"Pregunta a la hermosura de la
tierra, pregunta a la hermosura del mar, pregunta a la hermosura del aire
dilatado y difuso, pregunta a la hermosura del cielo, pregunta al ritmo
ordenado de los astros; pregunta al sol, que ilumina el día con fulgor; pregunta
a la luna, que mitiga con su resplandor la oscuridad de la noche que sigue al
día (San Agustín, Homilía 241: 2 – 3).
Apocalipsis,
es revelación de algo o de alguien; es manifestación de algo o de alguien; es
un mensaje de esperanza a alguien o a una comunidad, es una palabra de
liberación a alguien o a una comunidad. Si lo precisamos de esta manera el
Apocalipsis no significa destrucción o fin, tampoco es frustración. Apocalipsis
es liberación, es cambio, es celebración litúrgica-conmemoración del acontecimiento
de fe en Jesús Resucitado, es un espacio para descubrir que Dios en el caminar
histórico de fe emerge de la desesperanza a la esperanza[1].
El género apocalíptico en el Viejo Testamento y en el
Nuevo Testamento no es referencia al fin del mundo como plantean algunas
interpretaciones descontextualizadas. El apocalipsis trata de plantear: 1) Un interrogante sobre el mal y el sentido éste en la historia. 2) Promesa de liberación y de
salvación. 3) Proclamación de la
justicia de Dios. 4) La revelación de
Jesús resucitado quien hace todas las cosas nuevas (Cfr. Ap 21.4.5). 5) Jesús incide en el curso y
desarrollo del bien en la historia.
El Apocalipsis del Nuevo Testamento como
acontecimiento celebrativo de la Muerte y Resurrección de Jesús que es el principio
de la fe como novedad en la comunidad , es decir, novedad de pascualizar la
vida en el aquí y en el ahora de la pascua eterna de Dios, es el peregrinar de
la esperanza hacia la comunidad resucitada de los discípulos resucitados que
experimentan la salvación en la nueva creación no como una realidad de muerte,
porque desde la fe en el Resucitado que da la vida, la muerte física es
transformación. El discípulo en la resurrección se transforma en Espíritu- En
memoria celebrativa- En la memoria de Dios- En la memoria que trasciende y
transforma el estado de la muerte a la vida pascual en el Espíritu del
Resucitado-. Esta es la fe en la nueva vida.
Esta realidad nueva nos lo revela la estructura
del lenguaje cifrado y simbólico que los cristianos leemos en el apocalipsis al
igual que en el acontecimiento escatológico (Éschaton) -vida más allá de la
muerte-: “lenguajes codificado que
recurre ampliamente al simbolismo de los números y los colores, a las
representaciones mitológicas y a las comparaciones históricas (…) La
apocalíptica propone una visión dualista y pesimista del mundo presente. Éste
es un lugar de combate entre las fuerzas del mal que dominan la humanidad, y
las fuerzas de Dios, que un día resultarán victoriosas”[2].
En
este caminar simbólico hacia la
pascua-vida eterna-, encontramos una luz de esperanza en la presencia eterna
con Dios. El fin no es en el ahora de la muerte, sino que se abre el horizonte
de la nueva creación, principio de nueva vida
en la resurrección:
“Después
el ángel me mostró el río de agua de la vida, transparente como el cristal, que
brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la ciudad, a uno y otro
lado del río, hay árboles de la vida, que dan fruto doce veces, una vez cada
mes, y sus hojas sirven de medicina para las naciones. No habrá ya maldición
alguna; el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, y sus servidores le
rendirán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá
noche. No necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque Dios mismo será su luz,
y reinarán por los siglos para siempre” (Ap. 22,1-5).
Esta esperanza en la novedad de la nueva
creación, crece cuando crecen las relaciones trascendentales con Dios, cuando
se es coherente con la realidad del reino donde prima el amor a Dios y al
prójimo, cuando aprendemos a amarnos los unos a los otros, este es el ideal del
amor primero, porque Dios nos amó primero y entregó a su Hijo para la salvación
(Cfr. Jn 3,17). Esta
vida dada por la acción del Espíritu en la resurrección es la etapa definitiva
de la primera creación (Cfr. Gn 1-2)
donde Dios había formado vida del caos y la oscuridad, modelando al hombre de
la arcilla-tierra- a su imagen y
semejanza como creatura y al insuflarle su espíritu por la nariz lo hace
criatura del Espíritu, pero esta primera creación fue interrumpida por el
pecado y la muerte (Cfr. Gn 1,1-24).
El poder de la muerte y del pecado
fue vencido en el hoy de salvación- el Kayrós de Dios- que irrumpe con la
resurrección de Cristo, rompiendo las cadenas de la muerte de la primera
creación. El resucitado ha dado luz de
vida en el barro hecho con saliva que fue untado en los ojos del ciego (Cfr. Jn
9,6-7) La nueva creación rompió la losa de la muerte, desató a Lázaro de la
esclavitud de la muerte y lo hizo andar (Cfr. Jn 11,44) Lo sacó del fondo de la
tierra, lo llamó: ¡Lázaro, sal fuera! (Jn
11,43).
Estar dispuestos a salir del fondo de la
tierra para mirar hacia el nuevo cielo y abrir camino en la nueva tierra, en el
hoy de Dios, camino de la salvación el “YA”, que es encuentro y empieza a
irrumpir en la comunidad del resucitado y su gestación en los creyentes que son
los destinatarios de la presencia del Espíritu del resucitado y en la espera de
este encuentro definitivo de la creación nueva que se desarrolla en el vientre
cálido de la comunidad eclesial es el “TODAVÍA NO” de los que buscan desde ya
la pascualización de sus vidas y aspiran a la vida eterna en la comunidad
celestial de los elegidos que han blanqueado su vida en la presencia de Cristo
- Son los llamados a vivir sin tribulación porque han vencido la muerte guiados
por el Cordero- (Cfr. Ap 7,1-17).
El acontecimiento central de esta esperanza
es la presencia personal de Dios en la tierra y también como anticipación de la
manifestación que se dará con la presencia del Espíritu Santo: “Cuando venga
el protector que les enviaré desde el Padre, por ser él el espíritu de verdad
que procede del padre, dará testimonio de mi” (Jn 15,26) Con la presencia
del Espíritu, Jesús manifiesta que Él
retornará para llevarnos con Él a la casa del Padre, allí nos preparará un
lugar y habitaremos con Él:
“No se turben; crean en Dios y crean en mí.
En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De no ser así, no les habría
dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de ir y prepararles un lugar,
volveré para tomarlos conmigo, porque donde yo esté, también ustedes. Para ir a
donde yo voy, ustedes ya conocen el camino” (Jn 14,1-4) Este camino es el
mismo Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino
por mi” (Jn 14,6).
Estos acontecimientos pascuales son
comprendidos por la comunidad de creyentes, no solo como cumplimientos de
promesas divinas, sino como acontecimientos futuros, es decir, anticipación y
garantía de la salvación cuando Dios sea todo en todos (Cfr 1Cor 15, 28) Esta
es la plenitud de los tiempos planteada por Pablo en Galatas 4,4, presencia de Jesús con el Padre, es encuentro
de la humanidad en el proyecto pedagógico de la resurrección- rescatados por la
Cruz- Para ser guiados por el Cordero a la vida eterna (Cfr. Jn 3,14; 8,28;
12,32).
Jesús Resucitado es la luz del mundo que por medio
del barro abre los ojos para la luz (Cfr. Jn 9,6) En la primera creación Dios
modeló al hombre con arcilla del suelo y le dio vida insuflando en sus narices
aliento de vida (Cfr. Gn 2,7) Dios en la primera creación hace pasar a los
hombres de un barro informe a la dinámica de vida -espíritu de vida- Dios le ha
dado su Espíritu. En la nueva creación Jesús con Barro da vida al romper la
ceguera da su luz a los que estaban en
la oscuridad. En la nueva creación todo el que es sacado de las tinieblas ve y
viendo cree en Él y en el que lo ha enviado y tiene vida (Cfr. Jn 1,9-13).
La
presencia de Jesús resucitado en la pedagogía de la nueva creación es la
esperanza hecha realidad del creyente en la vida Eterna: “Y la vida eterna consiste en que te conozcan a Ti, el Único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien tu enviaste” (Jn 17,3) Esta realidad
lleva consigo la aceptación de la Palabra, su novedad de vida en el Espíritu,
la fe en el Hijo, el amor y la obediencia al Padre (Cfr. Jn
14,7.9;16,3;17,25;1Jn 2,3-6.13-14; 3,1.6;4,7-8;5,20).
La
resurrección es obediencia, creación en memorial y glorificación (Cfr. Jn
9,46-54) ya que por medio de la Muerte irrumpe la pedagogía de la Resurrección
-nueva
creación- de la que debemos ser Testigos- Creyentes- porque hemos visto
y oído y palpado esta realidad: “Lo que
existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la
palabra de vida, lo anunciamos. En efecto, la vida se manifestó y nosotros, que
lo hemos visto, damos testimonio” (1Jn 1,1-2).
La
muerte ya no tiene dominio, es superada por la Resurrección de
Cristo-liberación definitiva de la esclavitud de la muerte: “Y Dios que resucitó al
Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder” (1Cor 6,14; Cfr. 2Cor
4,14) Porque de esta manera viviremos en el Señor sin la
muerte que nos corrompe:
“Así
también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará
incorrupción; se siembra deshonra, resucitará
gloria; se siembra debilidad, resucitará fortaleza; se siembra un cuerpo
animal, resucitará un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, también
hay un cuerpo espiritual” (1Cor 15,
42-44).
De esta manera, la transformación de nuestra vida se da al desatar las vendas de la muerte, quitar la piedra que nos separa de la vida mortal a la vida eterna-vida pascualizada, al pasar de almas vivientes a espíritus que viven en Jesús Resucitado:
“¡Miren!
Les revelo un misterio: No moriremos todos pero todos seremos transformados. En
un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final-pues sonará
la trompeta-, los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos
transformados. Porque es preciso que este ser corruptible se revista de
incorrupción y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este
ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de
inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: ´La muerte ha sido
absorbida por la victoria´ ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la
muerte es el pecado (…) ¡Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria
por nuestro Señor Jesucristo!” (1Cor 15,
51-57).
Pregunta a los
animales que se mueven en el agua, que habitan la tierra y vuelan en el aire: a
las almas ocultas, a los cuerpos manifiestos; a los seres visibles, que
necesitan quien los gobierne, y los invisibles, que lo gobiernan. Pregúntales.
Todos te responderán: «Contempla nuestra belleza.» Su hermosura es su
confesión. ¿Quién hizo estas cosas bellas, aunque mudables, sino la belleza
inmutable? (San Agustín, Homilía 241: 2 – 3).
[1]
Durante 4 años en la liturgia de la palabra dominical se ha reflexionado los
textos de los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan que corresponden a los
Ciclos A, B,C. Del años litúrgico. Ahora nos proponemos hacer un acercamiento a
la reflexión escatológica de cielos nuevos y tierra nueva, durante estos
domingos de adviento. Recordando que las reflexiones del evangelio de Marcos ya
se encuentran en este blog.
[2] Cuvilier, Elian. Los apocalipsis del Nuevo
Testamento, cuadernillos bíblicos Estella (Navarra 2002. Verbo divino. P. 7. 8.
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