Mt 22,1-14[1]
“El
que oye la palabra de Dios y luego la olvida, es como quien se traga lo que
acaba de oír. No se da cuenta de su sentido, porque la sepulta en el olvido. En
cambio, el que oye la palabra de Dios y luego la medita, es como quien rumia y
digiere lo que comió, como el que endulza el paladar del corazón en el sabor de
la doctrina de Dios” (San Agustín. Serm. 149,3ss).
Esta parábola
también forma parte del conjunto de parábolas sobre el reino de Dios en el
Evangelio de Mateo. Al igual que las dos anteriores: La de los dos hijos (Mt
21,28-32) La de los viñadores homicidas,
plantean el rechazo de las autoridades religiosas de Israel a la experiencia del
reino de Dios como alternativa salvación. Se coloca de nuevo en
evidencia la incredulidad y el desprecio de las autoridades religiosas judías
hacia la justicia de Dios y las barreras que colocan a las palabras del Hijo de
Dios, por seguir apegados a la ley.
Esta es la
tercera parábola de Jesús pronunciada en el templo frente a las autoridades
religiosas judías. En las que cuestiona
la actitud de ellos frente a la relación con Dios y sus hermanos más pobres,
los vulnerables por la aplicación estricta de la ley:
1.
La
de los dos hijos (Mt 21,28).
2.
La
de los viñadores malvados (Mt 21,33-46).
3.
La
del banquete del rey (Mt 22,1-14)
La parábola del
banquete del rey como mencionamos anteriormente, se sitúa en el grupo de las
once parábolas referidas al reinado de Dios en Mateo[2]
que comienzan con una frase técnica: “El reino de Dios se parece a”. Esta parábola está en el grupo de las tres pronunciadas por
Jesús en la controversia frente a las autoridades religiosas judías.
La parábola del
Banquete de Boda presenta dos
situaciones concretas: 1) El rechazo de
los invitados al banquete; 2) Y el
hombre que entró sin el vestido
apropiado el de fiesta:
1.
El rechazo de los invitados: Se plantea la
misma propuesta de las dos parábolas anteriores: La de los dos hijos (Mt 21,28)
La de los viñadores malvados (Mt 21,33-46): “El rechazo de las autoridades
religiosas judías a la oferta de la salvación”. La participación en el reino de Dios, es una
invitación para todos: “Arrancará en este
monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa que tapa a todas las naciones; y
aniquilará la muerte para siempre. El Señor enjugará las lágrimas de todos los
rostro y alejará de la tierra entera el oprobio de su pueblo” (Is 25, 7-8).
Por esta razón, Jesús
quiere que todos tengan una buena relación con Dios pero ellos no aceptaron
esta invitación y dieron muerte a los enviados por el Padre (Mt 22,5-6) Jesús
les exige coherencia e identificación con el proyecto del reino. Por esta razón, quien no se
identifique con este proyecto se excluye de la nueva comunidad del reino,
comunidad que asumirá la responsabilidad de la justicia de Dios haciendo su
voluntad a través del compromiso de fe, de la reflexión asidua de la palabra,
de la oración, del perdón-corrección fraterna-reconciliación-conversión.
2.
El que entró sin vestirse de fiesta: A simple vista
es contradictoria la pregunta del rey, si ha venido gente de los cruces del
camino. Pero quien no ha asumido la creencia en Jesús desde su Palabra no es
bienvenido a la fiesta del banquete, ya
que no es solidario con el sufrimiento de los pobres. Las exigencias del
seguimiento no depende de los arrebatos místicos de espiritualismos que
manejamos y manejan algunos grupos dentro de la Iglesia de Jesucristo.
Sino desde el
compromiso que se adquiere en la escuela del discipulado con propuestas
de fe
coherentes
con el Cristo de Dios, revestidos de Cristo (Gal 3,27-28) y protegidos con la
armadura de Dios (Ef 6,13-18) en la vivencia de la espiritualidad cristiana
(Cfr. 1P 3,8-12; 4, 7-11)
Caracterizada cuatro pilares: “1- PEDAGOGÍA DE LA
PALABRA; 2-
PEDAGOGÍA DE LA FE; 3- PEDAGOGÍA DE LA ORACIÓN; 4- PEDAGOGÍA DEL PERDÓN-CORRECCIÓN FRATERNA-
RECONCILIACIÓN-CONVERSIÓN[3]”.
Por esta razón
al igual que en las dos anteriores parábolas, el reino de Dios es alternativa
para los que vivían oprimidos por la aplicación del estricto cumplimiento que
fue remplazando las palabras del Señor.
El Señor manda a
salir a los cruces de los caminos para buscar a los desposeídos, como dice el
Papa Francisco, hay que salir a buscar a los pobres, es necesario abrir las
parroquias e ir al pueblo de Dios:
“Cuándo des
una comida o una cena, no llames a tus
amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea
que ellos te inviten a su vez y tengas ya recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a
los lisiados, a los cojos y a los ciegos. Así
serás dichoso, porque, al no poder corresponderte, serás recompensado en
la resurrección de los justos” (Lc
14,12-14; Cfr. Rm 11,5-13; Is
4,3; Ab 11,17).
A modo de
conclusión
San Agustín. Serm. 90,1-10: Parábola del banquete y vestido nupcial (Mt
22, 1—14)
1. Todos
los bautizados conocen cuál es la boda del hijo del rey y cuál el banquete que
ofrece. La mesa del Señor está dispuesta para todo el que quiera participar de
ella. A nadie se le prohíbe acercarse, pero lo importante es el modo de
hacerlo. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que son dos los banquetes del
Señor: uno al que vienen buenos y malos, y otro al que no tienen acceso los
malos. Ahora bien, el banquete del que hemos oído hablar en la lectura del
Evangelio contiene ciertamente buenos y malos. Todos los que se presentaron sus
excusas para no participar en él son malos, pero no todos los que entraron son
buenos. Por tanto, me dirijo a vosotros que, siendo buenos, os sentáis en este
banquete, cualesquiera que seáis los que prestáis atención a las palabras: Quien come y bebe indignamente, come y bebe
su condenación. Me dirijo a todos los que sois así para que no busquéis
buenos fuera del banquete y toleréis a los malos dentro.
2. No
dudo que Vuestra Caridad quiere oír a quiénes me refería al indicar que no
buscasen buenos fuera y que tolerasen a los malos dentro. Si dentro todos son
malos, ¿a quiénes he hablado? Si todos son buenos, ¿a quién he exhortado a
tolerar a los malos? Ante todo, pues, con la ayuda del Señor, y en la medida de
lo posible, hemos de resolver esta cuestión. Si examinas cabal y lúcidamente
qué es bueno, nadie es bueno sino el único Dios. Lo tienes claramente en estas
palabras del Señor: ¿Por qué me
preguntas acerca del bueno? Nadie es bueno, sino el único Dios. Si
solamente Dios es bueno, ¿cómo, entonces, en aquella boda había buenos y malos?
Ante todo debéis saber que desde cierto punto de vista todo somos malos.
Indiscutiblemente, desde cierto punto de vista somos malos todos; pero, desde
otro, no todos somos buenos.
En
efecto, ¿podemos nosotros compararnos a los apóstoles, a los que dijo el Señor:
Si, pues, vosotros, siendo malos,
sabéis dar dones buenos a vuestros hijos? Puestos a considerar las
Escrituras, entre los doce apóstoles sólo había uno malo, al que se refería el
Señor al decir: Y vosotros estáis
limpios, pero no todos. Si vosotros siendo malos: palabras referidas a
todos en conjunto. Lo oyó Pedro, lo oyó Juan, lo oyó Andrés y lo oyeron todos
los once apóstoles restantes. ¿Qué oyeron? Vosotros, siendo malos, sabéis dar dones buenos a vuestros hijos;
¿cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes
se las pidan?
Tras
oír que eran malos, perdieron la esperanza; después de oír que el Dios de los
cielos era su padre, recobraron el ánimo. Siendo malos —dijo—: ¿qué se debe, pues, a los malvados sino el
suplicio? ¡Cuánto más —dijo— vuestro Padre, que está en los cielos! ¿Qué
se debe a los hijos sino el premio? A la palabra malos va asociado el miedo al castigo; a la palabra hijos, la esperanza de ser herederos.
3. En
cierto sentido, pues, eran malos los mismos que desde otro sentido eran buenos.
A los que se dijo: siendo malos sabéis
dar dones buenos a vuestros hijos, se añadió enseguida: ¡Cuánto más vuestro Padre que está en los
cielos! Es padre de los malos, sí, pero de malos que no han de ser
abandonados, porque es el médico de quienes han de ser sanados. En cierto
sentido, pues, eran malos. Y, sin embargo, opino que los invitados del padre de
familia a la boda del rey no pertenecían al grupo de los de los que se dijo: Invitaron a buenos y malos; opino que
no hay que incluirlos en el número de los malos, de los que hemos oído que
fueron excluidos en la persona de aquel al que se encontró sin vestir el traje
de boda.
En
cierto sentido —repito— eran malos los que eran buenos; y en cierto sentido
eran buenos los malos. Escucha de la boca de Juan en qué sentido eran malos: Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos y la verdad no mora en nosotros. He aquí en
qué sentido eran malos: en cuanto que tenían pecado. ¿En qué sentido eran
buenos? Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda
maldad. Por tanto, si, conforme a la exposición que —supongo— me habéis
oído hacer de las santas Escrituras, decimos que los mismos hombres son en
cierto sentido buenos y en cierto sentido malos; si queremos entender las
palabras: invitaron a buenos y malos
según dicha interpretación, es
decir, que los mismos son buenos y malos; si queremos entenderlo de este modo,
no nos lo permite el que fue hallado sin el traje de boda y fue expulsado, no
con una expulsión cualquiera, que sólo le excluía del banquete, sino una que le
suponía el castigo eterno en las tinieblas.
4. Pero
—dirá alguno— ¿por qué hacer problema de un solo hombre? ¿Qué tiene de extraño,
qué de extraordinario el que entre los siervos del padre de familia se colase,
oculto entre la muchedumbre, uno sin el traje de boda? ¿Acaso esa única persona
justificaría el decir: Invitaron a
buenos y malos? Prestad atención y comprended, hermanos míos. Aquella
única persona representaba toda una categoría de personas, pues eran muchas.
Que algún oyente atento me responda y me diga: «No quiero que me cuentes tus
conjeturas; quiero que me demuestres que aquella única persona representaba a
muchas». Con la ayuda del Señor, lo probaré ciertamente y no necesitaré ir muy
lejos para hacerlo. Dios me ayudará con sus mismas palabras y se servirá de mí
para hacéroslo ver a vosotros. He aquí que entró el padre de familia para ver a los comensales.
Ved,
hermanos míos, que la tarea de los siervos consistió sólo en invitar y llevar a
buenos y malos. Ved que no se dice: «Observaron los siervos a los comensales y
encontraron allí a un hombre sin el traje de boda, y le dijeron». No es esto lo
que está escrito. Fue el padre de familia quien miró, quien encontró, quien
discernió, quien separó. Convenía no pasar por alto este detalle. Pero es otra
cosa la que me propuse probar: cómo aquella única persona representaba a
muchas. Entró, pues, el padre de familia a ver a los comensales,
y encontró a un hombre sin el traje de boda. Le dice: «Amigo, ¿cómo has entrado
aquí sin tener el traje de boda?». Pero él enmudeció. El que preguntaba
era tal que resultaba imposible fingir nada ante él. Él examinaba el traje que se
llevaba en el corazón, no sobre el cuerpo, pues, si se tratase del traje
exterior, tampoco hubiese pasado desapercibido a los siervos.
Dónde
hay que vestir el traje de boda, vedlo en estas palabras: Que tus sacerdotes se revistan de justicia. A propósito de
ese vestido dice el Apóstol: Si es que
nos encontramos vestidos, y no desnudos. Fue el Señor, pues, quien
descubrió al que se ocultaba a los siervos. Sometido a un interrogatorio,
calla; se le ata, se le arroja fuera; es condenado uno de los muchos. Señor, yo
había dicho que tú me exhortas a amonestar a todos. Considerad conmigo las
palabras que habéis oído y luego encontraréis y juzgaréis que aquella única
persona representaba a muchas. Ciertamente el Señor había interrogado a un solo
hombre; a uno solo había dicho: Amigo,
¿cómo has entrado aquí?
Uno
solo había enmudecido, y con referencia a uno solo se había dicho: Atadle manos y pies y arrojadlo a las
tinieblas exteriores; allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Por qué
esto? Porque son muchos los llamados;
pocos, en cambio, los elegidos. ¿Por qué ha de haber quien contradiga
esta afirmación de la verdad? Arrojadle
—dijo— a las tinieblas
exteriores. Ciertamente se refiere a aquel, único, a propósito del cual
dice el Señor: Porque muchos son los
llamados; pocos, en cambio, los elegidos. Son, pues, pocos los que no
son arrojados fuera. Sin duda era uno solo el que no tenía el traje de boda. Arrojadle fuera. ¿Por qué se le
arroja? Porque muchos son los
llamados; pocos, en cambio, los elegidos. Dejad a los pocos; arrojad a
los muchos. Ciertamente era uno solo. Este único no sólo eran muchos, sino que
hasta superaban en número a la muchedumbre de los buenos.
Pues
también los buenos son muchos pero, en comparación de los malos, son pocos. Es
mucho el trigo que ha nacido, pero compáralo con la paja y es poco el grano.
Los buenos, que en sí mismos son muchos, en comparación de los malos, son
pocos. ¿Cómo probamos que en sí mismos son muchos? Muchos vendrán de oriente y de occidente. ¿Adónde? Al banquete
al que entran buenos y malos. Refiriéndose a otro banquete, añadió: y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y
Jacob en el reino de los cielos. Este es el banquete al que no tendrán
acceso los malos. Recibamos dignamente el que tenemos ahora para llegar al otro.
Así,
pues, los mismos que son muchos son pocos. Muchos considerados en sí mismos,
pocos en comparación de los malos. ¿Qué dice, entonces, el Señor? Encontró a
uno solo y dice: «Arrojad fuera a muchos; queden dentro pocos». En efecto,
decir muchos son los llamados; pocos,
en cambio, los elegidos no es otra cosa que indicar claramente quiénes
son los que en este banquete se encuentran en condiciones de ser llevados al
otro banquete al que no tiene acceso ningún malo.
5. ¿De
qué se trata, pues? No quiero que ninguno de los que os acercáis a la mesa del
Señor aquí presente os encontréis entre los muchos que serán separados, sino en
compañía de los pocos que permanecerán. ¿Cómo os será posible? Recibid el traje
de boda. «Exponnos —dirás— cuál es el traje de boda». Sin duda, es el traje que
sólo poseen los buenos, los que quedarán en el banquete, los reservados para el
banquete al que ningún malo tiene acceso, los conducidos a él por la gracia del
Señor. Esos son los que tienen el traje de boda.
Busquemos,
pues, hermanos míos, quiénes entre los fieles tienen algo que no poseen los
malos; eso será el traje de boda. ¿Los sacramentos? Veis que son comunes a
buenos y a malos. ¿El bautismo? Es cierto que nadie llega a Dios sin el bautismo,
pero no todo el que tiene el bautismo llega a Dios. Por tanto, no me es posible
identificar el traje de boda con el bautismo, es decir, con el sacramento: es
un traje que veo que llevan buenos y malos. Tal vez lo es el altar o lo que se
recibe de él. Pero vemos que muchos lo comen, pero comen y beben su
condenación. ¿Qué cosa es, entonces? ¿El ayuno? También los malos ayunan.
¿Asistir con los demás a la Iglesia? También asisten los malos. Para concluir,
¿el hacer milagros? No sólo los hacen los buenos y los malos, sino que a veces
no los hacen los buenos.
Ved que
en el antiguo pueblo hacían milagros los magos del faraón y no los hacían los
israelitas. Entre éstos sólo Moisés y Aarón los hacían. Los demás no los
hacían, pero los veían, temían, creían. ¿Acaso eran mejores los magos del
faraón, que hacían milagros, que el pueblo de Israel que no podía hacerlos y,
con todo, como pueblo pertenecía a Dios? Ya dentro de la Iglesia, escucha al
Apóstol: ¿Acaso son todos profetas?
¿Acaso tienen todos el don de curaciones? ¿Hablan todos lenguas?
6. ¿Cuál
es, pues, el traje de boda? Este: El
objetivo del mandamiento —dice el Apóstol— es el amor que procede de un corazón puro, de una conciencia recta y de
una fe no fingida. Este es el traje de boda. No cualquier amor, pues con
frecuencia vemos que se aman hombres partícipes de una mala conciencia. Quienes
juntos cometen robos, juntos causan daños, juntos aman a los histriones, juntos
aclaman a los aurigas y cazadores del circo, en la mayor parte de los casos hay
amor entre ellos; pero no existe en ellos el amor que procede de un corazón puro, de una conciencia recta y de una
fe no fingida.
Tal
amor es el traje de boda. Aunque
hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, me he
hecho —dice— semejante a un
bronce que suena o a un címbalo que retiñe. Llegaron las lenguas solas y
se les dice: «¿Por qué habéis entrado aquí sin poseer el traje de boda? Aunque tuviera —dice— el don de profecía, y conociera todos los
misterios y toda ciencia; aunque tuviera fe hasta trasladar los montes, si no
tengo amor, nada soy. Considerad los milagros de hombres que, la mayor
parte de las veces, no tienen el traje de boda. Si tengo —dice— todas estas
cosas, pero no tengo a Cristo, nada soy. Nada
—dijo— soy.
Entonces,
¿no es nada la profecía? ¿No es nada el conocimiento de los misterios? No es
que estas cosas sean nada, sino que yo, aunque las tenga, si no tengo amor,
nada soy. ¡Cuántos son los bienes que nada aprovechan por faltar el único bien!
Si no tengo amor, aunque reparta limosnas a los pobres, aunque llegue por la
confesión del nombre de Cristo hasta la sangre, hasta el fuego —todo esto puede
hacerse también por amor a la gloria—, se trata siempre de cosas vanas.
Por
tanto, como es posible realizar cosas vanas por amor a la gloria y no por un
amor exuberante a la piedad, también las menciona. Óyelas: Aunque distribuya todo lo que poseo para uso
de los pobres y aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada
me aprovecha. Este es el traje de boda. Interrogaos a vosotros mismos;
si lo poseéis, os halláis seguros en el banquete del Señor. En un mismo hombre
hay dos amores: la caridad y el amor pasional.
Nazca
en ti la caridad, si aún no ha nacido; y si ya ha nacido, aliméntala, nútrela,
hazla crecer. En cambio, el amor pasional, aunque no puede extinguirse del todo
en esta vida —pues si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no mora en nosotros; en la
medida en que reside en nosotros ese amor pasional, en esa misma medida no
carecemos de pecado—... Crezca la caridad, disminuya el amor pasional. Para que
la caridad llegue alguna vez a su perfección, extíngase el otro amor. Vestíos
el traje de boda. Me dirijo a vosotros, los que todavía no lo tenéis. Ya estáis
dentro, ya tenéis acceso al banquete, pero aún no tenéis el traje debido en
honor del esposo. Todavía buscáis vuestros intereses, no los de Jesucristo.
En
efecto, el traje de boda se lleva en honor del enlace, es decir, del esposo y
de la esposa. Conocéis al esposo: es Cristo. Conocéis a la esposa: es la
Iglesia. Honrad a la novia; honrad al novio. Si honráis como es debido a los
que se casan, seréis sus hijos. Progresad, pues, también en esto. Amad al Señor
y en él aprended a amaros a vosotros, de modo que cuando, amando al Señor, os
améis a vosotros, tengáis la seguridad de que amáis al prójimo como a vosotros
mismos.
Cuando
encuentro a uno que no se ama a sí mismo, ¿cómo voy a permitirle que ame al
prójimo como a sí mismo? ¿Y quién hay —dirá alguien— que no se ame a sí mismo?
Helo aquí: El que ama la maldad, odia
su propia alma. ¿Acaso se ama quien ama su carne y odia su propia alma,
en perjuicio suyo, en perjuicio de su alma y de su carne? Por otra parte,
¿quién ama su alma? Quien ama a Dios con todo su corazón y con toda su mente. A
ese tal le confío el prójimo. Amad a los prójimos como a vosotros mismos.
7. ¿Quién
es —dirá alguien— mi prójimo? Todo hombre es tu prójimo. ¿Acaso no tuvimos
todos dos progenitores? Prójimos son entre sí los animales de cualquier
especie: la paloma de la paloma, el leopardo del leopardo, el áspid del áspid,
la oveja de la oveja; ¿no va a ser un hombre prójimo respecto de otro? Traed a
la memoria la creación de los seres. Habló Dios, y las aguas produjeron;
produjeron los animales que nadan, los grandes cetáceos, los peces, las aves y
otros semejantes. ¿Acaso todas las aves proceden de una única ave? ¿Proceden
acaso todos los buitres de uno solo? La misma pregunta puede hacerse respecto
de las palomas, las culebras, los dorados, las ovejas. Ciertamente la tierra
produjo todas estas especies al mismo tiempo. Se llegó al hombre, y la tierra
no produjo al hombre.
A
nosotros Dios nos hizo un único padre; ni siquiera dos: un padre y una madre. A
nosotros —repito— nos hizo Dios un único padre; ni siquiera dos: un padre y una
madre, sino que del único padre hizo una única madre. El único padre no
proviene de nadie, sino que fue hecho por Dios; la única madre proviene del
único padre.
Considerad
nuestra raza humana: todos hemos manado de una única fuente y, como ésta se
volvió amarga, todos nos hemos convertido de olivos en acebuches. Llegó también
la gracia. Uno sólo engendró para el pecado y la muerte, pero al único linaje,
por lo que todos son prójimos de él; no sólo semejantes, sino también
parientes. Vino uno contra uno; contra uno que dispersó, uno que recoge. De
igual manera, contra uno que da muerte, uno que da vida. Pues como en Adán todos mueren, así en Cristo
todos reciben la vida. Pero, del mismo modo que todo el que nace de
aquél muere, así todo el que cree en Jesucristo recibe la vida. Pero solamente
si tiene el traje de boda, si se le invita para que permanezca, no para que le
aparten.
8. Tened,
pues, caridad, hermanos míos. Os he explicado cuál es el traje de boda; os he
expuesto cuál es ese traje. Se alaba la fe; consta que es objeto de alabanza.
Pero ¿qué clase de fe? El apóstol distingue. En efecto, a algunos que se
gloriaban de su fe careciendo de buenas costumbres, les dice en tono de
reproche el apóstol Santiago: Tú crees
que hay un solo Dios, y haces bien. También los demonios creen y tiemblan.
Recordad conmigo por qué fue alabado Pedro, por qué se le declaró
bienaventurado. Porque dijo: Tú eres
Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Quien
lo proclamó bienaventurado no atendió al sonido de sus palabras, sino al afecto
de su corazón. ¿Queréis ver cómo la bienaventuranza de Pedro no radicaba en
aquellas palabras? Las mismas palabras las dijeron también los demonios: Sabemos quién eres; tú eres el Hijo de Dios.
Pedro confesó que Jesús era Hijo de Dios; que era Hijo de Dios lo confesaron
los demonios. Distingue, Señor, distingue. Distingo sin duda. Las palabras de
Pedro brotaron del amor; las de los demonios, del temor. Además, Pedro dice: Estoy contigo hasta la muerte; los
demonios: ¿Qué tenemos que ver
contigo? Por tanto, tú que has venido al banquete no te gloríes sólo de
tu fe. Discierne tu fe, y entonces se reconoce también en ti el traje de boda.
Haga la distinción el Apóstol, instrúyanos él: Ni la circuncisión —dice— ni
el prepucio valen algo, sino sólo la fe.
Di
cuál: ¿acaso no creen también los demonios, y tiemblan? La indico —dice—;
escucha, establezco la distinción, ahora la establezco: Sino sólo la fe que obra por la caridad. ¿Qué fe, pues? ¿Cuál? La que obra por la caridad. Aunque tenga
toda la ciencia —dice— y toda
la fe, de modo que traslade las montañas, si no tengo caridad, nada soy.
Poseed la fe junto con el amor, pues no podéis tener amor sin fe. Esta es mi
amonestación, esta mi exhortación; esto es lo que enseño a Vuestra Caridad en
el nombre del Señor: que vuestra fe vaya acompañada del amor, pues podéis tener
fe y carecer de amor. No os exhorto a que tengáis fe, sino a que tengáis amor.
En
efecto, no podéis tener amor sin fe; me refiero al amor a Dios y al prójimo.
¿Cómo puede existir éste sin la fe? ¿Cómo ama a Dios quien no cree en él? ¿Cómo
ama a Dios el necio que dice en su corazón: No existe Dios? Puede darse que creas que Cristo ha venido y que
no ames a Cristo. Pero no es posible que ames a Cristo y digas que no ha
venido.
9. Tened,
pues, fe acompañada de amor. Ese es el traje de boda. Amaos mutuamente quienes
amáis a Cristo; amad a los amigos, amad a los enemigos. No os resulte duro.
¿Cuál es vuestra pérdida allí donde la ganancia es grande? ¿Por qué suplicas a
Dios que te conceda como gran favor la muerte de tu enemigo? No es éste el
traje de boda. Dirige tu mirada al esposo mismo, que por ti pende de la cruz y
ruega al Padre por sus enemigos: Padre
—dice— perdónalos porque no
saben lo que hacen. Has visto al esposo pronunciar esas palabras,
contempla también al amigo del esposo, invitado y vestido con el traje de boda.
Fijaos
en el bendito Esteban; fijaos cómo increpa a los judíos hasta parecer cruel y
airado: Vosotros, gente de dura cerviz
e incircuncisos de corazón y oídos, vosotros resistís al Espíritu Santo. ¿A
cuál de los profetas no dieron muerte vuestros padres? Has escuchado
cómo se muestra cruel con su lengua. Todavía estás dispuesto a decir algo
contra alguien; y ¡ojalá lo digas contra quien ofende a Dios, no contra quien
te ofende a ti! Ofende a Dios y no se lo reprochas; te ofende a ti y gritas:
¿dónde está el traje de boda? Así, pues, acabáis de escuchar cómo se ensañaba
con los judíos Esteban; oíd ahora cómo los amaba. Ofendió a los que recriminaba
y ellos le lapidaron.
Y al
sentirse aplastado y machacado por las manos de unos enfurecidos y los golpes
de las piedras que le llegaban de todas partes, dijo en primer lugar: Señor Jesús, recibe mi espíritu.
Luego, después de haber orado de pie por sí mismo, lo hizo de rodillas por
quienes le lapidaban, con estas palabras: Señor, no les imputes este delito; yo moriré en carne, pero ¡que
no mueran ellos en el corazón! Y, dicho esto, se durmió.
Después
de esas palabras, nada añadió. Las dijo y partió. Su última oración fue por los
enemigos. Aprended a llevar el traje de boda. Haz también tú así; dobla tus
rodillas, abaja tu frente a tierra y, al acercarte a la mesa del Señor, al
banquete de las Sagradas Escrituras, no digas: «¡Ojalá muera mi enemigo! Señor,
si algo he merecido ante ti, da muerte a mi enemigo». Si esto dices, ¿no tienes
miedo que te responda: «Si quisiera dar muerte a tu enemigo, ya te la hubiera
dado antes a ti? ¿Acaso te envaneces porque has venido ahora invitado? Piensa:
poco antes, ¿qué fuiste? ¿No blasfemaste contra mí? ¿No te burlaste de mí? ¿No
quisiste borrar mi nombre de la tierra? A pesar de todo, celebras el haber
venido como invitado.
Si te
hubiera dado muerte cuando eras enemigo, ¿a quién hubiese convertido en amigo?
¿Por qué en tu malvada oración me invitas a que haga lo que no hice contigo?
Más aún, te voy a enseñar —dice el Señor— a imitarme. Colgado del madero dije: Perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Esto he enseñado a mi soldado. Aprende de mí a luchar contra el diablo. No hay
otro modo de que salgas invicto de la lucha si no oras por tus enemigos. Dilo
abiertamente, di también esto, dilo para perseguir a tu enemigo; pero dilo
sabiendo lo que dices; discierne lo que dices. Mira que tu enemigo es un
hombre; dime qué es lo que en él suscita la enemistad hacia ti. ¿Acaso el hecho
de ser hombre? No, sin duda. ¿Entonces, qué? El ser malo.
El
hecho de ser hombre, obra mía ésta, no suscita la enemistad. Dios te dice: «Yo
no hice malo al hombre; malo se hizo él por su desobediencia, al obedecer al
diablo antes que a Dios». Lo que él hizo es lo que suscita la enemistad hacia
ti; es tu enemigo por ser malo, no por ser hombre. Escucho "hombre" y
"malo"; la primera designación corresponde a la naturaleza; la
segunda, a la culpa. Sano la culpa y mantengo la naturaleza.
Esto te
dice tu Dios: «Mira que te hago justicia: doy muerte a tu enemigo; quito de él
el hecho de ser malo y mantengo su ser hombre; ¿acaso no he dado muerte a tu
enemigo y le he hecho amigo tuyo, al convertir a aquel hombre en bueno»? Que tu
súplica sea ésta: no que perezcan los hombres, sino que desaparezcan las
enemistades. Si, por el contrario, pides que muera el hombre, se da el caso de
un malo que ora contra otro malo, y cuando pides: «Da muerte a ese malvado», te
responderá: «¿A quién de vosotros?»
10.
Extended vuestro amor, pero no [solo] hasta vuestros cónyuges e hijos. Este
amor se halla también en las bestias y en los pájaros. Conocéis bien cómo esos
pájaros y golondrinas aman a su pareja: incuban juntos los huevos, juntos
nutren sus polluelos por una cierta y gratificante bondad natural, sin pensar
en ninguna recompensa. En efecto, ningún pájaro dice: «Alimentaré a mis hijos
para que, cuando llegue a viejo, me alimenten». Nada de esto piensa: su amor es
gratuito, gratuitamente alimenta; manifiesta su afecto paterno, no busca
recompensa. También nosotros; lo sé, me consta que así amáis a vuestros hijos. No son los hijos los que deben acumular
bienes para los padres, sino los padres para los hijos.De este argumento
os valéis para fomentar vuestra avaricia: adquirís para vuestros hijos, para
ellos lo reserváis.
Pero
extended vuestro amor, crezca ese amor: amar a los hijos y al cónyuge no es
todavía el traje de boda. Tened fe en Dios. Antes amadle. Extended vuestro amor
hasta Dios, y a cuantos podáis, arrastradlos hacia Dios. ¿Es un enemigo?
Arrástralo hacia Dios. ¿Es un hijo, la esposa, un siervo? Arrástralo hacia
Dios. ¿Es un forastero? Arrástralo hacia Dios. ¿Es un enemigo? Arrástralo hacia
Dios. Arrástralo, arrástralo hacia Dios; si lo arrastras, dejará de ser tu
enemigo.
Progrese
y nútrase la caridad, de tal modo que, nutriéndose, se perfeccione; vístase de
igual manera el traje de boda; de este modo también, progresando, reescúlpase
la imagen de Dios según la cual hemos sido creados. Pues por el pecado se había
oscurecido, se había deteriorado. ¿Cómo se oscureció? ¿Cómo se deterioró?
Rozando la tierra. ¿Qué es ese rozar la tierra? Desgastarse por los afanes
terrenos. En efecto, aunque el hombre
camine en imagen, en vano se inquieta. En la imagen de Dios se busca la
verdad, no la vanidad.
Reesculpamos
mediante el amor a la verdad la imagen según la cual fuimos creados, y
devolvamos a nuestro César su propia imagen. Esto habéis escuchado en la
respuesta del Señor a los judíos que le tentaban: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo, es
decir, la imagen y su inscripción. Mostradme lo que tributáis, lo que
preparáis, lo que se os exige; enseñádmelo. Le presentaron un denario, y
preguntó de quién era la imagen y la inscripción. Le respondieron: Del César.
También
este César busca su imagen. El César no quiere que perezca lo que él ordenó y
Dios no quiere que perezca lo que él hizo. El César, hermanos míos, no fabricó
la moneda, la fabrican los que la acuñan; se ordena a los artesanos que la
fabriquen; la mandó fabricar a sus funcionarios. La imagen estaba grabada en la
moneda; en la moneda se halla la imagen del César. Con todo, se busca lo que
otros imprimieron: uno atesora monedas, otro no quiere quedarse sin ellas.
Moneda de Cristo es el hombre. En él está la imagen de Cristo, en él el nombre
de Cristo, el don de Cristo y los deberes impuestos por Cristo.
A modo de
conclusión 2:
La consecuencia del “si” o del “no”
Ya desde el comienzo de su
predicación, en su mensaje sobre el Reino de los cielos, y de manera particular
en las bienaventuranzas (ver 5,3-10), vemos que Jesús nos revela cómo es que se
comportará Dios con nosotros: nos ha destinado a la comunión de vida eterna y
feliz con él. Por lo tanto, rechazar la invitación al banquete es rechazar la
vida en comunión con Él. Esto lo vemos más claro si nos apoyamos en las
parábolas del tesoro y de la perla. Como esas parábolas, el tesoro es
descubierto, también la perla (ver 13,44-46), pero aquí resulta que quienes son
interpelados prefieren hacer otra cosa, se sienten incomodados porque les quita
tiempo para otras cosas que consideran más importantes, como ir al campo o al
comercio, e incluso se ofenden (ver 22,5-6).
Como puede verse, ellos no
quieren ser fastidiados en los ámbitos y en los proyectos en los que se mueven:
su rutina de vida como campesinos (ir al campo) o como citadinos (ir al
negocio). Para el ofrecimiento de la comunión con Dios es algo sin valor e inconveniente.
Ya en otra ocasión, Jesús había hablado de aquellos a quienes se les había
destinado en primer lugar el Reino de los cielos, pero lo pierden. Entonces
vienen otros: “Yo os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se
pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos”
(8,11). Pero en esta parábola la imagen se desarrolla todavía más: a pesar de
que sean “muchos” los que vengan (y también lo que rechacen), la sala no se
quedará vacía. Los servidores del rey son enviados a llamar gente de todas
partes. Esta es una alusión a la misión cristiana a los pueblos paganos.
El vestido nupcial: el llamado es gracia pero hay
que hacerse digno de él
El dicho final
La expresión “muchos
son llamados, mas pocos escogidos” (22,14), no pretende darnos datos
estadísticos sobre el número de los que entran en el cielo. Tampoco nos debe
desilusionar ni llevar a la resignación cuando vemos que hay poca gente en una
comunidad. Esta frase es una advertencia para que nos despertemos, nos
desacomodemos, para que apuntemos hacia la meta empleando todas nuestras
mejores energías para corresponder a la llamada de Dios[4].
“Tu vida es un
instante de tiempo ante Dios” (San Agustín. Serm 35,13)

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