MT 13,1-23
Tú que aún no ves a Dios, amando al prójimo podrás verlo. Amando a tu prójimo purificas tus ojos y así podrás ver a Dios. Ama a tu prójimo y mira dentro de ti la fuente e este amor. Ahí tú verás a Dios en cuanto eres capaz. (San Agustín Coment. Evang. S. Juan 17,8).
“Una Biblia que
solamente se usa para leerla, y vivir materialmente apegados a tradiciones y
costumbres de los tiempos en que se escribieron esas páginas, es Biblia muerta.
Eso se llama biblismo, no se llama revelación de Dios” (Mns. O. Romero. Julio
16 de 1978)
Los miembros de la Iglesia pobre y
humilde de Jesucristo no tienen un papel pasivo en la comunidad pos-pascual,
sino que han de estar adheridos por la fe a Jesús Resucitado, quien llama a
través de su Palabra para ser testigos del Reino de Dios: “Vayan y anuncien que el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 10,7) Este envío a misión a los discípulos
cristianos y testigos de Jesús Resucitado (Hec 1,22) no se ha asumido, sino que
se ha dilatado en el caminar por no cumplir el mandato del Señor. Cambiamos la
palabra de Dios por prácticas mal concebidas de piedad popular, el facilismo
hace inculcar y fortalecer grupos de índole pietistas que desarrollan
actividades carentes de liturgia y de formación en la Palabra, ahogando la
riqueza de la simbología litúrgica dentro de la comunidad eclesial (Cfr.
Directorio de Piedad Popular. No. 47-48).
De esta manera, se ha desplazado al
Único mediador, el Señor Jesucristo (Cfr. DPP. No. 57) Por lo tanto, es urgente
desarrollar procesos de formación para
el crecimiento de la fe en el caminar de la comunidad eclesial pos-pascual,
desde el incremento de la catequesis estructurada y centrada en Jesucristo. Que
haga una integración entre liturgia y piedad popular para no crear confusión entre
los creyentes. Sobrevalorar la piedad popular como única práctica posible para
llegar a Dios, disminuye una formación litúrgica como expresión de culto en la
Iglesia y un marginamiento de la Palabra como formación de la comunidad
eclesial pos-pascual (Cfr. DPP. No. 56-59).
Esto nos lleva muchas veces, a
sentirnos cristianos de momentos, identificamos nuestro ser en la Iglesia de
Jesucristo con el ser católicos, es decir, colocamos la institución como
nuestra religión. Gran confusión que se ha presentado durante años. No nos
sentimos identificados como cristianos, no reconocemos que es nuestra religión;
la institución católica nos lleva a vivir la religión, no es la religión
cristiana que nos lleva a vivir la institución como religión. A pesar de esto tenemos
la esperanza de vivir y caminar junto aquel que vivió haciendo la voluntad del
Padre, asumiendo la misión de anunciar el reino de los cielos como alternativa
de cambio y de comunión entre la Palabra y la fe: Por la Palabra creemos y
profesamos nuestra esperanza de fe en Jesús Resucitado.
Es así, como el texto de la Parábola
del sembrador (MT 13,1-23)
pertenecientes al grupo de parábolas del reino (Cfr. Mc 4,1-33; Mt
13,1-52; Lc 8,4-18; 13, 6-9.18-21) proclamadas por Jesús en los evangelios, da
luz a la reflexión de vivir desde la fe y la Palabra la presencia del reino. En
el texto se presenta a Dios como el sembrador, a Jesús como la Palabra
pronunciada, semilla a germinar (Is 55,10-11) El terreno son los creyentes,
convencidos o indecisos, que acogen la Palabra en diferentes circunstancias de
la vida, desechando o produciendo frutos de acuerdo a su convicción de vida
(Cfr. Mt 7,15-20; 12,33.35: Eclo 27,6).
La parábola cuestiona nuestro actuar
frente a la Palabra, no podemos seguir siendo cristianos de momentos, porque
hasta ahora solo participamos en: Uno que otro Sacramento, en Eucaristía
dominical, Fiesta patronal, Rosario, Novenas, Exequias, Otros actos piadosos.
Reduciendo de esta manera nuestra actividad dentro de la Iglesia, viviendo
superficialmente la fe, desligándonos de la Palabra que salva y nutre la fe
(Cfr. DPP. No. 56).
Este texto nos invita a la esperanza
de vivir junto a aquellos que recibieron la palabra y dieron los frutos
esperados, se hicieron artífices de la creación de comunidades de fe por medio
de la Palabra. Éstos son los pescadores que se sienten pecadores: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un
pecador!” (Lc 5,8) Son llamados al perdón: “No tengas miedo” (Lc 5,10a) Son
enviados a cumplir una misión específica: “Desde
ahora vas a pescar hombres” (Lc 5,10b) Y una vez convertidos lo dejan todo,
dejan en tierra sus pecados, temores y le siguen: “Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con
Jesús” (Lc5, 11).
Al dejarlo todo por seguir a Jesús
Resucitado la comunidad pos-pascual permanece fiel y en constante crecimiento
por la Palabra germinada en ella: “No te
ruego solo por estos, sino también por aquellos, que por medio de su palabra
creerán en mí” (Jn. 17,20). La comunidad reunida es garantía de la presencia
de Jesús en medio de ella: “Porque donde están dos o tres reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18,20) Jesús con su Palabra
sigue fortaleciendo y animando a la comunidad para que su fe no desfallezca, sino que se mantenga firme
y perseverante dando razón de su esperanza (1P. 3,15) en medio de los hombres: “Pero yo he rogado por ti, para que tu fe
no desfallezca” (Lc. 22, 32) Y así pueda cumplir la misión encomendada (Cfr. Mt 10,7; Lc. 22,32).
La Palabra, reflexionada y orada
adquiere un carácter comunitario, antes de pascua Jesús situaba a los
discípulos frente a Dios y él también se situaba con ellos frente a Dios.
Después de la pascua los discípulos ya no tienen a Jesús en medio de ellos pero
su Palabra los alimenta fortaleciendo su fe. Por esto se va incrementando en la
comunidad pos-pascual un elemento importante que es la Oración a través de la
Palabra, por esta razón, la comunidad ora a Jesús para escoger al sucesor de
Judas (Hec. 1,24-26) también para instituir a los siete que se dedicarán a la
atención de las viudas (Hec.6,6). La comunidad ora para perseverar en la unidad
(Hec. 4,24-31).
La comunidad asume el mismo
comportamiento de su Maestro, al igual que Jesús que se mantenían en constante
reflexión de la Palabra y en oración. La comunidad asume esta característica: “Se mantenían constantes en la enseñanza de
los apóstoles, en la comunión, con la fracción del pan y en las oraciones”
(Hec. 2,42. Cfr. 2,46-47) Oraban en nombre de Jesús por los que aceptaban la palabra de Dios y oraban
para que recibieran el Espíritu Santo (Hec. 8,15) La comunidad se ha ido
caracterizando por su espíritu de oración siguiendo las Enseñanzas de su Maestro
y se proyecta a los demás como una comunidad orante por excelencia al Dios de
la vida por medio de Jesús.
Desde esta
perspectiva se resalta que la comunidad que ha crecido en la fe es fuerza
dinamizadora que nace del amor de Dios y es reconfortada por la Palabra; se
desarrollará como una opción eclesial que quiere revivir la esperanza en la
comunidad eclesial, planteando la dinamicidad de los símbolos de la liturgia
sacramental, como camino de salvación, propiciando la creación de comunidades
pos-pascuales, alimentadas, fortalecidas por la Palabra, que se plantean como
posibilidad de:
·
Construir una Iglesia-comunidad, evangelizada y
evangelizadora.
·
Recuperar en ella los espacios de acogida y formación
por la Palabra de Dios.
·
Renovar la catequesis, entendiéndola como proceso
permanente y privilegiando el crecimiento de la fe en el Resucitado.
·
Evangelizar la religiosidad popular.
·
Atender a las masas, pero haciéndolas fermentar con la
levadura del Evangelio.
·
Conseguir que los sacramentos sean realmente
sacramentos de la fe.
·
Crear un nuevo y más auténtico tipo de católico,
formado, comprometido, e inteligente, ante el proselitismo de las sectas.
·
Conseguir la necesaria coherencia entre fe y vida,
cuya carencia hace inviable la misión de la Iglesia en el mundo[1].
Estas posibilidades se plantean desde la convicción de
hacer viable este camino, siempre y cuando se desarrolle este itinerario
catequético desde el catecumenado y desde el itinerario pedagógico del camino
de Emaús. Estas comunidades son y deben ser dinamizadoras de la tarea misionera
de la Iglesia[2], que responde al llamado que Jesús hace a la
comunidad enviándolos a anunciar el Evangelio, posibilitando a todos sus
miembros la celebración festiva de los ritos litúrgicos y de la simbología
sacramental[3].
A modo
de conclusión
Hay
que salir de
nuestra casa. Es lo que pide siempre Jesús a sus discípulos: “Vayan
por todo el mundo...”, “Vayan y hagan
discípulos...”. Para sembrar el Evangelio hemos de salir de nuestra seguridad
y nuestros intereses. Evangelizar es "desplazarse",
buscar el encuentro con la gente, comunicarnos con el hombre y la mujer de hoy,
no vivir encerrados en nuestro pequeño mundo eclesial. Esta "salida"
hacia los demás es ofrecer a las personas la oportunidad de encontrarse con Jesús y conocer
una Buena Noticia que, si la acogen, les puede ayudar a vivir
mejor y de manera más acertada y sana. A sembrar no se puede salir sin llevar
con nosotros la semilla. Antes de pensar en anunciar el Evangelio a otros, lo
hemos de acoger dentro de la Iglesia, en nuestras comunidades y nuestras vidas.
Es un error sentirnos depositarios de la tradición cristiana con la única tarea
de transmitirla a otros. Una Iglesia que no vive el Evangelio, no puede
contagiarlo. Una comunidad donde no se respira el deseo de vivir tras los pasos
de Jesús, no puede invitar a nadie a seguirlo.
Hemos
de despertar nuestra fe. La crisis que estamos viviendo nos
está conduciendo a la muerte de un cierto cristianismo, pero también al
comienzo de una fe renovada, más fiel a Jesús y más evangélica. El Evangelio
tiene fuerza para engendrar en cada época la fe en Cristo de manera nueva. También
en nuestros días. Pero hemos de aprender a sembrarlo con fe, con realismo y con
verdad. Evangelizar no es transmitir una herencia, sino hacer
posible el nacimiento de una fe que brote, no como "clonación" del
pasado, sino como respuesta nueva al Evangelio escuchado desde las preguntas,
los sufrimientos, los gozos y las esperanzas de nuestro tiempo .No es el
momento de distraer a la gente con cualquier cosa. Es la hora de sembrar en
los corazones lo esencial del Evangelio[4].
“Así como la lluvia y la nieve bajan del cielo, y no vuelven allá, sino
que empapan la tierra…Así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a
mí sin producir efectos, sino que hace lo que yo quiero y cumple la orden que
le doy” (Is, 55,10.11).
“Oh manjar y pan de ángeles, los ángeles se sacian
de ti. Están satisfechos de ti pero nunca se cansan de ti” (San Agustín. Serm.
196, 13).
[1] KELLER, La iniciación
cristiana-Bautismo-Confirmación, 43-44.
[2]
“La misión no se limita a un
programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento
del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad
a comunidad, y de la Iglesia a todos los
confines del mundo” (DA.145); Cfr.
Catecismo de la Iglesia Católica. No. 849-856.
[3] Texto elaborado el 10 de
Julio de 2011 y revisado el 13 de Julio de 2014. Domingo XV del T.O.
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