Mt 16,21-28[1]
“Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o
alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Que yo, Señor, te busque
invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido ya predicado.
Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste por la humanidad de tu Hijo y el
ministerio de tu sacerdote” (San Agustín, Conf. 1,1).
En la
confesión de fe de la comunidad, que reconoce a Jesús como el Mesías, como el Hijo
del Dios viviente (Cfr. Mt 16,16) se empieza a desarrollar el fortalecimiento
de la pedagogía de fe al interior de la comunidad, en la que se prepara a los
discípulos para afrontar la crisis que les provocará la muerte de Jesús que une
la praxis gloriosa del Mesías con la praxis dolorosa del Siervo sufriente (Cfr.
Is 42,1-9; 49,1-7; 50,4-11; 52,13-53,12) dándose inicio a la espiritualidad del
discipulado.
El
discípulo es 1)
quien vive en plena comunión de vida con
Jesús el Maestro: _“Si alguno quiere
ser discípulo mío olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mt
16,24; Cfr. Mac 8,34; Lc 9,23) 2) Es quien comparte su misión y su destino, bebiendo
del mismo cáliz que le corresponde beber al Maestro: “Ustedes beberán este trago amargo, y recibirán el bautismo que yo voy
a recibir” (Mc 10,39; Cfr. Mt 20,23).
El
seguimiento a Jesús, está íntimamente relacionado con su muerte: esta es la
pedagogía de la espiritualidad cristiana, aquí está la clave de esta
espiritualidad en la Muerte y Resurrección de Jesús, fortalecida por la fe en
el anuncio Kerygmático-pascual, alimentada por la Palabra y la pedagogía de la
oración, estas son las fuentes con las
que Jesús instruye a los discípulos para que asuman su misión.
Esta
es una pedagogía muy dura de afrontar por parte de los cristianos, ya que es
más fácil vivir desde la simplicidad de los grupos dentro de la Iglesia, que se
han constituidos con una falsa espiritualidad en la que poco preocupa si se
desarrolla la catequesis desde un
proceso de fe centrado en la formación bíblica, que responda al anuncio
Kerygmático – Pascual: Jesús Muerto y Resucitado.
Por
esta razón, nos oponemos muchas veces al proyecto de Dios en nuestra historia,
y al proyecto de fe, que es el camino de conversión y de creencia en el Cristo
de Dios: _ “¡Dios no lo quiera, Señor!
¡Esto no puede pasar!” (Mt 16, 22) Nos oponemos por egoísmo, por no
comprometernos con la fe y la espiritualidad del cristiano: participación en el
destino del Maestro. Además, no queremos comprometernos en la escuela del
discipulado, no asumimos que nuestra espiritualidad parte de la Muerte y la
Resurrección de Jesús; por este motivo
se da la recriminación de Jesús: _“¡Apártate
de mí, Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tú no ves las cosas como las ve
Dios, sino como la ven los hombres” (Mt 16,23)[2].
Desde
esta perspectiva, el que quiera ser seguidor y discípulo de Jesús debe cargar
con su cruz y seguirle, esta es la recompensa del que lo ha dejado todo por El
(Mc 10,28-31; Mt 19,27-30; Lc 19,28-30) Es la gloria que corresponde a los que
se arriesgan a seguirle y a dinamizar sus vidas desde el anuncio del Evangelio
(1Tes 1,2-5) El seguimiento a Jesús implica la disponibilidad de vivir la
espiritualidad cristiana para participar de la vida en la vida de Cristo:
Resurrección.
No
podemos tener la actitud de Pedro y los demás discípulos que después de hacer
la confesión de fe reconociendo a Jesús como el Mesías, colocan obstáculos a su
proyecto, porque no han comprendido todavía que la espiritualidad del
discipulado se fundamenta en la Muerte y Resurrección de Jesús: “¿Porque el que quiera salvar su vida, la
perderá, pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará” (Mt
16,25; Cfr. Mt 10,38; Lc 17,33; Jn 12, 26).
Entregarse
totalmente a la aventura del reino es garantía de vida eterna: “Si alguno quiere servirme, que me siga; y
donde yo esté, allí estará también el que me sirva. Si alguno me sirve, mi
Padre lo honrará” (Jn 12,26) y le dará la vida eterna (Cfr. Mc 10,30)
premio que se recibe de acuerdo a lo que hayamos hecho: “Porque el Hijo del hombre va a venir con la gloria de su Padre y sus
criaturas, y entonces recompensará a cada uno conforme a lo que haya hecho” (Mt
16,27; Cfr. 24,29-31; 25,31-46; Sal 62,11-12 {12-13}; Prv 2,12; Jr 17,10; Ez
18,30; Eclo 16,12.14; Rm 2,6).
Los
que asumen este proyecto son los que viven unidos al Señor, desde una vida
entregada al servicio del reino, es decir, vivir desde la promesa de estar
siempre en la presencia del Dios de la vida: “Les aseguro que algunos de los que están aquí presente no morirán
hasta que vean al Hijo del hombre venir y reinar” (Mt 16,28)[3].
Esto implica que la participación en la pedagogía de la cruz, es asumida desde
la pedagogía de la fe, en la espiritualidad cristiana, nutrida con la pedagogía
de la Palabra y la pedagogía de la oración.
Esta
pedagogía de la oración es constitutiva a la
relación íntima de Jesús con el Padre y con los discípulos, relación ligada a
su caminada hacia la Cruz. Desde la pedagogía de la oración y de la Cruz, se
desarrolla el itinerario de la oración como enseñanza a los discípulos:
1. Jesús asocia a sus discípulos a su
manera de orar, que son los momentos de mayor intimidad con el Padre. Cuando se acerca al Bautismo Jesús culmina la
peregrinación del pueblo: “Todo el pueblo
se estaba bautizando” (Lc 3,21) Y él en oración: “Jesús, ya bautizado se hallaba en oración” (Lc 3.21) Colocando
delante de Dios su compromiso con los hombres. Y orando al Padre se manifiestan a ellos por
medio del Espíritu Santo (Lc 3,22).
2. En la vida de Jesús cuatro momentos cruciales preceden su misión: la
Oración en el Bautismo, la oración cuando elige a los discípulos, la oración en
el sermón del monte y la oración en el huerto. La oración en el huerto le da sentido al cumplimiento de su destino
final y de su misión y a la vez le da sentido a la espiritualidad de los
discípulos.
3. La angustia de Jesús le permite orar fuertemente al Padre (Lc. 22, 41-42)
La tristeza y la angustia experimentada se coloca plenamente en las manos del
Padre (Lc. 22,42) Para que se haga la voluntad del Padre (Lc. 22, 42) Esta
oración es escuchada por el Padre que lo
reconforta (Lc. 22, 43).
4. Tanto es la intimidad con el Padre que Jesús frente a sus enemigos les
ofrece el perdón y la bendición: “Padre
perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc. 23,34) Esta actitud de perdón
es la entrega del hombre convencido en el amor, que pide misericordia: “Perdónanos nuestros pecados, porque
también nosotros perdonamos a todo el que nos debe” (Lc. 11,4).
5. Jesús en la Cruz, coloca la
totalidad de su vida en las manos del Padre: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc. 23,46)[4].
6. La actitud de Jesús frente a la oración hace que los discípulos le pidan
que los enseñe a orar: “Estaba él orando
en cierto lugar y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor,
enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos” (Lc. 11,1).
Al ser asociados los discípulos al destino del
Maestro se desarrolla su misión posterior en relación con la realizada por
Jesús.
Acerquémonos,
acudamos a esta cena y saciémonos. ¿Y quién viene a esta cena sino los
mendigos, los enfermos, los cojos y ciegos? Deja que vengan los mendigos pues
nos invita Aquél que se hizo pobre por amor nuestro (San Agustín. Serm. 112,8).
[1] Texto elaborado el 28 de
Agosto de 2011. Revisado el 24 de Agosto de 2014.
[2]
Esta expresión, es posible que haga alusión a las tentaciones que se le
presentan a Jesús (Mt 4,10) las cuales se oponen al proyecto de Dios que se
realiza en Jesús y al de los cristianos que quieren seguir con él y cumplir con
los deberes y el perfil del cristiano (1P 3,8-12; 4,8-11).
[3]
Se han dado varias interpretaciones de este texto, entendiéndolo como
referencia a: 1) La segunda venida de
Jesús, que los primeros cristianos creían que ocurriría en vida de ellos. 2)
La exaltación y gloria de Jesús, que su muerte y resurrección significaban (Lc
24,26; Jn 12,23; 13,31-32; Hec 3,13). 3) La transfiguración de Jesús reflexión
escatológica de su presencia en el Padre. (SBU. La biblia de estudio. Dios
habla hoy. Comentario a Mt 16,28)
[4] CASALINS, Guillermo. Señor
enséñanos a orar. Artículo. Bogotá 2005.
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