domingo, septiembre 07, 2014

"SI TU HERMANO TE HACE ALGO MALO, HABLA CON ÉL A SOLAS Y HAZLE RECONOCER SU FALTA"


Mt 18,15-20[1]
 
Corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda.  Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el precepto: "si tu hermano pecare contra ti, repréndelo estando a solas con él" ¿Por qué lo corriges? ¿Porque te apena haber sido ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras excelentemente. Las mismas palabras enseñan el amor que debe moverte, si el tuyo o el suyo: "si te oyere -dice- habrás ganado a tu hermano" Luego has de obrar para ganarle a él” (San Agustín. Serm. 82, 4). 

En el centro de la espiritualidad cristiana está la confesión de fe de la comunidad (Cfr. Mt 16,13-20) esta confesión de fe conduce al interior de la comunidad a recrear todo en función de la fe y de la confesión de amor de la comunidad en Jesucristo y en los hermanos (Cfr. Jn 21,15-17) que es recreado en el mandato principal: 

“Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás al prójimo como a ti mismo. No hay preceptos mayores que estos” (Mc 12, 28-31; Mt 22,34-40; Lc 10,25-28).

Esto fue entendido y practicado en las comunidades cristianas de los primeros siglos que en su caminar fueron desarrollando la pedagogía de la fe en la pedagogía de la profesión de amor:

“No tengan deuda con nadie sino es la del amor mutuo. Pues el que ama al prójimo tiene cumplida la ley. De hecho el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro precepto, se resume en este: “Amarás al prójimo como a ti mismo. Quien ama no hace mal al prójimo, por eso el amor es el cumplimiento cabal de la ley” (Rm 13,8-10).

Por esta razón, el desarrollo de la escuela del discipulado se ha ido constituyendo desde la realidad de la pedagogía de la fe y de la del amor. Por medio de estas grandes pedagogías se sostiene la estructura formativa de la comunidad, porque son la base de la espiritualidad cristiana (Cfr. Mc 8,34; 10,30.38-39; 16,36; Mt 14,33; 16,16.24; Lc 9,23; Rm 6; 1P 3,8-12; 4,8-11).  

Esta espiritualidad se concretiza con cuatro pilares pedagógicos en la formación de la fe y del amor: 
1.      PEDAGOGÍA DE LA PALABRA: _“Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,32).
2.      PEDAGOGÍA DE LA FE: ­_“¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!”..._ “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente” (Mt 14,33; 16,16).
3.      PEDAGOGÍA DE LA ORACIÓN:   “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo dará” (Mt 18,19; Cfr. Mt 7,7;Mc 11,24; Jn 14,13-14; 16,23; 1Jn 3,22)  _ “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mt 16,24 Cfr. Mt 6,5-15; Lc 3,2.22; 11,1-4; 22,41-42.43; 23,34.46).
4.      PEDAGOGÍA DEL PERDÓN- CORRECCIÓN FRATERNA: _ “Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si me hace algo malo? ¿Hasta siete? Jesús le contestó: _No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22; Cfr Mt 18,15-20; Lc 17, 3-4)[2].
Las tres primeras las hemos ido desarrollando en las reflexiones anteriores y la cuarta se sitúa como soporte de las tres anteriores en la formación de la espiritualidad cristiana: La pedagogía del perdón–corrección fraterna, es clave en este proceso de seguimiento porque parte de la viabilidad del cumplimiento del mandamiento principal (Mt 22,34-40; Cfr. Mc 12,28-34; Rm 13, 8-10) que se vive en unidad con Cristo (Cfr. Mt 18,20) Esta relacionalidad se concretiza en el amor al prójimo (Mc 12,28-33; Cfr. Mt 5,43; 22,37-40; Lc 10,27; Gal 5,14; St 2,8; Dt 6,4-6; 10,18-19; Lv 19,18). 

Al referirnos a esta pedagogía del Perdón-Corrección fraterna-Reconciliación crucial en la espiritualidad cristiana, encontramos el siguiente comentario de Bojorge que plantea:

“En la enseñanza de Jesús corrección, perdón y reconciliación son algo más que hechos morales. Son hechos religiosos y pertenecen al ejercicio de las virtudes teologales y al ejercicio de la virtud de la religión. Su meta no es la perfección moral del individuo sino la preservación del amor. En la vida y enseñanza de Jesús y sus discípulos, la corrección fraterna está al servicio de la salvaguarda de las relaciones de amistad entre las personas del Nosotros divino-humano en el que consiste la comunión entre el Padre y entre Él y sus hermanos. 
La fractura de esta amistad y comunión puede venir de la ruptura o debilitamiento de cualquiera de los vínculos por ofensa entre las personas. Jesús expone tres casos de los que se deduce un cuarto: 1) Que mi hermano ofenda a Dios [relación filial-paterna]: en ese caso corresponde corregir. 2) Que mi hermano me ofenda a mí [relación interfraterna]: aquí lo que corresponde es perdonar, pues Dios se hace cargo de mí y de mi causa. 3) Que yo ofenda a mi hermano y él esté teniendo algo contra mí: en este caso lo que debo hacer es pedir perdón, reconciliarme, tomando la iniciativa de ir hacia el hermano ofendido, porque Dios se hace cargo de mi hermano y de su causa. 4) Que la ofensa al hermano encierra una ofensa a Dios, o que la lesión de cualquier relación dentro del nosotros, las lesiona a todas, de modo que el que hiere un miembro los toca a todos, de manera especial a la cabeza del Nosotros”[3].

Desde este horizonte, la pedagogía del perdón-corrección fraterna, exige conversión en el desarrollo de la espiritualidad cristiana. Esta conversión es volver la mirada contemplativa a Dios, esta es la mirada crítica y autocrítica del auténtico seguidor de Jesús. Desde este horizonte la conversión es un modo de ser, es dejar de ser hijos del sistema pecaminoso, para ser hijos de Dios: “Amar las cosas externas es ‘alienarse’(vivir de lo ajeno) (San Agustín. De trin.11,5,9).
Este será nuestro itinerario o nuestro quehacer diario: convertido de una vez y nunca convertidos del todo, para Agustín la meta siempre está en el horizonte esperanzador y el hombre jamás debe rendirse en su búsqueda: “Por muy lejos que hayas llegado la meta siempre está más allá” (San Agustín. In Ps 38,14).
La conversión en la escuela del discipulado, tiene la novedad-propuesta del perdón-corrección fraterna y la reconciliación. Es a la vez éxodo y contemplación: “Dentro del corazón soy lo que soy” (San Agustín. Conf. 10,3) Es decir, es apertura fundamental al proyecto de Dios, que tiene su concreción en esta espiritualidad cristiana, como signo del Reino de Dios.
La conversión como signo de perdón-corrección fraterna es el encuentro del hombre comunitario con el Dios que reconcilia. Optamos por el perdón-corrección fraterna y reconciliación, proyectos que nos constituye en hombre a la manera de Dios; optamos por Él haciendo ruptura con lo que deshumaniza. Optamos por Él como encuentro que humaniza, uniéndonos a Cristo: “Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).
A modo de conclusión: San Agustín Serm. 82
La corrección fraterna (Mt 18, 15—18)
Nuestro Señor nos exhorta a no desentendernos recíprocamente de nuestros pecados; a no buscar qué podemos reprochar, sino a ver qué podemos corregir. Efectivamente, dijo que solamente quien no tiene una viga en su ojo lo tiene capacitado para quitar la paja del de su hermano. Qué sea esto lo voy a indicar brevemente a Vuestra Caridad. La paja en el ojo es la ira; la viga, el odio. Por tanto, cuando alguien dominado por el odio corrige a otro que está airado, quiere quitar la paja del ojo de su hermano, pero se lo impide la viga que lleva en el suyo. La paja es el comienzo de la viga, pues, al formarse la viga, antes es una paja. Regando la paja, haces que se convierta en viga: nutriendo la ira con malas sospechas, haces que se convierta en odio.
Grande es la diferencia entre el pecado del que se aíra y la crueldad del que odia. De hecho, nos airamos hasta con nuestros hijos, pero ¿dónde se encuentra uno que odie a los suyos? Hasta en las mismas bestias, a veces, una vaca, airada por cierta molestia que le causa su ternerillo al mamar, lo aparta de sí, pero lo envuelve en sus entrañas de madre. Da la impresión de que le molesta tenerlo a su lado cuando lo aparta; pero, si le falta, lo busca. Ni siquiera nosotros castigamos a nuestros hijos si no es airándonos en cierta medida y enfadándonos; pero no los castigaríamos si no los amáramos. No todo el que se aíra odia; hasta tal punto es cierto, que, a veces, el no airarse con una persona, aparece más bien como prueba de odio hacia ella.
Suponte, en efecto, que un niño quiere jugar en el agua de un río, en cuya corriente puede perecer; si tú lo ves y lo toleras pacientemente, lo estás odiando; tu paciencia significa para él la muerte. ¡Cuán preferible sería que te airases y lo corrigieses antes de permitir que perezca por no enfadarte con él! Luego, ante todo, hay que evitar el odio: hay que de arrojar la viga del ojo. Una cosa es que uno, airado, se exceda en alguna palabra, que borra después con el arrepentimiento, y otra el mantener insidias guardadas en el corazón. Por último, cosa muy distinta son estas palabras de la Escritura: Mi ojo está turbio a causa de la ira. De lo otro, en cambio, ¿qué se ha dicho? Quien odia a su hermano es un homicida. Grande es la diferencia entre el ojo turbio y el apagado. La paja enturbia; la viga apaga.
Persuadámonos, pues, en primer lugar de esa diferencia para que podamos realizar bien y cumplir lo que se nos ha aconsejado hoy: evitar ante todo el odio. Pues sólo entonces, cuando en tu ojo no hay viga alguna, ves con claridad cualquier cosa que exista en el ojo de tu hermano, y te sientes incómodo hasta no arrojar de él lo que ves que le daña. La luz que hay en ti no te permite descuidar la luz de tu hermano. Pues, si le odias y le deseas corregir, ¿cómo corriges la luz tú que la has perdido? Pues esto lo ha dicho también claramente la Escritura misma, allí donde está escrito: Quien odia a su hermano es un homicida. Quien odia —dice— a su hermano, está aún en las tinieblas5. El odio se identifica con las tinieblas. No puede suceder que quien odia a otro no se dañe a sí mismo antes. En efecto, intenta dañarle a él exteriormente, pero se asola en su interior. Cuanto nuestro espíritu es superior a nuestro cuerpo, tanto más debemos mirar por él para que no sufra daño. Daña a su espíritu quien odia a otro.
¿Y qué va a hacer al que odia? ¿Qué va a hacerle? Le quita el dinero; ¿acaso también la fe? Lesiona su fama, ¿acaso también su conciencia? Cualquier daño es exterior. Considera ahora el daño que se hace a sí mismo. Quien odia a otro en su interior es enemigo de sí mismo. Mas como no es consciente del mal que se hace, se ensaña contra la persona a la que odia, viviendo tanto más peligrosamente cuanto menos advierte el mal que se hace, pues con su crueldad perdió hasta la sensibilidad. Te ensañaste contra tu enemigo; con tu crueldad él quedó desnudo, pero tú te has vuelto un malvado. Grande es la diferencia entre una persona desnuda y una malvada. Él perdió el dinero, tú la inocencia. Investiga quién sufrió un daño mayor. Él perdió una cosa perecedera, tú te has puesto a punto de perecer.
Por tanto, debemos corregir con amor: no deseando dañar, sino buscando la enmienda. Si somos así, cumplimos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado: Si tu hermano peca contra ti, corrígele a solas. ¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En ningún modo. Si lo haces por amor a ti mismo, nada haces. Si lo haces por amor hacia él, tu acción es óptima. Advierte, además, en el mismo texto qué amor ha de impulsar tu acción: si el amor a ti mismo, o el amor al hermano. Si te escucha —dice— has ganado a tu hermano. Hazlo, pues, por él, para ganarlo a él. Si con tu acción lo ganas, en el caso de no haber actuado tú, habría perecido. ¿Cuál es la razón por la que la mayor parte de los hombres desprecian estos pecados y dicen: «Qué he hecho de extraordinario? [Solo] he pecado contra un hombre». No los desprecies. 
Has pecado contra un hombre; ¿quieres saber que, pecando contra un hombre, has perecido? Si aquel contra quien pecaste te hubiera corregido a solas y lo hubieras escuchado, te habría recuperado. ¿Qué quiere decir «te habría recuperado», sino que habrías perecido si no te hubiera recuperado? Pues, si no habías perecido, ¿cómo es que te recuperó? Que nadie, pues, desprecie el pecado contra el hermano. En efecto, dice en cierto lugar el Apóstol: Así los que pecáis contra los hermanos y golpeáis su débil conciencia pecáis contra Cristo, precisamente porque todos nos hemos convertido en miembros de Cristo. ¿Cómo no pecas contra Cristo si pecas contra un miembro de Cristo?
Así, pues, que nadie diga: «No he pecado contra Dios, sino contra un hermano; he pecado contra un hombre. Es pecado leve o inexistente». Quizá dices que es leve porque se cura rápidamente. Has pecado contra tu hermano; repara el mal y quedas sano. Pronto cometiste la acción mortífera, pero pronto has encontrado el remedio. ¿Quién de nosotros, hermanos míos, va a esperar el reino de los cielos, diciendo el Evangelio: Quien llame a su hermano «imbécil» será reo del fuego de la gehenna? ¡Palabras que infunden pánico! Pero advierte ahí mismo el remedio: Si presentas tu ofrenda ante el altar y allí mismo te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar. Dios no se aíra porque difieras presentar tu ofrenda; Dios te busca a ti más que a tu ofrenda.
Pues si te presentas con la ofrenda ante tu Dios con malos sentimientos hacia tu hermano, te responderá: «Tú has perecido, ¿qué me has ofrecido?» Presentas tu ofrenda, pero tú mismo no eres ofrenda para Dios. Cristo busca más a quien redimió con su sangre que lo que tú hallaste en tu granero. Por tanto, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano, y así, al volver, presentas tu ofrenda. Mira cuán pronto se eliminó la culpa que lleva a la gehenna. Antes de reconciliarte, eras reo de la gehenna; una vez reconciliado, presentas confiado tu ofrenda ante el altar.
Los hombres tienen facilidad para injuriar a otros y dificultad para buscar la concordia. «Pide perdón —se le dice a alguien— al hombre que ofendiste, al hombre que heriste». Responde: «No me humillaré». Si desprecias a tu hermano, escucha al menos a tu Dios: Quien se humilla, será exaltado1. ¿No quieres humillarte tú que has caído? Hay gran diferencia entre el que se humilla y el que yace. Yaces ya en el suelo, ¿y no quieres humillarte? Dirías con razón: «No quiero abajarme», [solo] si no hubieras querido ya rodar por el suelo.
Esto es, pues, lo que debe hacer quien injurió a alguien. ¿Qué debe hacer el que sufrió la injuria? Lo que hemos escuchado hoy: Si tu hermano peca contra ti, corrígele a solas. Si descuidas hacerlo, peor eres tú. Él te injurió y, al hacerlo, se produjo a sí mismo una grave herida; tú, ¿desprecias la herida de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y te desentiendes? Peor eres tú callando que él injuriando. Por tanto, cuando alguien peca contra nosotros, sintamos gran preocupación, mas no por nosotros, pues es loable olvidar las injurias; pero olvida la injuria que sufriste, no la herida de tu hermano. Corrígele, pues, a solas, con la vista puesta en que se enmiende, sin dejarle avergonzado. 
Pues cabe que por vergüenza comience a defender su pecado y al que querías hacer más recto lo hagas peor. Corrígele, pues, a solas. Si te escucha, has recuperado a tu hermano, puesto que habría perecido de no haberlo hecho. Pero, si no te escucha, es decir, si defiende su pecado como acción justa, toma contigo a dos o tres, para que, por el testimonio de dos o tres testigos, sea válida toda palabra. Si ni a ellos escucha, comunícalo a la Iglesia; si ni a la Iglesia escucha, sea para ti como un pagano y un publicano
No le incluyas ya en el número de tus hermanos. Más no por eso hay que despreocuparse de su salvación. En efecto, tampoco incluimos entre los hermanos a los étnicos, es decir, a los gentiles y a los paganos y, no obstante, buscamos siempre su salvación. Esto lo hemos escuchado del Señor, que nos exhortaba aconsejaba y con tanto énfasis nos lo mandaba que, a continuación, añadió esto: En verdad os digo, todo lo que atéis en la tierra quedará atado también en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado también en el cielo. Comienzas a tener a tu hermano por un publicano: le atas en la tierra; pero atento a atarle con justicia, pues los lazos injustos los rompe la justicia. Una vez que te has corregido y te has puesto de acuerdo con tu hermano, le has desatado en la tierra. Una vez que le has desatado en la tierra, quedará desatado también en el cielo. Mucho concedes no a ti, sino a él, porque mucho fue el daño que causó, no a ti, sino a sí mismo.
Estando así las cosas, ¿qué significa lo que dice Salomón, según hemos escuchado previamente en otra lectura: Quien dolosamente hace guiños acumula tristeza para los hombres; quien, en cambio, censura abiertamente, engendra paz? Si, pues, quien censura abiertamente engendra la paz, ¿cómo manda: Corrígele a solas? Hay que temer que los preceptos divinos se contradigan. Pero advirtamos que ahí existe concordia plena; no juzguemos como ciertas personas vanas que erróneamente opinan que los dos Testamentos de la Escritura, el Antiguo y el Nuevo, están en contradicción entre sí, hasta el punto de pensar que hay contradicción entre ellos, dado que un texto pertenece a un libro de Salomón y otro al Evangelio. 
Pues, si alguien, ignorante y acusador de las divinas Escrituras, dijera: «He aquí un caso en que los dos Testamentos se oponen. El Señor dice: Corrígele a solas, [pero] Salomón dice: Quien censura abiertamente engendra paz»... Entonces, ¿no sabe el Señor lo que mandó? Salomón quiere golpear la frente del pecador; Cristo respeta el sonrojo del avergonzado. En el primer texto está escrito: Quien censura abiertamente, engendra paz; en el segundo, en cambio: Corrígele a solas; no en público, sino en privado y ocultamente. 
Tú que tales cosas piensas, ¿quieres conocer que no hay contradicción entre los dos Testamentos por el hecho de que en el libro de Salomón se encuentre aquello y en el Evangelio esto? Escucha al Apóstol. No hay duda de que el Apóstol es ministro del Nuevo Testamento18. Escucha, pues, al apóstol Pablo que manda y dice: Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor. No es ya el libro de Salomón, sino la carta del apóstol Pablo la que parece entrar en conflicto con el Evangelio. Sin inferirle una afrenta, dejemos por el momento de lado a Salomón; escuchemos a Cristo el Señor y a su siervo Pablo. 
¿Qué dices, Señor? Si un hermano tuyo peca contra ti, corrígele a solas. ¿Qué dices tú, oh Apóstol? Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor. ¿Qué hacemos? ¿Asistimos a esta controversia en calidad de jueces? En ningún modo; es más, sometidos al juez, pidamos que nos abra; huyamos a refugiarnos bajo las alas del Señor Dios nuestro, pues nada dijo que contradiga a su Apóstol. El Señor mismo hablaba por boca de Pablo, según demuestran estas palabras: ¿O queréis tener una prueba de que Cristo habla en mí? Es Cristo quien habla en el Evangelio, es Cristo quien habla en el Apóstol; Cristo, pues, dijo lo uno y lo otro; una cosa por su propia boca, la otra por la de su portavoz. En efecto, cuando un portavoz proclama algo emanado de un tribunal, no se escribe en las actas: «Dijo el portavoz»; se escribe que lo dijo el que ordenó al portavoz que lo dijera.
Por tanto, hermanos, escuchemos estos dos preceptos entendiéndolos y situándonos entre uno y otro en actitud de paz. Si hay concordia en nuestro corazón, la Escritura santa no muestra discordancia en ninguna de sus partes. Todo es absolutamente verdad; uno y otro texto son verdaderos, pero debemos discernir cuándo hemos de hacer una cosa y cuándo la otra: unas veces hay que corregir al hermano a solas, y otras veces hay que corregirlo en presencia de todos para que los demás sientan también temor. Si en determinada circunstancia cumplimos lo primero y en otra, lo segundo, tendremos la concordia de las Escrituras y no caeremos en error si llevamos a la práctica y obedecemos ambos preceptos. Pero me dirá alguien: «¿Cuándo he de cumplir el primero y cuándo el segundo, no sea que corrija en privado cuando tenga que corregir en público, o corrija en público cuando deba corregir en privado?»
Pronto verá Vuestra Caridad cuándo hemos de hacer una cosa y cuándo otra; pero ¡ojalá no seamos perezosos para hacerlas! Poned atención y ved: Si un hermano tuyo —dice— peca contra ti, corrígele a solas. ¿Por qué? Porque pecó contra ti. ¿Qué significa «pecó contra ti»? Sólo tú sabes que pecó; puesto que su pecado no fue público, busca el momento de corregirlo en privado. Pues si sólo tú sabes que pecó contra ti y quieres censurarle en presencia de todos, no lo corriges, sino que lo delatas. Advierte cómo un varón justo, José, sospechando en su mujer tan gran pecado de lujuria, lleno de benignidad, la perdonó, antes de saber de quién había concebido, pues había advertido su gravidez y sabía que personalmente no se había acercado a ella. 
Quedaba en pie cierta sospecha de adulterio y, sin embargo, dado que sólo él lo había advertido, que sólo él lo sabía, ¿qué dice de él el Evangelio? José, sin embargo, siendo varón justo y no queriendo delatarla. Su dolor de marido no buscó venganza; quiso ser de provecho para la pecadora, no castigarla en cuanto tal. No queriendo —dijo— delatarla, quiso repudiarla en secreto. Cuando estaba pensando estas cosas, se le apareció en sueños el ángel del Señor y le indicó de qué se trataba: que ella no había violado el lecho del marido, puesto que había concebido del Espíritu Santo al Señor de ambos. Pecó, pues, tu hermano contra ti; si sólo tú lo sabes, entonces pecó verdaderamente sólo contra ti. Si te injurió en presencia de muchos, también pecó contra ellos, al hacerlos testigos de su maldad. 
Digo, pues, hermanos amadísimos, algo que podéis reconocer también vosotros en vosotros mismos. Si en mi presencia alguien injuria a un hermano mío, lejos de mí considerar ajena a mi persona esa injuria. Sin duda alguna, me la hizo también a mí; más aún, me la hizo particularmente a mí, al pensar que me agradaba lo que hizo. Por tanto, se han de corregir en presencia de los demás los pecados cometidos en presencia de los demás. Han de corregirse más en privado los que se cometen más en secreto. Diversificad los momentos y la Escritura se muestra concorde.
Obremos de esa manera. De esa manera hay que obrar no sólo cuando alguien peca contra nosotros, sino también cuando peca sea quien sea, quedando su pecado desconocido a otra persona. Debemos corregir y censurar en privado, no sea que queriendo hacerlo en público delatemos al pecador. Nuestra intención es reprenderlo y que se enmienda; ¿y si un enemigo suyo desea escuchar algo contra él para castigarlo? Suponeos que el obispo, y sólo él, sabe que alguien es un homicida. Yo quiero corregirlo en público, pero lo que tú buscas es acusarlo ante el juez. 
Ni lo delato en absoluto, ni me desentiendo de él; lo corrijo en privado, le pongo ante sus ojos el juicio de Dios; amedrento su conciencia manchada de sangre; le convenzo de que tiene que arrepentirse. De esta caridad hemos de estar imbuidos. Por ello, a veces las personas me echan en cara que apenas corrijo; o juzgan que no sé lo que en realidad sé, o piensan que callo lo que sé. Pero quizás lo que tú sabes lo sé yo también, pero no le corrijo en tu presencia porque quiero sanarlo, no acusarlo. Hay hombres que se convierten en adúlteros en sus casas, pecan en privado; a veces los delatan ante mí sus esposas, la mayor parte de las veces por celos, pero a veces buscando la salvación de sus maridos. No los delato en público, pero se lo reprocho en privado. 
El mal debe desaparecer donde tuvo lugar. Pero no me desentiendo de la herida. Como primera medida hago saber al hombre enredado en ese pecado y cargado con una conciencia manchada que la herida es mortal; cosa que, a veces, llevados de no sé qué descarrío, desprecian quienes cometen ese pecado. E ignoro también de dónde sacan testimonios nulos y sin consistencia, para decir: «Dios no se preocupa de los pecados de la carne». ¿Dónde queda lo que hemos escuchado hoy: Dios juzga a los fornicarios y adúlteros? Mira, presta atención tú, quienquiera que seas y sufras tal enfermedad. Escucha lo que dice Dios, no lo que te dice tu alma poniéndose de parte de tus pecados, o tu amigo atado como tú con la misma cadena de la maldad o, mejor, enemigo tuyo y suyo. Escucha, pues, lo que dice el Apóstol: Tengan todos en honor el matrimonio, y el lecho sea inmaculado. Dios, a su vez, juzga a los fornicarios y adúlteros.
Ea, pues, hermano; corrígete. ¿Temes que te acuse tu enemigo y no temes el juicio de Dios? ¿Dónde queda la fe? Teme mientras hay tiempo para temer. El día del juicio está ciertamente lejano, pero el día último de cada hombre en concreto no puede estar muy distante, puesto que la vida es breve. Y como la incertidumbre llega hasta el alcance de esa brevedad, desconoces cuándo te ha de llegar tu último día. Pensando en el mañana, corrígete hoy. Séate de provecho, incluso para ahora, la corrección en privado. 
Pues yo hablo en público, pero censuro en privado. Llamo a los oídos de todos, pero cito a juicio las conciencias de algunos. Si dijera: «Tú, que eres adúltero, corrígete», para empezar quizá dijese algo que desconozco, o algo creído temerariamente, o algo que sospecho. No digo: «Tú, que eres adúltero, corrígete», sino: «Cualquiera que en esta comunidad sea adúltero corríjase». La reprensión es pública, pero la enmienda secreta. Estoy seguro de que quien haya sentido temor se corrige.
No diga en su corazón: «Dios no se preocupa de los pecados de la carne». ¿Ignoráis —dice el Apóstol— que sois templos del Espíritu Santo y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? A quien viole su templo, Dios lo destruirá. Que nadie se lleve a engaño. Pero quizá diga alguien: «Templo de Dios es mi alma, no mi cuerpo, pues añadió también este testimonio: Toda carne es heno y todo el esplendor de la carne, como flor del heno».
¡Lamentable interpretación! ¡Pensamiento digno de castigo! A la carne se le llama heno porque muere; pero ¡cuídese de resucitar manchado con crímenes lo que muere en el tiempo! ¿Quieres conocer una afirmación clara tomada también del pasaje anterior? ¿Ignoráis —dice el mismo Apóstol— que vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo que está en vosotros y que recibís de Dios? (No despreciéis ya los pecados del cuerpo, pues he aquí que también vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo que está en vosotros y que recibís de Dios). Despreciabas el pecado corporal; ¿desprecias el pecado contra el templo? Tú mismo cuerpo es el templo del Espíritu Santo en ti. 
Mira ya qué vas a hacer con el templo de Dios. Si eligieses cometer un adulterio en la iglesia, dentro de estas paredes, ¿quién habría más criminal que tú? Ahora bien, tú mismo eres templo de Dios. Cuando entras, cuando sales, cuando estás en tu casa, cuando te levantas, eres templo. Mira lo que haces; procura no ofender al que mora en él, no sea que te abandone y acabes convirtiéndote en ruinas. ¿Ignoráis —dice— que vuestros cuerpos —y esto lo indicaba el Apóstol a propósito de la fornicación, para que no despreciasen los pecados corporales— son templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que recibís de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido comprados a gran precio. Si desprecias tu cuerpo, considera lo que has costado.
Yo sé, y conmigo lo sabe toda persona que lo haya reflexionado con un poco más de atención, que, puesto ante sus palabras, nadie que tema a Dios dejará de corregirse, a no ser alguien que piense que aún ha de vivir más. Eso es lo que mata a muchos que dicen «Mañana, mañana», pero la puerta se les cierra repentinamente. Permaneció fuera con graznido de cuervo, porque careció del gemido de la paloma. «Cras, cras» (mañana, mañana), es el graznido del cuervo. Gime como una paloma y golpea tu pecho; pero, herido con esos golpes de pecho, corrígete para no dar la impresión de que no hieres tu conciencia, sino que con los puños apisonas tu mala conciencia haciéndola más dura, no más recta. Gime, pero no con un vano gemido. 
Quizá te digas a ti mismo: «Dios me ha prometido el perdón para cuando me corrija; estoy tranquilo; leo en la divina Escritura: En el día en que el malvado se convierta de todas sus maldades y obre justamente, yo olvidaré todas sus maldades. Estoy tranquilo; cuando me corrija, Dios me perdonará todas mis malas acciones». ¿Y qué voy a decir yo? ¿Voy a reclamar contra Dios? ¿Voy a decirle: «No le concedas el perdón»? ¿Voy a decirle que en la Escritura no se halla escrito eso, que Dios no prometió el perdón? Si esto dijera, añadiría una falsedad a otra. Dices bien, dices la verdad; Dios te prometió el perdón para cuando te corrijas; no lo puedo negar. 
Pero dime, te lo suplico; ve que estoy de acuerdo contigo, que te lo concedo y que reconozco que Dios te prometió el perdón, pero ¿quién te ha prometido el día de mañana? En el texto en que lees que has de recibir el perdón si te corriges, léeme cuánto tiempo has de vivir. «No lo encuentro» —dices—. Ignoras, por tanto, cuánto has de vivir. Corrígete y estate siempre preparado. No temas al último día como a un ladrón que, mientras tú duermes, abre un boquete en tu pared; al contrario, estate en vela y corrígete ya hoy. ¿Por qué lo difieres para mañana? Supón que la vida sea larga; esa misma vida sea larga, aunque buena. Nadie difiere una comida larga y sabrosa, ¿y quieres que sea mala tu larga vida?
Ciertamente, si la vida va a ser larga, mejor que sea buena; si va a ser breve, haces bien al procurar que sea buena el más tiempo posible. Sin embargo, los hombres desprecian su vida hasta tal punto que es lo único que quieren tener malo. Compras una quinta, la quieres buena; quieres tomar esposa, la eliges buena; quieres que te nazcan hijos, deseas que sean buenos; tomas prestadas unas botas, no las quieres malas; ¡y amas una vida mala! ¿En qué te ha ofendido tu vida para que sólo a ella la quieras mala, de forma que entre todos tus bienes sólo tú eres malo?
Por tanto, hermanos míos, si quisiera corregir aparte a alguno de vosotros, quizá me hiciese caso. A muchos de vosotros los corrijo en público; todos me alaban, ¡que alguno me haga caso! No amo al que me alaba con su boca y me desprecia en su corazón. Pues si me alabas y no te corriges, te conviertes en testigo contra ti mismo. Si eres malo y te agrada lo que digo, halla desagrado en ti mismo, porque, si siendo malo hallas desagrado en ti, una vez corregido te agradarás a ti mismo, cosa que dije —si no me engaño— anteayer.

En todas mis palabras presento un espejo. Pero estas palabras no son mías, sino que hablo por mandato del Señor. Por temor a él no callo. Pues ¿quién no elegiría callar y no dar cuenta de vosotros? Pero ya acepté la carga que ni puedo ni debo sacudir de mis hombros. Cuando se leía la carta a los Hebreos, escuchasteis, hermanos, lo siguiente: Obedeced a los que están al frente de vosotros y estadles sumisos, porque ellos vigilan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta de vosotros, para que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros. ¿Cuándo hacemos eso con gozo? Cuando vemos a los hombres avanzar en el camino de las palabras de Dios. ¿Cuándo se fatiga con gozo el labrador en su campo? Cuando mira al árbol y ve el fruto; cuando mira la cosecha y ve la abundancia de fruto en la era.

No fue vana su fatiga, no dobló los riñones en vano, no trilló en vano sus manos; no soportó en vano el frío y el calor. Esto significan las palabras: Para que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros. ¿Dijo acaso: «No les conviene a ellos»? No, sino: No os conviene a vosotros. Pues a los que están al frente de vosotros les conviene entristecerse por vuestras maldades; la tristeza misma les resulta provechosa a ellos, pero no os conviene a vosotros. No quiero que me convenga nada a mí que no os convenga también a vosotros. Por tanto, hermanos, obremos juntos el bien en el campo del Señor, para disfrutar juntos de su recompensa.

 A modo de conclusión 2: Padre Pagola: 
Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario pero poco realista y muy problemático.
     Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos. En concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?».
     Antes que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.
     Sin embargo Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística judía donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.
     La respuesta de Jesús exige ponerse en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.
     Entre los judíos era conocido un "Canto de venganza" de Lámek, un legendario héroe del desierto, que decía así: "Caín será vengado siete veces, pero Lámek será vengado setenta veces siete". Frente esta cultura de la venganza sin límites, Jesús canta el perdón sin límites entre sus seguidores.
     En muy pocos años el malestar ha ido creciendo en el interior de la Iglesia provocando conflictos y enfrentamientos cada vez más desgarradores y dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son cada vez más frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen cristianos se sirven de internet para sembrar agresividad y odio destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.
     Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia[4].
 

“Quien tiene en ruina la propia casa se aleja de ella para no ser víctima de su posible derrumbe. Quien se ve perseguido en su interior por una mala conciencia, se tiene miedo así mismo y se aleja de sí. Con el deseo del alma se dedica a andar por fuera tratando de deleitarse y descansar en frivolidades. ¿Por qué intenta distraerse fuera? Porque no encuentra dentro la paz y el solaz de su conciencia. (San Agustín.     In.ps. 100,4).


[1] Texto elaborado el 4 de sep. de 2011 Dom. 23 del T.O y revisado el 7 de Sep. De 2014. Dom. 23 T.O.
[2] El uso de un múltiplo de siete, número que simboliza la perfección, es una manera de decir que para el perdón no debe haber límites.
[3] BOJORGE, Horacio.  SJ.  La enseñanza de Jesús sobre la corrección fraterna, el Perdón y la reconciliación, a la luz del Evangelio según San Mateo. (http://www.horaciobojorge.org/bcorrecccionfraterna.html)

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