domingo, noviembre 23, 2014

CRISTO REY I: "LES ASEGURO QUE TODO LO QUE HICIERON POR UNO DE ESTOS HERMANOS MÍOS MÁS HUMILDES, POR MI MISMO LO HICIERON"

Mt 25,31- 46[1] 

“¿Es que has olvidado las palabras del Señor? ´Vengan, benditos de mi Padre, reciban el reino. Tuve hambre y me diste de comer; y: ´Cuando lo hicieron con uno de mis pequeños, conmigo lo hicieron´…” (San Agustín. Serm. 389,4-5).
 
El texto de Mt 25,31-46, es la parábola del juicio escatológico, que sobrepasa a la comunidad del reino, juicio presente y futuro: Hasta qué punto se ha actuado en la justicia de la espiritualidad cristiana del reino, si se ha  estado vigilantes, si se han multiplicado los talentos, si se han hecho las obras con caridad, haciendo de prójimo (Lc 10, 25-37).
La responsabilidad adquirida en la escuela del discipulado, según estos criterios mencionados, evidencia la espiritualidad de la resiliencia cristiana frente a la adversidad, como camino para llegar a sentarnos en el banquete del reinado de Dios, alejados de todo tipo de espiritualismo idolátrico (Lc 19,1-10):
·         Idolatría del Dinero mal habido (Fácil) (Lc 19,2; Cfr Mt 5,46)
·         Idolatría del  Ego  (Lc 19,4)
·         Idolatría del poder (Lc 19,2)
Porque en la espiritualidad cristiana del reino dejar la idolatría es dejarse convertir por la Palabra de Dios:
·         Bajarse al conocer al Señor (Lc 19,5)
·         Compartir el dinero a los pobres (Lc 19,8)
·         Entregar lo robado (Lc 19,8)
Esta espiritualidad cristiana se mide según los criterios de pobreza y servicio interhumanos. Fuerza que nos hace dar razón de nuestra esperanza (Cfr. 1P 3,15) como fidelidad al proyecto de Dios que comienza “Ya” en la comunidad de creyentes, sin estos criterios de la vigilancia, de multiplicar los talentos, de ser caritativos como prójimos,  no podríamos ser ciudadanos del reino para peregrinar hacia la perfección: “Sean santos como nuestro Padre celestial es Santo” (Mt 5,47-48; Lv 11,44; 19,2; Dt 18,3; 1P 1,16; St 1,4).
Llegar a la perfección es vivir en la justicia de Dios por la fe (Rm 3,21-23) Creyendo en el Hijo (Jn 6,29) Siendo testigos desde el bautismo del Señor hasta  la resurrección (Hec 1,20-22). Esto implica que debemos estar atentos a los signos de los tiempos (Lc 21,28; Rm 8,23) para responder al mandato del Señor que nos invita a vivir en estado de misericordia permanente (Mt 25,31-40). Al no asumir este mandato perdemos el camino del Reino (Mt 25,41-46). Porque cuando no actuamos con misericordia caemos en la displicencia de prácticas de piedad idolátricas  sin formación bíblica y litúrgica,  esto hace que seamos cristianos de barniz:
“Cristianos paganos que se comportan como enemigos de la cruz de Cristo. ¡Actúan Como enemigos de la Cruz de Cristo! Cristianos enemigos de la Cruz de Cristo. Son, cristianos mundanos, cristianos de nombre, con dos o tres cosas de cristiano, pero nada más. ¡Cristianos paganos! El nombre cristiano, pero la Vida pagana. Para decirlo de otra manera: Paganos con dos pinceladas de barniz de cristianismo, así aparecen como cristianos, pero son paganos: ¡También   hoy en día hay muchos! También nosotros tenemos que estar atentos a no resbalarnos sobre el camino de los cristianos paganos, cristianos en apariencia. Y la tentación de acostumbrarnos a la mediocridad, la mediocridad de los cristianos, de estos cristianos es típica su ruina, porque el corazón se enfría, se convierte en tibio. Y a los tibios el Señor les dice una palabra fuerte: 'Porque eres tibio, estoy por vomitarte de mi boca (Ap 3, 16) ¡Es muy fuerte! son enemigos de la Cruz de Cristo. Tienen el nombre, pero no siguen las exigencias de la vida Cristiana.
Nuestra ciudadanía, está en los cielos. Aquella es eterna.  Son ciudadanos del mundo, no de los cielos. Ciudadanos del mundo. ¡Y el apellidos es mundano! Protéjanse de estos, y  todos,  debemos preguntarnos: ¿tendré algo de estos? Tendré algo de la mundanidad dentro de mí? ¿Algo del paganismo?
Me gusta alardear? ¿Me gusta el dinero? ¿Me gusta el orgullo, la soberbia? ¿Dónde tengo mis raíces, es decir, de dónde soy ciudadano? ¿Del cielo o de la tierra? ¿Del mundo o del espíritu del mundo? Nuestra ciudadanía está en los cielos, y allí esperamos, Como Salvador, al Señor Jesucristo. ¿Y la de ellos? ¡Su suerte final la destrucción! Estos cristianos barnizados, terminarán mal…  Pero miren al final: ¿dónde Te lleva esa ciudadanía que tienes en tu corazón? Aquella ciudadanía mundana lleva a la ruina, aquella de la Cruz de Cristo al encuentro con Él” (Papa Francisco. Homilia, Capilla de Santa Marta Roma 2014-11-08).

Es necesario llevar esta espiritualidad cristiana a prácticas concretas:
ü  Profesión de fe (Mt 14,33; 16,16).
ü  El Perdón de las ofensas, principio central de la reconciliación. Que está por encima de cualquier culto piadoso a Dios. Porque si tienes algo contra tu hermano es necesario reconciliarte con él antes de dar culto a Dios: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24).
ü  La espiritualidad del reino gira en torno al perdón- reconciliación (Mt 18,15-31).
ü  La oración concorde (Mt 6,5-15).
ü  Hacer la voluntad del padre (Mt 7, 21, Mc 3,35).
ü  Para que nuestra justicia sea superior a los que no creen en el Hijo (Mt 5,20).
ü  Hacerse como niños (Mt 18,3).
ü  No dejarse entusiasmar por las riquezas: Obstáculo para el reino (Mt 6,24)[2].
Por esta razón, es necesario buscar el Reino de Dios y su Justicia (Mt 6,33; Cfr. Mt 5,6.10.20; 21,32; Sal 37,4). Ser consecuentes con esta justicia, es lo que pide Jesús en Mt 25, 31-46; como concretización de la espiritualidad cristiana. Por esta razón para participar del banquete del reino debemos:
·         Entrar en sintonía con la justicia de Dios (Rm 3,21-23).
·         Hacer que nuestras obras brillen con luz propia (Mt 5,16; Cfr. Is 58,6-10).
·         Amar  a los enemigos y orar por ellos (Mt 5,44-45).
·         Ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48).
·         Practicar la justicia delante de Dios y no de los hombres (Mt 6,1).
·         Dar limosna generosamente (Mt 6,4).
·         Hacer de nuestras oraciones prácticas perfectas (Mt 6,5-15). 
·         Participar de ayunos a los ojos de Dios (Mt 6,16-18) “Comparte tu pan con el hambriento y tu ropa con el harapiento. Si te sobra algo, dalo de limosna. Cuando des limosna no seas tacaño” (Tb 4,16; Cfr. Is 58, 6-7;  Mt 25, 35-36). 
A modo de conclusión: San Agustín. Sem 389,1-6

1. Esta lectura evangélica es para mí una exhortación del Señor a que os hable sobre cómo conseguir el pan celeste. Existe este pan terreno, necesario a la tierra, puesto que nuestra carne tierra es. No podría darse que nuestra carne tuviera su pan y no lo tuviera nuestra alma. También nuestra alma se halla en este mundo en cierta necesidad, y necesita su pan, como la carne el suyo. ¿Quién no tiene necesidad del pan? Sólo Dios, que es él mismo pan, no tiene necesidad de pan; él es, en efecto, el pan de nuestra alma, quien no necesita ningún otro pan, antes bien, bastándose a sí mismo, nos alimenta también a nosotros. Él es manifiestamente el pan celeste del que se alimenta nuestra alma. 

2. Necesitamos el consejo sobre cómo llegar a él para saciarnos de aquel del que ahora apenas conseguimos unas migajas, para no perecer de hambre en este desierto; sobre cómo llegar a la hartura de ese pan del que dice el Señor: Quien coma de este pan no tendrá más hambre y quien beba la bebida que yo le daré no tendrá sed nunca jamás, prometiéndonos una cierta hartura y saciedad sin molestia. Necesitamos, pues, el consejo sobre cómo conseguir esa saciedad de pan tan distinta de la saciedad de quien sufre el hambre de aquí abajo.

Si menospreciamos el consejo, inútilmente llamaremos a las puertas de aquel pan. Más aún, si alguno desprecia este consejo que os voy a dar o, mejor, que voy a recordaros, pues no es de mi cosecha lo que con vosotros he aprendido, no digo ya que llama inútilmente, sino que ni siquiera llama. Llamar no consiste en otra cosa más que en seguir y actuar este consejo. ¿Acaso pensáis, hermanos míos, que Dios tiene una como puerta material y dura que cierra a los hombres, y que por eso nos dijo: Llamad, para que lleguemos y pulsemos a la misma hasta que a fuerza de pulsar nos hagamos sentir por el padre de familia, oculto en cierto lugar, y ordena que se nos abra, preguntando: «¿Quién llama? ¿Quién es el que molesta a mis oídos? Dadle lo que pide y que se vaya?»

Nada de eso, pero es algo semejante. Cuando llamas a la casa de alguien, lo haces con las manos. Hay también algo que puedes hacer con las manos cuando llamas a las puertas del Señor. Obra, sí, con las manos, llama con las manos. Si no lo haces así, no voy a decirte que llamas en vano; te diré, más bien, que no llamas y, en consecuencia, nada merecerás y nada recibirás, porque no llamas. «¿Cómo, dice, quieres que llame? Estoy rogando todos los días». Haces bien en rogar; haces muy bien, pues también esto se ha mandado: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. He aquí lo que se ha mandado: Pide, busca, llama. Pides orando, buscas llamando y llamas dando. No descanse, pues, la mano. 

3. Exhortando al pueblo a dar limosna, dijo el Apóstol: Os doy un consejo al respecto. Va en vuestro provecho el que no sólo lo hicisteis, sino que comenzasteis a quererlo ya desde el año anterior. También Daniel dijo al rey Nabucodonosor: Recibe mi consejo, ¡oh rey!, y redime tus pecados con limosnas. En consecuencia, si, cuando se nos manda o se nos exhorta a que demos algo de nuestros bienes a los necesitados, lo que recibimos es un consejo, no hemos de ensoberbecernos cuando damos. Si lo que recibiste es un consejo, el cumplirlo te reporta más utilidad a ti que a aquel a quien lo diste.

No nos enorgullezcamos a causa de nuestras obras ni nos deleitemos en nosotros mismos porque hacemos un favor a aquel a quien se lo hacemos. Quien quiere recibir un consejo, quiere recibir algo que le es provechoso a él, y quien da el consejo mira por el bien del otro. Y si mira por el bien del otro, resulta provechoso para aquel por cuyo bien mira. Cualquier pobre mendigo recibe algo de ti con humildad; pues, si no es decoroso que des tú con orgullo, con mucha mayor razón debe él recibir también sin orgullo; recibe algo de ti con acción de gracias. Tú, en cambio, has de saber y recordar no sólo qué das, sino también qué recibes. Si ese pobre tuviera la libertad para responderte, en el caso de que hubiera advertido que te enorgullecías sobre él, te diría: «¿Por qué te ensoberbeces? ¿De qué te enorgulleces? ¿De qué me has dado algo? ¿Qué es lo que me has dado? Pan.

Si ese pan lo pones en tu casa y lo descuidas, se pondrá mohoso, y, una vez mohoso, se pudrirá e irá a parar a la tierra; será tierra que vuelve a la tierra. Tú que alargaste tu mano para dar a la mía alargada para recibir, recuerda de dónde fue hecha tu mano y de dónde la mía. Con tierra has puesto tierra en la tierra. Además, ¿qué hago con tu pan? Lo como y calmo la molestia del hambre. Recibo un favor; no quiero ser ingrato. Tú, en cambio, piensa qué te ha advertido el mismo Señor y Salvador: Todo lo que entra por la boca va al vientre y se expele en la letrina. ¿Y qué te dijo, a su vez, el Apóstol? El manjar, para el vientre, y el vientre, para el manjar, pero Dios destruirá al uno y al otro. Así que, como dije, el pan es tierra que va de una tierra a otra tierra para sostener y reponer tierra. Piensas en lo que diste y no en lo que has de recibir. Mira bien, no sea que te otorgue más yo a ti recibiendo que tú a mí dando.

En efecto, si no hubiera quien recibiese de tus manos, no darías tierra para comprar cielo. Llamo a tu puerta y me oyes; ordenas que se me dé con qué saciar mi hambre y verme libre de la molestia que me causa. Has hecho bien. No me escuches cuando llame, si te atreves. Si tú no has de pedir, desprecia a quien te pida. Despréciame a mí, si nada pides a quien te hizo a ti y a mí. Mas, si vas a pedir eso que a mí me das, al oírme a mí te has concedido a ti el ser escuchado. Da gracias a quien te hizo comprar cosa tan valiosa con otra tan despreciable. Das lo que perece en el tiempo y recibes lo que permanece para siempre. Das aquello que, si no lo das, has de desprenderte de ello dentro de poco, y recibes lo que has de disfrutar por siempre.

Das con qué saciar el hambre de los hombres y recibes el ser compañero de los ángeles. Das para que momentáneamente no sienta hambre el hombre que no mucho después volverá a sentirla y recibes lo que te permitirá no sufrir nunca ni hambre ni sed. Viendo, pues, lo que das y lo que recibes, atrévete a no dar. Veamos quién sufre un daño mayor: yo, a quien tú no das tierra, o tú, que no llegarás a quien hizo el cielo y la tierra». Por tanto, si hemos recibido un consejo, obremos en interés propio y nadie diga que da al pobre, pues se da a sí mismo más que al pobre.

4. Si pensamos la verdad, hermanos míos, y juzgamos de acuerdo con las palabras de nuestro Señor —pues en caso contrario pereceremos—; si vivimos no a nuestro modo, sino según el consejo de Dios, entonces vivimos en verdad. Si, teniendo algo que dar a los pobres, no se lo damos, aquí tendremos que dejarlo, o tal vez lo dejaremos aún en vida. ¡Cuántos no han perdido de repente todos sus bienes que escondían con tanto afán! Ante un solo ataque del enemigo se perdieron todos los tesoros de los ricos. Nadie dijo al enemigo: «Lo guardo para mis hijos».

Ciertamente, veis que, si tienen algo de fe —pues hay que hablar de los cristianos que han padecido eso, sin necesidad de mencionar a quienes desconocen a Dios, dado que ellos perdieron en esta vida lo que más apreciaban, sin esperar otra: tinieblas fuera, tinieblas dentro; pobreza en su arca, mayor pobreza en su conciencia; de éstos, según dije, no hay que hablar, sino de aquellos en quienes se encuentra un algo de fe cristiana; por eso he hablado de un algo, no de una fe robusta y plena, puesto que, si fuese robusta y plena, no hubiesen menospreciado el consejo del Señor—, con toda certeza, amadísimos, cuando vean sus casas vacías, aunque tal vez ni siquiera se les permitió el ver el expolio de las mismas, cuando sean sacados cautivos de ellas, cuando al marchar ellos sean presas del fuego, cuando se vean sin nada, ¡cómo se arrepentirán de no haber hecho caso del consejo del Señor!

¿Qué dijo Jesucristo nuestro Señor a aquel rico que le pedía un consejo sobre cómo conseguir la vida eterna? ¿Qué le dijo? ¿Acaso: «Pierde lo que tienes»? Ciertamente podía habérselo dicho de esta manera: «Pierde los bienes temporales para conseguir los eternos». Mas no le dijo: «Pierde lo que tienes». El Señor vio que amaba sus bienes. No le dijo: «Piérdelos», sino: «Traspásalos a donde no puedas perderlos». ¿Amas tus tesoros? ¿Amas tus riquezas? ¿Amas tus campos? Todo lo que amas lo tienes en la tierra. Lo que amas lo tienes donde puedes perderlo o perderte. Te doy un consejo: «Traspásalo al cielo. Si lo tienes aquí, pierdes lo que tienes y perecerás tú junto con lo que pierdes; en cambio, si lo tienes allí, no lo has perdido, sino que lo seguirás adonde lo has enviado. Te doy un consejo: Dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo.

No te quedarás sin tesoro; al contrario, tendrás asegurado en el cielo lo que tienes en la tierra envuelto en preocupaciones. Traspásalos, pues. Te aconsejo que los conserves, no que los pierdas. Tendrás, dijo, un tesoro en el cielo, y ven y sígueme, y te conduciré hasta tu tesoro». No se trata de derrochar, sino de ganar. No se duerman los hombres; escuchen al menos, desde la experiencia, qué han de temer; ahórrense el temor y traspásenlos al cielo. ¿Qué decisión es esa de haber guardado el trigo en la tierra? Tu amigo, conocedor de la naturaleza del trigo y de la tierra, instruye tu ignorancia: —¿Qué es lo que has hecho? Has puesto el trigo sobre la tierra en los lugares más bajos; es un sitio húmedo, se pudrirá y perderás el fruto de tu trabajo. —¿Qué he de hacer, pues? —Traspásalo a lugares más altos. Escuchas el consejo de tu amigo sobre el trigo y desprecias a Dios, que te aconseja respecto a tu corazón.

Temes dejar tu trigo en la tierra y al mismo tiempo pierdes tu corazón poniéndolo en ella. He aquí que el Señor tu Dios, al darte el consejo respecto a tu tesoro, te lo da también respecto a tu corazón: Pues donde esté tu tesoro, dijo, allí estará también tu corazón. Eleva, dijo, tu corazón al cielo para que no se pudra en la tierra. Es el consejo de quien quiere que lo conserves, no que lo pierdas. Si es así, ¡cómo se arrepentirán quienes no lo hicieron! ¿Qué se dicen ahora? « ¡Si tuviéramos en el cielo lo que hemos perdido en la tierra! » El enemigo saqueó su casa. ¿Acaso puede invadir el cielo? Dio muerte al siervo que custodiaba el tesoro. ¿Acaso puede dar muerte al Señor, que lo guarda allí donde el ladrón no tiene acceso ni la polilla lo corrompe? ¡Cuántos son los que dicen: «Oh si los tuviéramos allí, si hubiésemos guardado nuestros tesoros allí adonde los seguiríamos tranquilos no mucho después.

¿Por qué no escuchamos a nuestro Señor? ¿Por qué despreciamos el aviso del padre, que nos ha llevado a experimentar la invasión del enemigo?! » Muchos son, pues, los que se arrepienten. Cierta persona —se cuenta como realmente sucedido—, un hombre no rico, pero, aun con sus escasos haberes, fecundo por la abundancia de su caridad, habiendo vendido un sólido en cien folles, ordenó que se repartiese a los pobres algo del precio del mismo. Así se hizo. Mas el enemigo antiguo, es decir, el diablo, logró que se arrepintiera de su buena acción y que se doliese con su murmuración del bien que había hecho obedeciendo. Entró el ladrón y se llevó todo aquello de lo que había dado un poco a los pobres. El diablo esperaba un grito blasfemo, pero halló uno de alabanza. Esperaba que se produjese la duda, y halló seguridad. El enemigo quería, es cierto, que se arrepintiera, y se arrepintió. Pero ved de qué. «¡Desdichado de mí, que no lo di todo! Lo que no di lo he perdido.

No lo coloqué allí donde no entra el ladrón». Por tanto, si esto es un consejo, no seamos perezosos en seguir tan buen consejo. Si hay que traspasar lo que tenemos, ha de hacerse al lugar donde no podamos perderlo. Los pobres a quienes se lo damos, ¿qué son sino nuestros portaequipajes, que nos ayudan a traspasarlo de la tierra al cielo? Lo entregas a tu portaequipajes y lleva al cielo lo que le das. «¿Cómo, dice, lo lleva al cielo? Estoy viendo que lo consume en comida». Así es precisamente como lo traslada, comiéndolo en vez de conservarlo.

¿O es que te has olvidado de las palabras del Señor? Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino. Tuve hambre, y me disteis de comer; y: Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeños, conmigo lo hicisteis. Si no despreciaste a quien mendigaba en tu presencia, mira a quién llegó lo que diste: Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. Lo que diste lo recibió Cristo; lo recibió quien te dio qué dar; lo recibió quien al final se te dará a sí mismo.

5. Algunas veces he traído también a la memoria de vuestra santidad un texto de la Escritura que a mí, debo confesarlo, me impresiona profundamente, y que todavía he de recordároslo con mayor frecuencia. Os ruego que reflexionéis sobre lo que dirá Jesucristo nuestro Señor cuando venga al fin del mundo a juzgar, reúna en su presencia a todos los pueblos y divida a los hombres en dos grupos, poniendo uno a su derecha y otro a su izquierda. A los de la derecha les dirá: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo; y a los de la izquierda, en cambio: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles.

Busca el motivo de tan gran recompensa o tan gran suplicio, a saber: Recibid el reino e Id al fuego eterno. ¿Por qué los primeros han de recibir el reino? Tuve hambre, y me disteis de comer. ¿Por qué han de ir los segundos al fuego eterno? Tuve hambre, y no me disteis de comer. ¿Qué significa esto? Decídmelo, os lo ruego. Respecto a los que han de recibir el reino, bien veo que le dieron al no despreciar, como buenos fieles cristianos, las palabras del Señor y al esperar con confianza sus promesas. Así lo hicieron, porque, de lo contrario, esa esterilidad no se hubiese ajustado a su vida santa. Quizá eran castos, quizá no defraudaban a nadie, no se emborrachaban y se abstenían de las malas obras. Pero, si no hubiesen añadido aquello, hubiesen permanecido estériles.

Hubiesen cumplido esto: Apártate del mal, pero no aquello otro: Y haz el bien. Con todo, ni siquiera a esos tales dice: «Venid, recibid el reino, pues habéis vivido castamente, no defraudasteis a nadie, no oprimisteis a ningún pobre, no invadisteis el terreno de nadie y a nadie engañasteis jurando en falso». No fue eso lo que dijo, sino: Recibid el reino. ¿Por qué? Porque tuve hambre, y me disteis de comer. ¡Cuán excelente ha de ser esta obra, si el Señor calló todas las demás y la mencionó sólo a ella! Y, a su vez, a los otros: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles. ¡Cuántas cosas no podrá echar en cara a los impíos cuando le pregunten: — ¿Por qué vamos al fuego eterno?!  —¿Por qué lo preguntas tú, adúltero, homicida, ladrón, sacrílego, blasfemo, incrédulo? Nada parecido les dirá, sino: «Porque tuve hambre, y no me disteis de comer».

Veo que también vosotros estáis impresionados y estupefactos. En verdad es algo que causa extrañeza. En cuanto me es posible, llego a percibir la razón de cosa tan extraña, y no voy a ocultárosla. Está escrito: Como el agua apaga el juego, así la limosna extingue los pecados. Y también: Introduce tu limosna en el corazón del pobre, y ella rogará por ti al Señor. E igualmente lo que recordé hace poco: Escucha mi consejo, ¡oh rey!, y redime tus pecados con la limosna. Hay muchos otros testimonios de la divina palabra que muestran el gran valor de la limosna para extinguir y borrar los pecados. Por eso, a aquellos a quienes condenará y antes a los que coronará sólo les tomará en cuenta las limosnas, como diciendo: «Si os examino, os pongo en la balanza y escruto minuciosamente vuestras obras, es difícil que no encuentre motivos de condenación; no obstante, id al reino, pues tuve hambre, y me disteis de comer. Pero no vais al reino porque carezcáis de pecado, sino porque lo habéis redimido con limosnas». Y, a su vez, a los otros: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles.

Pero ellos, en cuanto delincuentes y culpables, tardíamente temblorosos, ¿cómo osarán decir, a la vista de sus pecados, que su condenación es injusta, que la sentencia pronunciada contra ellos por juez tan justo es inmerecida? A la vista de sus conciencias y de las heridas por ellas sufridas, ¿cómo osarán decir que son condenados injustamente? De ellos había dicho ya la Sabiduría: Sus maldades se levantarán contra ellos. Sin duda, verán que la condenación les es de justicia por sus crímenes y delitos.

Y como si les dijera: «Vuestra condenación no se debe a lo que vosotros pensáis, sino a que tuve hambre, y no me disteis de comer, pues si, apartándoos de todas vuestras acciones y vueltos hacia mí, hubieseis redimido con limosnas todos aquellos crímenes y pecados, las mismas limosnas os liberarían ahora y os absolverían de la culpa de tantos delitos. En efecto: Dichosos los misericordiosos, porque a ellos se les otorgará misericordia; mas ahora id al fuego eterno, pues el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia.

6. Mi exhortación, hermanos míos, sería ésta: dad del pan terreno y llamad a las puertas del celeste. El Señor es ese pan. Yo soy, dijo, el pan de la vida. ¿Cómo te lo dará a ti, que no lo ofreces al necesitado? Ante ti se halla un necesitado, y tú te hallas como necesitado ante otro. Y estando como necesitado ante otro y otro como necesitado ante ti, éste está como necesitado ante otro necesitado, mientras que aquel ante quien estás tú no necesita de nadie. Haz tú lo que ha de hacerse contigo. Los amigos suelen echarse en cara, en cierto modo, sus mutuos favores: «Yo te di esto», dice uno; a lo que el otro le responde: «Y yo a ti aquello».

De idéntica manera, Dios quiere que le demos a él, puesto que también él nos ha dado a nosotros, él que no necesita de nadie. Por eso es, en verdad, el Señor: Yo dije al Señor: «Tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes». Aunque él es el Señor, el verdadero Señor, y no necesita de nuestros bienes, para que pudiéramos hacer algo en su favor se dignó sufrir hambre en sus pobres: Tuve hambre, dijo, y me disteis de comer. Señor, ¿cuándo te vimos hambriento? Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. Y a los otros también: Cuando no lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis.

Escuchen, pues, los hombres por un momento y reflexionen como se debe cuán grande merecimiento es haber alimentado a Cristo y cuan gran crimen el haberse desentendido de Cristo hambriento. La penitencia por sus pecados hace mejor al hombre; pero ni siquiera ella parece que servirá para nada si es estéril en cuanto a obras de misericordia. Así lo atestigua la verdad por medio de Juan, que decía a quienes se acercaban a él: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que ha de venir? Haced, por tanto, frutos dignos de la penitencia. Y no digáis: Tenemos por padre a Abrahán, pues yo os digo que Dios puede sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles. Así, pues, todo árbol que no dé fruto bueno será cortado y arrojado al fuego.

A este fruto se refería cuando dijo antes: Haced frutos dignos de la penitencia. Quien carezca de estos frutos, inútilmente piensa que su estéril penitencia le va a merecer el perdón de los pecados. De qué fruto se trate, lo indicó él mismo a continuación. Después de esas palabras, le preguntaba la muchedumbre, diciéndole: «¿Qué hemos de hacer, pues?», es decir, ¿cuáles son esos frutos que nos exhortas, con amenazas, a que hagamos? Al responderles les decía: «Quien tenga dos túnicas, dé a quien no tiene, y haga lo mismo quien posee alimentos».

¿Hay, hermanos míos, algo más evidente, más seguro y mejor expresado? Lo que dijo antes: Todo árbol que no dé fruto bueno será cortado y arrojado al fuego, ¿qué otra cosa indica sino lo que han de oír quienes estén a la izquierda: Id al fuego eterno, pues tuve hambre, y no me disteis de comer? En consecuencia, no te basta con alejarte del pecado si descuidas el curar los pasados, según está escrito: ¿Pecaste, hijo? No vuelvas a hacerlo. Más para que no se creyese seguro con ello añadió: Respecto a los pasados, pide que se te perdonen.

Pero ¿de qué sirve el pedirlo si no te haces digno de ser escuchado obrando los frutos dignos de la penitencia, para no ser cortado como árbol estéril y ser arrojado al fuego? Por tanto, si queréis ser escuchados cuando suplicáis que se os perdonen vuestros pecados, perdonad, y se os perdonará; dad, y se os dará. 

San Agustín, Ser 38, 3-11 

3. 5. Confiemos, pues, en Dios, hermanos. Este es el primer precepto, es decir, el inicio de nuestra religión y de nuestro caminar: tener el corazón anclado en la fe, y teniéndolo así, vivir santamente, abstenerse de todas las cosas que te puedan seducir y soportar los males temporales, y, cuando aquellas halagan y estos amenazan, mantener el corazón firme frente a lo uno y lo otro, para que ni lo primero te derrita ni lo segundo te quebrante. Teniendo, pues, continencia y aguante, una vez pasados los bienes temporales, cuando tampoco haya males que nos puedan sobrevenir, tendrás el bien pleno y carecerás de todo mal. ¿Qué se nos ha dicho en consecuencia en la lectura? Hijo, al acercarte a servir a Dios, mantente en justicia y temor y prepara tu alma para la prueba. Humilla tu corazón y aguanta: para que se acreciente tu vida en los últimos días tu vida.

Para que tu vida se acreciente no ahora, sino en los últimos días: para que tu vida se acreciente en los últimos días. ¿En qué medida pensamos que se acrecentará? Hasta hacerse eterna. Al presente, la vida humana, aunque se alargue y parezca que se alarga, en realidad decrece más bien que crece. Prestad atención y vedlo; reflexionad y ved que es así. Nació un hombre. Por ejemplo, Dios ha establecido que viva setenta años. Decimos que se le añade vida a medida que crece; pero ¿se trata de una suma o de una resta? Ved que de los setenta años ha vivido ya sesenta; le quedan diez. Ha disminuido lo que tenía prefijado, y cuanto más vive, menos le queda. De este modo, aquí, por el hecho de vivir, decrece la vida, no crece. Mantén lo que Dios te prometió, para que se acreciente tu vida en los últimos días.

4. 6. Aunque no se leyó, el texto continúa así: Cuanto te llegue, recíbelo; aguanta en el dolor y ten paciencia en tu humillación. Como en el fuego se prueban el oro y la plata, los hombres se convierten en agradables a Dios en el crisol de la tribulación. Te parece duro; te viniste abajo. ¿Acaso perdiste lo que nunca perece? Muchos sufren horrores por causa de un dinero perecedero, ¿y tú no quieres padecer por una vida imperecedera? De este modo rehúsas fatigarte para alcanzar las promesas de Dios, como si no te fatigaras al satisfacer tus malos apetitos.

¡Cuántas cosas no sufren los ladrones para llevar a cabo su maldad, cuántas los malvados para cometer sus delitos, los lujuriosos por su maldad, por su avaricia los negociantes que atraviesan los mares, confiando su cuerpo y su alma a los vientos y a las tempestades, abandonando todo lo suyo y lanzándose a lo desconocido! Si el juez decreta el destierro, es un castigo; lo ordena la avaricia, y es una alegría. ¿Qué cosa, por grande que sea, puede imponerte la sabiduría que no te la pueda imponer también la avaricia? Con todo, cuando te lo ordena la avaricia, lo haces. Y una vez hecho lo que ordena este vicio, ¿qué tendrás? Una casa repleta de oro y plata.

¿No has leído: Aunque el hombre camina como en sombra, se afana vanamente. Acumula tesoros, ¿y no sabe para quién? Entonces, ¿por qué cantaste y dijiste a Dios: Presta oídos a mis lágrimas? ¿Por qué tú no prestas oídos a las palabras de aquel que quieres advierta tus lágrimas? Si acusas a tu avaricia, te invitará a su sabiduría. Una vez que hayas recibido el yugo de la sabiduría, ¿te resultará una tarea fatigosa? Sin duda. Pero mira a su final, a su recompensa. ¿Acaso no sabes para quién acumulas, lo que acumulas mediante la sabiduría? Acumulas para ti. Despierta, mantente en vela, ten el corazón de una hormiga.

Estamos en verano; recoge lo que te sea de provecho para el invierno. Aprende, cuando todo te va bien, con qué tienes que sustentarte cuando te vaya mal. Te va todo bien: estás en el verano. No seas perezoso; recoge granos de la era del Señor -las palabras de Dios en la Iglesia de Dios- y guárdalos dentro de tu corazón. Sin duda ahora te va bien, pero llegará el tiempo en que te vaya mal. A todo hombre le llega la tribulación. Aunque posea todos los bienes terrenos, ciertamente cuando empiece a morir, pasa a la otra vida a través de la tribulación. ¿Quién hay que diga: «Me irá bien y no moriré»?

5. 7. Aunque, si amas la vida y temes la muerte, este mismo temor es un constante invierno. Y cuando más nos punza el temor de la muerte es cuando todo nos va bien. Cuando nos va mal no tememos morir; cuando nos va bien es cuando más tememos la muerte. Por eso, creo que para aquel rico a quien causaban gran satisfacción sus riquezas -pues tenía muchas y muchas posesiones-, el temor de la muerte le interpelaba continuamente y en medio de sus placeres se consumía. Pensaba, en efecto, que había de dejar todos aquellos bienes. Los había acumulado sin saber para quién; deseaba algo eterno. Se acerca al Señor y le dice: Maestro bueno: ¿qué tengo que hacer de bueno para conseguir la vida eterna?

 Me va bien, pero se me escapa lo que poseo; me va bien, pero pronto desaparecerá lo que poseo. Dime dónde puedo conseguir lo que dure para siempre; dime cómo puedo alcanzar lo que no pueda perder. Y el Señor le dijo: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. ¿Qué mandamientos? -preguntó-. Los escuchó. Respondió que los había guardado todos desde su juventud. Y el Señor, aconsejándole respecto de la vida eterna, le dijo: Una sola cosa te falta. Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que posees y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. No le dijo: «Déjalo que se pierda», sino: véndelo y ven y sígueme.

Él, que se gozaba en sus riquezas y por eso preguntaba al Señor qué tenía que hacer de bueno para conseguir la vida eterna, porque deseaba pasar de unos placeres a otros, y temía abandonar aquellos en que encontraba su gozo, se alejó triste, volviendo a sus tesoros terrenos. No quiso confiar en el Señor, que puede conservar en el cielo lo que ha de perecer en la tierra. No quiso ser verdadero amador de su tesoro. Poseyéndolo en forma inadecuada, lo perdió; amándolo con exceso, lo echó a perder. Pues si lo hubiese amado como debía, lo hubiese enviado al cielo, adonde le seguiría él después. El Señor le mostró una casa adonde llevarlo, no un lugar donde perderlo. A continuación dice: Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

6. 8. Pero los hombres quieren estar viendo sus riquezas. Suponte que las acumulan en la tierra, ¿no temen acaso que se las vean? Hacen hoyos, las cubren, las tapan. Y una vez que las han cubierto y tapado, ¿ven acaso lo que tienen? Ni siquiera el mismo rico las ve; desea que estén ocultas; teme que estén a la vista. Quiere ser rico en la opinión de los demás, no en la realidad. ¡Como si le bastase con saber que tiene lo que guarda en la tierra! ¡Oh, cuánta más y mejor conciencia tendrías de ellas, si las guardases en el cielo! Aquí, cuando lo entierras en la tierra, temes que lo sepa tu criado, las robe y huya; aquí temes que él te las arrebate. Allí no temes nada, porque te lo guarda bien tu Señor. «Pero tengo -dices- un criado fiel; aunque lo sepa, no lo descubre ni las toma».

Compáralo con tu Señor. Si es cierto que has hallado un criado fiel, ¿cuándo te ha engañado tu Señor? Aun en el caso de que tu siervo no sea tal que pueda apropiárselas, puede, sin embargo, perderlas: tu Señor, en cambio, no puede ni quitártelas, ni perderlas, ni permite que perezcan. Las guarda para ti; permanecen allí para ti; te hace libre y te hace imperecedero. Ni te pierde a ti ni lo que le has encomendado. «Ven -dice-, recupera lo que me entregaste». Falso; Dios no te dice eso. «Yo -te dice-, yo, que te prohibí prestar con usura, te he pagado intereses a ti.

Querías aumentar tus riquezas con la usura y con ese fin prestabas a un hombre: para que te devolviera más; un hombre que, en el momento de recibir, se alegraba, pero que, a la hora de devolverlo, lloraba. Era lo que pretendías, y yo te lo prohibía, pues dije: El que no prestó dinero con usura. Te prohibía la usura; ahora te ordeno la usura; préstame con interés». Esto te dice tu Señor: «¿Quieres dar poco y recibir mucho? Olvídate del hombre que llora cuando le exiges el interés. Hállame a mí, que gozo cuando tengo que devolver. Heme aquí: Dame, y recibe. En el momento debido te devolveré. ¿Qué te devolveré? Me diste poco, recibe mucho; me diste bienes terrenos, recibe bienes celestiales; me los diste temporales, recíbelos eternos; me diste de lo mío, recíbeme a mí mismo. Pues ¿qué me diste, sino lo que recibiste de mí?

¿No voy a devolver lo que me prestaste, yo, que te di con qué prestarme; yo que te di a ti mismo, que me prestas; yo, que te di a Cristo a quien prestar y quien te dijo: Cuando lo hiciste con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hiciste?» Mira a quien prestas; él alimenta y pasa hambre por ti; da y está necesitado. Cuando da, quieres recibir; cuando está necesitado, no quieres darle. Cristo está necesitado cuando lo está un pobre. Quien está dispuesto a dar a todos los suyos la vida eterna, se ha dignado recibir de manera temporal en cualquier pobre. 

7. 9. Te da también un consejo sobre el lugar adonde llevar tu tesoro; más aún, adonde debes llevarlo. Para no perderlo, llévalo de la tierra el cielo. Pues ¡cuántos no perdieron lo que guardaron ellos y, ni siquiera escarmentados de esa manera, aprendieron a ponerlo en el cielo! Si, por casualidad, alguien te dijera: «Traspasa tus riquezas de occidente a oriente si no quieres que perezcan», sudarías, te fatigarías, estarías angustiado, considerarías la multitud de cosas que posees y verías que, debido a su cantidad, no te sería fácil llevarlas tan lejos.

Quizá hasta llorarías al verte obligado a marchar sin haber encontrado el modo de llevar contigo lo que habías reunido. A lugares más lejanos te ordenó trasladar tus bienes quien no te dice: «Traspásalos de occidente a oriente», sino: «Traspásalos de la tierra al cielo». Te ves abrumado, te parece encontrarte en mayor aprieto y te dices a ti mismo: «Si no encontraba monturas y naves con las que trasladarlos de occidente a oriente, ¿cómo voy a encontrar escaleras para trasladarlos de la tierra al ciclo?» «No te fatigues -te dice Dios-; no te fatigues. El que te hizo rico, el que te otorgó el poder dar, hizo de los pobres tus portaequipajes. Si, por ejemplo, encontraras a un pobre de allende los mares o encontraras a algún ciudadano necesitado del lugar a donde quieres ir, te dirías a ti mismo: «Este es ciudadano del país a donde yo quiero ir; aquí está necesitado; le voy a dar algo, que él me devolverá allí». Mira, aquí está necesitado el pobre; es ciudadano del reino de los cielos; ¿por qué dudas en hacer el contrato de traspaso? Pues, si quienes lo hacen dan para recibir más, una vez que hayan llegado al lugar de procedencia del que recibió el dinero, hagámoslo también nosotros.

8. 10. Esto tiene lugar solamente si creemos, si despertamos nuestra fe. Nos turbamos inútilmente. ¿Por qué nos turbamos inútilmente? Porque, cuando Cristo dormía en la barca, casi naufragaron los discípulos. Dormía Cristo y se mostraban inquietos los discípulos. Arreciaban los vientos, las olas se encrespaban, la barca se hundía. ¿Por qué? Porque Jesús dormía. Del mismo modo tú, cuando arrecian en este mundo las tempestades de las tentaciones, se turba tu corazón como si fuese tu barca. ¿Por qué, sino porque duerme tu fe? ¿No dice el apóstol San Pablo que Cristo habita en nuestros corazones por la fe? Despierta, pues, a Cristo en tu corazón; esté vigilante tu fe, tranquilícese tu conciencia; entonces se salva tu barca. Advierte que es veraz quien prometió. Todavía no lo ha mostrado, porque aún no ha llegado el tiempo.

No obstante, ya ha manifestado muchas cosas. Prometió a su Cristo, y nos lo dio; prometió su resurrección, y la cumplió; prometió su evangelio, y lo poseemos; prometió que su Iglesia iba a difundirse por todo el orbe, y es una realidad; predijo tribulaciones y un cúmulo de calamidades, y las ha mostrado. ¿Es mucho lo que queda? Se va cumpliendo lo prometido, se va cumpliendo lo predicho ¿y dudas de que va a llegar lo que queda? Tendrías motivos para temerlo si no vieras cumplido lo predicho. Hay guerras, hambres, desastres. Un reino se levanta contra otro; hay terremotos, montones de calamidades, abundancia de escándalos, enfriamiento de la caridad, abundancia de maldad.

Lee todas estas cosas; han sido predichas; lee y cree que todo lo que estás viendo fue predicho, y cree que has de ver lo que aún no ha llegado, contando lo ya acontecido. Viendo que Dios muestra cumplido lo que predijo, ¿no crees que ha de dar lo que prometió? Debes creer justamente allí donde está el inicio de tu turbación.

11. Si el mundo se ha de acabar, hay que emigrar de este mundo; no hay que amarlo. El mundo está revuelto y, no obstante, se le ama. ¿Qué sucedería si estuviese tranquilo? ¿Cómo te unirías a él sí fuese hermoso, tú que así lo abrazas siendo feo? ¿Cómo recogerías sus flores, tú que no retiras tu mano ante las espinas? No quieres abandonar el mundo; el mundo te abandona a ti, y tú sigues tras él. Purifiquemos, pues, amadísimos, el corazón y no perdamos la capacidad de aguante; percibamos la sabiduría y mantengamos la continencia.

Pasa la fatiga; viene el descanso; pasan las delicias falsas, y llega el bien que deseó el alma fiel, ante el cual se enardece y por el cual suspira todo el que se siente peregrino en este mundo: la patria buena, la patria celeste, la patria que contemplan los ángeles, la patria en que no muere ningún ciudadano, a la que no es admitido ningún enemigo; la patria en que tendrás al Dios sempiterno como amigo y en la que no temerás ningún enemigo. 

“Quien ama a Dios no puede amar el dinero”  (San Agustín. In Jo. 40,10).

[1] Texto elaborado en Nov 20 de 2011 y revisado en Nov. 23 de 2014. Domingo 34 del T.O
[2] Cfr. BADIOLA SAENZ DE UGARTE, José Antonio. La espiritualidad del reino de Dios. Algunas perspectivas en el evangelio de Mateo. Pág. 21-26. En Reseña Bíblica No. 69/Primavera  2011. Verbo divino.

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