Mt 14,22-33[1]
Permanece fiel al Señor con amor,
para que tu vida pueda crecer en los últimos días. Manténte apegado a las
fieles, grandes, seguras y eternas promesas de Dios y al indestructible e
inefable don de su misericordia (San Agustín. Carta 24,1).
Atiende
a mis palabras, hijo mío; préstales atención. Jamás la pierdas de vista;
¡Grábatelas en la mente! Ellas dan vida y salud a todo el que las halla. Cuida
tu mente más que nada en el mundo, porque ella es fuente de vida” (Pro 4,20-23).
La comunidad del reino reflexiona su fe desde la
realidad presente realizándose, es el itinerario pos-pascual que se gestó en la
Cruz. Este itinerario es la presencia y las enseñanzas de Jesús en la comunidad
del reino que vive su fe anunciando el
Kerygma-pascual, testimoniándolo y presencializándolo con prácticas coherentes
dentro de la comunidad de reino:
“En fin, vivan todos ustedes en armonía,
unidos en un mismo sentir y amándose como hermanos. Sean bondadosos y humildes.
No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto. Al contrario, devuelvan
bendición, pues Dios los ha llamado a recibir bendición. Porque: Quien quiera
amar la vida y pasar días felices, cuide su lengua de hablar mal y sus labios
de decir mentiras; aléjese del mal y haga el bien, busque la paz y sígala.
Porque el Señor cuida a los justos y presta oídos a sus oraciones, pero está en contra de los
malhechores” (1P 3,8-12; Cfr. Rom 12,16-17; Fil 2,2-4; 1Tes 5,15; Lc 6,27-28;
Sal 34, 12-16 [13-17])
Esta es la enseñanza práctica, coherente y
responsable de hacer viable el reino de Dios en la Iglesia pos-pascual. Iglesia
seguidora de Cristo.
En esta Iglesia, estos deberes se han debilitado y
prácticamente han desaparecido porque no somos una comunidad de cristianos
creíbles, de creyentes que den testimonio de Cristo; esto no se ha podido realizar
porque se ha remplazado el estudio, la reflexión de las Sagradas Escrituras por
diversas prácticas de piedad popular sin formación, sin orientación, sin
reflexión, sin evangelización; manteniéndose prácticas que llamamos tradiciones
y muchas veces inamovibles, dejando a un lado recomendaciones de Benedicto XVI
y Francisco que nos recomiendan revisarlas y acercarnos más bien a la
lectura-estudio de la Palabra de Dios.
Otro fenómeno que ha influido es que la preparación
a los sacramentos carece de formación bíblica; las catequesis son elaboradas y
basadas en folletos que contienen rezos
y otras formulitas de la sana doctrina, al respecto no hay claridad, ni unidad
de criterios en los encargados de orientar las catequesis hacia la conversión
pastoral - pasar de una pastoral de conservación a una pastoral renovada- (Cfr. D A 366-367.
370; Sto Dom 30) que fortalezca esta
preparación hacia una comunidad de fe, centrada en el anuncio keriymático
pascual: Jesús Muerto y Resucitado.
Con preocupación se mira que la práctica de la
piedad popular así como se está desarrollando y la catequesis basada en los fórmulas
de rezos de la Iglesia contenida en folleticos para evangelizar e instruir a la
gente (algunos son recomendables) pero
no responden a la propuesta de la nueva evangelización (Cfr. D. Sto Dom 25-30) y
a la misión continental (Cfr. D A 347-370). Porque el resultado de estos actos,
no es el esperado, solo existen grupos sin identidad de cristianos, sin
deberes, sin fortalecimientos de fe[2].
Esto ha ocasionado que no tengamos sentido de
pertenencia dentro de la Iglesia y mucho menos un sentido de comunidad en la
que se vislumbre la presencia del Reino de Dios como nos lo ha querido
presentar Mateo en el capítulo 13 y que ha tratado de hacer realidad con la
invitación a compartir el pan con el hambriento, cuando Jesús da de comer a una
gran multitud (Mt 14, 32-39) Esta realidad del reinado de Dios tendría sentido
si existieran comunidades conscientes de su creencias y de su fe sin titubeo,
sin miedo, seguras y animadas por la presencia de Jesús: “_¡Calma! ¡Soy yo: no tengan miedo!” (Mt 14,27).
La presencia de Jesucristo es el sentido profundo
de esta pericopa[3]
(Mt 14, 22-33) que termina con una confesión de Fe: “_ ¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!” (Mt 14,33) La cual precede
la Confesión de fe de la comunidad apostólica que Pedro hace en nombre de todos
(Cfr. Mt 16, 13-20) Esta confesión de fe es el camino hacia la participación de
los discípulos en el destino del Maestro, con el cual, los seguidores
discípulos se han de identificar: Esta es la Pedagogía de la Cruz (Cfr. Mt
16,21-28).
Pero todavía los discípulos no han comprendido, están
arraigados en la tradición judaica y les cuesta asumir, la propuesta novedosa
de Jesús: Su forma de orar (Mt 14,23; Lc 6,12; 9,28); como comparte el pan con
los hambrientos, su nueva manera de enseñar para sostener en la fe a la comunidad (Mt 14,
27.31) Esta novedad es necesaria para romper con el cordón umbilical de los
discípulos con la tradición judía.
Y es necesario hacerlo para que la nueva comunidad,
la iglesia pos-pascual (la barca en el texto) salga de la embestida del mal representados
en el texto por las olas y el fuerte viento (Mt 14,24) La comunidad está entre
creer y la duda de su fe, manifestada por la situación de la barca (Mt 14,24) por esta
razón, la comunidad se mantiene en la oscuridad, la noche; pero al ir asimilando
la novedad de Jesús en su caminar se vislumbra el amanecer: “A la madrugada Jesucristo fue hacia ellos”
(Mt 14,25).
La presencia de Jesucristo va dando claridad, pero
todavía existe la duda porque tienen embotada sus mentes por el apego a las
tradiciones judaicas. Tienen miedo a salir de su oscuridad, les asusta la
claridad que Jesús irradia. Jesús reprocha esta actitud en su llamado: “_ ¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste?
(Mt 14,31) Al subir Jesús a la barca se calma el viento, han roto con la
tradición estática del judaísmo, dando paso a la nueva forma de vida propuesta
por Jesús. Le han reconocido: “¡En verdad
tú eres el Hijo de Dios!” (Mt 14,33).
En la Iglesia hoy tenemos que vencer el miedo que
nos da salir del facilismo en que hemos caído (piedad popular sin
evangelización, catequesis desde folleticos) Para recuperar el fortalecimiento
de nuestra fe desde el bautismo, alejados de todo temor, de la duda, del pecado,
para que el símbolo del agua que hemos
recibido en bautismo sea verdaderamente propiciador de la salvación: “El
bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en pedirle a Dios una
conciencia limpia; y nos salva por la resurrección de Jesucristo” (1P 3,21;
Cfr. Rm 6,3-4).
A modo de conclusión: San Agustín Ser 76,5-9
Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las
aguas. Si eres tú, mándame (Mt 14,28): porque no puedo hacerlo por
mí, sino por ti. Reconoció lo que era de por sí y lo que era por aquel por cuya
voluntad creía poder lo que no podría ninguna debilidad humana. Por eso, si eres
tú, mándame, pues nada más mandarlo, se hará; lo que no puedo yo
presumiendo, lo puedes tú mandando. Y el Señor le dijo: Ven.
Y bajo la palabra del que le mandaba, bajo la
presencia de quien le sostenía, bajo la presencia de quien disponía, Pedro sin
vacilar y sin demora, saltó al agua y comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el
Señor, no por sí, sino por el Señor. Porque en otro tiempo, fuisteis
tinieblas, mas ahora sois luz, pero en el Señor (Ef 5,8). Lo que
nadie puede hacer en Pablo o en Pedro, o en cualquier otro de los apóstoles,
puede hacerlo en el Señor. Por eso Pablo, rebajándose útilmente, exalta al
Señor diciendo muy bien: ¿Acaso ha sido crucificado Pablo por vosotros ¿O
fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? (1 Cor 1,13). No, pues,
en mí, sino conmigo; no bajo mi poder, sino bajo el suyo.
Pedro caminó sobre las aguas por mandato del Señor,
sabiendo que por sí mismo no podía hacerlo. Por la fe pudo lo que la debilidad
humana no hubiera podido. Éstos son los fuertes en la Iglesia. Atended, escuchad,
entended, obrad. Porque no hay que tratar aquí con los fuertes para que sean
débiles, sino con los, débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser
firmes su presunción de firmeza. Nadie logra la firmeza de manos de Dios, sino
quien reconoce en sí mismo la flaqueza: El Señor derrama lluvia voluntaria
en su heredad. ¿Por qué os adelantáis los que sabéis lo que voy a decir?
Templad la velocidad para que nos sigan los más lentos. Esto dije y esto digo:
Nadie logra de Dios la firmeza, si no reconoce en sí mismo la flaqueza...
Así dice Pedro: Mándame ir a ti sobre las aguas (Mt
14,28). Me atrevo, a pesar de ser hombre, pero no lo suplico a un
hombre. Mándelo el Dios hombre, para que pueda lo que no puede el hombre. Dijo:
Ven. Descendió y comenzó a caminar sobre las aguas. Pedro lo pudo,
porque lo mandaba la Piedra. Eso es lo que podía Pedro en el Señor. ¿Qué podía
en sí mismo? Sintiendo un viento fuerte, temió y comenzó a hundirse y
exclamó: Señor, líbrame, que perezco! (Mc 14,30).
Presumió del Señor y pudo por el Señor; pero
titubeó como hombre y se volvió al Señor. Si decía: «Se ha movido mi pie»...
¿Por qué se ha movido, sino porque es mío? ¿Y qué sigue? Tú misericordia,
Señor, me ayudaba (Sal 93,18). No mi poder, sino tu misericordia.
¿Acaso el Señor abandonó al que titubeaba, si le oyó cuando llamaba? ¿Dónde
queda aquello: Quién invocó al Señor, y fue abandonado por él? Y aquello:
Todo el que invocare el nombre del Señor será salvo (JI 2,32). Concediendo
al momento el auxilio de su diestra, alzó al que se hundía y reprendió al que
desconfiaba: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt 14;31). Presumiste
de mí y dudaste de mí.
¡Ea, hermanos!, acabemos el sermón. Contemplad el
siglo como un mar; el viento es fuerte y la tempestad violenta. La concupiscencia
es como una tempestad para cada uno. Amas a Dios: caminas sobre el mar, la
hinchazón del siglo cae bajo tus pies. Amas al siglo: te engullirá. Sabe
devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero cuando tu corazón fluctúe, invoca
la divinidad de Cristo. ¿Pensáis que el viento contrario es la adversidad de
este siglo? Cuando hay guerras, tumultos, hambre, peste; cuando aún a cada
hombre privado le sobreviene una calamidad, se piensa que el viento es adverso
y se estima que entonces hay que invocar a Dios. En cambio, cuando el mundo
sonríe con la felicidad temporal, se estima que el viento no es contrario. Pero
tú no has de mirar a la tranquilidad temporal; mira a tu concupiscencia. Mira
si reina en ti la tranquilidad; mira si no te dobla un viento interior; eso has
de mirar.
Gran virtud es luchar con la felicidad para
que no te domine, para que no te corrompa, para que no te sumerja. Gran virtud
es, repito, luchar con la felicidad. Gran
felicidad es dejarse vencer por la felicidad. Aprende a conculcar el siglo;
acuérdate de confiar en Cristo. Y si tu pie se mueve, si vacila, si no logras
superar algo, si comienzas a hundirte di: ¡Señor, perezco; sálvame! Di: Perezco, para no perecer. Sólo te libera de la muerte de la
carne quien murió por ti en la carne. (San Agustín. Serm 76,5-9).
[1] Texto elaborado en Agosto
7 de 2011 y revisado el día 10 de Agosto de 2014. Domingo 19 del T.O.
[2]
Cfr. CASALINS, G. Celebración de los símbolos en los sacramentos de iniciación
cristiana Bautismo y Confirmación. Monografía.
Cap. I. Bogotá 2010.
[3] Corresponde a un pasaje
bíblico en el que se dividen los capítulos de las Sagradas Escrituras, es decir
es una parte, un trozo de un capítulo bíblico. Ej. Mt 13, 47-50; 15, 21-31;
16, 5-12.
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