Mt 20,1-16[1]
“Manténganse con humildad y mansedumbre en los caminos
rectos que les enseña el Señor, a los que se refiere el salmo: Dirigirá a los
humildes en el juicio y enseñara a los mansos sus caminos. Si no es humilde y
manso, nadie puede conservar perpetuamente la paciencia en medio de las fatigas
de este mundo, sin lo cual no se puede custodiar la esperanza en la vida
futura” (San Agustín, Serm. 152,2-3).
La liturgia de la palabra nos inserta en el tiempo
de Dios. Tiempo del anuncio Kerygmático-pascual: Fe en Jesús Muerto y
Resucitado. Tiempo de oración, de
perdón-corrección y de reconciliación. Tiempos de la espiritualidad
cristiana, “fe en la caminada”: “Procuren
que su manera de vivir esté de acuerdo con el evangelio de Cristo” (Fil 1,27; Cfr.
4,1; Col 1,10; 1Ts 2,11-12) Esto es
enraizar la interioridad en la pedagogía de la conversión como un llamado a la
verdad (Jn 8,32) a la igualdad, a la dignidad de hijos en el Hijo, que nos
convoca a amarnos como hermanos (Jn 13,34) y a perdonarnos de la misma manera
como Él ha perdonado nuestras deudas (Mt 6,14; Cfr. Mt 18,33).
Esta es la experiencia de fe en la llamada del Dios
de Jesucristo; Dios comunidad que se da cómo propuesta pedagógica en la
formación dentro de la escuela de discípulos, a la que somos llamados en los diferentes
momentos y circunstancias de la vida: “Vuélvanse a nuestro Dios, que es generoso
para perdonar. Porque mis ideas no son como las de ustedes y mi manera de
actuar no es como la suya. Así como el cielo está por encima de la tierra, así
también mis ideas y mi manera de actuar está por encima de las ustedes” (Is
55,7-9).
Somos llamados por el Señor: en la mañana, a media mañana, al medio día, al atardecer y al anochecer, recibiendo el mismo trato y la misma paga por el
trabajo realizado: “Dios no toma en consideración tus
talentos sino tu disponibilidad. Sabe que has hecho lo que has podido, aunque
hayas fracasado en el intento, y contabiliza en tu favor lo que tratas de hacer
y no has podido, como si lo hubieras hecho de verdad" (San Agustín.
Serm.18,5).
Lo que se ha planteado en al párrafo anterior, es el fondo teológico de la pericopa que
reflexionamos hoy. Esta forma parte, de las parábolas del Reino en Mateo,
que junto a las 7 de Mt 13, 1-49 y a las dos de Mt 25, 1-30; abren la posibilidad
de presencializar el reino en la comunidad. Estas parábolas comienzan con una frase técnica empleada por Mateo, que nos
ubica en el contexto pedagógico del tiempo del discípulo con el tiempo de Dios:
“El Reino
de los cielos se parece a...”
§
Un sembrador que salió
a sembrar… (Mt 13, 3-9)
§
Un grano de
mostaza… (Mt 13,31-32)
§
La levadura que
tomó una mujer... (Mt 13,33)
§
Un tesoro escondido
en un campo... (Mt 13,44)
§
Un comerciante...
(Mt 13,45)
§
Una red que se
echa en el mar... (Mt 13,47-49)
§
Un rey que quiso
ajustar cuentas con sus siervos... (Mt 18,23-35)
§
El dueño de una viña
(Mt 20,1-16)
§
A un rey que
invitó al banquete de boda… (Mt 22,1-14)
§
Las vírgenes
necias y las sensatas (Mt 25,1-13)
§
A un hombre que
partió de su tierra y confío su dinero… (Mt 25,14-30)
Estas parábolas forman parte de la enseñanza de
Jesús en Mateo sobre la presencia del reino. Es en este sentido, que la
parábola del dueño de la viña y los trabajadores, nos coloca frente a un
llamado del Señor y una respuesta del discípulo en la realidad del reinado de Dios
a vivirlo en igualdad de condiciones
como hijos en el Hijo. Somos llamados a través de la Palabra: A la Fe, a la Oración y a la
experiencia del Perdón-corrección y la reconciliación; elementos que subyacen en
el fondo teológico de esta parábola, sin los cuales el reino sería una realidad
vacía.
La estructura de esta parábola está asociada con el
itinerario de las oraciones de los judíos. A este itinerario Jesús le da la
connotación de los diferentes llamados que hace Dios a hombres y mujeres para
que sean trabajadores de su viña, es un llamado sin condicionar la procedencia
de los trabajadores[2]. El
llamado es iniciativa del Señor, y no desde propuestas humanas que están
cargadas de prejuicios e intereses egoístas, perdiendo el horizonte cristiano y
cuestionando el actuar de Dios: “Estos,
que llegaron al final, trabajaron solamente una hora, y usted le ha pagado
igual que nosotros, que hemos aguantado el trabajo y el calor de todo el día”
(Mt 20,12).
Frente a la adversidad planteada por la terquedad
de la gente, Jesús el Señor, responde con su pedagogía, así como le respondió a
Pedro en las ocasiones que se oponía a
su destino (Mt 16,22): “Amigo, no te
estoy haciendo ninguna injusticia. ¿Acaso no te arreglaste conmigo por el
salario de un día? (Mt 20,13) Esta es la alianza que hacemos con el Señor con
la paga convenida que es igual para todos los llamados, sin hacer acepción de
personas, es decir, no debe existir ninguna clase de reproche al Señor por su
bondad: “¿O es qué te da envidia que yo
sea bondadoso?” (Mt 20,15) [3].
“Si yo quiero darle a este que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a
ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero” (Mt
20,14-15).
La bondad de Dios consiste, en que Él a todos nos
hace el llamado de trabajar en su viña, y lo hace en el tiempo de su tiempo. El
tiempo del Padre es la pedagogía de la esperanza y la pedagogía de la conversión humana: de
abandono: “¿Por qué se han
quedado todo el día sin hacer nada? _Contestaron: Porque nadie nos ha
contratado” (Mt 20,6-7) Y de prueba: “Vayan ustedes también a trabajar a mi viña” (Mt 20,7) Este texto
nos coloca en la presencia performativa del reino de Dios: Llamado y Respuesta
del discípulo seguidor que ha asumido la espiritualidad cristiana en el hoy del
Padre, donde: “los últimos serán primeros, y
los primeros serán últimos” (Mt 20,16).
A modo de conclusión:
San Gregorio Magno, homiliae in
Evangelia, 19,1
La hora undécima comprende el tiempo que media
desde su venida hasta el fin del mundo. El trabajador de la mañana, de la hora
de tercia, de sexta y de nona, es el pueblo judío, que por sus elegidos no cesa
de trabajar en la viña del Señor, desde el principio del mundo, esforzándose en
honrar a Dios con la rectitud de su fe. Los gentiles son los llamados a la hora
undécima. Por eso sigue: "Y salió cerca de la hora de vísperas".
Porque estaban ociosos todo el día, sin haber hecho esfuerzo alguno en ninguna
de las tan largas épocas del mundo para cultivar su viña; pero reparad en la
respuesta que dan cuando fueron preguntados: "Y ellos le respondieron.
Porque ninguno nos ha llamado a jornal". Efectivamente, ningún patriarca,
ni ningún profeta se había acercado a ellos. ¿Y qué otra cosa significa la
contestación: "Ninguno nos ha llamado a jornal", sino el que nadie
les había predicado el camino de la vida.
O también: "el llevar el peso del día y del
calor" es estar fatigado durante el tiempo de una larga vida, por la lucha
contra los estímulos de la carne. Pero se puede preguntar: ¿Cómo es posible que
murmuren los que son llamados al Reino de los Cielos? Porque el que murmura, no
recibe el Reino de los Cielos y el que recibe, no puede murmurar.
O también: "el murmurar" quiere decir que
todos los antiguos patriarcas, a pesar de haber vivido en la justicia, no
pudieron entrar en el reino, hasta la venida del Señor y por eso es propio de
ellos el haber murmurado. Mientras que nosotros no podemos murmurar, porque a pesar
de haber venido a la hora undécima y de haber nacido después de la venida del
Mediador, entramos en el reino en seguida que abandonamos nuestros cuerpos.
Y como nosotros recibimos la corona de la
bienaventuranza por efecto de la bondad del Señor, añade: "¿No me es
lícito hacer lo que quiero?". Grande insensatez del hombre es murmurar
contra la bondad de Dios. Porque podría quejarse de Dios cuando no le diera lo
que le debe; pero no tiene motivo para formular sus quejas cuando El no da lo
que no le debe. Por eso añade con tanta claridad: "¿Acaso tu ojo es malo,
porque yo soy bueno?"
Muchos vienen a la fe, pero son pocos los que
llegan al Reino de los Cielos, porque son muchos los que siguen a Dios con los
labios y huyen de El con sus costumbres. De todo esto, podemos sacar dos
consecuencias. Primera, que nadie debe presumir de sí mismo. Porque aunque uno
haya sido llamado a la fe, no sabe si estará elegido para el Reino; y segunda,
que nadie debe desconfiar de la salvación del prójimo, aunque lo vea entregado
al vicio, porque todos ignoramos los tesoros de la misericordia de Dios. O de
otra manera, nuestra mañana es la niñez; la hora de tercia la adolescencia,
porque el calor que en esa edad se desarrolla, es como el del sol cuando sube a
lo más elevado de su carrera; la hora de sexta es la juventud, época en que el
hombre adquiere toda su robustez y la de nona es la vejez, edad en que falta el
calor de la juventud, como al sol cuando se retira de los puestos elevados de
su carrera. Por último, la hora undécima, es la edad que se llama decrepitud o
veterana.
Estuvieron ociosos hasta la hora undécima todos los
que se retrasaron en vivir, según Dios, hasta la hora última. A éstos, sin
embargo, los llama el padre de las familias y muchas veces los recompensa en
primer lugar, porque mueren y van al reino antes que aquellos, que son llamados
desde los primeros años de su infancia.
A modo de conclusión 2:
José Antonio Pagola
Jesús veía en las plazas a quienes no
tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento
del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios
hacia todos?
Jesús les contó una parábola
sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que
pudo. Él mismo vino a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes.
Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a
todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.
El primer grupo protesta. No se quejan
de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a
los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de
portavoz es admirable: « Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».
La parábola es tan revolucionaria que,
seguramente, después de veinte siglos, no nos atrevemos todavía a tomarla en
serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos y aquellas que
apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su
corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio
de quienes han trabajado en su viña?
Todos nuestros esquemas se tambalean
cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos
resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos» cargados de
méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa
alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas
que no tienen acceso al templo.
Nosotros seguimos muchas veces con
nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su
bondad infinita hacia todos. Hay personas que no se lo merecen. Nos parece que
Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y sólo su merecido. Menos mal que
Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, Dios sabe entenderse bien
con esas personas a las que nosotros rechazamos[4].
“Cristo sana, Cristo purifica, Cristo
Justifica” (San Agustín. Serm. 292,2)
Da a
todos un denario, recompensa de todos, porque a todos será igualmente dada la
misma vida eterna. Habrá en la vida eterna, en la casa del Padre, muchas
moradas y resaltará en ellas, de un modo diferente, el brillo de los méritos de
cada uno. El denario, que es el mismo para todos, significa, que todos vivirán
el mismo tiempo en el cielo y la diferencia de mansiones, indica la gloria
distinta de los santos (San
Agustín, de
sancta virginitate, 26).
[1] Texto elaborado el día 18
de Septiembre de 2011 y revisado el 21 de Septiembre de 2014. (Dom 25 del T.O)
[2] El
propietario sale, en cinco ocasiones, desde la primera hora del día hasta la
hora undécima (vv.1-7) a buscar jornaleros para su viña. El acento recae sobre
estos últimos jornaleros de la hora undécima, a los que "nadie ha
contratado". Nadie se ha fijado en
ellos ni ha contado con ellos para trabajar en sus campos. Son imagen de
los marginados de la sociedad de
la época (publicanos, pecadores, enfermos...), excluidos de la atención y preferencia de las élites religiosas y
políticas, a los que Cristo se acerca
e incluye en la mesa del
Reino.
(http://www.discipulasdm.org/biblia/lectio_divina/lectio_ciclo_A/lectio_25_to_1_a.htm).
[3] ¿Qué rasgos
caracterizan a este hombre, según la parábola? Fijémonos, sobre todo, en
cómo se define él a sí mismo, en el versículo 15: «Yo soy bueno». Confronta este versículo con Lc 6,35 y con Mt 19,17 ("Uno solo es el Bueno"). Según estos paralelismos, identificamos al
propietario con el Padre. (http://www.discipulasdm.org/biblia/lectio_divina/lectio_ciclo_A/lectio_25_to_1_a.htm).
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