domingo, noviembre 02, 2014

"HAGAN LO QUE ELLOS LE DICEN PERO NO HAGAN LO QUE ELLOS HACEN"

Mt 23,1-12 (Mt 23,13-24,2)[1]

“Si eres capaz de aceptar la alabanza sin vanidad, lo serás también de aceptar la corrección sin ofensas” (San Agustín. Epist. 112).
En la escuela del discipulado es necesario desarrollar una espiritualidad cristiana, coherente con la fe a creer en Jesucristo Muerto y Resucitado manifestación de la justicia de Dios, concretizada en el amor al Padre  y a los hermanos como lo  plantea Pedro en su primera carta (1P 3,8-12 y 1P 4,8-11), Pablo en Romanos 13,8-10 y en la carta a los Efesios:
“Por lo tanto, ya no mientan más, sino diga cada uno la verdad a su prójimo, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo. Si se enojan, no pequen; que el enojo no les dure todo el día. No le den oportunidad al maligno. El que robaba, deje de robar y póngase a trabajar, realizando un buen trabajo con sus manos para que tenga algo que dar a los necesitados. No digan malas palabras, sino solo palabras buenas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios a quienes las escuchen. No hagan que se entristezca el Espíritu de Dios, con el que ustedes han sido sellados para distinguirlos como propiedad de Dios el día en que él les dé la liberación definitiva.  Alejen de ustedes la amargura, las pasiones, los enojos, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Ef 4,25-32).
Esta espiritualidad es realizable interiorizando el mandato principal: “Amarás el Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Dt 6,5)) “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18) con los que Jesús resume la ley y los profetas (Mt 22,34-40), como cumplimiento de la justicia de Dios (Rm 3,21-22).
Pero al irse diluyendo el sentido de la espiritualidad de las Escrituras por las acciones y concepciones de las autoridades religiosas judías,  se dan las diferencias entre ellos y Jesús. Él ha querido recuperar el espíritu de la Palabra, por esto les ha llamado a la conversión, para recuperar ese amor primero (Cfr. Dt 6,5; Lv 19,18).
Al plantear este llamado, se da un giro frente a los oyentes; así lo presenta el texto que sigue a estas series de controversia: En Mt 23,1-24,2 encontramos la siguiente estructura: 1) Introducción (Mt, 23,1-12); 2) Siete denuncia contra los letrados y fariseos (Mt 23.13-33); 3) Sentencias condenatorias de Jesús contra su generación y Jerusalén (Mt 23,34-39).
Para nuestra reflexión dominical solo nos centramos  en la introducción del texto (Mt 23,1-12), en el que Jesús prosigue en su intento de mostrarle el camino correcto hacia Dios. Y dirigiéndose a la gente y a los discípulos (Mt 23,1) les enseña que ellos no deben actuar como las autoridades judías que habían desenfocado el sentido central de la Palabra de Dios: La justicia. Por esto, les recomienda que presten atención a sus palabras que de una u otra manera tratan de interpretar la ley desde la cátedra de Moisés: “En cuanto se trasmite la doctrina tradicional recibida de Moisés. Esto no impone sus interpretaciones personales, de las que ya ha indicado Jesús” (Mt 15,1-20; 16,6; 19,3-9)[2]. Por eso Jesús les recomienda: “Hagan, pues, y observen todo lo que les digan, pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen” (Mt 23,3).
Esta advertencia se refiera a que la vanidad y el orgullo desmedido, el afán de aumentar su prestigio ante el pueblo, era el motivo de una serie de prácticas exteriores de estos escribas y fariseos. Acostumbraban a llevar sobre la frente y en el brazo izquierdo unos pergaminos enrollados y guardados en unas bolsas de cuero sujeto por medio de unas cintas y en los que estaban escritas palabras del Éxodo (13, 1-10.11-16) y del Deuteronomio (6, 4-9; 11. 13-12). Colgaban del borde de su manto unas orlas que debían recordarles todos los preceptos de la Ley (Cfr. Nm 13., 39). Se hacían llamar "rabí", es decir, "maestro mío"; un título que llegó a conferirse solemnemente. También se hacían llamar "padre" y "preceptores".
Jesús plantea en su enseñanza que la hipocresía y la titulomanía, de la cual hoy también nosotros ejercemos gran dependencia. Trae consigo incoherencia en la práctica de la fe. Por este factor colocamos cargas a la gente que no estamos dispuestos a cumplir, no hemos aprendido de Jesús, que su carga es ligera (Mt 11,30). Allí caemos en la incoherencia y muchas veces en anunciar una cosa y hacer otra.
Muchas veces, buscamos los privilegios y los primeros puestos, guardamos preceptos y los hacemos nuestro evangelio, alargamos nuestros adornos y creemos que por pertenecer a un grupo dentro de la comunidad eclesial ya se nos dan todos los privilegios con derechos, haciéndonos maestros y padres  de los demás, lo que nos lleva a pasar por encima de los otros e incluso de la misma Palabra de Dios; nos predicamos a nosotros mismos y nos hacemos dioses en medio de la iglesia de Jesucristo, buscamos que nos rindan pleitesía y homenajes, estructuramos cultos propios, no predicamos palabra de Dios, sino palabras de hombres.
Por esta razón, para Jesús, la religión y su espiritualidad, es esencialmente de corazón, tanto en su relación con el Padre como con los hermanos en estado vulnerable como prójimos, vivir desde la práctica de la misericordia (Lc 10,37), si no se vive desde esta perspectiva, nuestra religión cristiana se ahoga y esclaviza. Jesús fue un respetuoso de la ley, le dio su sentido y plenitud (Mt 5,7-19) Pero, se  colocó en contra de la interpretación manipulada de la ley que hacían las autoridades religiosas judías (Mt 23,13-39; Lc 11, 37-52) que alejan las exigencias de la ley de Dios: 1) Vivencia interior, en el corazón; 2) vivencia exterior. Para que esto se dé, se necesita purificar el corazón con Palabra de Dios, desde la fe (Jn 15,3; Rm 1,5) para vivir los principios fundamentales de la espiritualidad cristiana. 
A modo de conclusión: San Agustín Comentario sobre el salmo  32,1-4.19-24.27-28
1. [v. 1] Este salmo nos exhorta a alegrarnos en el Señor. Se titula Salmo de David. Así que los que pertenecen a la sagrada estirpe de David, escuchen su voz, reciten sus palabras, y llénense de alegría en el Señor. Porque comienza así: Regocijaos, justos, en el Señor. Los injustos que pongan su regocijo en el mundo, y cuando termine el mundo, terminará también su alegría. Pero los justos que se alegren en el Señor, porque así como el Señor permanece, permanecerá también su regocijo.
Conviene alegrarse en el Señor, que es tanto como alabar al único que nada tiene que nos desagrade, y nadie como él tiene tantas cosas que desagraden a los infieles. Bien breve es la ley: agrada a Dios aquél a quien Dios le agrada. Y no vayáis a creer, carísimos, que esto es poca cosa. Sabéis cuántos están enojados con Dios, y a cuántos les desagrada el proceder de Dios. Porque cuando proyecta realizar algo contra la voluntad de los hombres -puesto que es Dios, y sabe bien lo que hace-, no tiene en cuenta tanto nuestra voluntad, cuando nuestra utilidad. Los que prefieren que se realice su voluntad antes que la de Dios, quieren inclinar a Dios hacia su voluntad, en lugar de enderezar su voluntad hacia Dios. A esta clase de hombres, desleales ellos, impíos, malvados, -da vergüenza decirlo, pero lo voy a decir, y bien sabéis que digo la pura verdad- les gusta más un bufón de pantomima que Dios.
2. Por eso, cuando dice: Regocijaos, justos en el Señor, como no podemos regocijarnos en él sino con la alabanza, es a él a quien alabamos, y tanto más le complacemos, cuanto más en él encontramos nuestra complacencia. Es propio de los rectos -dice- alabarlo. ¿Quiénes son los rectos? Los que enderezan su corazón según la voluntad de Dios; y si se sienten turbados por la humana fragilidad, viene a consolarlos la divina paz. Puede suceder que en su corazón, de condición mortal, haya deseos de intereses personales, algo que favorezca a sus trabajos, o que sea conveniente a las necesidades del momento. Pero si llegan a conocer y descubrir que Dios quiere algo distinto, anteponen a su voluntad la voluntad del más perfecto, la voluntad del omnipotente a la voluntad del débil, la voluntad de Dios a la del hombre.
Porque cuanto mayor es la distancia entre Dios y el hombre, tanto lo es la voluntad divina de la humana. Cristo, que lleva en sí la humanidad, que nos propone una regla de vida, que nos enseña a vivir, que nos proporciona incluso la vida, manifestó también una voluntad privada humana, en la que reflejó la suya y la nuestra, como cabeza nuestra que es, y a él -bien lo sabéis- pertenecemos como miembros suyos. Cuando dijo: Padre, si es posible, que se aleje de mí este cáliz, expresaba su humana voluntad, lo que propiamente él quería como ser privado. Pero como su deseo era ser hombre de recto corazón, y si en algo se desviaba, enderezarlo hacia el que es siempre recto, añadió: Pero no se haga, Padre, mi voluntad, sino la tuya.

Pero ¿podía Cristo querer algo malo? ¿En qué se iba, en fin, a desviar su voluntad de la del Padre? Los que están integrados en una misma divinidad, no es posible que tengan diferente voluntad. Pero actuando como hombre, al representar en sí mismo a los suyos, en lugar de los cuales él actuaba, cuando dice: Tuve hambre y me disteis de comer; incorporando en sí mismo a los suyos, cuando a Saulo, furioso perseguidor de los cristianos, le gritó desde las alturas, adonde nadie podía llegar: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, estaba demostrando que tenía una cierta voluntad propia de hombre.

Te hizo conocerte a ti mismo y te corrigió. Cae en la cuenta, te dice, que estás en mí; que puede nacer en ti una voluntad personal y distinta de lo que Dios quiere: eso es tolerable a la humana fragilidad, tolerable a la humana debilidad. Es difícil que no te suceda querer algo personal. Pero inmediatamente piensa que alguien está sobre ti: él está por encima de ti, y tú por debajo; él es el Creador y tú la criatura; él el Señor y tú el siervo; él es omnipotente y tú un ser débil. Y así, encaminándote, sometiéndote a su voluntad y diciendo: Que no se haga mi voluntad, Padre, sino la tuya, ¿en qué te separas de Dios, si ya estás queriendo lo mismo que Dios quiere? Así es como serás recto, y merecerás alabar al Señor, porque es propio de los rectos la alabanza.

3. Si en lugar de recto eres torcido, alabarás a Dios cuando te va bien, y lo maldecirás cuando te va mal. Pero ese mal, si es justo no es un mal; es algo bueno, puesto que es obra de aquél que no puede hacer nada malo. Serías un niño estúpido en casa de su padre: lo ama cuando lo acaricia, y lo odia cuando lo castiga. Como si no te preparara la herencia tanto cuando te acaricia como cuando te castiga. Mira cómo la alabanza es propia de los rectos, escucha la voz del recto, que alaba también en otro salmo: Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza está siempre en mi boca.

Decir en todo tiempo es decir siempre; y decir bendeciré es decir su alabanza está en mi boca. En todo tiempo y siempre, en la prosperidad y en la adversidad. Porque si es sólo en la prosperidad y no en la adversidad, ¿dónde queda lo de "en todo tiempo", dónde lo de "siempre"? Y voces de este tipo hemos oído muchas y de muchos: cuando les sucede algo feliz, saltan de alegría, se gozan, cantan y alaban a Dios. No los vamos a reprender, al revés, hay que alegrarse con ellos, porque hay muchos que ni siquiera se portan así en estas circunstancias.

Pero a éstos que ya han comenzado a alabar a Dios en los momentos prósperos, hay que enseñarles a reconocerlo como Padre también en los momentos de sufrimiento, y a no murmurar contra la mano del que los corrige; no vayan a ser desheredados por haber sido siempre perversos; al contrario, una vez llegados a ser rectos (¿qué es ser rectos, sino aceptar siempre lo que Dios obre?) puedan también alabar a Dios en la adversidad, y decir: El señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como tuvo a bien el Señor, así se hizo: sea bendito el nombre del Señor. Es propio de tales rectos la alabanza; no de aquellos que primero alaban y luego critican.

4. Por tanto saltad de gozo en el Señor vosotros justos, rectos, porque es típica de vosotros la alabanza. Que no ande diciendo nadie: ¿Quién soy yo para ser justo, o cuándo seré yo justo? Que nadie de vosotros se subestime, ni desespere de sí mismo. Sois hombres, estás hechos a imagen de Dios; quien os hizo hombres, se hizo él también hombre por vosotros; y para que muchos, como hijos adoptivos, recibieran le herencia eterna, el Hijo Único derramó por vosotros su propia sangre.

Si os habéis menospreciado por la fragilidad terrena, fijaos en el precio que por vosotros se ha pagado; considerad con respeto cuál es vuestra comida, vuestra bebida, y a qué asentís diciendo Amén. ¿Esta exhortación es acaso para que os llenéis de orgullo, y tengáis el atrevimiento de arrogaros perfección alguna? No obstante, lo repito, no debéis sentiros alejados de toda justicia. Ahora no pretendo interrogaros sobre vuestra justicia; porque tal vez nadie de vosotros se atrevería a responderme: "Yo soy justo". Sin embargo, lo mismo que nadie de vosotros se atreve a afirmar que es justo, así tampoco se atreverá a decir: "Yo no soy fiel". No te pregunto ahora por tu vida, sino por tu fe. Me responderás que crees en Cristo.

¿No has oído al Apóstol que El justo vive por su fe? Tu fe es tu justicia, porque si crees, indudablemente que estarás prevenido, y si lo estás, pondrás esfuerzo. Dios conoce tu esfuerzo y se fija en tu voluntad, y se da cuenta de tu lucha contra la carne, y te anima a que sigas luchando, y te ayuda para que triunfes, y se complace en tu lucha, y levanta al que cae, y corona al vencedor. Por tanto Regocijaos, justos, en el Señor, que yo lo diría así: Alegraos, fieles, en el Señor, porque el justo vive de la fe.

Es propio de los rectos la alabanza. Aprended a dar gracias al Señor tanto en la prosperidad como en la adversidad. Aprended a tener en vuestro corazón lo que todo hombre tiene en sus labios: "Sea lo que Dios quiera". Los dichos populares son con frecuencia doctrina saludable. ¿Quién no dice diariamente: Que se haga lo que Dios quiera? Éste será también uno de los rectos que se regocijan en el Señor, y de quienes es propio alabarlo. A ellos, sin duda, se refiere el salmo cuando dice: Alabad al Señor con la cítara, cantadle con el salterio de diez cuerdas. Es esto lo que hace un momento cantábamos, esto lo que, entonado al unísono, lo enseñábamos a vuestros corazones.

19. [v. 13] El Señor ha mirado desde el cielo, ha visto a todos los hombres. Debes entender aquí el "todos" como los miembros de aquella nación poseedora de aquella heredad, o que forman parte de ella. Todos estos son la heredad de Dios. Es a ellos a quienes miró el Señor desde el cielo, y los vio el que dijo: cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Lo vio porque tuvo misericordia de él. Cuántas veces nosotros, al implorar misericordia, decimos al interesado: Mírame. ¿Y qué dices del que te desprecia?

Ése ni me mira. Porque hay una cierta mirada compasiva, distinta de la mirada castigadora. Aquélla es un rechazo del pecado; quiere que su pecado no se vea; es el que dice: Aparta de mis pecados tu vista. Quiere que eso pase desapercibido, que no se conozca. Aparta, dice, de mis pecados tu vista. Y cuando haya apartado su vista de tus pecados, ¿a ti ya no te ve? ¿Cómo es que dice en otro lugar: No apartes de mí tu rostro? Luego que lo aparte de tus pecados, y que no lo aparte de ti; que te mire, que se compadezca de ti, que venga en tu ayuda. El Señor ha mirado desde el cielo, ha visto a todos los hombres, a los que pertenecen al Hijo del hombre.

20. [v. 14] Desde su dispuesta morada, la que preparó para sí. Nos ha visto por los Apóstoles, nos ha visto por los predicadores de la verdad, nos ha visto por los ángeles, que ha enviado a nosotros. Todo esto es su casa, todo esto es su morada; porque todo esto son los cielos que proclaman la gloria de Dios. Ha visto a todos los hombres; desde su dispuesta morada ha observado a todos los habitantes de la tierra. Son ellos, son los suyos, es aquella nación dichosa, cuyo Dios es el Señor; es el pueblo aquel que el Señor escogió como su heredad; porque está por toda la tierra, no sólo en una parte. Ha observado a todos los habitantes de la tierra.
21. [v. 15] Él modeló el corazón de cada uno. Con la mano de su gracia, con la mano de su misericordia fue modelando los corazones, los fue formando uno por uno, dándonos a cada uno un corazón particular, sin que por ello rompieran la unidad. Lo mismo que los miembros corporales fueron creados uno a uno, y cada uno tiene su propia función, y no obstante viven en la unidad del cuerpo: la mano hace lo que no hace el ojo, el oído puede lo que ni el ojo ni la mano pueden; y sin embargo todos obran en unidad, tanto la mano, como el ojo, como el oído realizando diversas funciones, así también en el cuerpo de Cristo cada uno de los hombres, como miembros distintos, gozan cada uno de un don particular, porque el mismo que eligió el pueblo como su heredad, modeló el corazón de cada uno.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O son todos profetas? ¿O todos son doctores? ¿Tienen todos, acaso, el don de sanar? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Pueden todos interpretarlas? A unos, según el Espíritu, se les da palabras de sabiduría, a otros de ciencia, a otros fe, según el mismo Espíritu, a otros los dones de curar. ¿Por qué? Porque él modeló el corazón de cada uno. Lo mismo que en nuestros miembros son diversas las actividades, pero hay una misma salud corporal, así también en todos los miembros de Cristo hay diversas funciones, pero la caridad es única. Él modeló el corazón de cada uno.
22. Él conoce todas sus acciones. ¿Qué quiere decir conoce? Que ve lo más íntimo y secreto. Tienes escrito en el salmo: Presta atención a mi clamor. No se necesitan voces para que llegue algo a los oídos de Dios. A la visión oculta la llamamos entendimiento. Se expresó así más claramente que si hubiera dicho: "Él ve todas su acciones". Así no se te ocurrirá pensar que él ve estas obras, lo mismo que tú llegas a ver alguna obra humana. El hombre ve una acción del hombre por el movimiento de su cuerpo; Dios ve en el corazón. Y porque ve lo íntimo, se dijo: Conoce todas sus acciones. Supongamos que dos hombres dan algo a los pobres. Uno sólo busca la recompensa celestial; el otro la humana alabanza. Tú en los dos ves la misma acción; pero Dios distingue las dos, porque penetra el interior y conoce lo interior, ve los fines y las intenciones de cada uno. Él conoce todas sus acciones.
23. [v. 16] No triunfará el rey por su gran ejército. Acudamos todos al Señor, permanezcamos todos en Dios. Sea Dios tu esperanza, sea Dios tu fortaleza, sea Dios tu seguridad. Sea él tu súplica, sea él tu alabanza, sea él la meta en que descansas, sea él la ayuda para tu trabajo. Escucha la verdad: No triunfará el rey por su gran ejército, ni se pondrá a salvo el gigante por su mucha fuerza. Gigante es el soberbio que se alza contra Dios, como si fuera algo en sí y por sí. No, éste no se pondrá a salvo por su mucha fuerza.
24. [vv. 17-18] Pero tiene un caballo corpulento, fuerte, vigoroso, veloz; si sobreviene algún ataque, ¿podrá con rapidez librarlo del peligro? Que no se equivoque, escuche lo que sigue: Es falso el caballo para la victoria. ¿Entendiste bien lo que se acaba de decir? Es falso el caballo para la victoria. Que tu caballo no te prometa la victoria; si te la prometiera, mentiría. Si Dios lo quiere, te verás libre; si Dios no quiere, al caer el caballo, caerás tú más abajo. No penséis que la frase es falso el caballo para la victoria, signifique que el justo es falso para la salvación, como si los justos engañasen en lo referente a la salvación. Porque no está escrito aequus (justo, equilibrado, que se relaciona con "equidad"), sino equus, es decir, el animal cuadrúpedo.
Lo atestigua el códice griego. Los malos jumentos, los hombres que se buscan ocasiones para la mentira, los rebate la Escritura cuando dice: La boca mentirosa da muerte al alma; y también: Destruyes a todos los mentirosos. ¿Qué significa, pues: Es falso el caballo para la victoria? Que el caballo miente cuando te promete la victoria. ¿Acaso le habla el caballo a alguien, prometiéndole la victoria? Sin embargo, cuando tú ves un caballo de buena apariencia, dotado de fuerza, veloz en su carrera, todo esto te están como prometiéndote la victoria de su parte. Pero esto es mentira si Dios no te protege, puesto que falso es el caballo para la victoria. Puedes tomar por caballo de una manera figurada cualquier grandeza de este mundo, cualquier honor en el que te encumbras con soberbia; cuanto más alto te yergues, te estás creyendo falsamente no sólo más encumbrado, sino también más seguro.
No sabes de qué modo te arrojará, y serás aplastado con mayor vehemencia, cuanto más en la picota eras llevado. Es falso el caballo para la victoria; ni se salvará por su gran potencia. Entonces ¿de dónde le vendrá su salvación? No de su valor, no de su fuerza, no del honor, no de la gloria, no del caballo. ¿De dónde? ¿Adónde acudiré? ¿Dónde encontraré mi salvación? No busques mucho ni largo tiempo. Mira que los ojos del Señor están puestos en los que le temen. Ya veis cómo son los mismos ojos que observaban desde su morada. Mira que los ojos del Señor están puestos en los que le temen, en los que esperan en su misericordia; no en sus propios méritos, no en su valor, no en su fortaleza, no en su caballo, sino en la misericordia del Señor.
27. [v. 21] Y cuando hayas perseverado, y sido paciente, y hayas llegado hasta el final, ¿qué tendrás? ¿Por qué premio estás aguantando? ¿Qué motivo hay para sufrir trabajos tan duros durante tanto tiempo? Porque en él se alegrará nuestro corazón, y en su santo nombre hemos confiado. Espera aquí para gozarte allí; pasa hambre y sed aquí, para disfrutar allí del banquete.
28. [v. 22] Nos ha exhortado a todo, nos ha llenado del gozo de la esperanza, nos ha indicado lo que debemos amar, y cuál es aquello en lo que solamente debemos poner nuestra confianza. Después de todo esto, se hace una breve y saludable oración: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros. ¿Por qué mérito? Como lo hemos esperado de ti.  

“Da de lo que tienes, para que merezcas recibir lo que no tienes” (San Agustín. In Ps 38,5).


[1] Texto elaborado el 30 de Octubre de 2011, Dom. XXXI del T.O. Revisado el 2 de Nov. De 2014. Dom. XXXI del T.O
[2] DDB. Biblia de Jerusalén. Comentario a Mt 23,3.

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