sábado, abril 12, 2014

DOMINGO DE RAMOS

Mt 26,14-27,66[1] 

“¿Cuál ha de ser nuestro afán de cada día? El intentar siempre lo mejor, pero sin cansarse jamás de intentarlo. Por muy lejos que hayas llegado, el ideal está siempre más allá” (San Agustín, In Ps. 38,4) “Señor Dios nuestro, bendícenos, para que no te perdamos. Si permanecemos contigo, ni te perderemos ni nos perderemos. (San Agustín. Serm. 113,6).
En la reflexión de este domingo de ramos, se  recalca: La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, siendo aclamado por el pueblo pobre de Dios como el Santo del Señor. Nosotros seguimos haciendo memoria de la tradición de este día. Y sin ninguna novedad  hacemos muchas parafernalias dramatizadas de Jesús aclamado como Rey. Pero, ¿Será qué los Evangelios al describir la entrada de Jesús en Jerusalén, en su reflexión lo concibieron como nosotros lo presentamos hoy? ¿Será que la intención pedagógica de los Evangelios sinópticos y de Juan es señalar el reinado de Jesús desde concepciones imperiales territoriales de dominación?

Los autores de los Evangelios,  reflexionan a Jesús que entra glorificado a Jerusalén, la ciudad de David, como el Hijo de Dios Resucitado, el Siervo de los siervos que ha sido ungido por el Señor en la Cruz: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me he echado atrás” (Is 50,4).
Es clara la diferencia que hacen los evangelistas cuando abordan la realidad del reinado, porque una cosa es la pretensión humana del ideal de un Rey que entra en la ciudad para reinar, y otra distinta es la reflexión pedagógica de los Evangelios, ellos hacen memoria de Jesús entrando a Jerusalén como el Ungido de Dios en la ciudad santa, la ciudad de David (Cfr. Mc 11, 1-11; Mt 21,1-11; Lc 19,28-38; Jn 12,12-19) de esta manera, la narrativa de los Evangelios es la reflexión conmemorativa de la pascua de Jesús el Mesías -El Ungido del Padre-.
Marcos conmemora la pascua de Jesús como el cumplimiento de una promesa mesiánica: “Alégrate, ciudad de Sion: aclama Jerusalén, mira a tu rey que está llegando justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra” (Zc 9,9)  Mateo conmemora la pascua de Jesús asociándolo al reinado de David (2Sm 7,12)  Lucas conmemora la pascua y reflexiona desde la reivindicación del pueblo pobre oprimido por el orden injusto establecido desde el Templo (Cfr. Lc 1,46-55) Y Juan lo conmemora como la entrada del Hijo que descendió de Dios a su pueblo y ahora asciende glorificado a Dios, porque ha purificado el Templo, recuperando su culto en Espíritu y Verdad (Cfr. Jn 1,1-14; 4, 21-24).
La conmemoración pedagógica de la pascua de Jesús en los Evangelios, es la reflexión del mesianismo del Siervo del Señor, diferente al de David que todos esperaban: Jesús entra montado en un burrito, no como Rey davídico,  sino como Siervo ungido por el Padre, entra en la sencillez de los corazones libres, entra entre ramos y capas que fueron colocados en el camino y la gente lo aclamaba como el Santo del Señor, el Bendito que viene en su nombre (Cfr. Mt 21,9) Y la gente le daba gracias  a Dios por los signos que Él había realizado en ellos.

Esta es la realidad que los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan quieren que reflexionemos: Según la tradición del Nuevo Testamento el título de rey no es aplicado a Jesús desde su humanidad. Esta tradición fue tomada desde el Viejo Testamento y asumida por el cristianismo que el Mesías nacerá de David y reinará como él (Cfr. 2Sm 7,12; Gn 49, 10) En el Nuevo Testamento, el reinado de Jesús es reflexión pascual de su mesianismo conmemorando  que Él es el Ungido del Padre, el rey que viene en nombre del Señor y su reinado es desde la cruz;  por eso Jesús es proclamado como el Santo de Dios: “¡Hosana al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosana al Altísimo!” (Mt 21,9; Cfr. Mc 11,9-10; Lc 19,38; Jn 12,12).   

La Unción de Jesús como rey se reflexiona desde la pedagogía de la Cruz, evitando así el intento de hacerlo rey al estilo idolátrico del mundo, Jesús huye de esta tentación: “Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo (Jn 6,15)  Esta idolatría del poder ya Jesús la había rechazado (Cfr. Mt 4,1-11) porque su reinado-santidad- es colocarse en las manos del Señor para hacer su voluntad (cfr. Jn 4,34). 

Él es el siervo  sufriente que libera a su pueblo desde la cruz: 

“Ahora llega para mi servidor la hora del éxito; será exaltado, y puesto en lo más alto. Así como muchos quedaron espantados al verlo, pues estaba tan desfigurado, que ya no parecía un ser humano. Así también todas las naciones se asombrarán. Y los reyes quedarán sin palabras al ver lo sucedido. Pues verán lo que no se les había contado y descubrirán cosas que nunca se había oído” (Is 52,13-15).

Por eso, hoy celebramos la fiesta de la salvación que trae el Ungido de Dios al pueblo, salimos al encuentro del que es Santo y viene en nombre del Señor, del que llama y convoca, del que ha creado lo que existe y hace nuevas todas las cosas (Cfr. Ap 21,4.5) Hoy es el día de la libertad, para esto se encarnó la Palabra en nuestra realidad humana -la Palabra ha entrado en la ciudad de Dios –Jerusalén- Allí libera al pueblo pobre de la esclavitud: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán liberados” (Lc 21,28). 

Las palmas, los ramos que llevamos son símbolos de libertad: ¿Pero hemos traído el corazón? Nosotros los cristianos estamos llenos de símbolos religiosos y se queda en eso, en símbolos, no los trascendemos, sencillamente pasan y cada año volvemos a repetirlos sin cambiar, porque no dejan huellas en el corazón, solo son momentos. El cristianismo es ahora parte de una tradición tardía y ha muerto, porque año tras año participamos de momentos en estas fiestas cuaresmales y Pascuales y seguimos iguales, no transforman la vida. Hoy somos cristianos sin convicción, solo nos motiva ir a cumplir con unos actos religiosos, con eso nos basta, porque  no vamos a llevar el corazón: ¡Simplemente vamos!

Llevar el corazón, a las fiestas pascuales es participar de la fiesta de la liberación en Jesús-El Cristo- es vivir la fiesta del anuncio y de la conversión (Cfr. Mc 1,15) es la fiesta del retorno del Hijo, es la fiesta del abrazo del padre al hijo que vuelve a casa (Cfr. Lc 15,20-24) Porque todo se ha hecho nuevo: “Ya no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena…Ahora todo lo hago nuevo” (Ap 21,4.5). 

Esto ha de suceder para que el Resucitado abra los caminos del corazón obstinado del cristiano: “Cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el Reino de Dios ya está cerca” (Lc 21,31) Las condiciones están dadas para este gran encuentro entre Dios y su pueblo, solo falta que los invitados al banquete lleguen: “El banquete está listo, pero aquellos invitados no merecían venir. Vayan, pues, ustedes a las calles principales, e inviten al banquete a todos los que encuentren. Los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y así la sala se llenó de gente” (Mt 22,8-10). 

Es necesario  que los invitados comprendan que deben  vestir adecuadamente  para participar en el banquete del Señor (Cfr. Mt 22,11-14) El señor quiere que nos vistamos de misericordia y no de sacrificios (Cfr. Mt 9,13; 12,7; Os 6,6) Que coloquemos nuestro corazón en disposición de  romper la cadena de la injusticia y en aprender a compartir el pan con el hambriento (Cfr. Is 58,6-11) Cuando estemos en disposición de participar en la fiesta del Señor, estaremos dispuestos a entrar en la gran fiesta, y allí reinará Dios, porque esta es la fiesta que Dios quiere de nosotros:

Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver.» Entonces los justos dirán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? El Rey responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.» (Mt 25,34-40).

No podemos continuar en la fiesta de los que están lejos del Padre, que anteponen el sacrificio frente a la misericordia, la injusticia frente a la justicia, el odio frente al amor, los rezos frente a la Palabra de Dios, la confianza en los hombres en vez de Dios: “¡Maldito quien confía en un hombre y busca apoyo en la carne, apartando su corazón del Señor!” (Jr 17,5) No podemos seguir siendo testigos del camino del mal, que es lo que muchas veces queremos que reine en nuestras vidas:  

“Dirá después a los que estén a la izquierda: «¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el maligno y para sus seguidores! Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron.» Estos preguntarán también: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no te ayudamos?» El Rey les responderá: «En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí.» (Mt 25,41-45). 

Dios hoy ha hecho nuevamente la propuesta, para que nosotros podamos vivir este camino hacia la casa paterna desde el arrepentimiento y la conversión, que nuestros corazones se esfuercen en un verdadero cambio de vida y de conducta, que nuestras obras sean por convicción y no por tradición, que este tiempo lo vivamos, no para el momento, sino para toda la vida. Despertemos de la oscuridad en la que nublamos nuestros ojos, que no cerremos nuestros oídos para escuchar la Palabra de Dios, el cambio es  en el Kayrós de Dios, ¡Despertemos, no sigamos dormidos!

A modo de conclusión: San Agustín. Comentario al Sal 74,2

1.      Seremos felices si también ponemos en práctica lo que escuchamos y cantamos. El escuchar es nuestra siembra; el ponerlo en práctica es el fruto de la semilla. El campo en que se siembra trigo y produce espinas no debe esperar el granero, sino el fuego. Del mismo modo, quienes oyen las cosas buenas y las realizan malas, no esperen para sí el granero del reino de los cielos, sino el fuego del que se dice: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Tras estas palabras iniciales, quiero exhortar a vuestra caridad, a que no entréis en la iglesia sin sacar fruto alguno al escuchar tantas cosas buenas y luego no obrar santamente; y a que, conforme a la bondad del sembrador y de la semilla que es la palabra de Dios, de vuestras costumbres y de vuestra vida, como de tierra buena surja el fruto abundante de las buenas costumbres, y así esperéis al agricultor que ha de venir y que está preparando el granero en que vais a ser introducidos.
2.      Acabamos de cantar: Te confesaremos, oh Dios, te confesaremos e invocaremos tu nombre. Confesar a Dios, ¿qué es, sino humillarse ante él, no atribuirse a sí mismo mérito alguno? Porque por su gracia hemos sido salvados; como dice el Apóstol: no por nuestras obras, para que nadie se enorgullezca, pues por su gracia hemos sido salvados. No precedió vida justa alguna por la que él desde arriba sintiese cariño y amor, hasta el punto de decir: «Vengamos en su ayuda, socorramos a estos hombres que viven santamente». Le desagradó nuestra vida; en nuestra vida le desagradó todo lo que hacíamos, pero no lo que él mismo hizo en nosotros. En consecuencia, condenará lo que hicimos nosotros y salvará lo que hizo él mismo; condenará las malas acciones de los hombres y salvará a los hombres mismos, pues los hombres no se hicieron a sí mismos, pero realizaron acciones malas. Lo que Dios hizo en ellos es cosa buena, porque él hizo al hombre a su imagen y semejanza. Lo que Dios condena, con el fin de liberar al hombre, es lo que este ha obrado mal, apartándose por su libre albedrío del hacedor y creador, y volviéndose a la maldad. Es decir, Dios condena lo que hizo el hombre y libera lo que hizo él mismo.
3.      Sigamos, pues, los caminos que él nos mostró, sobre todo el de la humildad, en que él se convirtió para nosotros. En efecto, él nos mostró el camino de la humildad con sus preceptos y lo recorrió personalmente padeciendo por nosotros, pues no hubiera sufrido si no se hubiera humillado. ¿Quién sería capaz de dar muerte a Dios si él no se hubiese rebajado? Cristo es, en efecto, Hijo de Dios, y el Hijo de Dios es ciertamente Dios. Él mismo es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios, de la que dice San Juan: En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio junto a Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas y sin ella no se hizo nada. ¿Quién daría muerte a aquel por quien todo fue hecho y sin el cual nada se hizo? ¿Quién sería capaz de entregarle a la muerte si él mismo no se hubiese humillado? Pero ¿cómo fue esa humillación? Lo dice el mismo Juan: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La Palabra de Dios no podría ser entregada a la muerte. Para que pudiera morir por nosotros lo que no podía morir, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros 

¡Oh sacramento del amor, signo de nuestra unidad y vinculo de nuestra fraternidad, todos los que desean la vida tiene aquí la fuente! Permite que vengan acá y crean únenos a ti y haznos vivir” (San Agustín. Com. Jn 26,13)…  Porque “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín. Serm. 169,11,13).

[1] Elaborado el domingo de ramos de 2011 y reelaborado el domingo de Ramos de 2014. (Abril 13 de 2014).

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