Jn 11,1-44[1]
“Prepara tu vaso para ir a tu fuente, a la
fuente de la gracia, ¿Qué significa prepara tu vaso? Crezca tu fe, aumenta tu
fe, robustézcase tu fe” (San Agustín. Serm. 2,6).
En los textos de
Jn 4,5-42 y 9,1-41; se ha planteado que la pedagogía de Jesús en el Evangelio es acercarse a los caídos
en pecado, ya sea por su propia conducta o por consecuencia de la
interpretación de la ley, para atraerlos hacia sí y que crean en Él y en el que
lo ha enviado y reconozcan que Él es el Mesías y tengan vida en el que da vida:
“Para que todo el que crea tenga en él
vida eterna” (Jn 3,15; cfr. 12,46-50).
Y a la vez, den
crédito: “Vengan y lo verán” (Jn
1,39) testificando todo lo que Jesús
hizo “Esto se ha escrito para que crean
que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios,
y para que creyendo, tengan vida en su nombre” (Jn 20,30-31) Esto evidencia
que aquel a quien Jesús se acerca Ve y
al Ver Cree y al Creer camina en pos de Él: Cree y le Sigue y Hace la voluntad
del Padre, Reconoce que Jesús Resucitado es el Cristo de Dios y abre la luz de
la esperanza a los desesperanzados.
La comunidad Joánica
centra la reflexión del Evangelio en el Resucitado. Esta pedagogía de la fe la
desarrolla en el Evangelio en sus dos partes: A) Siete signos o acciones milagrosas (Jn
1,1-11,44) Corresponde a siete acciones o milagros realizados por Jesús: 1-) Conversión
del agua en vino (Jn 2,1-11); 2-) Curación del hijo
de un oficial del Rey (Jn 4,46-54; 3-) Curación de un paralítico (Jn 5,1-18); 4-) Da de comer a la
multitud (Jn 6,1-14); 5-) Jesús camina sobre las aguas (Jn
6,16-21); 6-) Curación de un ciego de nacimiento (Jn 9,1-12); 7-) Vuelta a la vida de Lázaro (Jn
11,1-44). B)
Controversia y Muerte de Jesús (Jn 11,45-20,31) Se enfatiza la
discusión con las autoridades religiosas judías sobre la identidad de Jesús
como el Mesías e Hijo de Dios, trayendo como consecuencia su Muerte y
Resurrección.
Los siete
signos se insertan en el evangelio como manifestación de la glorificación al Padre y por medio de ellas, el Hijo es
glorificado (Cfr. Jn 11,4) Esta glorificación tiene su sentido y culmen en la
Resurrección de Jesús el Cristo, el Hijo de Dios, quien estaba junto al Padre (Cfr.
Jn 1,1-6) y de Él fue enviado y descendió colocando su morada entre nosotros
(Cfr. Jn 1,14) para que nos hiciéramos hijo de Dios en la luz (Cfr. Jn 1,12).
La presencia de
Jesús resucitado en la pedagogía del Evangelio es la esperanza hecha realidad del
creyente en la vida Eterna: “Y la vida
eterna consiste en que te conozcan a Ti, el Único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien tu enviaste” (Jn 17,3) Esta realidad planteada en el
Evangelio conlleva consigo la aceptación de la Palabra, la fe en el Hijo de
Dios, el amor y la obediencia al Padre y al Hijo (Cfr. Jn 14,7.9;16,3;17,25;1Jn
2,3-6.13-14; 3,1.6;4,7-8;5,20).
En este
contexto de Vida y Muerte se coloca el texto de Lázaro -Jn 11,1-44- Incluido en
los siete signos y por los cuales Jesús es glorificado en la Cruz por las obras
realizadas. Pero a la vez, esos signos y el signo de Lázaro sentenciarán el juicio
y la muerte de Jesús y de Lázaro - Por parte de las autoridades religiosas
judías - Que es al mismo tiempo su
glorificación (Jn 9,46-54) ya que por medio de su muerte se propicia la
pedagogía de la Resurrección -nueva creación- de la que debemos ser
Testigos- Creyentes- porque hemos visto y oído y palpado esta realidad: “Lo que existía desde el principio, lo que
hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y
palparon nuestras manos acerca de la palabra de vida, lo anunciamos. En efecto,
la vida se manifestó y nosotros, que lo hemos visto, damos testimonio” (1Jn
1,1-2).
El Evangelio
presenta que, Marta y María, ellas se encuentran dentro del campo del
pensamiento judío, aunque sean muy cercanos a Jesús, no han roto con la
institución ni con el pensamiento judío; por esto se evidencian las
concepciones que ellas tienen sobre la muerte, la resurrección y las obras de
Jesús (Cfr. Jn 11,20) En Betania ven a Jesús como un mediador ante Dios, no han
comprendido por esta concepción judía que aun manejan, que Jesús y el Padre son
Uno (Cfr. Jn 10,30) Que las obras de
Jesús son las obras del Padre (Cfr. Jn 10,37.37) Es probable que ellas
esperaban una acción de Jesús como la de Eliseo (Cfr. 2R 4,8-37).
Frente a esta
concepción la respuesta dada por Jesús es restituir la esperanza (Cfr. Jn
11,23) Él presenta que la muerte de Lázaro no es definitiva: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que
cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí,
no morirá jamás” (Jn 11,25-26; Cfr. Jn 1,12; 3,15; 6,35; Rm 6,4-5; Col 2,12;
3,1) aquí aparece la reanimación de Lázaro como la persistencia de la vida
comunicada por el Espíritu (Cfr. Jn 6,39).
Para Marta la
muerte del hermano es decepcionante, porque el último día se presenta como algo
lejano, no comprende la novedad de Jesús. Él no viene a suprimir la muerte física,
sino a comunicar la vida que Él mismo posee y de la que dispone (Cfr. Jn 5,26) Es
decir, la comunicación de su mismo Espíritu, No presupone que se plantea una vida espiritual, sino de una vida en el
Espíritu. Jesús es la Resurrección porque Él es la vida (Cfr. Jn 14,6) La vida
que Él comunica. Al encontrarse con la muerte, Jesús la supera y es esto lo que
llamamos Resurrección, no es para el futuro porque Jesús Resucitado está
presente (Cfr. Jn 12,23-28) Pero para poder comprender esta novedosa realidad
presentada por Jesús, es necesario que el Testigo-Creyente y seguidor, se
adhiera a Él y la respuesta de Jesús a esta adhesión es comunicar el Don del
Espíritu, como nuevo nacimiento a una vida nueva y permanente (Cfr. Jn 3,3-4.5
Cfr. 5,24).
Desde esta
perspectiva, el discípulo adherido a Jesús Resucitado, experimenta la muerte
física no como una realidad de muerte como tal, porque desde la fe en el
Resucitado que da la vida, la muerte física no existe: Ella se transforma en el Espíritu- En la memoria del creyente- En la
memoria de Dios- En la memoria que trasciende y transforma el estado de la
muerte a la vida de pascua en el Espíritu del Resucitado-. Esta es la fe,
que Jesús espera del creyente: “¿Crees
esto?” (Jn 11,26) La respuesta del creyente se entiende como una auténtica
profesión de fe (Cfr. Jn 20,31) porque no es el profeta que interviene en
nombre de Dios (Cfr. Jn 6,14) sino que es el Hijo de Dios, igual al Padre,
quien da la vida que posee a través del Espíritu (Cfr. Jn 20,21-22)[2].
Esta vida dada
por la acción del Espíritu en la resurrección es la etapa definitiva de la primera
creación (Cfr. Gn 1-2) donde Dios había
formado vida del caos y la oscuridad, modelando al hombre de la arcilla-tierra-
a su imagen y semejanza como creatura y
al insuflarle su espíritu por la nariz lo hace criatura del Espíritu, pero esta
primera creación fue interrumpida por el pecado y la muerte (Cfr. Gn 1,1-24).
El Ahora de
salvación- el Kayrós de Dios- irrumpe con la resurrección de Cristo, rompiendo
las cadenas de la muerte en la primera creación. El resucitado ha dado luz de vida en el barro
hecho con saliva que fue untado en los ojos del ciego (Cfr. Jn 9,6-7) La nueva
creación ha roto la losa de la muerte,
ha desatado a Lázaro de la esclavitud de la muerte y lo hizo andar (Cfr. Jn
11,44) Lo sacó del fondo de la tierra, lo llamó: ¡Lázaro, sal fuera! (Jn 11,43).
La muerte ya no
tiene dominio, es superada por la liberación definitiva: “Y Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a
nosotros por su poder” (1Cor 6,14; Cfr. 2Cor 4,14) Porque de esta
manera viviremos en el Señor sin la muerte que nos corrompe: “Así también es la resurrección de los
muertos. Se siembra en corrupción, resucitará incorrupción; se siembra deshonra,
resucitará gloria; se siembra debilidad,
resucitará fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucitará un cuerpo
espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, también hay un cuerpo espiritual” (1Cor
15, 42-44).
De esta manera, estamos llamados a transformar nuestra vida, desatar las vendas, quitar la piedra y pasar de alma viviente a espíritu que da vida en Jesús Resucitado: “¡Miren! Les revelo un misterio: No moriremos todos pero todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final-pues sonará la trompeta-, los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es preciso que este ser corruptible se revista de incorrupción y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: ´La muerte ha sido absorbida por la victoria´ ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado (…) ¡Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1Cor 15, 51-57).
A modo de conclusión: Escuchemos a San Agustín (Serm. 139 A).
Este relato del
evangelio se ha hecho tan célebre por ser tan grande milagro, que ni aun infiel
hay que no haya oído hablar de la resurrección de Lázaro; ¿cuánto más conocido
no será de los fieles, cuando ni los infieles han podido ignorarlo? Y, sin
embargo, cuando se lee, el alma parece como que asiste a una escena siempre
nueva. No está fuera de lo razonable que repitamos nosotros lo que solemos
decir sobre la resurrección; ni debe darles fastidio, me parece, lo que yo
diga; porque, si acontece leerlo fuera de un domingo, no se predica. Lo digo
para que no tuerzan el rostro ahora que
vamos a decir algo, ni salga nadie con un “Ya otras veces dijo eso”; también lo
ha leído el diácono más veces, y lo han oído con gusto.
Atención, pues.
Enseña el santo evangelio que Jesucristo resucitó tres muertos: a la hija del
príncipe de la sinagoga, pues, le informaron que se hallaba enferma de
gravedad, fue a su casa, donde la encontró muerta; le dijo: Muchacha, levántate;
yo te lo mando, y se levantó. Otro es un joven llevado ya fuera de las puertas
de la ciudad y amargamente llorado por su madre viuda; él lo vio, mandó que se
detuvieran a los que lo llevaban y dijo: Joven, levántate; yo te lo mando; y el
muerto se sentó y comenzó a hablar, y se le devolvió a su madre. El tercero es
este Lázaro al que acabamos de ver con los ojos de la fe muriendo y resucitando
en virtud de un prodigio mucho mayor que los anteriores y blanco de una gracia
extraordinaria, pues llevaba cuatro días muerto y ya hedía; con todo, fue
resucitado.
¿Qué significan
estos tres muertos? Algo, sin duda; los milagros del Señor son palabras de
sentido misterioso. Tres géneros de muerte hallamos en los pecados de los
hombres. Trae a la memoria estos tres muertos. Había primeramente muerto
aquella doncella en su casa; aún no había sido alzado su cadáver; al joven lo habían
sacado fuera de las puertas de la ciudad; Lázaro ya estaba sepultado y oprimido
bajo la mole de piedra. ¿Cuáles son, pues, los tres géneros de muerte que hay
en los pecados? Digo: si uno consintió en su corazón el mal deseo, resolviendo
ceder a la suavidad de sus halagos, está ya muerto. Nadie lo sabe, aún no fue
sacado fuera; es muerte secreta, en su casa, en su cuarto; pero muerte.
Nadie diga que
no cometió adulterio si determinó cometerle; si ha consentido a la delectación
que le impulsaba blandamente a cometerlo, ya lo cometió; él es adúltero, ella
casta. Pregúntenle a Dios, y él les responderá sobre esta muerte doméstica,
interior de la muerte en el lecho, lechos de los que leemos: siéntanse triste
en el silencio de sus lechos de las cosas que andan meditando en sus corazones.
Oye la sentencia del resucitador en cuanto a este morir: una mujer casada busca ser mirada
para ser deseada, adúlteros ella y él en su corazón, si bien no llevó aún a
efecto la fornicación corporal. Más los mira el Señor, y se arrepienten de
haber determinado hacerlo, de haber consentido; en su lecho han muerto y en su
lecho resucitan. Pero, si ejecutan lo pensado, ya la muerte se puso en marcha,
ya salió fuera; mas por el arrepentimiento se le da fin, y el muerto llevado a
enterrar es devuelto a la vida.
Pero si a la
consumación de la obra se allega la costumbre, ya hiede y tiene encima de sí la
losa de la mala costumbre; mas ni aun a éste le abandona Cristo; poderoso es
para resucitarlo también, aunque llora. Hemos oído, cuando se leía el
evangelio, Y Cristo lloró a Lázaro. Los
oprimidos por la costumbre están aprisionados, y Cristo brama para
resucitarlos. Mucho, en efecto, los increpa la palabra divina, mucho les grita
la Escritura, y también es mucho lo que yo grito para ser oído y felicitarme de
la resurrección de este Lázaro. Quiten, dice, la piedra, pues ¿cómo puede
resucitar si no se le quita el peso de la costumbre?
Aquel cuya voz
traspasa los corazones sea el que grite: Lázaro, sal fuera; esto es, vive, sal
del sepulcro, muda la vida, da fin a la muerte. Y el muerto salió atado con las
vendas; porque, si bien él cesa de pecar, todavía es reo de lo pasado, y
necesario es que ruegue y haga penitencia por lo hecho, no por lo que hace,
pues ya no lo hace; está vivo, no lo hace, pero aún está ligado por las cosas
que hizo. Luego es a los ministros de la Iglesia, por medio de los cuales se
imponen las manos a los penitentes, a los que dice Cristo: Desátenlo y déjenlo
ir. Déjenlo, desátenle. Quien me ha oído ya esto que ahora dije y lo recordaba,
imagínese estar leyendo lo que entonces escribió; y quien no lo había oído,
escríbalo ahora en su corazón para leerlo cuando guste[3].
“No vamos a Cristo corriendo, sino
creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el
efecto del corazón”... “Tú, oh
Verdad, me has acompañado en mi camino, enseñándome lo que debo evitar y lo que
debo desear” (San Agustín. In Jon 26,3; Conf. 10,40).
No hay comentarios:
Publicar un comentario