Mt 18, 21-35[1]
“Te hacemos, Señor, patente nuestro afecto, contándote
nuestras miserias y tus misericordias, para que nos libres eternamente, ya que
comenzaste. Para que dejemos de ser miserables en nosotros y seamos felices en
ti, ya que nos llamaste” (San Agustín. Conf. 11,1).
Cuando se asume que el cristiano solo tiene como
meta cumplir precepto; olvidamos que la espiritualidad cristiana nace en la fe
profesada en el Mesías, el Hijo del Dios viviente, por esta razón, es que no concebimos
que somos deudores ante Dios, necesitados de perdón, para poder perdonar a nuestros hermanos a pesar
de sus fallas: “Porque si ustedes perdonan
a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará
también a ustedes; pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará
a ustedes sus pecado” (Mt 6, 14-15; Cfr. Mt 18,35; Mc 11,25; Ef 4,32; Col 3,13;
Eclo 28,2-5).
No tomar consciencia de esta práctica de perdón,
crea caminos de egoísmos, de desamor, de rencor y sobre todo se vive un
cristianismo sin espiritualidad y muy lejos de la pedagogía de la oración y del
amor: “Por eso, sean ustedes juiciosos y
dedíquense seriamente a la oración. Haya sobre todo mucho amor entre ustedes,
porque el amor perdona muchos pecados” (1P 4,7-8). Quienes practican esto,
no están preocupados en predicar que los demás son los pecadores; porque este sería
el mayor de los pecados, señalar, pensar, creer, ver a los demás como pecadores
(Cfr. Lc 18,9-14) No podemos justificar nuestros errores culpando a los demás,
sino que debemos ser propiciadores de una comunidad fraterna que practica el
perdón y el amor: “Dios perdonará los
pecados de quienes practican el amor fraterna (Cfr. 1Co 13,7; St. 5,29; Prov
5,20).
De esta manera, la parábola que Jesús coloca por la
pregunta de Pedro: __ “Señor, ¿cuántas
veces deberé perdonar a mi hermano, si me hace algo malo? ¿Hasta siete veces?
(Mt 18,21) Es para salir al paso a la
justificación que implica la pregunta al
querer seguir en una actitud egoísta y de juez, para no vivir comprometidos con
la espiritualidad cristiana, perdiendo el sentido de la misericordia y del amor,
alejándonos de la pedagogía del perdón-corrección fraterna y la reconciliación
(Mt 18,23-34; Cfr. Eclo 28,3-4).
Jesús en su infinita pedagogía, con su respuesta,
devela el sentido de la misericordia de Dios: _“No te digo hasta siete veces, sino setenta veces siete” (Mt 18,22)
E inmediatamente coloca a través de la parábola que el perdón es condición para
vivir en el reino de Dios, evitando de esta manera, toda tentación de convertirnos
en jueces de los demás:
El Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, para que
no se pierda. Es ante todo necesario evitar el clamor de la habladuría en la
comunidad. La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia
quien ha cometido una culpa, evitando que las palabras puedan herir y matar al
hermano. Porque, ustedes saben, ¡también las palabras matan! Cuando hablo mal.
Cuando hago una crítica injusta, cuando con mi lengua 'saco el cuero' a un
hermano, esto es matar la reputación del otro. También las palabras matan.
…El objetivo es aquel de ayudar a la persona a darse cuenta de aquello que
ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, sino a todos. Pero
también ayudarnos a librarnos de la ira o del resentimiento, que sólo nos hacen
mal: aquella amargura del corazón que trae la ira y el resentimiento y que nos
llevan a insultar y a agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano
un insulto o una agresión. Es feo ¿Entendido? ¡Nada de insultos! Insultar no es
cristiano ¿Entendido? Insultar no es cristiano.
En realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón.
Todos. Jesús, de hecho, nos ha dicho no juzgar. La corrección fraterna es un
aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana.
Es un servicio recíproco que podemos y debemos darnos los unos a los otros.
Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz solamente si cada uno
se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La misma consciencia que
me hace reconocer el error del otro, me hace acordar que yo me equivocado
primero y que me equivoco tantas veces (Papa Francisco. Angelus. Plaza de San
Pedro Roma. Sept 7 de 2014).
Si nos reconocemos pecadores, tenemos conciencia
que somos deudores ante Dios, debemos tener igual misericordia con nuestros
hermanos, deudores como yo: “¡Malvado! Yo
te perdoné toda aquella deuda porque me lo rogaste. Pues tú también debiste
tener compasión de tu compañero, del mismo modo que yo tuve compasión ti” (Mt
18,33).
Al perdonar sentimos necesidad de la misericordia
de Dios, el perdón es terapia para combatir nuestra prepotencia frente a los
demás. “El perdón es la respuesta moral de una
persona a la injusticia que otra ha cometido contra ella”
(Robert Enright, "The World of
Forgiveness", octubre/noviembre de l996).
“Y decimos '¡ten piedad de mí, Señor, que
soy pecador! Confieso, a Dios omnipotente, mis pecados'. O nosotros decimos:
'Señor ten piedad de éste que está junto a mí o de ésta, que son pecadores'.
¡No! '¡Ten piedad de mí!' Todos somos pecadores y necesitados del perdón del
Señor. Es el Espíritu Santo el que habla a nuestro espíritu y nos hace
reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Y es el mismo Jesús
que nos invita a todos, santos y pecadores, a su mesa recogiéndonos de los
cruces de los caminos, de las diversas situaciones de la vida (cfr Mt
22,9-10) (Papa Francisco. Angelus.
Plaza de San Pedro Roma. Sept 7 de 2014).
En este sentido hay personas que al vivir
circunstancias de enfermedades piensan que han sido predestinadas para recibir revelaciones,
que son producto de misticismos piadosos, exagerados y sin formación. Estas se
sienten llamadas en visiones por Dios o la Virgen María, a ofrecer el
sufrimiento “por la reparación del corazón inmaculado de María llena de gracia”. Otros dicen: Ser poseedores de estigmas consecuencia
del pecado de los demás. ´Según el parecer de estas personas y sus adeptos: ellas
son llamadas a sufrir, para redimir los pecados de los demás´.
En este aspecto, es necesario tener mucho cuidado
con esta forma de pensar; porque según la tradición bíblica, el Único redentor
es Cristo: “Porque no hay más que un Dios,
y un solo hombre que sea el mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús.
Porque Él se entregó a la muerte como rescate por la salvación de todos” (1Tm
2,5-6; Cfr. Heb 8,6; 9,15; 12,24; Mt 20,28; Mc 10, 45; Gl 1,4; Tit 2,14;)
Jesucristo es quien ha dado la vida en recate por todos: “Porque, del mismo modo, el Hijo del hombre, no vino para que le
sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por una multitud” (Mt
20,28; Cfr. Lc 22,27; Jn 13,12-15; Fil 5,5-7; Mc 10,45; Jn 10,11; Ef 1,7; Col
1,13-14; Heb 2,9; 1P 1,18-19; Is 52,13-53,12).
Por esta razón, el perdón-corrección fraterna y la
reconciliación, no es el camino para justificar nuestros pecados, haciéndonos
jueces inmisericordes de los demás. El Señor Jesucristo es el mediador que da
la vida en rescate por los demás, Él es quien ha perdonado nuestros pecados en
la Cruz (Lc 23,34) El perdón es el centro de esta reflexión en la parábola: El Padre
aparece como el rey justo que tiene misericordia con el deudor que le pide
misericordia, por lo tanto nosotros debemos mostrar la misma actitud con
nuestros hermanos que han caído igual que nosotros en la desgracia del pecado. El
perdón no tiene límite: “Si tu hermano
peca, repréndelo; pero si cambia de actitud, perdónalo. Aunque peque contra ti
siete veces en un día, si siete veces viene a decirte: No lo volveré hacer,
debes perdonarlo” (Lc 17,3-4; Cfr. Lv 19,17).
La pedagogía del perdón y la pedagogía de la
oración son esenciales en la espiritualidad cristiana: “Y cuando estén orando, perdonen lo que tengan contra otro, para que
también su Padre que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados” (Mc
11,25-26; Cfr. Mt 5,23-24; Eclo 28, 2-5) El perdón es la fiesta del que se
librara de toda “Amargura, enojo, ira,
gritos, calumnias, junto con toda maldad. Más bien sean bondadosos los unos con
los otros, perdonándose unos a otros, como Dios también los perdono a ustedes
en Cristo” (Ef 4,31-32) La fiesta espiritual del perdón es propia del que
ama (Cfr. 1Cor 13,4-5; 1P 4,8) El amor lleva a comprender que no se puede
volver a pecar, que todos somos corresponsables del perdón (Cfr. Mt 18,15-20; Gal
6,1-5) para no entristecer a los demás con nuestra rigidez de jueces, sino ser
animadores de la pedagogía del perdón-corrección fraterna (2Cor 2,5-11).
A modo de conclusión: San Agustín Sermón 211
La concordia
fraterna y el perdón de las ofensas
Estos días santos en que nos entregamos a las
prácticas cuaresmales nos invitan a hablaros de la concordia fraterna, para que
quien tenga alguna queja contra otro acabe con ella antes que ella acabe con
él. No echéis en saco roto estas cosas, hermanos míos. Pues en esta vida frágil
y mortal, que ponen en peligro tantas pruebas terrenas, ningún justo que ora
para no verse sumergido en ellas puede hallarse sin algún pecado.
Único es el remedio por el que nos es posible
vivir: el maestro divino nos enseñó a decir en la oración: Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros
perdonamos a quienes nos ofenden. Hemos llegado a un acuerdo y a un
pacto con Dios y hemos suscrito la condición para eliminar la deuda dejando una
garantía. Con plena confianza le pedimos: perdónanos, si también nosotros perdonamos; pero si no
perdonamos nosotros, no soñemos que se nos perdonen nuestros pecados; no nos
hagamos ilusiones. Que ningún hombre se llame a engaño, pues a Dios nadie le
engaña. Es humano airarse, pero ¡ojalá no fuéramos capaces de ello! Es humano
airarse, pero tu ira, una pequeña yema cuando nace, no debe convertirse en la
viga del odio con el riego de las sospechas.
Una cosa es la ira y otra el odio, pues no es raro
que el padre se aíre contra el hijo, sin por eso odiarle; se aíra para que se
corrija. Por tanto, si se aíra con esa finalidad, su ira nace del amor.
Advertid por qué se dijo: Ves la
brizna en el ojo de tu hermano, pero no ves la viga en el tuyo. Condenas
la ira en los demás, al tiempo que retienes el odio en ti mismo. Comparada con
el odio, la ira es una brizna. Con todo, si la nutres, se convertirá en viga;
pero si la extraes y la tiras, se reducirá a nada.
Si advertisteis... ¿Qué? Al leer la carta de San
Juan, una frase suya debió infundiros pánico. Dice: Pasaron las tinieblas, ahora brilla ya la luz. Y a continuación
añadió: Quien dice que está en la luz
y odia a su hermano aún está en tinieblas. Quizás haya quien piense que
tales tinieblas son idénticas a las que sufren los encarcelados. ¡Ojalá fueran
como ésas! Y, con todo, nadie quiere verse en ellas. En las tinieblas de la
cárcel pueden ser encerradas también las personas inocentes, pues en tales
tinieblas fueron recluidos los mártires.
Las tinieblas los envolvían por doquier, pero en
sus corazones resplandecía la luz. En la oscuridad de la cárcel no podían ver
con los ojos pero, gracias a su amor fraterno, contemplaban a Dios. ¿Queréis
saber a qué tinieblas se refería cuando dijo: Quien odia a su hermano está aún en tinieblas? En otro lugar
dice: Quien odia a su hermano es un
homicida. Quien odia a su hermano camina, sale, entra y se mueve sin el
peso de cadena alguna y sin verse recluido en ninguna cárcel; no obstante, está
maniatado con su culpa.
No pienses que está libre de la cárcel; su cárcel
es su corazón. Cuando escuchas: Quien
odia a su hermano está aún en las tinieblas, no has de despreciar tales
tinieblas. Para eso añadió: Quien odia
a su hermano es un homicida. ¿Caminas tranquilo odiando a tu hermano?
¿Rehúsas reconciliarte con él a pesar de que Dios te concede tiempo para ello?
Advierte que eres un homicida y que aún sigues con vida. Si tuvieses a Dios
airado contra ti, al instante serías arrebatado envuelto en el odio a tu
hermano. Dios te perdona, perdónate a ti mismo; haz las paces con tu hermano.
¿Acaso quieres tú, pero no quiere él? A ti te basta con eso. Tienes qué
compadecer en él, pero tú quedaste libre de tu deuda y puedes decir con
tranquilidad: Perdónanos nuestras
ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Quizá fuiste tú quien pecó contra él, quieres
reconciliarte con él y decirle: «Hermano, perdóname pues te ofendí». Él no
quiere perdonarte, no quiere olvidar la ofensa, no quiere perdonártela. ¡Que
piense en el momento en que vaya a orar! Puesto que no quiso perdonarte tu
ofensa, ¿qué hará cuando vaya a recitar la oración? Diga: Padre nuestro que estás en los cielos.
Continúe diciendo: Sea santificado tu
nombre. Di todavía: Venga tu reino.
Sigue: Hágase tu voluntad así en la
tierra como en el cielo. ¡Adelante!: Danos hoy nuestro pan de cada día.
Todo eso has dicho; atento ahora, no sea que
quieras saltarte lo que viene a continuación y cambiarlo por otra cosa. No hay
otro camino por donde puedas pasar; ahí te encuentras retenido. Di, pues: Perdónanos nuestras ofensas; o
cállatelo, si no tienes motivo para decirlo. Pero ¿dónde queda lo que dijo el
mismo Apóstol: Si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no habita en
nosotros? Si, pues, te remuerde la conciencia de tu fragilidad y la
abundancia de iniquidad presente por doquier en este mundo, di: Perdónanos nuestras ofensas.
Pero considera lo que sigue. ¿No quisiste perdonar
a tu hermano y vas a decir: Como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden? ¿O vas a callarte
esas palabras? Si te las callas nada recibirás, y, si las pronuncias, dices
algo falso. Dilas, pues; y dilas de forma que sean verdad; pero ¿cómo van a ser
verdad, si no quisiste perdonar el pecado a tu hermano?
He amonestado a quien no quiso perdonar; ahora me
toca consolarte a ti quienquiera que seas -si es que te hallas aquí- que
dijiste a tu hermano: «Perdóname la ofensa que te hice». Si lo dijiste con todo
el corazón, con auténtica humildad, con caridad no fingida, tal como lo ve Dios
en tu corazón, lugar del que brotaron esas palabras, aunque el ofendido no
quiera perdonarte, no te preocupes. Uno y otro sois siervos, ambos tenéis el
mismo Señor. Estás en deuda con tu consiervo, él no quiso perdonártela: acude
al común Señor. Exija el siervo, si es capaz, lo que te ha perdonado el Señor.
Otra cosa. Advertí a quien no quiso perdonar a su
hermano que le pedía perdón a que hiciera lo que rehusaba hacer, no fuera que,
cuando orase, no recibiese lo que pedía. Acabo de dirigirme también a quien
pidió perdón por su pecado a su hermano y no lo recibió, para que esté seguro
de recibir de su Señor lo que no consiguió de su hermano. Hay todavía otras
situaciones que contemplar. Tu hermano te ofendió y no quiso decirte: «Perdona
mi ofensa». Abunda esta mala hierba. ¡Ojalá la desarraigue Dios de su campo, es
decir, de vuestros corazones! ¡Cuán numerosos son los que, conscientes de haber
ofendido a sus hermanos, rehúsan decir: «Perdóname»! No se avergonzaron de
pecar y se avergüenzan de pedir perdón; no sintieron vergüenza ante la maldad y
la sienten ante la humildad.
Así, pues, os requiero en primer lugar a cuantos de
vosotros estáis en discordia con vuestros hermanos; vosotros que, vueltos a
vosotros mismos, os examináis y emitís un juicio justo sobre vosotros y, en el
interior de vuestros corazones, descubrís que no debisteis hacer lo que
hicisteis ni decir lo que dijisteis, pedid perdón, hermanos, a vuestros
hermanos, haced lo que dice el Apóstol: Perdonándoos
mutuamente, como también Dios os perdonó en Cristo. Hacedlo, no os
avergoncéis de pedir perdón.
Además, os digo a todos, varones y mujeres,
pequeños y grandes, laicos y clérigos; me lo digo incluso a mí mismo.
Escuchémoslo todos, temamos todos, si hemos ofendido a nuestros hermanos.
Todavía disponemos de un plazo de tiempo; por eso no morimos; aún estamos en
vida, aún no hemos sido condenados. Mientras nos dure la vida, hagamos lo que
nos manda nuestro Padre, que será el juez, y pidamos perdón a nuestros
hermanos, a los que quizá ofendimos en algo y en algo les dañamos.
Hay personas humildes según los criterios de este
mundo que se engríen si les pides perdón. Ved lo que quiero decir. En alguna
ocasión el amo, hombre él, peca contra su siervo. Aunque ambos son siervos de
un tercero, puesto que uno y otro fueron redimidos por la sangre de Cristo, el
primero es amo y el segundo siervo.
Por ello, parece duro que si, por casualidad, el
amo peca contra su siervo riñéndole o golpeándole injustamente, también a él le
mande y le ordene decirle: «Excúsame; perdóname». No porque no deba hacerlo,
sino para evitar que el otro comience a engreírse. ¿Qué ha de hacer, pues?
Arrepiéntase ante Dios, castigue su corazón en su presencia y, si no puede
decir a su siervo: «Perdóname», porque no es conveniente, háblele con dulzura.
Pues ese dirigirse a él con dulzura es ya una petición de perdón.
Me queda por dirigirme a quienes recibieron una
ofensa de otras personas, pero éstas no quisieron pedirles perdón. Pues ya me
dirigí a aquellos que no quisieron concederlo a los hermanos que se lo suplicaron.
Por tanto, al dirigirme ahora a todos vosotros para que desaparezcan vuestras
discordias, en atención a estos días sagrados, pienso que algunos de vosotros,
conscientes de estar enemistados con los hermanos, habéis reflexionado en
vuestro interior, y hallado que no sois vosotros los ofensores, sino los
ofendidos. Y, aunque ahora no me lo digáis, porque es a mí a quien compete
hablar en este lugar, mientras que a vosotros os corresponde callar y escuchar,
con todo, quizá en vuestra reflexión penséis y os digáis: «Yo quiero hacer las
paces, pero fue él quien me dañó, él quien me ofendió, y no quiere pedir
perdón». ¿Qué he de hacer? ¿He de decirle: «Vete tú y pídele perdón»? De ningún
modo.
No quiero que mientas; no quiero que digas:
«Perdóname», tú que sabes que no ofendiste a tu hermano. ¿Qué te aprovecha
convertirte en tu acusador? ¿Qué esperas que te perdone aquel a quien no
dañaste ni ofendiste? De nada te sirve; no quiero que lo hagas. ¿Estás seguro,
has examinado el caso detenidamente, sabes que fue él quien te ofendió a ti, no
tú a él? «Lo sé» -dice-. Este convencimiento tuyo sea tu sentencia. No vayas a
tu hermano que te ofendió, y menos a pedirle perdón. Entre vosotros dos debe
haber otras personas que hagan el papel de pacificadoras y que le insten a que
se adelante a pedirte perdón.
A ti te basta con estar dispuesto a perdonar,
dispuesto a hacerlo de corazón. Si estás dispuesto a perdonar, ya has
perdonado. Pero tienes todavía algo por lo que orar: ora por él para que te
pida perdón; sabiendo que le es dañino no pedirlo, ruega por él para que lo
pida. Di al Señor en tu oración: «Señor, tú sabes que no he sido yo quien
ofendió a aquel hermano mío, sino más bien él a mí; sabes también que le daña
la ofensa que me hizo si no me pide perdón; de todo corazón te suplico que le
perdones».
Ved que os dije lo que... -sobre todo en estos días
en que os entregáis al ayuno, a las prácticas devotas y a la continencia- qué
debéis hacer para estar en paz con vuestros hermanos. ¡Ojalá pueda sentir el
gozo de vuestra paz yo que me apeno de vuestras discordias! Así, perdonándoos todos mutuamente cualquier
queja que uno tenga contra otro, podremos vivir apaciblemente la Pascua,
celebrar plácidamente la pasión de quien, sin deber nada a nadie, saldó la
deuda en vez de los deudores.
Me refiero a Jesucristo, el Señor, que no ofendió a
nadie y a quien casi todo el mundo ofendió, y que, en vez de exigir tormentos,
prometió premios. A él, pues, tenemos como testigo en nuestros corazones de
que, si hemos ofendido a alguien, le pedimos perdón con corazón sincero, y de
que, si alguien nos ofendió, estamos dispuestos a concedérselo y a orar por
nuestros enemigos. No deseemos venganza, hermanos. ¿Qué otra cosa es la
venganza sino alimentarse del mal ajeno?
Sé que cada día llegan hombres, hincan sus
rodillas, abajan su frente hasta tocar la tierra y a veces hasta riegan su
rostro con lágrimas; y, en medio de tanta humildad y postración, dicen: «Señor,
véngame, da muerte a mi enemigo». Ora, sí, para que dé muerte a tu enemigo y
salve a tu hermano: dé muerte a la maldad y salve a la naturaleza. Pide a Dios
venganza orando de esta manera: perezca lo que en tu hermano te perseguía, pero
permanezca él para serte devuelto a ti.
Tú
estás seguro, has pesado bien los pros y los contras, estás seguro de que es él
quien ha pecado contra ti y no tú contra él. «Si—dices—, estoy seguro». Que tu
conciencia descanse tranquila en esta certeza. No vayas a buscar a tu hermano
que ha pecado contra ti, para pedirle perdón; te basta con estar presto a
perdonar de corazón. Si estás dispuesto a perdonar, ya has perdonado. Te queda
todavía pedir a Dios por tu hermano (San Agustín, Sermón 211, sobre la
concordia fraterna).
[1] Texto elaborado en Sept.
11 de 2011 y revisado el 14 de Sept. De 2014. Domingo 24 del T.O.
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