Mt
21,28-32[1]
“Señor mío y Dios mío, si yo gimo en medio de
los hombres, si yo gimo en medio de los cristianos, si yo gimo en medio de
pobres; es para que tú me concedas el que, con el pan de tu palabra, pueda
saciar a aquellos que no tienen hambre y sed de justicia, porque viven saciados
y satisfechos. Pero, ¡ojo!, su saciedad no es auténtica, su saciedad no tiene
en cuenta tu verdad”. (San Agustín. De Trinit. 4, proemio 1).
Jesús en su
predicación plantea que el reino de Dios es una realidad para todos (Cfr. Mt 20,1-16) Él sale todo el día como el
dueño de la viña a contratar hombres y mujeres que trabajen en su viñedo -reino
de Dios- y centra su atención en los que son considerados último, los que no
fueron contratados antes de caer la tarde porque las autoridades religiosas
judías no se habían fijado en los desposeídos y marginados.
En el
evangelio de Mateo estos son imagen de los marginados de la sociedad de la
época: Paganos, Prostitutas, Publicanos, Lisiados, Leprosos, Enfermos,
Endemoniados, Cojos, Mancos, Ciegos, Sordos, Mudos, Viudas, Niños, Forasteros,
quienes son considerados pecadores. Ellos eran excluidos del templo, no podían
participar del culto, muchas veces, les tocaba vivir fuera de las ciudades. En
la realidad del reino de Dios no hay acepción de personas, desde este horizonte
podemos entender la sentencia de Jesús a los fariseos y maestros de la ley: “Los últimos serán los primeros, y los
primeros serán últimos” (Mt 20,16).
Esta parábola
está ubicada en el contexto de la controversia que presenta Mateo entre Jesús,
los fariseos y los maestros de la ley (Mt 20,1-23,1-39) que llega a su punto
álgido con la entrada a Jerusalén (Cfr. Mt 21,1-11; Mc 11,1-11; Lc 19,28-40; Jn
12,1-19) Culminando con su muerte (Cfr.
Mt 27,45-56; Mc 15,,33-4; Lc23,44-49; Jn 19,28-30) El eje central de la
controversia es que las autoridades judías representada por los fariseos, sumos
sacerdotes, maestros de la ley no han creído en la justicia de Dios anunciada
por Juan, no creyeron en Jesús como Hijo de Dios, se resistieron a su
Palabra y no hicieron la voluntad del
Padre: “Cuando el justo se aparta de su
justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Cuando el
malvado se convierte de la maldad que
hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida” (Ez
18,26-27).
Esta
controversia podemos entenderla desde tres acciones simbólicas de Jesús: su
entrada en Jerusalén como Rey y Mesías (Mt 20,1-11); la purificación del
templo, que simboliza su autoridad sobre el culto religioso judaico (Mt 21,12-17),
y la maldición de la higuera, que probablemente representa el juicio divino
sobre los dirigentes de Israel que no habían aceptado a Jesús (Cfr. Mt
21,18-22) Estas acciones simbólicas son recreadas por Mateo de las profecías de
Isaías, Ezequiel, y Jeremías (Cfr.Is
8,1-4; Jr 13,1-11; Ez 4,1-5,4)[2].
Que planteaban el rechazo del pueblo a la Alianza.
La parábola
del padre y los dos hijos, tiene el siguiente sentido simbólico: Los llamado en
primer momento para hacer la voluntad de Dios, han dicho que si van a trabajar
a la viña del padre pero no lo hicieron conforme a los planes de Dios: “Si Señor, yo iré. Pero no fue” (Mt 21,30);
por esta razón el reino de Dios cambia de destinatarios, es para los que en
primera instancia dicen no al llamado: “¡No
quiero ir! Pero después cambió de parecer, y fue” (Mt 21,29) El reino es el
tiempo de Dios y ahora es para los que viven desde el espíritu la Palabra, de
los que han creído en la Justicia de Dios proclamada por Juan: Los publicanos y
las prostitutas han tratado de convertirse, cumpliendo así las justas exigencias de Dios (Cfr. Lc 7,29;
Lc 3,7.12).
En cambio los
fariseos y los maestros de la ley, han despreciado lo que Dios había querido
hacer en favor de ellos (Cfr. Lc 7,30) Reunirlos en un solo pueblo, con un
mismo sentimiento y un mismo amor, como Jesús quiso hacerlo con el nuevo pueblo
de Dios: “Tengan los mismos sentimientos
de Cristo Jesús (Fil 2,5) Pero fue rechazado por las autoridades religiosas
judías que no lograron tener un mismo sentir y un mismo amor hacia sus
palabras, pero los desposeídos si tuvieron este acercamiento por eso ellos
levaran la delantera en el reino de Dios: “Tengan
un mismo amor, un mismo espíritu, un único sentir” (Fil 2,2).
En la Parábola
Jesús manifiesta que el Reino de Dios destinado para ellos ya no les pertenece
porque no creyeron en la justicia predicada por Juan y no creyeron en Él, es
decir, que son como el hijo que dijo que sí iba a trabajar a la viña y no fue. Pero el hijo que dijo que
no, fue, este en la parábola es
simbolizado con los que son contratado a última hora (Mt 20,7): los publicanos,
las prostitutas, los enfermos. Porque no
todo el que diga “Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino quien
haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21) Porque vino Juan
a predicarle la conversión y no lo aceptaron (Mt 21,32; Cfr. Mt 11,7-19).
El llamado que
hace Jesús es la conversión para participar en el tiempo de Dios, en la mesa
del reino, como nos plantea Fr. Héctor Herrera, O.P.
“La parábola es un llamado a la conversión.
Hay un paralelismo entre la predicación de Juan y la de Jesús: los piadosos no
le creyeron, en cambio los que eran considerados pecadores y prostitutas
cambiaron sus vidas y acogieron el reino de Dios. Jesús es rechazado por las
autoridades judías. Está próximo a su muerte, pero no han reconocido el “camino
de la justicia y no le creyeron. Y ustedes, aún después de verlo, no se han
arrepentido ni le han creído” (V.32). Acoger el reino de Dios es practicar la
voluntad de Dios nuestro Padre que nos ama a todos. “Es practicar el derecho y
la justicia”; como nos recuerda el profeta Ezequiel 18,27. En tiempo de Jesús
se vivía del legalismo, como puede sucedernos hoy en día y actuar por puras
apariencias, sin querer comprometernos como cristianos en la construcción del
reino de Dios, que significa la defensa de la vida y la dignidad de toda
persona, en la práctica de la justicia y el derecho de los más pobres, en
comunidades cristianas solidarias, en ser comunidades proféticas y coherentes
donde no se obre por rivalidad u ostentación, sino que aprendamos de Jesús,
como nos recuerda el apóstol Pablo, que “se hizo obediente hasta la muerte de
cruz, para que ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, la
tierra y el abismo y toda lengua confiese: “¡Jesucristo es Señor! Para gloria de Dios
Padre” (Filp 2,1-11)”[3].
Por esta razón, necesitamos romper con
la pasividad cultual, creemos al igual que los fariseos y maestros de la ley
que no necesitamos de conversión. Pensamos que ya hemos asegurado nuestra
salvación contentándonos con el mínimo esfuerzo dentro de la Iglesia de
Jesucristo. Pensamos que los que
necesitan de conversión, de perdón y de
corrección son los pecadores.
De esta manera es necesario, pensar en
una comunidad eclesial renovada, con nuevos sentimientos, alejada de falsas
espiritualidades pietistas de apariciones fantasmagóricas, de sol y luna
inclinados mostrando deidades imaginarias de la pintura clásica, que quitan
cualquier camino de evangelización seria producto de una reflexión bíblica y
una pastoral consciente de las necesidades de conversión de sus miembros que
impida la comodidad clásica que produce esta piadosa espiritualidad sin
espíritu: “La Iglesia necesita una fuerte
conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la
tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del continente. Necesitamos
que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación
de la vida de Cristo.”(DA. 362).
A modo de conclusión:
San Agustín. Comentario sobre
el salmo 147,3
Si nuestra esperanza en
Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. Luego
existe otra vida. Que cada cual interrogue al Cristo de su fe: pero la fe
duerme. Con razón fluctúas, pues Cristo duerme en la barca. Dormía
efectivamente Jesús en la barca, y la barca desaparecía entre las olas
encrespadas. Fluctúa, pues, el corazón cuando Cristo duerme. Cristo está
siempre en vela. ¿Qué significa entonces: «Cristo duerme?» Que duerme tu fe.
¿Por qué eres todavía zarandeado por la tempestad de la duda? Despierta a
Cristo, despierta a tu fe: mira la vida futura con los ojos de la fe; por esa
vida has creído tú, por esa vida has sido signado tú con la señal de aquel que
vivió esta vida para mostrarte lo despreciable que es la vida que amabas y cuán
deseable es la vida en la que tú no creías.
Si, pues, despertares la fe y
fijares los ojos de la fe en las realidades últimas y en los goces del siglo
futuro de que disfrutaremos a raíz de la segunda venida del Señor, una vez
celebrado el juicio, después de haber entregado el reino a los santos; si
pensares en aquella vida y en el ocioso negocio de aquella vida, del que con
frecuencia os hemos hablado, carísimos, entonces no zozobrará nuestro negocio,
nuestro ocioso negocio lleno de una dulzura sin igual, no interrumpido por
molestia alguna, no condicionado por la fatiga, no mediatizado por nube alguna.
Y ¿cuál será nuestro negocio?
Alabar a Dios, amarle y alabarle; alabarle en el amor, amarle en las alabanzas.
Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. ¿Porqué razón,
sino porque estarán amándote siempre? ¿Por qué razón, sino porque estarán
viéndote siempre? Esto supuesto, hermanos míos, ¿cuál será el espectáculo que
se nos ofrecerá en la visión de Dios? Nosotros, hermanos, si no perdemos de
vista nuestra condición de miembros suyos, si le ansiamos, si perseveramos, lo
veremos y nos gozaremos. Aquella ciudad estará compuesta por ciudadanos ya
purificados, y no se admitirá en ella a ningún sedicioso o turbulento; aquel
enemigo que, por envidia, hace ahora todo lo posible para que no lleguemos a la
patria, allí no podrá acechar a ninguno, pues ni siquiera se le permitirá el
acceso a ella. En efecto, si ahora es excluido del corazón de los creyentes,
¿cómo no va a ser excluido de la ciudad de los vivientes? ¿Qué no será,
hermanos, qué no será —os pregunto— vivir en aquella ciudad, si simplemente
hablar de ella reporta tanto gozo?
Hemos de preparar nuestros
corazones para esta vida futura; quien dispone su corazón para la vida futura,
desprecia totalmente la presente; y, despreciada ésta, podrá esperar tranquilo
el día que el Señor nos amonestó a esperar con temor.
A modo de Conclusión 2:
Aplicación de la parábola: 20,31c-32
En la aplicación de la parábola (20,31c-32), se describe, por una parte, el
comportamiento de las máximas autoridades judías, y por otra el de los
publicanos y pecadores, con relación a la voluntad de Dios, así como era
anunciada por Juan Bautista. La lección que se deduce de la parábola de “los
dos hijos” es que lo decisivo no son las palabras sino los hechos: sólo quien
realiza plenamente el deseo del padre, cumple su voluntad. ¿Es este el caso de
los líderes judíos que se jactan de estar en sintonía con Dios, despreciando a
los pecadores y desconociendo la predicación que Juan hace en nombre de Dios?
Una respuesta que termina auto-inculpando
“¿Cuál
de los dos hizo la voluntad del padre?”. Le responden: “El
primero”. Tanto Jesús como sus adversarios están de acuerdo en el hecho
que la voluntad del Padre solamente se realiza cuando se lleva a cabo lo que él
manda hacer. La respuesta, que es obvia, se convierte en una especie de trampa
que hace pasar a los sumos sacerdotes y ancianos de acusadores a acusados: se
juzgan a sí mismos.
Esta vez la respuesta era inevitable. Ya no pueden repetir el
comportamiento anterior, donde calcularon para dar la respuesta “no
sabemos” (21,26-27).
Una afirmación dolorosa
“En
verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al
Reino de Dios”. Jesús pasa a la aplicación de la parábola. La
comparación de los que se presentan como autoridad moral y como justos ante el
pueblo, con los personajes considerados como típicos pecadores (publicanos y
prostitutas, quienes por su modo de vivir, están excluidos por principio del
Reino de Dios), duele, es ofensivo. Jesús les está diciendo, con plena
autoridad, que ellos no son lo que aparentan ser. La expresión “ir
delante”, parece referirse a que un grupo logra entrar al Reino,
mientras que los otros no (así como se expresa 23,13). Hay una inversión de
destinos, de cara al Reino.
La profundización
¿Por qué unos entran en el Reino y otros no? El criterio es la adhesión a
la voluntad de Dios, aceptada en la palabra del mensajero. El mensajero, en
este caso, era Juan Bautista. Ahora, al contrario de aquel silencio, por parte
de las autoridades judías, que evitaba el compromiso, Jesús les dice
abiertamente a las autoridades judías qué es lo que piensa de Juan Bautista, de
dónde procede su bautismo y qué valor le da a su comportamiento: “vino
Juan a vosotros por camino de Justicia” (21,32; ver 11,7-19).
Decir que Juan “vino (como “vino” el papá donde sus hijos) a
vosotros por camino de justicia”, quiere decir que vino por encargo de
Dios para anunciar lo que había que hacer: cuál era el comportamiento “justo”,
el que correspondía a la voluntad de Dios. En otras palabras, por medio de él,
el Padre manifestó su voluntad y envió a trabajar en su viña.
Las reacciones de aceptación y rechazo ante la predicación de la conversión
“Vosotros
no creísteis en él / los publicanos y las rameras creyeron en él”. El
punto álgido de la contraposición está en el “creer” (ver el gráfico que
aparece arriba, en la estructura):
(1) Los representantes del pueblo de la alianza no le prestaron ninguna fe,
no lo reconocieron como profeta autorizado por Dios ni escucharon su mensaje
(ver 21,25). Por eso se parecen al primer hijo, que dice palabras bonitas, pero
no cumple la voluntad del Padre. (2) Los publicanos y prostitutas que han hecho
caso a la predicación de la conversión (ver Lc 7,29-30), se parecen al segundo
hijo, quien primero dice que no, pero después se arrepiente y hace la voluntad
del padre.
Esto no quiere decir que Jesús apruebe el modo de vida de los publicanos y
de las prostitutas, sino que reconoce su actitud positiva ante el mensaje de
conversión de Juan y la juzga como cumplimiento de la voluntad de Dios, que es
requisito para entrar en el Reino.
Las lecciones
Podemos enumerar algunas de las lecciones más importantes que emergen:
(1) Para pertenecer al Reino de Dios es importante conocer la voluntad de
Dios y hacerla. Con su palabra y con la discusión con las máximas autoridades
judías, Jesús hace caer en cuenta del peligro de no poner en práctica la
voluntad de Dios. ¡Hay que buscarla atentamente y acogerla con prontitud!
(2) Hay que reconocer a los mensajeros de Dios que nos comunican el querer
de Dios.
(3) No hay que repetir el comportamiento de las autoridades judías, quienes
evitan tomar posición ante la pregunta que les hace para que no se delate la
inconsistencia entre lo que profesan de boca y lo que hacen en la práctica,
porque esto ya es una toma de posición contra la voluntad de Dios.
(4) Hay una esperanza para el pecador: nadie que haya dicho que no y haya
vivido mal se debe desesperar. No es decisiva la primera respuesta, lo
importante es no permanece en ella, corregirse con una renovación de vida que
se reconozca en un “actuar justo”.
(5) El “arrepentimiento” de los publicanos y prostitutas se convierte en
modelo: el actuar “justo” de aquellos que antes se han portado de manera
equivocada, debería atraer a la conversión a aquellos que se consideran buenos,
pero no van a la práctica.
En fin…
Una primera respuesta equivocada no es una decisión definitiva. Es posible
el cambio. La vida se puede enderezar por medio de la conversión y un proyecto
de vida conducido según la escucha y la puesta en práctica del querer del
corazón del Padre[4].
Que te escuchen y vengan a ti, aprendan de ti a ser mansos y humildes los
que buscan tu misericordia y tu verdad, viviendo para ti, para ti, no para sí.
Escuche esto quien se encuentre fatigado y cargado, quien se encuentre tan
abrumado por su carga que no ose elevar los ojos al cielo; escuche aquel
pecador que golpeaba su pecho y, estando lejos, se hallaba cerca. Escuche aquel
centurión que no se consideraba digno de que entrases bajo su techo.
Escuche Zaqueo, el jefe de los publicanos, que devuelve el cuádruplo de las
ganancias obtenidas con sus condenables pecados. Escuche la mujer pecadora de
la ciudad, que derramó a tus pies tantas más lágrimas cuanto más lejos se
hallaba de tus huellas. Escuchen las meretrices y los publicanos, que preceden
a los escribas y fariseos en el reino de los cielos.
Escuchen los que sufren cualquier clase de enfermedad, con quienes
participaste en banquetes, participación que te imputaron como pecado quienes,
creyendo estar sanos, no te buscaban como médico, no obstante que no habías
venido a llamar al arrepentimiento a los justos sino a los pecadores. Cuando
todos estos se convierten a ti, se vuelven fácilmente mansos y se humillan en
tu presencia, acordándose de su vida inicua en extremo y de tu indulgentísima
misericordia, puesto que donde abundó
el pecado, ha sobreabundado la gracia. (De s. virg. 36,
36).
[1] Texto elaborado el 25 de
Sept. De 2011. Dom 26 del T.O. Revisado el 28 de Sept. De 2014. Dom 26 del T.O
[2] Cfr. SOCIEDAD BIBLICAS
UNIDAS. La Biblia de Estudio. Dios habla hoy. Comentario a Mt 21,1-22.
[3]
http://www.cecopros.org/index.php?option=com_content&view=article&id=5316:domingo-xxvi-to-ciclo-a-d-
25092011-mt-2128-32-icual-de-los-dos-hijos-obedecio&catid=220&Itemid=400
[4]
Fidel Oñoro. Estudio Bíblico de
Base para la Lectio Divina del Domingo. Domingo
XXVI del Tiempo Ordinario Ciclo A – Septiembre 25 de 2011. (www.celam.org/cebipal/modules/lectioDivina/.../ED%2012.10.08.doc.)

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