Mt 6,1-6.16-18
¿Es que te has olvidado
de las palabras del Señor? “Vengan, benditos de mi Padre, reciban el Reino.
Tuve hambre y me diste de comer; y: “cuando lo hicieron con uno de mis
pequeños, conmigo lo hicieron”. Si no despreciaron a quien mendigaba en tu
presencia, mira a quién llegó lo que diste: “Cuando lo hiciste con uno de estos
mis pequeños, conmigo lo hiciste” Lo que diste lo recibió Cristo, lo recibió
quien te dio que dar; lo recibió quien al final se te dará a sí mismo” (San
Agustín, Ser. 389,4-5).
Los discípulos-hermanos, hacen camino en la
comunidad desde las enseñanzas del maestro, hacer camino es vivir en la
incertidumbre del encuentro con Dios, así como lo recrea el libro del éxodo en
el episodio de la zarza, un día mientras Moisés subía a la montaña se le
apareció el Señor y le dijo: “Claramente
he visto como sufre mi pueblo” (Ex 3,7).
La aflicción del pueblo de Dios crea dificultad e
incertidumbre en la conciencia de los discípulos-hermanos por las palabras del
Señor a Moisés. La comunidad de hermanos-discípulos se siente atraída por los
tiempos pasados y le temen a las consecuencias de hacer creíble la preocupación
de Dios por la justicia que debe reinar. Las incertidumbre y las dificultades
ocasionan dudad en los hermanos-discípulos dentro de la comunidad frente a sus
creencias y seguimiento de Cristo Jesús, el seguimiento, no es tarea fácil, está
lleno de dificultades porque el anuncio de
la justicia desde el evangelio es causa de persecución, de desacomodo, de malestares,
es dejarlo todo por Jesús el Cristo: La posibilidad de una vida más cómoda y en
esto la añoranza del tiempo pasado.
San Agustín al respecto nos ilumina,
escuchemos la voz del Obispo de Hipona:
“Las aflicciones y tribulaciones que a veces
sufrimos nos sirven de advertencia y corrección. La sagrada Escritura, en
efecto, no nos promete paz, seguridad y tranquilidad, sino que el Evangelio nos
anuncia aflicciones, tribulaciones y pruebas; pero el que permanezca firme
hasta el fin se salvará. ¿Qué ha tenido nunca de bueno esta vida, ya, desde el
primer hombre, desde que éste se hizo merecedor de la muerte, desde que recibió
la maldición, maldición de la que nos ha liberado Cristo el Señor? (…) Los
mismos sufrimientos que soportamos nosotros tuvieron que soportarlo también
nuestros padres; en esto no hay diferencia. Y, con todo, la gente murmura de su
tiempo, como si hubieran sido mejores los tiempos de sus padres. Y si pudieran
retronar al tiempo de sus padres, murmurarían igualmente. El tiempo pasado lo
juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro (…) Por esto, más que
murmurar de nuestro tiempo, lo que debemos hacer es congratularnos con él” (San
Agustín. Serm. PLS 2,441-552).
Cuando la comunidad ha crecido lejos de prejuicios,
es testigo del sufrimiento del pueblo y cambia la incertidumbre del encuentro y
del tiempo, por caminos de conversión hacia la justicia del reino: “Vuélvanse a mí de todo corazón. ¡Ayunen,
griten y lloren! Vuélvanse ustedes al Señor su Dios, y desgárrense el corazón
en vez de desgarrarse la ropa. Porque el Señor es tierno y compasivo, paciente
y todo amor” (Jol 2,12b-13). Este llamado del Profeta Joel, es en la
comunidad un llamado a volver la mirada a Dios y al sufrimiento de los hermanos
que claman ayuda (Cfr. Ex 3,7-8; DP 1134-1144.1153).
Colocarse al lado de los necesitados, es mirar con
la mirada de Dios la aflicción de su pueblo, es caminar con los zapatos del
otro y seguir con ellos, es romper el silencio de la injusticia y practicar sus
obras; pero no vanagloriarnos como paladines de la justicia, sino para dejarnos
encontrar por Dios. Jesús ya puso en alerta a todos los que hacían las obras
para justificarse así mismo, haciéndose los buenos delante de la gente: “No hagan sus buenas obras delante de la
gente solo para que los demás los vean. Si lo hacen así, su Padre que está en
el cielo no les dará ningún premio” (Mt 6,1).
No podemos seguir alimentando nuestro orgullo egoísta,
vanagloriándonos de lo que hacemos; la
peor humillación a un hermano necesitado es enrostrarle su miseria con nuestro
entusiasmo de pregonarnos lo bueno que somos. Obrando de esta manera, somos
como los pastores de Israel denunciado por el profeta Ezequiel que
se dedicaban a pastorearse a sí mismo, muchos cristianos hoy hacemos lo mismo: “¡Ay de los pastores de Israel, que se
cuidan así mismos! Lo que deben cuidar los pastores es el rebaño. Ustedes se
beben la leche, se hacen vestidos con la lana y matan las ovejas más gordas,
pero no cuidan el rebaño. Ustedes no ayudan a las ovejas débiles, ni curan a
las enfermas, ni vendan a las que tienen alguna pata rota, ni hacen volver a
las que se extravían, ni buscan a las que se pierden, sino que las tratan con
dureza y crueldad” (Ex 34,2-4).
Dios sigue mirando a su pueblo y pide de nosotros
ser buenos pastores de su rebaño, hacer del Evangelio el camino de solidaridad,
de servicio, de cambio. No podemos seguir siendo propiciadores de anuncios
vacíos como lo hacen los falsos profetas que se amparan bajo la institución
para seguir ganando privilegio y engordando su orgullo frente al sufrimiento de
los hermanos: “Porque aquí ya no hay
lealtad entre la gente ni fidelidad ni conocimiento de Dios. Abundan en cambio
el juramento falso y la mentira el asesinato y el robo, el adulterio y la
violencia y se comete homicidio tras homicidio, por eso el país está de luto”
(Os 4,2-3).
La propuesta para cambiar esta situación de
vaciedad cuando no escuchamos la voz del Señor, la ofrece el mismo Jesús en
Mateo 6, ya vimos la manera como se ha de recrear la nueva comunidad del reino
en relaciones más humanas, justas y tolerantes desde el respeto y el amor y la
manera de vivir en la imprevisibilidad de Dios, socializando los bienes para
formar la comunidad de bienes del reino de Dios.
Ahora para seguir en el kayrós de Dios, camino hacia
la perfección en la comunidad del reino se nos propone: 1. La ayuda a los necesitados; 2. La
oración como fortalecimiento de la fe[1];
3. El ayuno, como práctica de solidaridad en la
comunidad centro de la comunión de bienes:
1. La
ayuda a los necesitados: Es dar de la generosidad y no
desde la autosuficiencia de los bienes, que lo que logra es calmar nuestra
conciencia, es decir, para satisfacer nuestro propio ego al sentirnos muy
buenos. La ayuda a los necesitados se debe hacer desde la intimidad con Dios,
no con publicidad, como dice el adagio: “A
los cuatro vientos”, y no “como hacen
los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente hable bien de
ellos” (Mt 6,2). La ayuda a los necesitados debe hacerse como un acto
privado, que no necesita ser publicado porque nuestra justicia quedaría como la
de los fariseos: “Da limosna según tus
posibilidades. Si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, no te de miedo dar
limosna de ese poco (…) Dar limosna es hacer una ofrenda agradable a Dios” (Tb 4,8.10).
Es
necesario tomar conciencia, que al dar, se da desde la transparencia de la
vida, sin prejuicios a los bienes materiales, se da porque “Hay más dicha en dar que en recibir” (Hec 20,35) Y esta
generosidad es desde el cumplimiento del mandato del Señor: “Comparte tu pan con el hambriento y tu ropa con el harapiento (…)
Cuando des limosna, no seas tacaño” (Tob 4,16-17; Cfr. Mt 25,335-40; St
2,1-26).
2. La
oración: Es camino de encuentro, es mirar desde la
incertidumbre el accionar de Dios, es estar atentos a las necesidades de
nuestros hermanos, no debe ser pura palabrería, ni debe estar llena de
parafernalia: “Al orar no repitan ustedes
palabras inútiles, como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto más
hablen, más caso les hará Dios” (Mt 6,7; Cfr. 1R 18, 25-29; Eclo 7,14)[2].
La oración que Jesús nos dejó es la vivencia personal y comunitaria del
encuentro en la relación de amor con el Padre que se concretizó en el Padre
Nuestro y en el Sacrificio del Altar, allí está el centro y culmen de la oración
en la comunidad eclesial que se hace -Común-Unión-Con-Cristo-, Quien se
ofreció como sacrificio: “Una sola vez y
para siempre” (Heb 7,27) Como único mediador entre Dios y los hombres (Cfr.
1Tm 2,5; Heb 8, 6; 9,15; 12,24)
Esta
mediación de Jesús, hace que nuestra oración no sea el producto de palabrerías
inútiles: “Tú, cuando ores, entra en tu
cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tú Padre, que ve lo que
haces en secreto, te dará tu premio” (Mt 6,6) De esta manera, debemos
evitar caer en la tentación al terminar la Eucaristía de romper el silencio en
la acción de gracias del Sacrificio recibido, momento de interiorizar este
misterio que hemos comulgado, con rezos particulares como “Sangre del Costado
de Cristo…” y otros rezos, que desentonan con la gran celebración del Sacrificio
Redentor de Cristo e interrumpiendo la meditación con gestos individuales
parecido al de los fariseos - hipócritas: “Que
les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que
la gente los vea” (Mt 6,5).
3. El
ayuno[3]:
Mucho se ha reflexionado sobre este tema del ayuno, que no puede considerarse
como una práctica gastronómica, porque el estómago no sabe de arrepentimiento y
de conversión y esto no es asunto de alimentos: “Escuchen y entiendan: lo que entra por la boca del hombre no es lo que
hace impuro. Al contrario, lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su
boca” (Mt 15,10b-11; Cfr. Mc 7,14-16) “¿No entienden que nada de lo que entra
de afuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en
el vientre, para después salir del cuerpo? (…) Lo que sale del hombre, eso sí
lo hace impuro. Porque de dentro, es decir, del corazón de los hombres, salen
los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los
adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los
chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de
adentro y hacen impuro al hombre” (Mc 7,18-19b. 20-23).
Muchas
veces tenemos una idea errada del ayuno, se queda en actos simbólico de cambios
de alimentos y confundimos la práctica del ayuno con abstenernos de comer
cierto tipo de alimento, pero olvidamos el sentido verdadero que propone Dios
del ayuno. El ayuno (Cfr. Mt 9,14-17) no consiste solo en dejar de comer como
se plantea hoy. La comunidad de hermanos-discípulos en su caminar propusieron
un ayuno en el cual compartían el pan con el hambriento y practicaban la
justicia del Reino de Dios: “El ayuno que a mí me agrada consiste en esto:
En que rompas las cadenas de la injusticia...En que dejes libres a los
oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía; en que compartas tu pan con el
hambriento y que recibas en tu casa al pobre sin techo: en que vistas al que no
tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes” (Is 58,6-8).
Abstenerse
de alimento es una práctica, que ya se daba en la antigüedad, muchas veces por
motivos religiosos (Ver nota al pie de página 3) esto no es propio del
cristianismo. Las primitivas comunidades cristianas lo hacían con equidad y no
con sentido de mortificación del cuerpo, sino como medios solidarios de aliviar
las necesidades de los hermanos, evitando el padecimiento de muchos porque todo
lo tenían en común (Cfr. Hec 4,32-35).
Hoy,
en la sociedad y por nuestra cultura se desarrollan muchas prácticas de ayunos:
Por salud, por banalidad, por vanidad con la idea de mantener una figura
adecuada a los ojos de los demás, para eso existen muchas modalidades
superficiales. Algunos conservan la sana costumbre religiosa, ayuno válido y
comprensible en ayuda de los necesitados: “Da
limosna de lo que tengas. Cuando des limosna, no seas tacaño. Cuando veas a un
pobre, no le niegues tu ayuda” (Tb 4,7).
Otros
hacen prácticas del ayuno religioso, pero desde su egoísmo, satisfaciendo su
estómago y no el corazón, cometiendo las mismas injusticias pecaminosas frente
al hermano, reteniendo el salario al hermano, viviendo desde las añoranzas del
pasado y repitiendo esquemas de desprecio al que no vive y comulga con su
manera hipócrita de relacionarse con Dios: “No
tardes en pagar el jornal a tus obreros; págaselo enseguida. Si sirves a Dios,
él te recompensará. Se prudente, hijo mío, en todo lo que hagas, y bien educado
en tu manera de portarte. Lo que no
quieras que te hagan, no se lo hagas a los demás” (Tb 4,14-15).
Estos tres momentos en el camino de la comunidad,
son pasos hacia la perfección de los hermanos-discípulos, que viven sin
añoranzas del pasado, firmes en la ayuda a los necesitados, consecuentes en la
oración y sobre todo solidarios en el ayuno, rompiendo con toda clase de
hipocresía religiosa en la comunidad de hermanos-discípulos, para que la
justicia brille ante Dios al compartir el pan con el hambriento, porque cada
vez que hicieron eso con uno de estos hermanos, lo hicieron con Cristo (Cfr. Mt
25,35-36; Is 58,6-7; Tb 4, 16-15).
A modo de conclusión
Es urgente y necesario revisar estas prácticas: el
de la ayuda a los hermanos necesitados, el de la oración y el del ayuno, para
darle sentido. El verdadero sentido, con el cual se quiso responder a una
situación de pobreza, en la que vivía la mayoría del pueblo. Jesús dijo: “Vayan, pues, a aprender lo que significa
misericordia quiero, y no sacrificio” (Mt. 9,13) Estas palabras nos invitan
a dedicar nuestra vida al Servicio de los demás. Compartamos nuestro pan con el
hambriento, luchemos por la liberación de los oprimidos, recibamos al que no
tiene techo y vistamos al desnudo. ¿No es esto, lo que el Señor quiere de
nosotros hoy? Entonces: ¿Por qué seguimos predicando en nuestros templos ayuda
a los necesitados, oraciones y ayunos y abstinencias desde ritualismos piadosos
en medio de la situación de violencia, muerte, hambre y miseria? Esto ofende a
tantos hermanos pobres que carecen de lo más mínimo para vivir como seres
humanos e hijos de Dios.
Como excelente huésped, el
Espíritu te encuentra hambriento y sediento y te satisface abundantemente (San
Agustín. Serm. 225,4).
[1]
La oración corresponde a otro momento de la reflexión, solo aquí se trataran
algunos aspectos sobre ella.
[2] La
oración de Jesús sigue el modelo de las oraciones del Antiguo Testamento y del
judaísmo. Consta de una invocación inicial y siete peticiones. Las tres
primeras se refieren a Dios_ Tú nombre, Tú reino; Tú voluntad_ Las otras cuatro
a los hombres en forma comunitaria_ Nosotros _ (SUB. La biblia de estudio.
Comentario a Mt 6,7. EEUU 1994).
[3] La
práctica del ayuno, o sea el abstenerse de alimentos por motivos religiosos
data de los tiempos del Antiguo Testamento (Cfr. 2 Cro 20,3; Jl 2,12-15). [SBU.
La biblia de estudio. Comentario a Mt 6,16. EEUU 1994].
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