podido decir: nos
gloriamos en los sufrimientos, ya que sabemos que los sufrimientos producen
paciencia, y la paciencia es una virtud puesta a prueba y la virtud probada
produce la esperanza; y la esperanza no defrauda, ya que el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha
sido dado.
En
efecto, no es suficiente sufrir estos males para recoger el fruto, sino que
hace falta soportarlos por el nombre de Cristo, y no solo con ánimo tranquilo,
sino incluso hasta con alegría. En efecto, muchos herejes, bajo el nombre de
cristianos, conducen a error a las almas, soportan muchos de estos
sufrimientos, pero son excluidos de tales recompensas, ya que no solo ha sido dicho:
felices los que sufren persecuciones, sino que se ha añadido: por la
justicia. Pues donde no hay una recta fe, no puede haber justicia, ya que
el hombre justo vive de la fe. Ni tampoco los cismáticos presuman de
obtener tal recompensa, dado que no es posible que se dé honestidad donde no
hay caridad. En efecto, el amor al prójimo no hace el mal; pues si lo
tuvieran, no hubieran desgarrado el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia[1].
[1] San Agustín Sermón del monte Libro I, 3-9. 13.
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