martes, marzo 04, 2014

EL AYUNO QUE A MI ME AGRADA I: TÚ, CUANDO AYUNES, LÁVATE LA CARA Y ARRÉGLATE BIEN, PARA QUE LA GENTE NO NOTE QUE ESTÁS AYUNANDO

Mt 6,1-6.16-18

¿Es que te has olvidado de las palabras del Señor? “Vengan, benditos de mi Padre, reciban el Reino. Tuve hambre y me diste de comer; y: “cuando lo hicieron con uno de mis pequeños, conmigo lo hicieron”. Si no despreciaron a quien mendigaba en tu presencia, mira a quién llegó lo que diste: “Cuando lo hiciste con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hiciste” Lo que diste lo recibió Cristo, lo recibió quien te dio que dar; lo recibió quien al final se te dará a sí mismo” (San Agustín, Ser. 389,4-5). 

Los discípulos-hermanos, hacen camino en la comunidad desde las enseñanzas del maestro, hacer camino es vivir en la incertidumbre del encuentro con Dios, así como lo recrea el libro del éxodo en el episodio de la zarza, un día mientras Moisés subía a la montaña se le apareció el Señor y le dijo: “Claramente he visto como sufre mi pueblo” (Ex 3,7).  

La aflicción del pueblo de Dios crea dificultad e incertidumbre en la conciencia de los discípulos-hermanos por las palabras del Señor a Moisés. La comunidad de hermanos-discípulos se siente atraída por los tiempos pasados y le temen a las consecuencias de hacer creíble la preocupación de Dios por la justicia que debe reinar. Las incertidumbre y las dificultades ocasionan dudad en los hermanos-discípulos dentro de la comunidad frente a sus creencias y seguimiento de Cristo Jesús, el seguimiento, no es tarea fácil, está lleno de dificultades porque  el anuncio de la justicia desde el evangelio es causa de persecución, de desacomodo, de malestares, es dejarlo todo por Jesús el Cristo: La posibilidad de una vida más cómoda y en esto la añoranza del tiempo pasado.     

San Agustín al respecto nos ilumina, escuchemos la voz del Obispo de Hipona:

“Las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección. La sagrada Escritura, en efecto, no nos promete paz, seguridad y tranquilidad, sino que el Evangelio nos anuncia aflicciones, tribulaciones y pruebas; pero el que permanezca firme hasta el fin se salvará. ¿Qué ha tenido nunca de bueno esta vida, ya, desde el primer hombre, desde que éste se hizo merecedor de la muerte, desde que recibió la maldición, maldición de la que nos ha liberado Cristo el Señor? (…) Los mismos sufrimientos que soportamos nosotros tuvieron que soportarlo también nuestros padres; en esto no hay diferencia. Y, con todo, la gente murmura de su tiempo, como si hubieran sido mejores los tiempos de sus padres. Y si pudieran retronar al tiempo de sus padres, murmurarían igualmente. El tiempo pasado lo juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro (…) Por esto, más que murmurar de nuestro tiempo, lo que debemos hacer es congratularnos con él” (San Agustín. Serm. PLS 2,441-552). 

Cuando la comunidad ha crecido lejos de prejuicios, es testigo del sufrimiento del pueblo y cambia la incertidumbre del encuentro y del tiempo, por caminos de conversión hacia la justicia del reino: “Vuélvanse a mí de todo corazón. ¡Ayunen, griten y lloren! Vuélvanse ustedes al Señor su Dios, y desgárrense el corazón en vez de desgarrarse la ropa. Porque el Señor es tierno y compasivo, paciente y todo amor” (Jol 2,12b-13). Este llamado del Profeta Joel, es en la comunidad un llamado a volver la mirada a Dios y al sufrimiento de los hermanos que claman ayuda (Cfr. Ex 3,7-8; DP 1134-1144.1153).

Colocarse al lado de los necesitados, es mirar con la mirada de Dios la aflicción de su pueblo, es caminar con los zapatos del otro y seguir con ellos, es romper el silencio de la injusticia y practicar sus obras; pero no vanagloriarnos como paladines de la justicia, sino para dejarnos encontrar por Dios. Jesús ya puso en alerta a todos los que hacían las obras para justificarse así mismo, haciéndose los buenos delante de la gente: “No hagan sus buenas obras delante de la gente solo para que los demás los vean. Si lo hacen así, su Padre que está en el cielo no les dará ningún premio” (Mt 6,1).

No podemos seguir alimentando nuestro orgullo egoísta, vanagloriándonos  de lo que hacemos; la peor humillación a un hermano necesitado es enrostrarle su miseria con nuestro entusiasmo de pregonarnos lo bueno que somos. Obrando de esta manera, somos como los pastores de Israel denunciado por el profeta Ezequiel que se dedicaban a pastorearse a sí mismo, muchos cristianos hoy hacemos lo mismo: “¡Ay de los pastores de Israel, que se cuidan así mismos! Lo que deben cuidar los pastores es el rebaño. Ustedes se beben la leche, se hacen vestidos con la lana y matan las ovejas más gordas, pero no cuidan el rebaño. Ustedes no ayudan a las ovejas débiles, ni curan a las enfermas, ni vendan a las que tienen alguna pata rota, ni hacen volver a las que se extravían, ni buscan a las que se pierden, sino que las tratan con dureza y crueldad” (Ex 34,2-4). 

Dios sigue mirando a su pueblo y pide de nosotros ser buenos pastores de su rebaño, hacer del Evangelio el camino de solidaridad, de servicio, de cambio. No podemos seguir siendo propiciadores de anuncios vacíos como lo hacen los falsos profetas que se amparan bajo la institución para seguir ganando privilegio y engordando su orgullo frente al sufrimiento de los hermanos: “Porque aquí ya no hay lealtad entre la gente ni fidelidad ni conocimiento de Dios. Abundan en cambio el juramento falso y la mentira el asesinato y el robo, el adulterio y la violencia y se comete homicidio tras homicidio, por eso el país está de luto” (Os 4,2-3).

La propuesta para cambiar esta situación de vaciedad cuando no escuchamos la voz del Señor, la ofrece el mismo Jesús en Mateo 6, ya vimos la manera como se ha de recrear la nueva comunidad del reino en relaciones más humanas, justas y tolerantes desde el respeto y el amor y la manera de vivir en la imprevisibilidad de Dios, socializando los bienes para formar la comunidad de bienes del reino de Dios. 

Ahora para seguir en el kayrós de Dios, camino hacia la perfección en la comunidad del reino se nos propone: 1. La ayuda a los necesitados; 2. La oración como fortalecimiento de la fe[1]; 3. El ayuno, como práctica de solidaridad en la comunidad centro de la comunión de bienes:

1.      La ayuda a los necesitados: Es dar de la generosidad y no desde la autosuficiencia de los bienes, que lo que logra es calmar nuestra conciencia, es decir, para satisfacer nuestro propio ego al sentirnos muy buenos. La ayuda a los necesitados se debe hacer desde la intimidad con Dios, no con publicidad, como dice el adagio: “A los cuatro vientos”, y no “como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente hable bien de ellos” (Mt 6,2). La ayuda a los necesitados debe hacerse como un acto privado, que no necesita ser publicado porque nuestra justicia quedaría como la de los fariseos: “Da limosna según tus posibilidades. Si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, no te de miedo dar limosna de ese poco (…) Dar limosna es hacer una ofrenda agradable a Dios” (Tb 4,8.10).

Es necesario tomar conciencia, que al dar, se da desde la transparencia de la vida, sin prejuicios a los bienes materiales, se da porque “Hay más dicha en dar que en recibir” (Hec 20,35) Y esta generosidad es desde el cumplimiento del mandato del Señor: “Comparte tu pan con el hambriento y tu ropa con el harapiento (…) Cuando des limosna, no seas tacaño” (Tob 4,16-17; Cfr. Mt 25,335-40; St 2,1-26).

2.      La oración: Es camino de encuentro, es mirar desde la incertidumbre el accionar de Dios, es estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos, no debe ser pura palabrería, ni debe estar llena de parafernalia: “Al orar no repitan ustedes palabras inútiles, como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto más hablen, más caso les hará Dios” (Mt 6,7; Cfr. 1R 18, 25-29; Eclo 7,14)[2]. La oración que Jesús nos dejó es la vivencia personal y comunitaria del encuentro en la relación de amor con el Padre que se concretizó en el Padre Nuestro y en el Sacrificio del Altar, allí está el centro y culmen de la oración en la comunidad eclesial que se hace -Común-Unión-Con-Cristo-, Quien se ofreció como sacrificio: “Una sola vez y para siempre” (Heb 7,27) Como único mediador entre Dios y los hombres (Cfr. 1Tm 2,5; Heb 8, 6; 9,15; 12,24)

Esta mediación de Jesús, hace que nuestra oración no sea el producto de palabrerías inútiles: “Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tú Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio” (Mt 6,6) De esta manera, debemos evitar caer en la tentación al terminar la Eucaristía de romper el silencio en la acción de gracias del Sacrificio recibido, momento de interiorizar este misterio que hemos comulgado, con rezos particulares como “Sangre del Costado de Cristo…” y otros rezos, que desentonan con la gran celebración del Sacrificio Redentor de Cristo e interrumpiendo la meditación con gestos individuales parecido al de los fariseos - hipócritas: “Que les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea” (Mt 6,5).

3.      El ayuno[3]: Mucho se ha reflexionado sobre este tema del ayuno, que no puede considerarse como una práctica gastronómica, porque el estómago no sabe de arrepentimiento y de conversión y esto no es asunto de alimentos: “Escuchen y entiendan: lo que entra por la boca del hombre no es lo que hace impuro. Al contrario, lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su boca” (Mt 15,10b-11; Cfr. Mc 7,14-16) “¿No entienden que nada de lo que entra de afuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, para después salir del cuerpo? (…) Lo que sale del hombre, eso sí lo hace impuro. Porque de dentro, es decir, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de adentro y hacen impuro al hombre” (Mc 7,18-19b. 20-23).

Muchas veces tenemos una idea errada del ayuno, se queda en actos simbólico de cambios de alimentos y confundimos la práctica del ayuno con abstenernos de comer cierto tipo de alimento, pero olvidamos el sentido verdadero que propone Dios del ayuno. El ayuno (Cfr. Mt 9,14-17) no consiste solo en dejar de comer como se plantea hoy. La comunidad de hermanos-discípulos en su caminar propusieron un ayuno en el cual compartían el pan con el hambriento y practicaban la justicia del Reino de Dios: “El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: En que rompas las cadenas de la injusticia...En que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y que recibas en tu casa al pobre sin techo: en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes” (Is 58,6-8).

Abstenerse de alimento es una práctica, que ya se daba en la antigüedad, muchas veces por motivos religiosos (Ver nota al pie de página 3) esto no es propio del cristianismo. Las primitivas comunidades cristianas lo hacían con equidad y no con sentido de mortificación del cuerpo, sino como medios solidarios de aliviar las necesidades de los hermanos, evitando el padecimiento de muchos porque todo lo tenían en común (Cfr. Hec 4,32-35).

Hoy, en la sociedad y por nuestra cultura se desarrollan muchas prácticas de ayunos: Por salud, por banalidad, por vanidad con la idea de mantener una figura adecuada a los ojos de los demás, para eso existen muchas modalidades superficiales. Algunos conservan la sana costumbre religiosa, ayuno válido y comprensible en ayuda de los necesitados: “Da limosna de lo que tengas. Cuando des limosna, no seas tacaño. Cuando veas a un pobre, no le niegues tu ayuda” (Tb 4,7).
 
Otros hacen prácticas del ayuno religioso, pero desde su egoísmo, satisfaciendo su estómago y no el corazón, cometiendo las mismas injusticias pecaminosas frente al hermano, reteniendo el salario al hermano, viviendo desde las añoranzas del pasado y repitiendo esquemas de desprecio al que no vive y comulga con su manera hipócrita de relacionarse con Dios: “No tardes en pagar el jornal a tus obreros; págaselo enseguida. Si sirves a Dios, él te recompensará. Se prudente, hijo mío, en todo lo que hagas, y bien educado en tu manera de portarte. Lo que no quieras que te hagan, no se lo hagas a los demás” (Tb 4,14-15).

Estos tres momentos en el camino de la comunidad, son pasos hacia la perfección de los hermanos-discípulos, que viven sin añoranzas del pasado, firmes en la ayuda a los necesitados, consecuentes en la oración y sobre todo solidarios en el ayuno, rompiendo con toda clase de hipocresía religiosa en la comunidad de hermanos-discípulos, para que la justicia brille ante Dios al compartir el pan con el hambriento, porque cada vez que hicieron eso con uno de estos hermanos, lo hicieron con Cristo (Cfr. Mt 25,35-36; Is 58,6-7; Tb 4, 16-15).  

A modo de conclusión
 
Es urgente y necesario revisar estas prácticas: el de la ayuda a los hermanos necesitados, el de la oración y el del ayuno, para darle sentido. El verdadero sentido, con el cual se quiso responder a una situación de pobreza, en la que vivía la mayoría del pueblo. Jesús dijo: “Vayan, pues, a aprender lo que significa misericordia quiero, y no sacrificio” (Mt. 9,13) Estas palabras nos invitan a dedicar nuestra vida al Servicio de los demás. Compartamos nuestro pan con el hambriento, luchemos por la liberación de los oprimidos, recibamos al que no tiene techo y vistamos al desnudo. ¿No es esto, lo que el Señor quiere de nosotros hoy? Entonces: ¿Por qué seguimos predicando en nuestros templos ayuda a los necesitados, oraciones y ayunos y abstinencias desde ritualismos piadosos en medio de la situación de violencia, muerte, hambre y miseria? Esto ofende a tantos hermanos pobres que carecen de lo más mínimo para vivir como seres humanos e hijos de Dios. 

Como excelente huésped, el Espíritu te encuentra hambriento y sediento y te satisface abundantemente (San Agustín. Serm. 225,4).


[1] La oración corresponde a otro momento de la reflexión, solo aquí se trataran algunos aspectos sobre ella.
[2] La oración de Jesús sigue el modelo de las oraciones del Antiguo Testamento y del judaísmo. Consta de una invocación inicial y siete peticiones. Las tres primeras se refieren a Dios_ Tú nombre, Tú reino; Tú voluntad_ Las otras cuatro a los hombres en forma comunitaria_ Nosotros _ (SUB. La biblia de estudio. Comentario a Mt 6,7. EEUU 1994).
[3] La práctica del ayuno, o sea el abstenerse de alimentos por motivos religiosos data de los tiempos del Antiguo Testamento (Cfr. 2 Cro 20,3; Jl 2,12-15). [SBU. La biblia de estudio. Comentario a Mt 6,16. EEUU 1994].

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