lunes, octubre 20, 2014

REINO DE DIOS VIII: DÉMOSLE AL REINO DE DIOS LO QUE ES DEL REINO

Mt 22,15-22[1] 

Son muchas las cosas a las que aspira mi corazón, señor, dentro de  la penuria actual de mi vida, sacudida por las Palabras de tu Santa Escritura” (San Agustín. Conf.  L. XII,1,1).
Se han reflexionado cuatro  elementos evangélicos como pilares en la formación espiritual cristiana dentro de la escuela del discipulado[2], por medio de los cuales se asumen los compromisos evangélicos, es decir, nos colocamos el vestido de fiesta con el que entramos al banquete del Señor donde participan los cristianos-creyentes, seguidores de Cristo.
Desde esta perspectiva, hacemos nuestro el llamado del papa emérito Benedicto XVI, cuando nos convoca para que nos identifiquemos con Cristo anunciándolo por medio de la Palabra encarnada en la historia humana; “de modo que esta sea realmente el fundamento de la vida espiritual cristiana” (VD 72) Él nos insiste en  que se dé “una nueva etapa de mayor amor a las Sagradas Escrituras por parte de todos los miembros del Pueblo de Dios, de manera que, mediante su lectura orante y fiel a lo largo del tiempo, se profundice la relación con la persona misma de Jesús” (VD 72).
Conocer a Jesús, es el camino que se ha pretendido recorrer en las reflexiones dominicales: cuando se plantea que la centralidad de nuestra espiritualidad cristiana es el anuncio Kerygmático Pascual: Jesús Muerto y Resucitado. Este es el camino que nos ofrece Jesús en las parábolas sobre el reino donde manifiesta la realidad realizable del reinado de Dios (Cfr. Mt 13; 21,28-32; 33-45; 22,1-14). El reino de Dios es el banquete donde entran los que se 1) Visten de Fe en Jesús y su Reino; 2) Se visten de fraternidad- hermanos familias; 3) Se visten de misión;  se visten de solidaridad; y 4)  Se visten de liturgia-festividad, quien así va vestido al banquete no es rechazado por el Señor.
En las tres últimas parábolas que se ha reflexionado Jesús ha cuestionado la conducta de las autoridades religiosas judías y los invitaba a la conversión para entrar con el vestido de fiesta al banquete. No hacerlo, es un cuestionamiento para nosotros por la manera como nos relacionamos con Dios y con los hermanos, de esta manera, debe quedar claro que, bajo ninguna concepción piadosa o tradicionalista e idolátrica se puede oprimir la conciencia del pueblo en nombre de Dios.
Y no hay elementos para justificar que no creemos en Cristo. No debemos tomar la misma actitud de las autoridades religiosas judías que al sentirse desestabilizadas con las palabras de Jesús, toman posturas de rechazo y hacen series de cuestionamientos a cerca de la autoridad de Jesús.  Cuando buscamos otras alternativas de culto espiritualistas, colocamos trampas con argumentos sacados de contexto de supuestas tradiciones bíblicas o teológicas sin asidero e incoherentes tomadas de folleticos o libritos sobre la vida de los santos, de apariciones, de angelología, de auto-ayudas o pildoritas espirituales llenas de errores teológicos y bíblicos.
Con este texto se da un giro en el escenario de la confrontación, las autoridades religiosas judías maquinan series de trampas para poner en entredicho la autoridad de Jesús: 1) El pago del impuesto al emperador (Mt 22,15-22; Mc 12,13-17; Lc 20,20-26); 2) Acerca de la resurrección de los muertos (Mt 22,23-33; Mc 12,18-27; Lc 20,27-38); 3) El mandamiento más importante (Mt 22,34-49; Mc 12,28-34); 4) La pregunta acerca del origen del Hijo de David (Mt 22,41-46; Mc 12, 35-40; Lc 20,41-44).
Es por esto,  ha cambiado el escenario de confrontación en esta parábola (Mt 22,15; Cfr. Mc 12,13-17; Lc  20,20-26)  los fariseos, se han retirado y planean con otros grupos opositores la manera de hacer entrar en contradicción a Jesús con mañas, ahora ellos envían a sus discípulos junto con los partidarios de Herodes (Cfr. Mt 23,16) con dos propósitos:
1.      Tener la excusa perfecta para colocar a  Jesús en conflicto con las autoridades civiles judías, romanas y religiosas, de esta manera tener pretexto para justificar su actitud frente a la interpretación de la tradición bíblica conocida hasta entonces; de la misma manera justificarían los impuestos cobrado al pueblo para el templo (Cfr. Mt 17,24-27).
2.      Y con estas preguntas: ¿Está contra la ley pagar el impuesto al César? ¿Debemos pagarlo o no? (Mt 23,20) se colocaba en riesgo la tradición bíblica que prohibía la idolatría, porque para los judíos era impensable dar culto a otros dioses que no fuera el Dios de Israel (Ex 20, 1- 40,1-38; Cfr. Lv 25-27; Dt 4, 32-8.20; 5, 6-9; 6,5).

Sin embargo, Jesús no da una respuesta ni afirmativa ni negativa, Él les recomienda separar lo civil con lo religioso: “Devuelvan, pues, al César las cosas del César, y  a Dios lo que corresponde a Dios” (Mt 22, 21) La moneda llevaba la efigie del emperador, por lo tanto, le pertenece a él en  calidad de tributo. Pero el creyente cristiano ha de llevar la imagen de Dios impresa en su corazón: “Llevarán en su frente su nombre” (Ap 22,4) La criatura se debe a su creador: “Yo seré su Dios y el será mi hijo” (Ap 21,7).
Hoy nosotros manejamos en nuestra concepción muchos ídolos e imágenes que nos alejan de Dios (Rm 1,18-27) Por medio de la política, del consumo, de la moda, del espíritu de competencia desleal, del chantaje institucional, y muchas tradiciones que no nos permiten vivir a plenitud la vivencia de la fe en Jesucristo (Rm 1,17; cfr. Rm 3,21-22) Todos estos síntomas de idolatría humana reclaman culto, adoración, sacrificio, adhesión fanática e irracional. Creando leyes que alienan religiosa, social y moralmente, trayendo como consecuencias impuestos inmorales que ayudan a empobrecer más las conciencias de nuestros pueblos porque se ha perdido la dimensión racional que todo viene de Dios y a él pertenece (Cfr. Rm 13,1-7; Gal 5,18-25) 
Todo esto se podría cambiar si viviéramos en la escuela del discipulado la espiritualidad cristiana, que construye caminos  de compromisos coherentes con lo que pide Jesús, que nos invita a mantener nuestra conciencia libre y autónoma.  No podemos  acercarnos al Señor con actitud de hipócritas: “¡Hipócritas! ¿Por qué me ponen trampas” (Mt 22,18) Si no con actitud de creyentes.
Debemos obrar con la libertad de los hijos de Dios,  dando a Dios lo que es de Dios y a los dioses del mundo lo que les pertenece. Nuestra espiritualidad cristiana debe ser alimentada con la Palabra de Dios y no con formulitas o farándulas con tinte espiritual o imágenes multifacéticas de Jesucristo el Hijo de Dios y de la virgen María Madre y Maestra de la Iglesia que ejercen influencia sentimentalistas y dañinas al remplazar la Palabra de Dios: “La palabra de Dios es, por decirlo así, el baño que los purifica, el poder creador que los transforma en el ser de Dios. Y, puesto que Cristo mismo es la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14), es la verdad (Jn 14,6)” (VD 80).
A modo de conclusión: San Agustín Comentario al Sal 57,11-14
11. [v. 7]. Dios les rompió sus dientes en la boca. ¿La boca de quiénes? De aquellos cuya ira es como la de la serpiente, y como la de la víbora que tapa sus oídos para no percibir la voz del encantador, y del medicamento medicado por el experto. ¿Qué les ha hecho a éstos el Señor? Les rompió sus dientes en la boca. Así ha pasado; y esto sucedió al principio, y sucede ahora. Pero sería suficiente, hermanos míos, con decir: Dios les rompió sus dientes. ¿Por qué añade en la boca? No querían los fariseos oír la Ley, no querían oír de Cristo los preceptos de la verdad, eran semejantes a la serpiente y a la víbora. Se complacían en sus pecados pasados, y no querían dejar su vida presente, es decir, cambiar los gozos terrenos por los eternos.
Se tapaban un oído con la complacencia en el pasado, y el otro con el placer del presente: o sea, que no querían oír. Y si no, ¿de dónde procede aquella afirmación: Si le dejamos libre, vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación? Cierto que no querían perder aquel lugar: tenían su oído pegado a la tierra: por eso no quisieron oír aquellas palabras medicadas por el experto. Se decía de ellos que eran avaros y aficionados al dinero; toda su vida, incluyendo su vida pasada, la describió el Señor en el Evangelio. Quien lea con atención el Evangelio, encontrará por qué tenían tapados ambos oídos. Ponga atención vuestra Caridad: ¿Qué fue lo que hizo el Señor? Les rompió sus dientes en la boca. ¿Por qué dice en la boca?
Para que las palabras de su boca se volvieran contra ellos: les obligó a dictar con su propia boca la sentencia en su contra. Querían acusarlo por el tema del tributo al César. Pues bien, él no les contestó si era lícito o no pagar el tributo. Quería destrozarle los dientes con los que ellos estaban rabiosos por morderle; pero lo quiso hacer en su propia boca. Si hubiera dicho: Sí, páguese el tributo al César, le habrían acusado de humillar al pueblo judío, haciéndolo tributario. De hecho, por su pecado pagaban, humillados, el tributo, según había sido ya predicho en la Ley. Si nos manda pagar el tributo, dijeron, lo arrestamos por maldecir a nuestra nación. Pero si llega a decir: No paguéis, lo arrestamos por ponerse contra nosotros, que somos sumisos al César. Esta doble trampa le pusieron al Señor, como para hacerle caer en ella.
Pero ¿con quién se encontraron? Con quien sabía romper os dientes en su propia boca. Mostradme la moneda del tributo, les dijo. ¿Por qué me tentáis, hipócritas? ¿Estáis dudosos sobre el pago del tributo? ¿Queréis obrar con justicia? ¿Buscáis un consejo sobre la justicia? Si en verdad habláis de justicia, juzgad con rectitud, hijos de los hombres. Pero ahora habláis una cosa y juzgáis otra: sois unos hipócritas; ¿por qué me tentáis? Voy a romperos los dientes en vuestra propia boca: mostradme una moneda. Y se la presentaron.
Jesús no dijo: Es del César; sino que les pregunta: ¿De quién es?, para que sus dientes se pulverizaran en su propia boca. Preguntándoles él de quién era la imagen del denario y su inscripción, le dijeron que del César. Con esta respuesta les rompe los dientes en su propia boca. Ya habéis respondido, ya habéis roto vuestros dientes en vuestra propia boca. Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. El César busca su imagen, ¡devolvédsela! Dios busca la suya, ¡devolvédsela! Que el César no pierda su moneda por causa vuestra; que Dios no vaya a perder la suya que está en vosotros. Y ellos no encontraron qué responderle. Fueron enviados para acusarlo, y volvieron diciendo que nadie le pudo responder. ¿Por qué? Porque sus dientes estaban destrozados en su propia boca.
12. Algo parecido quieren también decir aquellas palabras: ¿Con qué poder haces estas cosas? —Yo también os voy a hacer una pregunta; respondedme. Y les preguntó sobre Juan: de dónde procedía el bautismo de Juan, si del cielo, o de los hombres. Cualquiera que fuese la respuesta, se volvería contra ellos. No quisieron responder: "De los hombres", temiendo ser lapidados por los que tenían a Juan como profeta; y decir: "Del cielo", peor todavía, pues sería reconocerlo a él mismo como el Mesías, puesto que Juan lo había predicado como el Mesías.
Acorralados por ambos lados, de una parte y de otra, ellos, que tramaban acusarle de un crimen, respondieron ser ignorantes: No lo sabemos. Preparaban una calumnia cuando le preguntaron: ¿Con qué poder haces estas cosas? De forma que si él respondía: Yo soy el Mesías, arremeterían contra él, tachándole de arrogante, soberbio y sacrílego. No quiso decir que era el Mesías, sino que les preguntó sobre Juan, que había dicho que él era el Mesías.
Ellos no se atrevieron a censurar a Juan, por temor a que el pueblo los matase; tampoco se atrevieron a decir que Juan había dicho la verdad, para que no se les replicase: entonces creedle. Enmudecieron, dijeron que no lo sabían; eran ya incapaces de morder. ¿Y por qué? Ya se os ocurre a vosotros por qué: sus dientes habían sido rotos en su propia boca.

13. El Señor desagradó al fariseo aquel que lo había invitado a comer, por habérsele acercado a sus pies la mujer pecadora; y lo criticó diciendo: Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer se le ha acercado a sus pies. ¡Eh, tú, que no eres profeta!, ¿de dónde sabes que él ignora quién es la mujer que se le ha acercado a sus pies? Sospechaba esto del Señor, porque sin perder su alegría interior, no Jesús observaba los ritos de purificación de los judíos, aquellos ritos que ellos cumplían exteriormente en su cuerpo.
Pero el Señor, que conocía los pecados de la mujer, también se enteraba de los pensamientos de su anfitrión, y le respondió lo que ya sabéis. Y, para no extenderme más, también en esta ocasión quiso romperle los dientes en su propia boca. Esta proposición le hizo: Había dos deudores del mismo acreedor: uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. Ninguno de ellos tenía con qué pagar; y les perdonó a ambos la deuda. ¿Quién de los dos le amará más?
Le pregunta para que responda, y su respuesta es para que sus dientes sean despedazados en su boca. Respondió confundido y quedó excluido; en cambio aquella mujer, que había entrado en casa ajena, aunque no se había acercado a un Dios ajeno, fue admitida y recibió misericordia. El Señor les rompió los dientes en su boca.

14. El Señor quebró las muelas de los leones. No sólo de las víboras. ¿Y qué decir de las víboras? Las víboras buscan insidiosamente inocular el veneno, esparcirlo e inyectarlo silbando. Las turbas claramente se ensañaron, y rugieron como leones. ¿Por qué se amotinaron las naciones, y los pueblos planearon cosas inútiles? Cuando ponían asechanzas al Señor, preguntándole: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? Eran víboras, eran serpientes; sus dientes fueron quebrados en sus bocas.
Después gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo!; aquí ya no se trata de la lengua de la víbora, sino del rugido del león. Pero también el Señor quebró las muelas de los leones. Quizá aquí no carece de sentido el no añadir "en su boca". Porque al ponerle trampas con capciosas preguntas, ellos mismos, en sus respuestas quedaban derrotados; en cambio, los otros que abiertamente se ensañaban, ¿podrían ser convencidos con preguntas?
Sin embargo les fueron quebradas sus muelas: el crucificado resucitó y ascendió al cielo; Cristo fue glorificado, y ahora es adorado por todas las naciones, es adorado por todos los reyes. Que se ensañen ahora los judíos, si pueden. No, no se ensañan. El Señor quebró las muelas de los leones.

 
Acerquémonos, acudamos a esta cena y saciémonos. Y quién viene a esta cena sino los mendigos, los enfermos, los cojos y ciegos? Deja que vengan los mendigos pues nos invita Aquél que se hizo pobre por amor nuestro (San Agustín. Serm. 112,8).


[1] Texto elaborado en octubre 16 de 2014. Dom. 29 del T.O y revisado el 19 de oct de 2014. Dom 29 del T.O.
[2] 1) Pedagogía de la Palabra; 2) Pedagogía de la fe; 3) Pedagogía de la oración; 4) Pedagogía del perdón-corrección fraterna-reconciliación-conversión; Cfr. Lc 6,27-28; Rm 6; 12,16-17; Fil 2,2-4; 1Tes 5,15; Sal 34,12-16.

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