domingo, abril 06, 2014

¡LÁZARO, SAL AFUERA!

 Jn 11,1-44[1] 

“Prepara tu vaso para ir a tu fuente, a la fuente de la gracia, ¿Qué significa prepara tu vaso? Crezca tu fe, aumenta tu fe, robustézcase tu fe” (San Agustín. Serm. 2,6). 

En los textos de Jn 4,5-42 y 9,1-41; se ha planteado que la pedagogía  de Jesús en el Evangelio es acercarse a los caídos en pecado, ya sea por su propia conducta o por consecuencia de la interpretación de la ley, para atraerlos hacia sí y que crean en Él y en el que lo ha enviado y reconozcan que Él es el Mesías y tengan vida en el que da vida: “Para que todo el que crea tenga en él vida eterna” (Jn 3,15; cfr. 12,46-50).  

Y a la vez, den crédito: “Vengan y lo verán” (Jn 1,39) testificando todo lo que  Jesús hizo “Esto se ha escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengan vida en su nombre” (Jn 20,30-31) Esto evidencia que aquel a quien Jesús se acerca  Ve y al Ver Cree y al Creer camina en pos de Él: Cree y le Sigue y Hace la voluntad del Padre, Reconoce que Jesús Resucitado es el Cristo de Dios y abre la luz de la esperanza a los desesperanzados.

La comunidad Joánica centra la reflexión del Evangelio en el Resucitado. Esta pedagogía de la fe la desarrolla en el Evangelio en sus dos partes: A) Siete signos o acciones milagrosas (Jn 1,1-11,44) Corresponde a siete acciones o milagros realizados por  Jesús: 1-) Conversión del agua en vino  (Jn 2,1-11); 2-) Curación del hijo de un oficial del Rey (Jn 4,46-54; 3-) Curación de un paralítico (Jn 5,1-18); 4-) Da de comer a la multitud (Jn 6,1-14); 5-) Jesús camina sobre las aguas (Jn 6,16-21); 6-) Curación de un ciego de nacimiento (Jn 9,1-12);  7-) Vuelta a la vida de Lázaro (Jn 11,1-44). B) Controversia y Muerte de Jesús (Jn 11,45-20,31) Se enfatiza la discusión con las autoridades religiosas judías sobre la identidad de Jesús como el Mesías e Hijo de Dios, trayendo como consecuencia su Muerte y Resurrección. 

Los siete signos se insertan en el evangelio como manifestación de la glorificación  al Padre y por medio de ellas, el Hijo es glorificado (Cfr. Jn 11,4) Esta glorificación tiene su sentido y culmen en la Resurrección de Jesús el Cristo, el Hijo de Dios, quien estaba junto al Padre (Cfr. Jn 1,1-6) y de Él fue enviado y descendió colocando su morada entre nosotros (Cfr. Jn 1,14) para que nos hiciéramos hijo de Dios en la luz (Cfr. Jn 1,12). 

La presencia de Jesús resucitado en la pedagogía del Evangelio es la esperanza hecha realidad del creyente en la vida Eterna: “Y la vida eterna consiste en que te conozcan a Ti, el Único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tu enviaste” (Jn 17,3) Esta realidad planteada en el Evangelio conlleva consigo la aceptación de la Palabra, la fe en el Hijo de Dios, el amor y la obediencia al Padre y al Hijo (Cfr. Jn 14,7.9;16,3;17,25;1Jn 2,3-6.13-14; 3,1.6;4,7-8;5,20).

En este contexto de Vida y Muerte se coloca el texto de Lázaro -Jn 11,1-44- Incluido en los siete signos y por los cuales Jesús es glorificado en la Cruz por las obras realizadas. Pero a la vez, esos signos y el signo de Lázaro sentenciarán el juicio y la muerte de Jesús y de Lázaro - Por parte de las autoridades religiosas judías -  Que es al mismo tiempo su glorificación (Jn 9,46-54) ya que por medio de su muerte se propicia la pedagogía de la Resurrección -nueva creación- de la que debemos ser Testigos- Creyentes- porque hemos visto y oído y palpado esta realidad: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la palabra de vida, lo anunciamos. En efecto, la vida se manifestó y nosotros, que lo hemos visto, damos testimonio” (1Jn 1,1-2).

El Evangelio presenta que, Marta y María, ellas se encuentran dentro del campo del pensamiento judío, aunque sean muy cercanos a Jesús, no han roto con la institución ni con el pensamiento judío; por esto se evidencian las concepciones que ellas tienen sobre la muerte, la resurrección y las obras de Jesús (Cfr. Jn 11,20) En Betania ven a Jesús como un mediador ante Dios, no han comprendido por esta concepción judía que aun manejan, que Jesús y el Padre son Uno (Cfr. Jn 10,30) Que las obras  de Jesús son las obras del Padre (Cfr. Jn 10,37.37) Es probable que ellas esperaban una acción de Jesús como la de Eliseo (Cfr. 2R 4,8-37). 

Frente a esta concepción la respuesta dada por Jesús es restituir la esperanza (Cfr. Jn 11,23) Él presenta que la muerte de Lázaro no es definitiva: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25-26; Cfr. Jn 1,12; 3,15; 6,35; Rm 6,4-5; Col 2,12; 3,1) aquí aparece la reanimación de Lázaro como la persistencia de la vida comunicada por el Espíritu (Cfr. Jn 6,39). 

Para Marta la muerte del hermano es decepcionante, porque el último día se presenta como algo lejano, no comprende la novedad de Jesús. Él no viene a suprimir la muerte física, sino a comunicar la vida que Él mismo posee y de la que dispone (Cfr. Jn 5,26) Es decir, la comunicación de su mismo Espíritu, No presupone que se plantea  una vida espiritual, sino de una vida en el Espíritu. Jesús es la Resurrección porque Él es la vida (Cfr. Jn 14,6) La vida que Él comunica. Al encontrarse con la muerte, Jesús la supera y es esto lo que llamamos Resurrección, no es para el futuro porque Jesús Resucitado está presente (Cfr. Jn 12,23-28) Pero para poder comprender esta novedosa realidad presentada por Jesús, es necesario que el Testigo-Creyente y seguidor, se adhiera a Él y la respuesta de Jesús a esta adhesión es comunicar el Don del Espíritu, como nuevo nacimiento a una vida nueva y permanente (Cfr. Jn 3,3-4.5 Cfr. 5,24). 

Desde esta perspectiva, el discípulo adherido a Jesús Resucitado, experimenta la muerte física no como una realidad de muerte como tal, porque desde la fe en el Resucitado que da la vida, la muerte física no existe: Ella se transforma en el Espíritu- En la memoria del creyente- En la memoria de Dios- En la memoria que trasciende y transforma el estado de la muerte a la vida de pascua en el Espíritu del Resucitado-. Esta es la fe, que Jesús espera del creyente: “¿Crees esto?” (Jn 11,26) La respuesta del creyente se entiende como una auténtica profesión de fe (Cfr. Jn 20,31) porque no es el profeta que interviene en nombre de Dios (Cfr. Jn 6,14) sino que es el Hijo de Dios, igual al Padre, quien da la vida que posee a través del Espíritu (Cfr. Jn 20,21-22)[2].

Esta vida dada por la acción del Espíritu en la resurrección es la etapa definitiva de la primera creación  (Cfr. Gn 1-2) donde Dios había formado vida del caos y la oscuridad, modelando al hombre de la arcilla-tierra- a su imagen  y semejanza como creatura y al insuflarle su espíritu por la nariz lo hace criatura del Espíritu, pero esta primera creación fue interrumpida por el pecado y la muerte (Cfr. Gn 1,1-24).

El Ahora de salvación- el Kayrós de Dios- irrumpe con la resurrección de Cristo, rompiendo las cadenas de la muerte en la primera creación.  El resucitado ha dado luz de vida en el barro hecho con saliva que fue untado en los ojos del ciego (Cfr. Jn 9,6-7) La nueva creación  ha roto la losa de la muerte, ha desatado a Lázaro de la esclavitud de la muerte y lo hizo andar (Cfr. Jn 11,44) Lo sacó del fondo de la tierra, lo llamó: ¡Lázaro, sal fuera! (Jn 11,43). 

La muerte ya no tiene dominio, es superada por la liberación definitiva: Y Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder” (1Cor 6,14; Cfr. 2Cor 4,14) Porque  de esta manera viviremos en el Señor sin la muerte que nos corrompe: “Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará incorrupción; se siembra deshonra, resucitará  gloria; se siembra debilidad, resucitará fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucitará un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, también hay un cuerpo espiritual” (1Cor 15,  42-44).

De esta manera, estamos llamados a transformar nuestra vida, desatar las vendas, quitar la piedra y pasar de alma viviente a espíritu que da vida en Jesús Resucitado: “¡Miren! Les revelo un misterio: No moriremos todos pero todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final-pues sonará la trompeta-, los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es preciso que este ser corruptible se revista de incorrupción y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: ´La muerte ha sido absorbida por la victoria´ ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado (…) ¡Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!”  (1Cor 15, 51-57).

A modo de conclusión: Escuchemos a San Agustín (
Serm. 139 A).

Este relato del evangelio se ha hecho tan célebre por ser tan grande milagro, que ni aun infiel hay que no haya oído hablar de la resurrección de Lázaro; ¿cuánto más conocido no será de los fieles, cuando ni los infieles han podido ignorarlo? Y, sin embargo, cuando se lee, el alma parece como que asiste a una escena siempre nueva. No está fuera de lo razonable que repitamos nosotros lo que solemos decir sobre la resurrección; ni debe darles fastidio, me parece, lo que yo diga; porque, si acontece leerlo fuera de un domingo, no se predica. Lo digo para que no tuerzan  el rostro ahora que vamos a decir algo, ni salga nadie con un “Ya otras veces dijo eso”; también lo ha leído el diácono más veces, y lo han oído con gusto. 

Atención, pues. Enseña el santo evangelio que Jesucristo resucitó tres muertos: a la hija del príncipe de la sinagoga, pues, le informaron que se hallaba enferma de gravedad, fue a su casa, donde la encontró muerta; le dijo: Muchacha, levántate; yo te lo mando, y se levantó. Otro es un joven llevado ya fuera de las puertas de la ciudad y amargamente llorado por su madre viuda; él lo vio, mandó que se detuvieran a los que lo llevaban y dijo: Joven, levántate; yo te lo mando; y el muerto se sentó y comenzó a hablar, y se le devolvió a su madre. El tercero es este Lázaro al que acabamos de ver con los ojos de la fe muriendo y resucitando en virtud de un prodigio mucho mayor que los anteriores y blanco de una gracia extraordinaria, pues llevaba cuatro días muerto y ya hedía; con todo, fue resucitado.

¿Qué significan estos tres muertos? Algo, sin duda; los milagros del Señor son palabras de sentido misterioso. Tres géneros de muerte hallamos en los pecados de los hombres. Trae a la memoria estos tres muertos. Había primeramente muerto aquella doncella en su casa; aún no había sido alzado su cadáver; al joven lo habían sacado fuera de las puertas de la ciudad; Lázaro ya estaba sepultado y oprimido bajo la mole de piedra. ¿Cuáles son, pues, los tres géneros de muerte que hay en los pecados? Digo: si uno consintió en su corazón el mal deseo, resolviendo ceder a la suavidad de sus halagos, está ya muerto. Nadie lo sabe, aún no fue sacado fuera; es muerte secreta, en su casa, en su cuarto; pero muerte.

Nadie diga que no cometió adulterio si determinó cometerle; si ha consentido a la delectación que le impulsaba blandamente a cometerlo, ya lo cometió; él es adúltero, ella casta. Pregúntenle a Dios, y él les responderá sobre esta muerte doméstica, interior de la muerte en el lecho, lechos de los que leemos: siéntanse triste en el silencio de sus lechos de las cosas que andan meditando en sus corazones. Oye la sentencia del resucitador en cuanto  a este morir: una mujer casada busca ser mirada para ser deseada, adúlteros ella y él en su corazón, si bien no llevó aún a efecto la fornicación corporal. Más los mira el Señor, y se arrepienten de haber determinado hacerlo, de haber consentido; en su lecho han muerto y en su lecho resucitan. Pero, si ejecutan lo pensado, ya la muerte se puso en marcha, ya salió fuera; mas por el arrepentimiento se le da fin, y el muerto llevado a enterrar es devuelto a la vida. 

Pero si a la consumación de la obra se allega la costumbre, ya hiede y tiene encima de sí la losa de la mala costumbre; mas ni aun a éste le abandona Cristo; poderoso es para resucitarlo también, aunque llora. Hemos oído, cuando se leía el evangelio, Y  Cristo lloró a Lázaro. Los oprimidos por la costumbre están aprisionados, y Cristo brama para resucitarlos. Mucho, en efecto, los increpa la palabra divina, mucho les grita la Escritura, y también es mucho lo que yo grito para ser oído y felicitarme de la resurrección de este Lázaro. Quiten, dice, la piedra, pues ¿cómo puede resucitar si no se le quita el peso de la costumbre? 

Aquel cuya voz traspasa los corazones sea el que grite: Lázaro, sal fuera; esto es, vive, sal del sepulcro, muda la vida, da fin a la muerte. Y el muerto salió atado con las vendas; porque, si bien él cesa de pecar, todavía es reo de lo pasado, y necesario es que ruegue y haga penitencia por lo hecho, no por lo que hace, pues ya no lo hace; está vivo, no lo hace, pero aún está ligado por las cosas que hizo. Luego es a los ministros de la Iglesia, por medio de los cuales se imponen las manos a los penitentes, a los que dice Cristo: Desátenlo y déjenlo ir. Déjenlo, desátenle. Quien me ha oído ya esto que ahora dije y lo recordaba, imagínese estar leyendo lo que entonces escribió; y quien no lo había oído, escríbalo ahora en su corazón para leerlo cuando guste[3]. 

“No vamos a Cristo corriendo, sino creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el efecto del corazón”... “Tú, oh Verdad, me has acompañado en mi camino, enseñándome lo que debo evitar y lo que debo desear” (San Agustín. In Jon 26,3; Conf. 10,40).

[1] Elaborado el cuarto domingo de Cuaresma 2011 y revisado el cuarto domingo de cuaresma de 2014.
[2] Para profundizar sobre el evangelio de Juan consultar: Mateos, J – Barreto J. El evangelio de Juan. Madrid 1971. Ediciones Cristiandad. PP 955
[3] San Agustín, Obras Completas, XXIII, Sermones (3º) 1983, Pág. 270273) , BAC, Madrid

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