Mt 23,1-12 (Mt 23,13-24,2)[1]
“Si eres capaz de aceptar la alabanza sin vanidad, lo serás
también de aceptar la corrección sin ofensas” (San Agustín. Epist. 112).
En la escuela
del discipulado es necesario desarrollar una espiritualidad cristiana,
coherente con la fe a creer en Jesucristo Muerto y Resucitado manifestación de
la justicia de Dios, concretizada en el amor al Padre y a los hermanos como lo plantea Pedro en su primera carta (1P 3,8-12 y
1P 4,8-11), Pablo en Romanos 13,8-10 y en la carta a los Efesios:
“Por lo tanto, ya no mientan más,
sino diga cada uno la verdad a su prójimo, porque todos somos miembros de un
mismo cuerpo. Si se enojan, no pequen; que el enojo no les dure todo el día. No
le den oportunidad al maligno. El que robaba, deje de robar y póngase a
trabajar, realizando un buen trabajo con sus manos para que tenga algo que dar
a los necesitados. No digan malas palabras, sino solo palabras buenas que
edifiquen la comunidad y traigan beneficios a quienes las escuchen. No hagan
que se entristezca el Espíritu de Dios, con el que ustedes han sido sellados
para distinguirlos como propiedad de Dios el día en que él les dé la liberación
definitiva. Alejen de ustedes la
amargura, las pasiones, los enojos, los gritos, los insultos y toda clase de
maldad. Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como
Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Ef 4,25-32).
Esta
espiritualidad es realizable interiorizando el mandato principal: “Amarás el Señor, tu Dios, con
todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Dt 6,5)) “Amarás a
tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18) con los que Jesús resume la ley y los profetas (Mt 22,34-40), como
cumplimiento de la justicia de Dios (Rm 3,21-22).
Pero al irse diluyendo
el sentido de la espiritualidad de las Escrituras por las acciones y
concepciones de las autoridades religiosas judías, se dan las diferencias entre ellos y Jesús. Él
ha querido recuperar el espíritu de la Palabra, por esto les ha llamado a la
conversión, para recuperar ese amor primero (Cfr. Dt 6,5; Lv 19,18).
Al plantear
este llamado, se da un giro frente a los oyentes; así lo presenta el texto que
sigue a estas series de controversia: En Mt 23,1-24,2 encontramos la siguiente estructura:
1) Introducción (Mt, 23,1-12); 2) Siete denuncia contra los letrados y fariseos
(Mt 23.13-33); 3) Sentencias condenatorias de Jesús contra su generación y
Jerusalén (Mt 23,34-39).
Para nuestra reflexión
dominical solo nos centramos en la
introducción del texto (Mt 23,1-12), en el que Jesús prosigue en su intento de
mostrarle el camino correcto hacia Dios. Y dirigiéndose a la gente y a los
discípulos (Mt 23,1) les enseña que ellos no deben actuar como las autoridades
judías que habían desenfocado el sentido central de la Palabra de Dios: La
justicia. Por esto, les recomienda que presten atención a sus palabras que de
una u otra manera tratan de interpretar la ley desde la cátedra de Moisés: “En
cuanto se trasmite la doctrina tradicional recibida de Moisés. Esto no impone
sus interpretaciones personales, de las que ya ha indicado Jesús” (Mt 15,1-20;
16,6; 19,3-9)[2]. Por
eso Jesús les recomienda: “Hagan, pues, y
observen todo lo que les digan, pero no imiten su conducta, porque dicen y no
hacen” (Mt 23,3).
Esta
advertencia se refiera a que la vanidad y el orgullo desmedido, el afán de
aumentar su prestigio ante el pueblo, era el motivo de una serie de prácticas
exteriores de estos escribas y fariseos. Acostumbraban a llevar sobre la frente
y en el brazo izquierdo unos pergaminos enrollados y guardados en unas bolsas
de cuero sujeto por medio de unas cintas y en los que estaban escritas palabras
del Éxodo (13, 1-10.11-16) y del Deuteronomio (6, 4-9; 11. 13-12). Colgaban del
borde de su manto unas orlas que debían recordarles todos los preceptos de la
Ley (Cfr. Nm 13., 39). Se hacían llamar "rabí", es decir,
"maestro mío"; un título que llegó a conferirse solemnemente. También
se hacían llamar "padre" y "preceptores".
Jesús
plantea en su enseñanza que la hipocresía y la titulomanía, de la cual hoy
también nosotros ejercemos gran dependencia. Trae consigo incoherencia en la
práctica de la fe. Por este factor colocamos cargas a la gente que no estamos dispuestos
a cumplir, no hemos aprendido de Jesús, que su carga es ligera (Mt 11,30). Allí
caemos en la incoherencia y muchas veces en anunciar una cosa y hacer otra.
Muchas
veces, buscamos los privilegios y los primeros puestos, guardamos preceptos y
los hacemos nuestro evangelio, alargamos nuestros adornos y creemos que por
pertenecer a un grupo dentro de la comunidad eclesial ya se nos dan todos los
privilegios con derechos, haciéndonos maestros y padres de los demás, lo que nos lleva a pasar por
encima de los otros e incluso de la misma Palabra de Dios; nos predicamos a
nosotros mismos y nos hacemos dioses en medio de la iglesia de Jesucristo,
buscamos que nos rindan pleitesía y homenajes, estructuramos cultos propios, no
predicamos palabra de Dios, sino palabras de hombres.
Por
esta razón, para Jesús, la religión y su espiritualidad, es esencialmente de
corazón, tanto en su relación con el Padre como con los hermanos en estado
vulnerable como prójimos, vivir desde la práctica de la misericordia (Lc 10,37),
si no se vive desde esta perspectiva, nuestra religión cristiana se ahoga y
esclaviza. Jesús fue un respetuoso de la ley, le dio su sentido y plenitud (Mt
5,7-19) Pero, se colocó en contra de la
interpretación manipulada de la ley que hacían las autoridades religiosas
judías (Mt 23,13-39; Lc 11, 37-52) que alejan las exigencias de la ley de Dios:
1) Vivencia interior, en el corazón; 2) vivencia exterior. Para que esto se dé,
se necesita purificar el corazón con Palabra de Dios, desde la fe (Jn 15,3; Rm
1,5) para vivir los principios fundamentales de la espiritualidad cristiana.
A modo
de conclusión: San Agustín Comentario sobre el salmo 32,1-4.19-24.27-28
1. [v. 1] Este salmo nos exhorta a alegrarnos en el
Señor. Se titula Salmo de David. Así que los que pertenecen a la sagrada
estirpe de David, escuchen su voz, reciten sus palabras, y llénense de alegría
en el Señor. Porque comienza así: Regocijaos, justos, en el Señor. Los
injustos que pongan su regocijo en el mundo, y cuando termine el mundo,
terminará también su alegría. Pero los justos que se alegren en el Señor,
porque así como el Señor permanece, permanecerá también su regocijo.
Conviene alegrarse
en el Señor, que es tanto como alabar al único que nada tiene que nos
desagrade, y nadie como él tiene tantas cosas que desagraden a los infieles.
Bien breve es la ley: agrada a Dios aquél a quien Dios le agrada. Y no vayáis a
creer, carísimos, que esto es poca cosa. Sabéis cuántos están enojados con
Dios, y a cuántos les desagrada el proceder de Dios. Porque cuando proyecta
realizar algo contra la voluntad de los hombres -puesto que es Dios, y sabe
bien lo que hace-, no tiene en cuenta tanto nuestra voluntad, cuando nuestra
utilidad. Los que prefieren que se realice su voluntad antes que la de Dios,
quieren inclinar a Dios hacia su voluntad, en lugar de enderezar su voluntad
hacia Dios. A esta clase de hombres, desleales ellos, impíos, malvados, -da
vergüenza decirlo, pero lo voy a decir, y bien sabéis que digo la pura verdad-
les gusta más un bufón de pantomima que Dios.
2. Por eso, cuando dice: Regocijaos, justos en el
Señor, como no podemos regocijarnos en él sino con la alabanza, es a él a
quien alabamos, y tanto más le complacemos, cuanto más en él encontramos
nuestra complacencia. Es propio de los rectos -dice- alabarlo. ¿Quiénes
son los rectos? Los que enderezan su corazón según la voluntad de Dios; y si se
sienten turbados por la humana fragilidad, viene a consolarlos la divina paz.
Puede suceder que en su corazón, de condición mortal, haya deseos de intereses
personales, algo que favorezca a sus trabajos, o que sea conveniente a las
necesidades del momento. Pero si llegan a conocer y descubrir que Dios quiere
algo distinto, anteponen a su voluntad la voluntad del más perfecto, la voluntad
del omnipotente a la voluntad del débil, la voluntad de Dios a la del hombre.
Porque cuanto
mayor es la distancia entre Dios y el hombre, tanto lo es la voluntad divina de
la humana. Cristo, que lleva en sí la humanidad, que nos propone una regla de
vida, que nos enseña a vivir, que nos proporciona incluso la vida, manifestó
también una voluntad privada humana, en la que reflejó la suya y la nuestra,
como cabeza nuestra que es, y a él -bien lo sabéis- pertenecemos como miembros
suyos. Cuando dijo: Padre, si es posible, que se aleje de mí este cáliz, expresaba
su humana voluntad, lo que propiamente él quería como ser privado. Pero como su
deseo era ser hombre de recto corazón, y si en algo se desviaba, enderezarlo
hacia el que es siempre recto, añadió: Pero no se haga, Padre, mi voluntad,
sino la tuya.
Pero ¿podía Cristo
querer algo malo? ¿En qué se iba, en fin, a desviar su voluntad de la del
Padre? Los que están integrados en una misma divinidad, no es posible que
tengan diferente voluntad. Pero actuando como hombre, al representar en sí
mismo a los suyos, en lugar de los cuales él actuaba, cuando dice: Tuve
hambre y me disteis de comer; incorporando en sí mismo a los suyos, cuando
a Saulo, furioso perseguidor de los cristianos, le gritó desde las alturas,
adonde nadie podía llegar: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, estaba
demostrando que tenía una cierta voluntad propia de hombre.
Te hizo conocerte
a ti mismo y te corrigió. Cae en la cuenta, te dice, que estás en mí; que puede
nacer en ti una voluntad personal y distinta de lo que Dios quiere: eso es
tolerable a la humana fragilidad, tolerable a la humana debilidad. Es difícil
que no te suceda querer algo personal. Pero inmediatamente piensa que alguien
está sobre ti: él está por encima de ti, y tú por debajo; él es el Creador y tú
la criatura; él el Señor y tú el siervo; él es omnipotente y tú un ser débil. Y
así, encaminándote, sometiéndote a su voluntad y diciendo: Que no se haga mi
voluntad, Padre, sino la tuya, ¿en qué te separas de Dios, si ya estás
queriendo lo mismo que Dios quiere? Así es como serás recto, y merecerás alabar
al Señor, porque es propio de los rectos la alabanza.
3. Si en lugar de recto eres torcido, alabarás a Dios
cuando te va bien, y lo maldecirás cuando te va mal. Pero ese mal, si es justo
no es un mal; es algo bueno, puesto que es obra de aquél que no puede hacer
nada malo. Serías un niño estúpido en casa de su padre: lo ama cuando lo
acaricia, y lo odia cuando lo castiga. Como si no te preparara la herencia
tanto cuando te acaricia como cuando te castiga. Mira cómo la alabanza es
propia de los rectos, escucha la voz del recto, que alaba también en otro
salmo: Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza está siempre en mi
boca.
Decir en todo
tiempo es decir siempre; y decir bendeciré es decir su
alabanza está en mi boca. En todo tiempo y siempre, en la prosperidad y en
la adversidad. Porque si es sólo en la prosperidad y no en la adversidad,
¿dónde queda lo de "en todo tiempo", dónde lo de "siempre"?
Y voces de este tipo hemos oído muchas y de muchos: cuando les sucede algo
feliz, saltan de alegría, se gozan, cantan y alaban a Dios. No los vamos a
reprender, al revés, hay que alegrarse con ellos, porque hay muchos que ni
siquiera se portan así en estas circunstancias.
Pero a éstos que
ya han comenzado a alabar a Dios en los momentos prósperos, hay que enseñarles
a reconocerlo como Padre también en los momentos de sufrimiento, y a no
murmurar contra la mano del que los corrige; no vayan a ser desheredados por
haber sido siempre perversos; al contrario, una vez llegados a ser rectos (¿qué
es ser rectos, sino aceptar siempre lo que Dios obre?) puedan también alabar a
Dios en la adversidad, y decir: El señor me lo dio, el Señor me lo quitó;
como tuvo a bien el Señor, así se hizo: sea bendito el nombre del Señor. Es
propio de tales rectos la alabanza; no de aquellos que primero alaban y luego
critican.
4. Por tanto saltad de gozo en el Señor vosotros
justos, rectos, porque es típica de vosotros la alabanza. Que no ande diciendo
nadie: ¿Quién soy yo para ser justo, o cuándo seré yo justo? Que nadie de
vosotros se subestime, ni desespere de sí mismo. Sois hombres, estás hechos a
imagen de Dios; quien os hizo hombres, se hizo él también hombre por vosotros;
y para que muchos, como hijos adoptivos, recibieran le herencia eterna, el Hijo
Único derramó por vosotros su propia sangre.
Si os habéis
menospreciado por la fragilidad terrena, fijaos en el precio que por vosotros
se ha pagado; considerad con respeto cuál es vuestra comida, vuestra bebida, y
a qué asentís diciendo Amén. ¿Esta exhortación es acaso para que os llenéis de
orgullo, y tengáis el atrevimiento de arrogaros perfección alguna? No obstante,
lo repito, no debéis sentiros alejados de toda justicia. Ahora no pretendo
interrogaros sobre vuestra justicia; porque tal vez nadie de vosotros se
atrevería a responderme: "Yo soy justo". Sin embargo, lo mismo que
nadie de vosotros se atreve a afirmar que es justo, así tampoco se atreverá a
decir: "Yo no soy fiel". No te pregunto ahora por tu vida, sino por
tu fe. Me responderás que crees en Cristo.
¿No has oído al
Apóstol que El justo vive por su fe? Tu fe es tu justicia, porque si
crees, indudablemente que estarás prevenido, y si lo estás, pondrás esfuerzo.
Dios conoce tu esfuerzo y se fija en tu voluntad, y se da cuenta de tu lucha contra
la carne, y te anima a que sigas luchando, y te ayuda para que triunfes, y se
complace en tu lucha, y levanta al que cae, y corona al vencedor. Por tanto Regocijaos,
justos, en el Señor, que yo lo diría así: Alegraos, fieles, en el Señor,
porque el justo vive de la fe.
Es propio de los
rectos la alabanza. Aprended a dar
gracias al Señor tanto en la prosperidad como en la adversidad. Aprended a
tener en vuestro corazón lo que todo hombre tiene en sus labios: "Sea lo
que Dios quiera". Los dichos populares son con frecuencia doctrina
saludable. ¿Quién no dice diariamente: Que se haga lo que Dios quiera? Éste
será también uno de los rectos que se regocijan en el Señor, y de quienes es
propio alabarlo. A ellos, sin duda, se refiere el salmo cuando dice: Alabad
al Señor con la cítara, cantadle con el salterio de diez cuerdas. Es esto
lo que hace un momento cantábamos, esto lo que, entonado al unísono, lo
enseñábamos a vuestros corazones.
19. [v. 13] El Señor ha mirado desde
el cielo, ha visto a todos los hombres. Debes entender aquí el
"todos" como los miembros de aquella nación poseedora de aquella
heredad, o que forman parte de ella. Todos estos son la heredad de Dios. Es a
ellos a quienes miró el Señor desde el cielo, y los vio el que dijo: cuando
estabas debajo de la higuera, te vi. Lo vio porque tuvo misericordia de él.
Cuántas veces nosotros, al implorar misericordia, decimos al interesado:
Mírame. ¿Y qué dices del que te desprecia?
Ése ni me mira. Porque hay una cierta
mirada compasiva, distinta de la mirada castigadora. Aquélla es un rechazo del
pecado; quiere que su pecado no se vea; es el que dice: Aparta de mis
pecados tu vista. Quiere que eso pase desapercibido, que no se conozca. Aparta,
dice, de mis pecados tu vista. Y cuando haya apartado su vista de
tus pecados, ¿a ti ya no te ve? ¿Cómo es que dice en otro lugar: No apartes
de mí tu rostro? Luego que lo aparte de tus pecados, y que no lo aparte de
ti; que te mire, que se compadezca de ti, que venga en tu ayuda. El Señor ha
mirado desde el cielo, ha visto a todos los hombres, a los que pertenecen
al Hijo del hombre.
20. [v. 14] Desde su dispuesta morada,
la que preparó para sí. Nos ha visto por los Apóstoles, nos ha visto por
los predicadores de la verdad, nos ha visto por los ángeles, que ha enviado a
nosotros. Todo esto es su casa, todo esto es su morada; porque todo esto son
los cielos que proclaman la gloria de Dios. Ha visto a todos los hombres;
desde su dispuesta morada ha observado a todos los habitantes de la tierra.
Son ellos, son los suyos, es aquella nación dichosa, cuyo Dios es el Señor; es
el pueblo aquel que el Señor escogió como su heredad; porque está por toda la
tierra, no sólo en una parte. Ha observado a todos los habitantes de la
tierra.
21. [v. 15] Él modeló el corazón de
cada uno. Con la mano de su gracia, con la mano de su misericordia fue
modelando los corazones, los fue formando uno por uno, dándonos a cada uno un
corazón particular, sin que por ello rompieran la unidad. Lo mismo que los
miembros corporales fueron creados uno a uno, y cada uno tiene su propia
función, y no obstante viven en la unidad del cuerpo: la mano hace lo que no
hace el ojo, el oído puede lo que ni el ojo ni la mano pueden; y sin embargo
todos obran en unidad, tanto la mano, como el ojo, como el oído realizando
diversas funciones, así también en el cuerpo de Cristo cada uno de los hombres,
como miembros distintos, gozan cada uno de un don particular, porque el mismo
que eligió el pueblo como su heredad, modeló el corazón de cada uno.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O
son todos profetas? ¿O todos son doctores? ¿Tienen todos, acaso, el don de
sanar? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Pueden todos interpretarlas? A unos, según el
Espíritu, se les da palabras de sabiduría, a otros de ciencia, a otros fe,
según el mismo Espíritu, a otros los dones de curar. ¿Por qué? Porque él modeló el corazón
de cada uno. Lo mismo que en nuestros miembros son diversas las actividades,
pero hay una misma salud corporal, así también en todos los miembros de Cristo
hay diversas funciones, pero la caridad es única. Él modeló el corazón de
cada uno.
22. Él conoce todas sus acciones. ¿Qué
quiere decir conoce? Que ve lo más íntimo y secreto. Tienes escrito en
el salmo: Presta atención a mi clamor. No se necesitan voces para que
llegue algo a los oídos de Dios. A la visión oculta la llamamos entendimiento.
Se expresó así más claramente que si hubiera dicho: "Él ve todas su
acciones". Así no se te ocurrirá pensar que él ve estas obras, lo mismo
que tú llegas a ver alguna obra humana. El hombre ve una acción del hombre por
el movimiento de su cuerpo; Dios ve en el corazón. Y porque ve lo íntimo, se
dijo: Conoce todas sus acciones. Supongamos que dos hombres dan algo a
los pobres. Uno sólo busca la recompensa celestial; el otro la humana alabanza.
Tú en los dos ves la misma acción; pero Dios distingue las dos, porque penetra
el interior y conoce lo interior, ve los fines y las intenciones de cada uno. Él
conoce todas sus acciones.
23. [v. 16] No triunfará el rey por su
gran ejército. Acudamos todos al Señor, permanezcamos todos en Dios. Sea
Dios tu esperanza, sea Dios tu fortaleza, sea Dios tu seguridad. Sea él tu
súplica, sea él tu alabanza, sea él la meta en que descansas, sea él la ayuda
para tu trabajo. Escucha la verdad: No triunfará el rey por su gran
ejército, ni se pondrá a salvo el gigante por su mucha fuerza. Gigante es
el soberbio que se alza contra Dios, como si fuera algo en sí y por sí. No,
éste no se pondrá a salvo por su mucha fuerza.
24. [vv. 17-18] Pero tiene un caballo
corpulento, fuerte, vigoroso, veloz; si sobreviene algún ataque, ¿podrá con
rapidez librarlo del peligro? Que no se equivoque, escuche lo que sigue: Es
falso el caballo para la victoria. ¿Entendiste bien lo que se acaba de
decir? Es falso el caballo para la victoria. Que tu caballo no te
prometa la victoria; si te la prometiera, mentiría. Si Dios lo quiere, te verás
libre; si Dios no quiere, al caer el caballo, caerás tú más abajo. No penséis
que la frase es falso el caballo para la victoria, signifique que el
justo es falso para la salvación, como si los justos engañasen en lo referente
a la salvación. Porque no está escrito aequus (justo, equilibrado, que
se relaciona con "equidad"), sino equus, es decir, el animal
cuadrúpedo.
Lo atestigua el códice griego. Los
malos jumentos, los hombres que se buscan ocasiones para la mentira, los rebate
la Escritura cuando dice: La boca mentirosa da muerte al alma; y
también: Destruyes a todos los mentirosos. ¿Qué significa, pues: Es
falso el caballo para la victoria? Que el caballo miente cuando te promete
la victoria. ¿Acaso le habla el caballo a alguien, prometiéndole la victoria?
Sin embargo, cuando tú ves un caballo de buena apariencia, dotado de fuerza,
veloz en su carrera, todo esto te están como prometiéndote la victoria de su
parte. Pero esto es mentira si Dios no te protege, puesto que falso es el
caballo para la victoria. Puedes tomar por caballo de una manera figurada
cualquier grandeza de este mundo, cualquier honor en el que te encumbras con
soberbia; cuanto más alto te yergues, te estás creyendo falsamente no sólo más
encumbrado, sino también más seguro.
No sabes de qué modo te arrojará, y
serás aplastado con mayor vehemencia, cuanto más en la picota eras llevado. Es
falso el caballo para la victoria; ni se salvará por su gran potencia. Entonces
¿de dónde le vendrá su salvación? No de su valor, no de su fuerza, no del
honor, no de la gloria, no del caballo. ¿De dónde? ¿Adónde acudiré? ¿Dónde
encontraré mi salvación? No busques mucho ni largo tiempo. Mira que los ojos
del Señor están puestos en los que le temen. Ya veis cómo son los mismos
ojos que observaban desde su morada. Mira que los ojos del Señor están
puestos en los que le temen, en los que esperan en su misericordia; no en
sus propios méritos, no en su valor, no en su fortaleza, no en su caballo, sino
en la misericordia del Señor.
27. [v. 21] Y cuando hayas perseverado, y
sido paciente, y hayas llegado hasta el final, ¿qué tendrás? ¿Por qué premio
estás aguantando? ¿Qué motivo hay para sufrir trabajos tan duros durante tanto
tiempo? Porque en él se alegrará nuestro corazón, y en su santo nombre hemos
confiado. Espera aquí para gozarte allí; pasa hambre y sed aquí, para
disfrutar allí del banquete.
28. [v. 22] Nos ha exhortado a todo, nos
ha llenado del gozo de la esperanza, nos ha indicado lo que debemos amar, y
cuál es aquello en lo que solamente debemos poner nuestra confianza. Después de
todo esto, se hace una breve y saludable oración: Que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros. ¿Por qué mérito? Como lo hemos esperado de
ti.

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