Juan 20,19-31
Orar extensamente no significa, como piensan algunos, orar con muchas
palabras. Un deseo continuo no equivale a muchas palabras (San Agustín. Carta
130, 19).
“Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que
siendo aún pecadores, Cristo Murió por nosotros” (Rm 5,8).
En la reflexión sobre el triduo pascual, se colocaron
algunos signos que identifican la conmemoración
festiva de estos días de pascua en la liturgia pascual-celebrativa: 1) La luz, 2) La
imposición de las manos, 3) El
soplo, 4) La aparición a María Magdalena, 5) El anuncio que ella le hace a los discípulos (Jn
20, 11-18) 6) La presencia de Jesús en medio de los discípulos,
7) El saludo de paz, 8) El
envío que les hace, 9) La
incredulidad y profesión de fe de Tomás (Jn 20,19-31) 10) La
aparición en el lago, 11) La
pesca y el envío de Pedro (Jn 21) 12) El
camino de Emaús (Cfr, Lc 24,13-35).
Estos signos pascuales enriquecen la celebración en
la comunidad. La Resurrección ha marcado la conciencia de la comunidad de
creyentes en el encuentro personal con Jesús. La comunidad había perdido la
esperanza y estaba dispersa, iban por el camino sin encontrar una respuesta a
lo sucedido, ellos tenían su esperanza puesta en un profeta que los desilusionó
(Cfr. Lc 24,13-24) Este panorama desolador es el reflejo de una comunidad que
idealizó el mesianismo y había empezado a dudar de su fe, su entendimiento
estaba nublado, su corazón era tardó para comprender, no entendían lo sucedido
(Cfr. Lc 24,25-26).
Pero con el pasar del tiempo, reflexionaron sobre
el acontecimiento Jesús de Nazaret y al ir acercándose a Jesús e ir tomando
conciencia de su presencia e ir profundizando en las Escrituras-sus Palabras-,
hacen eco de la memoria en la resiliencia y comienzan a perfilar su caminar hacia
el encuentro con Jesús (Cfr. Lc 24, 27-28) Con este acontecimiento del
encuentro con la Palabra hecha carne y resucitada, empieza la caminada de los
discípulos, poco a poco van transformando sus corazones y se abre el horizonte
de su entendimiento: Jesús no sólo es un profeta que murió, sino que ahora, es el
Cristo, el Hijo de Dios Resucitado-Pascualizado- (Cfr. Lc 24,30-35).
Pero a pesar de este testimonio sobre la
Resurrección, nosotros los cristianos, hoy nos sentimos estancados en el
quehacer de nuestra vida; para nosotros Jesús sigue crucificado, seguimos
llorando al muerto- vamos corriendo al sepulcro a llorar (Cfr. 20,4.15) Porque
no se ha entendido en la comunidad que Jesús ha resucitado (Cfr. Lc 24, 35; Jn
20,19-31) Por esta razón, no proponemos alternativas, nos hemos quedado
estancados en verdades inútiles, seguimos repitiendo el mismo discurso sin
novedad, sin preparación y sin propuesta. Alimentamos la piedad popular sin
formación, sin Escrituras, sin tradición de la Iglesia. Conducimos a la gente a
la pastoral de conservación: “La conversión
pastoral de nuestras comunidades exige ir más allá de una pastoral de mera
conservación para una pastoral decididamente misionera” (DA 370).
Nuestras predicaciones son vacías y no transforman
los corazones de los oyentes, son simple improvisaciones carentes de Palabra de Dios y de la tradición
de la Iglesia, la falta de esto en la pastoral eclesial ha provocado fracaso en
la nueva evangelización y en la misión continental en la Iglesia
latinoamericana:
“La Nueva Evangelización exige la conversión
pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente con el Concilio. Lo
toca todo y a todos: en la conciencia, en la praxis personal y comunitaria, en
las relaciones de igualdad y autoridad; con estructuras y dinamismos que hagan
presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz,
sacramento de salvación universal” (D.Sto. Dom 30).
Cuando los primeros cristianos salieron a predicar
llevaban mensajes de salvación, anunciaban el acontecimiento Kerygmático-Pascual-
Pascualizando la vida. Con la novedad de la predicación de los primeros
cristianos se transformaban los corazones: Por la predicación de Pedro, surge
un cuestionamiento y un cambio: ¿Qué
tenemos que hacer hermanos? (Hec 2,37) Y una alternativa dada (Cfr. Hec
2,38) Cuando Juan predica un bautismo de
conversión, suscita un cambio y un cuestionamiento de conversión: ¿Qué tenemos que hacer? (Cfr. Lc 3,1-17).
Frente a la predicación nuestra ¿qué suscitamos
nosotros?, es triste decirlo, prácticamente nada, no hemos logrado que la gente
por lo menos crea que Jesús ha resucitado, que el Hijo de Dios está vivo y que
nos invita a cambiar de vida, que debemos ser perfectos como nuestro Padre es
perfecto (Cfr. Lc 6, 36) que debemos ser portadores de las bienaventuranzas de
Jesús (Cfr. Mt 5-13).
Pero en realidad, qué es lo que encontramos en
nuestras predicaciones: Normas, leyes, decretos, mandatos, farándula y otros
temas sin espíritu, es necesario revaluar esto. No estamos actualizando el mensaje pedagógico del
Resucitado, las Sagradas Escrituras es la gran ausente de nuestras
predicaciones, de la pastoral, de la catequesis; predicamos a un Dios vacío. Desconocemos lo fundamental del itinerario del
pueblo de Dios transformado por su cercanía con Dios, tanto en el Viejo
Testamento como en el Nuevo Testamento-Memorial de fe narrada por la comunidad
pascualizada.
A la comunidad pascualizada Jesús resucitado, le
ofrece la paz y los envía a predicar, ellos ven y creen; pero Santiago está
ausente al igual que los peregrinos de Emaús, incrédulo y sin esperanzas,
estaban lejos de las Escrituras, no habían comprendido la pedagogía de Jesús.
Jesús nuevamente toma la iniciativa, se hace presente en la comunidad, no les
reprocha su abandono, les explica a través de las Escrituras su acción
redentora. Da gracias al partir el pan, muestra sus heridas en las manos y su
costado abierto, para que viendo crean y creyendo sean testigos de su Resurrección.
Por la incredulidad de los discípulos, Jesús les recalca su poca
fe y su tardanza para entender: “¡Qué poco entienden ustedes y qué lentos son
sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas!” (Lc 24,25) Y también les recalca su incredulidad frente
a su presencia resucitada: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no
estaba con ellos cuando vino Jesús. “Los otros discípulos le dijeron: -´Hemos visto al Señor´ Pero él contestó: -Hasta que
no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de
los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré” (Jn
20,35).
Esta es la incredulidad en
nuestras predicaciones, no lo hacemos con convicción, necesitamos pruebas,
somos un pueblo carente de fe en muchos aspectos, necesitamos en este mundo globalizado,
pruebas de la existencia de la resurrección: “Después dijo a Tomás: -Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu
mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree- Tomás exclamó: -Tú eres mi Señor y mi Dios- Jesús replicó: -Crees
porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!-” (Jn 20,27-29).
Felices los que crean sin
pruebas, los que anuncian y viven desde la Fe del Resucitado, pero ¿es qué ya
no arde nuestro corazón al escuchar la voz del Señor?: “¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos
hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32) ¿Por qué hoy no lo reconocemos al partir el
pan? (Cfr. Lc 24,30-31) ¿Por qué nuestras Eucaristías son monótonas y
rutinarias? Seguimos rubrizados, el culto a Dios es estático, hemos perdido la
creatividad en las celebraciones, esto ha ido paulatinamente matando la
simbología sacramental e incluso la predicación acerca de la muerte de Jesús es
más atractiva que la Resurrección.
La
resurrección de Jesús es símbolo de vida, de luz, es la novedad en la pedagogía
de la Cruz, es la dinamicidad de la liturgia pascualizada. La pascua ha pasado
a ser simple celebración: se mantiene el culto a la muerte en la liturgia, esta
es símbolo de oscuridad, de estatismo religioso, se cae en el sin sentido de la
celebración. Las comunidades son huérfanas en la fe, están sin el Resucitado.
La
resurrección de Jesús es el camino a la conversión, es el camino del discípulo,
es el camino de la comunidad, es el camino de la fe, es el camino donde se
forman los discípulos testigos de la Resurrección. Hoy nosotros partimos de
esta acontecimiento salvador, continuando con la misión encomendada por el Resucitado y no quedarnos
con los ojos puestos en el cielo suplicantes sin esperanzas, sino que vendrá a
mostrarnos el camino de la esperanza: “¿Qué
hacen mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido llevado al cielo, así
mismo vendará como lo han visto ir al cielo” (Hec 1,11) [1].
A modo de conclusión
San Agustín
·
Ahora bien, Tomás, uno de los doce, al que se
llama Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Le dijeron, pues, los
otros discípulos: «Hemos visto al Señor». Por su parte, él les dijo: «Si no
viere en sus manos el agujero de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de
los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Y, tras ocho días,
estaban de nuevo sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Viene Jesús, cerradas
las puertas, y se plantó en el medio y dijo: «Paz a vosotros». Después dice a
Tomás: «Introduce aquí tu dedo y mira mis manos y acerca y mete tu mano en mi
costado y no seas incrédulo, sino fiel». Respondió Tomás y le dijo: «Señor mío
y Dios mío». Veía y tocaba a un hombre y confesaba a
Dios, al que no veía ni tocaba; pero, mediante esto que veía y tocaba, creía
aquello, alejada ya la duda. Jesús le dice: «Porque me has visto has creído».
·
No asevera «me has tocado», sino «me has
visto», porque la vista es de algún modo un sentido general. Efectivamente,
suele nombrarse también mediante los otro cuatro sentidos, como cuando decimos:
«Oye y ve qué bien suena, huele y ve qué bien huele, gusta y ve qué bien sabe,
toca y ve qué bien calienta». Por doquier ha sonado «ve», aunque no se niega
que la vista pertenece propiamente a los ojos. Por ende, también aquí el Señor
mismo afirma: «Introduce aquí tu dedo y mira mis manos»; ¿qué otra cosa
dice sino «toca y ve»? Él empero no tenía ojos en el dedo. Porque, pues,
o mirando o tocando me has visto, afirma, has creído. Sin
embargo, puede decirse que, cuando aquél se ofreció al discípulo para que lo
tocase, éste no se atrevió a tocarlo, pues no está escrito «y Tomás lo tocó».
Pero, haya visto y creído, sólo mirando o también tocando, lo que sigue pregona
y hace valer más la fe de las gentes: Dichosos quienes no han visto y han
creído. Ha usado verbos de tiempo pretérito, cual ese que en su
predestinación conocía como ya sucedido lo que iba a suceder (San Agustín.Com.
a Jn 20,10-29).
Padre
José Antonio Pagola
·
Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una
casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En la
comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién
seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él?
·
“Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los
discípulos. Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es una
comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de
acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y
curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento
de las gentes. Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es una
comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y
rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba
Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.
·
Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores.
“Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a
transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad
de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas
cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión. Jesús les habla
poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha
enviado, así también los envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué
han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los
caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.
·
Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha
criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir
su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni
los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice:
“Recibid el Espíritu Santo”. Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda
la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin
miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas
nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a
sus seguidores y seguidoras[2].
“Y no sólo
esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el señor nuestro Jesucristo,
por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Rm 5,11).
Ahuyenta mi locura, Señor, para que pueda conocerte. Muéstrame el camino
que debo hacer para poder verte. Así ayudado, espero hacer lo que me has
mandado (San Agustín. Soliloquios, 1,1).
[1]
Texto elaborado el segundo domingo de Pascua de 2011 y reelaborado el segundo
domingo de Pascua de 2014.
[2]
Pagola. José Antonio.
http://iglesiadesopelana3a.blogspot.com/.
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