Mt
26,14-27,66[1]
“¿Cuál ha de ser
nuestro afán de cada día? El intentar siempre lo mejor, pero sin cansarse jamás
de intentarlo. Por muy lejos que hayas llegado, el ideal está siempre más allá”
(San Agustín, In Ps. 38,4) “Señor Dios nuestro, bendícenos, para que
no te perdamos. Si permanecemos contigo, ni te perderemos ni nos perderemos.
(San Agustín. Serm. 113,6).
En la reflexión de este domingo de ramos, se recalca: La entrada triunfal de Jesús a
Jerusalén, siendo aclamado por el pueblo pobre de Dios como el Santo del Señor.
Nosotros seguimos haciendo memoria de la tradición de este día. Y sin ninguna
novedad hacemos muchas parafernalias dramatizadas
de Jesús aclamado como Rey. Pero, ¿Será qué los Evangelios al describir la
entrada de Jesús en Jerusalén, en su reflexión lo concibieron como nosotros lo
presentamos hoy? ¿Será que la intención pedagógica de los Evangelios sinópticos
y de Juan es señalar el reinado de Jesús desde concepciones imperiales
territoriales de dominación?
Los autores de
los Evangelios, reflexionan a Jesús que entra
glorificado a Jerusalén, la ciudad de David, como el Hijo de Dios Resucitado,
el Siervo de los siervos que ha sido ungido por el Señor en la Cruz: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el
oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído;
y yo no me he revelado ni me he echado atrás” (Is 50,4).
Es clara la
diferencia que hacen los evangelistas cuando abordan la realidad del reinado,
porque una cosa es la pretensión humana del ideal de un Rey que entra en la
ciudad para reinar, y otra distinta es la reflexión pedagógica de los Evangelios,
ellos hacen memoria de Jesús entrando a Jerusalén como el Ungido de Dios en la
ciudad santa, la ciudad de David (Cfr. Mc 11, 1-11; Mt 21,1-11; Lc 19,28-38; Jn
12,12-19) de esta manera, la narrativa de los Evangelios es la reflexión
conmemorativa de la pascua de Jesús el Mesías -El Ungido del Padre-.
Marcos conmemora
la pascua de Jesús como el cumplimiento de una promesa mesiánica: “Alégrate, ciudad de Sion: aclama Jerusalén,
mira a tu rey que está llegando justo, victorioso, humilde, cabalgando un
burro, una cría de burra” (Zc 9,9) Mateo conmemora la pascua de Jesús asociándolo
al reinado de David (2Sm 7,12) Lucas conmemora
la pascua y reflexiona desde la reivindicación del pueblo pobre oprimido por el
orden injusto establecido desde el Templo (Cfr. Lc 1,46-55) Y Juan lo conmemora
como la entrada del Hijo que descendió de Dios a su pueblo y ahora asciende
glorificado a Dios, porque ha purificado el Templo, recuperando su culto en
Espíritu y Verdad (Cfr. Jn 1,1-14; 4, 21-24).
La conmemoración
pedagógica de la pascua de Jesús en los Evangelios, es la reflexión del
mesianismo del Siervo del Señor, diferente al de David que todos esperaban: Jesús
entra montado en un burrito, no como Rey davídico, sino como Siervo ungido por el Padre, entra en
la sencillez de los corazones libres, entra entre ramos y capas que fueron
colocados en el camino y la gente lo aclamaba como el Santo del Señor, el Bendito
que viene en su nombre (Cfr. Mt 21,9) Y la gente le daba gracias a Dios por los signos que Él había realizado
en ellos.
Esta es la
realidad que los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan quieren que
reflexionemos: Según la tradición del Nuevo Testamento el título de rey no es
aplicado a Jesús desde su humanidad. Esta tradición fue tomada desde el Viejo
Testamento y asumida por el cristianismo que el Mesías nacerá de David y
reinará como él (Cfr. 2Sm 7,12; Gn 49, 10) En el Nuevo Testamento, el reinado de
Jesús es reflexión pascual de su mesianismo conmemorando que Él es el Ungido del Padre, el rey que
viene en nombre del Señor y su reinado es desde la cruz; por eso Jesús es proclamado como el Santo de
Dios: “¡Hosana al Hijo de David! Bendito
el que viene en nombre del Señor. ¡Hosana al Altísimo!” (Mt 21,9; Cfr. Mc
11,9-10; Lc 19,38; Jn 12,12).
La Unción
de Jesús como rey se reflexiona desde la pedagogía de la Cruz, evitando así el
intento de hacerlo rey al estilo idolátrico del mundo, Jesús huye de esta tentación:
“Jesús, conociendo que pensaban venir
para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo (Jn
6,15) Esta idolatría del poder ya
Jesús la había rechazado (Cfr. Mt 4,1-11) porque su reinado-santidad- es colocarse
en las manos del Señor para hacer su voluntad (cfr. Jn 4,34).
Él es el
siervo sufriente que libera a su pueblo
desde la cruz:
“Ahora
llega para mi servidor la hora del éxito; será exaltado, y puesto en lo más
alto. Así como muchos quedaron espantados al verlo, pues estaba tan
desfigurado, que ya no parecía un ser humano. Así también todas las naciones se
asombrarán. Y los reyes quedarán sin palabras al ver lo sucedido. Pues verán lo
que no se les había contado y descubrirán cosas que nunca se había oído” (Is
52,13-15).
Por eso, hoy celebramos la fiesta de la salvación
que trae el Ungido de Dios al pueblo, salimos al encuentro del que es Santo y
viene en nombre del Señor, del que llama y convoca, del que ha creado lo que
existe y hace nuevas todas las cosas (Cfr. Ap 21,4.5) Hoy es el día de la
libertad, para esto se encarnó la Palabra en nuestra realidad humana -la
Palabra ha entrado en la ciudad de Dios –Jerusalén- Allí libera al pueblo pobre
de la esclavitud: “Cuando comiencen a
suceder estas cosas, anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán
liberados” (Lc 21,28).
Las palmas, los ramos que llevamos son símbolos de
libertad: ¿Pero hemos traído el corazón? Nosotros los cristianos estamos llenos
de símbolos religiosos y se queda en eso, en símbolos, no los trascendemos, sencillamente
pasan y cada año volvemos a repetirlos sin cambiar, porque no dejan huellas en
el corazón, solo son momentos. El cristianismo es ahora parte de una tradición
tardía y ha muerto, porque año tras año participamos de momentos en estas
fiestas cuaresmales y Pascuales y seguimos iguales, no transforman la vida. Hoy
somos cristianos sin convicción, solo nos motiva ir a cumplir con unos actos
religiosos, con eso nos basta, porque no
vamos a llevar el corazón: ¡Simplemente vamos!
Llevar el corazón, a las fiestas pascuales es
participar de la fiesta de la liberación en Jesús-El Cristo- es vivir la fiesta
del anuncio y de la conversión (Cfr. Mc 1,15) es la fiesta del retorno del
Hijo, es la fiesta del abrazo del padre al hijo que vuelve a casa (Cfr. Lc
15,20-24) Porque todo se ha hecho nuevo: “Ya
no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena…Ahora todo lo hago nuevo” (Ap
21,4.5).
Esto ha de suceder para que el Resucitado abra los
caminos del corazón obstinado del cristiano: “Cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el Reino de Dios ya
está cerca” (Lc 21,31) Las condiciones están dadas para este gran encuentro
entre Dios y su pueblo, solo falta que los invitados al banquete lleguen: “El banquete está listo, pero aquellos
invitados no merecían venir. Vayan, pues, ustedes a las calles principales, e
inviten al banquete a todos los que encuentren. Los criados salieron a las
calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y así la sala
se llenó de gente” (Mt 22,8-10).
Es necesario que los invitados comprendan que deben vestir adecuadamente para participar en el banquete del Señor (Cfr.
Mt 22,11-14) El señor quiere que nos vistamos de misericordia y no de
sacrificios (Cfr. Mt 9,13; 12,7; Os 6,6) Que coloquemos nuestro corazón en
disposición de romper la cadena de la
injusticia y en aprender a compartir el pan con el hambriento (Cfr. Is 58,6-11)
Cuando estemos en disposición de participar en la fiesta del Señor, estaremos
dispuestos a entrar en la gran fiesta, y allí reinará Dios, porque esta es la
fiesta que Dios quiere de nosotros:
“Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha:
«Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado
para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me
dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes
me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y
fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver.» Entonces los justos
dirán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te
dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te
vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? El Rey
responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más
pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.» (Mt 25,34-40).
No podemos continuar en la fiesta
de los que están lejos del Padre, que anteponen el sacrificio frente a la
misericordia, la injusticia frente a la justicia, el odio frente al amor, los
rezos frente a la Palabra de Dios, la confianza en los hombres en vez de Dios: “¡Maldito quien confía en un hombre y busca
apoyo en la carne, apartando su corazón del Señor!” (Jr 17,5) No podemos
seguir siendo testigos del camino del mal, que es lo que muchas veces queremos
que reine en nuestras vidas:
“Dirá
después a los que estén a la izquierda: «¡Malditos, aléjense de mí y vayan al
fuego eterno, que ha sido preparado para el maligno y para sus seguidores!
Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de
beber; era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me
vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron.» Estos preguntarán
también: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o forastero,
enfermo o encarcelado, y no te ayudamos?» El Rey les responderá: «En verdad les
digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes
dejaron de hacérmelo a mí.» (Mt 25,41-45).
Dios hoy ha hecho nuevamente la
propuesta, para que nosotros podamos vivir este camino hacia la casa paterna
desde el arrepentimiento y la conversión, que nuestros corazones se esfuercen
en un verdadero cambio de vida y de conducta, que nuestras obras sean por
convicción y no por tradición, que este tiempo lo vivamos, no para el momento,
sino para toda la vida. Despertemos de la oscuridad en la que nublamos nuestros
ojos, que no cerremos nuestros oídos para escuchar la Palabra de Dios, el
cambio es en el Kayrós de Dios, ¡Despertemos,
no sigamos dormidos!
A modo de conclusión: San
Agustín. Comentario al Sal 74,2
1. Seremos felices si también
ponemos en práctica lo que escuchamos y cantamos. El escuchar es nuestra
siembra; el ponerlo en práctica es el fruto de la semilla. El campo en que se
siembra trigo y produce espinas no debe esperar el granero, sino el fuego. Del
mismo modo, quienes oyen las cosas buenas y las realizan malas, no esperen para
sí el granero del reino de los cielos, sino el fuego del que se dice: Id al
fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Tras estas palabras
iniciales, quiero exhortar a vuestra caridad, a que no entréis en la iglesia
sin sacar fruto alguno al escuchar tantas cosas buenas y luego no obrar
santamente; y a que, conforme a la bondad del sembrador y de la semilla que es
la palabra de Dios, de vuestras costumbres y de vuestra vida, como de tierra
buena surja el fruto abundante de las buenas costumbres, y así esperéis al
agricultor que ha de venir y que está preparando el granero en que vais a ser
introducidos.
2. Acabamos de cantar: Te
confesaremos, oh Dios, te confesaremos e invocaremos tu nombre. Confesar a
Dios, ¿qué es, sino humillarse ante él, no atribuirse a sí mismo mérito alguno?
Porque por su gracia hemos sido salvados; como dice el Apóstol: no
por nuestras obras, para que nadie se enorgullezca, pues por su gracia hemos
sido salvados. No precedió vida justa alguna por la que él desde arriba
sintiese cariño y amor, hasta el punto de decir: «Vengamos en su ayuda,
socorramos a estos hombres que viven santamente». Le desagradó nuestra vida; en
nuestra vida le desagradó todo lo que hacíamos, pero no lo que él mismo hizo en
nosotros. En consecuencia, condenará lo que hicimos nosotros y salvará lo que
hizo él mismo; condenará las malas acciones de los hombres y salvará a los
hombres mismos, pues los hombres no se hicieron a sí mismos, pero realizaron
acciones malas. Lo que Dios hizo en ellos es cosa buena, porque él hizo al
hombre a su imagen y semejanza. Lo que Dios condena, con el fin de liberar al
hombre, es lo que este ha obrado mal, apartándose por su libre albedrío del
hacedor y creador, y volviéndose a la maldad. Es decir, Dios condena lo que
hizo el hombre y libera lo que hizo él mismo.
3.
Sigamos, pues, los caminos que él nos mostró, sobre todo el de la humildad,
en que él se convirtió para nosotros. En efecto, él nos mostró el camino de la
humildad con sus preceptos y lo recorrió personalmente padeciendo por nosotros,
pues no hubiera sufrido si no se hubiera humillado. ¿Quién sería capaz de dar
muerte a Dios si él no se hubiese rebajado? Cristo es, en efecto, Hijo de Dios,
y el Hijo de Dios es ciertamente Dios. Él mismo es el Hijo de Dios, la Palabra
de Dios, de la que dice San Juan: En el principio era la Palabra, y la
Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba al
principio junto a Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas y sin ella no se
hizo nada. ¿Quién daría muerte a aquel por quien todo fue hecho y sin el
cual nada se hizo? ¿Quién sería capaz de entregarle a la muerte si él mismo no
se hubiese humillado? Pero ¿cómo fue esa humillación? Lo dice el mismo Juan: La
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La Palabra de Dios no podría
ser entregada a la muerte. Para que pudiera morir por nosotros lo que no podía
morir, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
¡Oh sacramento del amor, signo de nuestra unidad y
vinculo de nuestra fraternidad, todos los que desean la vida tiene aquí la
fuente! Permite que vengan acá y crean únenos a ti y haznos vivir” (San
Agustín. Com. Jn 26,13)… Porque “El que
te creó sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín. Serm. 169,11,13).
[1]
Elaborado el domingo de ramos de 2011 y reelaborado el domingo de Ramos de
2014. (Abril 13 de 2014).
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