Así, pues, aunque el Señor escogió a todos sus discípulos de entre los pecadores, eligió a los que habían de perseverar en el amor antes que al hipócrita Judas. Es cierto que no se consignó en qué orden fue elegido, pero es sabido que antes de él fueron elegidos los buenos, y no en vano se le menciona el último. Y, después de la ascensión del Señor, a todos los que estaban reunidos en una casa se les infundió el Espíritu Santo, enviado de lo alto según la promesa del Señor. Los que fueron primicia de la Iglesia eran buenos y amaban sin fingimiento. Por tanto, fue más tarde cuando comenzó a operar en la Iglesia la simulación; en consecuencia, fue el amor lo que dio a luz primero. El fruto de la dilección es tres días mayor, de modo que ya puede reconocerse en la continencia, en la justicia y en la esperanza de las realidades futuras (San Agustín. Serm 10,6).
La comunidad fue desarrollando su fe como memorial en la esperanza de la presencia del Mesías que restaurará el pueblo que gozará de la dicha y de la felicidad del Señor:
“Ya no se oirán, en adelante, sollozos ni
gritos de angustia, ni habrá más, allí, recién nacidos que vivan apenas algunos
días, o viejos que no vivan largos años, pues morir a los cien años será morir
joven, y no llegar a los cien años será tenido como una maldición (…) Los de mi
pueblo tendrán vida tan larga como la de los árboles y mis elegidos gozarán de
los frutos de su trabajo. No trabajarán inútilmente ni tendrán hijos para
perderlos, pues ellos y sus descendientes serán una raza bendita de Yavé. Antes
que me llamen les responderé, y antes que terminen de hablar habrán sido
atendidos. El lobo pastará junto con el cordero; el león comerá paja como el
buey y la culebra se alimentará de tierra. No habrán más daño ni prejuicio en
todo mi santo cerro” (Is 65,20.
La memoria del Dios de la alianza se mantenía viva y
muchos no participaron de los pecados del pueblo y junto con los profetas
recrean la promesa en el Mesías que guiará a los que se mantienen fieles a las
promesas (Cfr. Gn 49,8-10; Nm 24,17-19; 1Sm 16,1; 2Sm 7,12-17; Is 7,10-14;
8,23-9,6; 11,1-9; Jr 30,21.22; Mq 5,1-2) es la promesa  de un mesianismo redentor que guiará al nuevo
pueblo de Dios. Este acontecimiento mesiánico es la alegría del pueblo que
busca un cielo nuevo y una tierra nueva que se da ya en el hoy de Dios, pero
que tiene una realización futura, es decir, se realiza realizándose  y se realizará con la presencia del Mesías
que es anunciado en el pasado, que está actuando en el presente porque vino y
vendrá en la comunidad para hacer realidad la promesa tanto antigua como nueva
(Cfr. Jn 14,3; Heb 13,8).
La realidad de esta promesa es la presencia del
Mesías que vendrá pronto (Cfr Ap 22,7) y todo permanecerá en la justicia de
Dios porque el tiempo de la renovación se acerca: “Que el pecador siga pecando y el manchado siga ensuciándose, que el
bueno siga practicando el bien y el santo creciendo en santidad” (Ap 22,11)
Este es el acontecimiento de la presencia de Dios en la pascua del reino que es
la morada de los justos: “Esta es la
morada de Dios con los hombres; Él habitará en medio de ellos, ellos serán su
pueblo y él será Dios-con-ellos” (Ap 21,3) esta es la herencia del vencedor
en los cielos nuevos y en la tierra nueva: “Yo
seré Dios para él y el será hijo para mi” (Ap 21,7) Este es el salario que
merece cada uno según su trabajo en la cosecha del Señor (Cfr. Ap 22,11).
Pasar de la promesa al cumplimiento, es ajustarse al
salario (Cfr. Mt 20,14-16) en la nueva tierra del Señor, es la victoria sobre
el mal, es la realización mesiánica 
concretizada en Jesús resucitado. Allí se junta la esperanza de los
desesperanzados que se alegrarán con la nueva creación en la que se ha roto con
el pecado del pasado, los crímenes no existirán y se escuchará la voz del Señor
que genera  todo nuevo para la felicidad
eterna en la que se asumirá el compromiso de la nueva realidad mesiánica: “Yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra
nueva y el pasado no se volverá a recordar más ni vendrá más a la memoria” (Is
65,17).
Porque esta creación no tendrá interrupción por el
pecado, ni los crímenes durarán para siempre porque se realizará con el linaje
del Mesías, su raza será la generación de nuevos cielos y nueva tierra allí se
engendrará la nueva humanidad, la humanidad del Mesías que repoblará y llevará
la gloria del Señor a todas las naciones en la que volverán los que se han
dispersados y serán reunidos en la tierra mesiánica y en los cielos mesiánicos
constituidos en la santidad del Señor: “Así
como los nuevos cielos y la nueva tierra que voy a crear duraran para siempre,
así también tu nombre y tu raza permanecerán siempre” (Is 66,22).  
Esta promesa mesiánica es leída, reflexionada y
testimoniada por la comunidad creyente en el Nuevo Testamento como el
cumplimiento glorificante de la presencia del Mesías en medio de ellos
realizado por Jesús en la cruz, pero en su realidad realizable en la Iglesia
pascualizada del futuro: “Más nosotros
esperamos, según la promesa de Dios, cielos nuevos y una tierra nueva en que
reine la justicia” (2P 3,13).  
Este es el memorial en la esperanza que se realizará
en el encuentro definitivo en la patria celestial donde habitaremos sin pecados
y experimentaremos el buen olor de Cristo (Cfr. 2Cor 2,15-16) correspondiendo
así a la transformación definitiva de nuestra vida terrestre-hechura de barro-
a la vida en el espíritu-nacidos en el Espíritu- transformando nuestro barro
con el soplo del Espíritu en cuerpo espiritual y allí seremos como dioses (Cfr.
Jn 10,34; Sal 82,6) porque habitaremos con el Dios de la vida eterna: “Con una esperanza así, queridos hermanos,
esfuércense para que Dios los encuentre en su paz, sin mancha ni culpa” (2P
3,14).  
El que permanece unido a Cristo, vive en paz, sin pecados y está llamados
a vivir en el descanso (Cfr. Jn 14,27; Fil 4,6-7; 1P 5,7; Hb 4,3;  Is 30,15.16-17; 32,17; 46,10; Jr 6,16-17; Sal
23,1-2; 37,7; 116,7) de la comunidad del reino, que empieza “YA” en la
solidaridad con los necesitados, es estar en la pascua del Señor, la pascua de
quienes comparten el pan pascualizado en el reinado de Dios, allí “Los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a
tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de
aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin
confianza, sin solidaridad, sin esperanza”[1].  
Ahora bien el
descanso en el Señor no se refiere a la muerte, la muerte es acontecimiento
natural de la terminación de la vida de todo ser viviente. El descanso en el
Señor es poder ver su gloria y estar en su regazo, es la participación del
mismo descanso en Dios desde la pascua en sentido  Religioso: Dios descansó después de la
creación (Cfr. Gn 2,1- 3; Ex 31,16-17; Dt 5,12-14.15) En sentido Social: El
descanso es una propuesta de igualdad (Cfr. Ex 5,13) En sentido Histórico: En
el exilio el pueblo no era libre y al ser liberado se dedica un día para el
descanso, no para el trabajo y la tierra debe ser liberada porque es del Señor
(Cfr. Ex 16,29; 19,3-5; 35,3)  Y en el sentido
Trascendente: El descanso en el señor
se equipara a la gracia recibida, es habitar en la casa del Padre (Cfr. Jn 14,1-2.3b).  
Aunque también la simulación parió, es decir,
aunque se alegró durante breve tiempo del perdón de sus pecados, como rendida
por el sueño de las apetencias mundanas, cuando, derrocada de la esperanza de
los premios celestes, cae con su corazón pesado en el reposo terreno, como si
estuviera durmiendo, ahoga el perdón que había merecido con su fe. Tales
personas prefieren gozar de la palabra justicia más que de la realidad;
mintiendo tratan de apropiarse, con oscuras falacias, del bien obrar ajeno,
como del hijo vivo, durante la noche. No sólo usurpan para sí las buenas obras
de los otros, sino que les atribuyen sus acciones malvadas, como poniendo a su
lado el hijo muerto (San Agustín. Serm 10,6). 
[1]
Papa Francisco. Mensaje para la cuaresma. Ciudad
del vaticano. Roma Feb 4 de 2014.

 
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