domingo, febrero 09, 2014

USTEDES SON LA SAL DE ESTE MUNDO (...) USTEDES SON LA LUZ DE ESTE MUNDO


Mt 5,13-16 

Lo primero que los buenos superiores deben hacer es la de ser siervos. No deberían pensar que es rebajar su dignidad el ser siervos para muchos.  (San Agustín  Sermón 340A, 1).

Se ha comentado, que el reino de Dios es una opción personal al  ser escogidos y llamados por Jesucristo para hacer realidad el reino en la comunidad como unión de muchos corazones que formen el reinado de Dios. La comunidad del reino es la gran comunidad de los discípulos que dejan todo por seguir el proyecto que se realiza en la persona de Jesús. Él da inicio a la novedad de Dios en nuestra historia, ya que en Él comenzó todo: 

“Pedro tomó la palabra y dijo: - Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados. – (Hc 10, 34-43)).

De tal manera, estamos llamados a dejar la barca, la red, la casa paterna para hacer creíble y cumplir la opción - misión de ser servidores de la Palabra de Dios y acogerla en nuestros brazos dándolo a conocer y así poder descansar en la paz del Señor, porque se ha visto la luz del salvador:  “Lo tomó en brazos y alabó a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu Palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, lo que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a la gentes y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,20-32) Este descanso es  vivir en el Señor porque su yugo es llevadero: “Vengan a mi todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros” (Mt 11,28-30).

El descanso en el Señor no se refiere a la muerte, la muerte es acontecimiento natural de la terminación de la vida de todo ser viviente. El descanso en el Señor es poder ver su gloria y estar en su regazo. El descanso en el señor se equipara a la gracia recibida por darle culto es habitar en la casa del Padre: “No se angustien ustedes. Crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si no fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar (…) Para que ustedes estén en el mismo lugar en donde yo voy a estar” (Jn 14,1-2.3b). 

El discípulo es quien vive el descanso en Dios, él es el elegido para  seguir a Jesús, es quien acoge fielmente la palabra de Dios, asume la opción de dejarlo todo por Él y seguir sus mandatos para poder llegar a ser amigos del Maestro en la comunidad del reino y permanecer unidos a Él: “Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas (…) En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den muchos frutos y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos (…) Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando (…) Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho” (Jn 15,7.8.14.15).

El que permanece unido a Cristo, es el llamado a estar en el descanso (Cfr. Jn 14,27; Fil 4,6-7; 1P 5,7; Hb 4,3;  Is 30,15.16-17; 32,17; 46,10; Jr 6,16-17; Sal 23,1-2; 37,7; 116,7) y al servicio de la comunidad del reino, que empieza “YA” en la solidaridad con los necesitados, es estar al lado de los pobres compartiendo el pan, anunciando el reino, propiciando la libertad, compartiendo el techo, el vestido, e incluso la vida (Cfr. Is 58,5-10) Esta es la misión de los discípulos como Sal del mundo y como Luz del mundo, todos somos llamados a cumplir a cabalidad esta misión: Los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza”[1].

Ser sal de la tierra y luz del mundo implica asumir con responsabilidad la misión dada por Jesús: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres” (Mt 4,19) No podemos quedarnos en lamento de lo que pudimos haber hecho y no hicimos, nuestra inquietud es y debe ser “Hermanos, que debemos hacer” (Hec 2,37) y Jesús responde: “Ustedes son la sal de este mundo” (…) “Ustedes son luz de este mundo”; por esta razón no podemos desvirtuarnos como la sal sosa, tampoco podemos ser oscuridad frente a nuestros hermanos en el reino. No podemos sentir miedo de anunciar a Cristo, no podemos sentir miedo de estar con Cristo al lado de los pobres. 

A modo de conclusión

·         La sal en el clima de Palestina era absolutamente necesaria para la conservación de los alimentos. Un saco de sal era considerado tan valioso como la vida de un hombre. Su poder purificador (Cfr. Job 6,6) y conservador la convirtió en símbolo de lo valioso y permanente.
·         El incienso utilizado para el culto debía estar sazonado con sal (Cfr. Ex 30,35) Más aún, todas las oblaciones o sacrificios ofrecidos a Dios debían estar sazonados con sal (Lev 2,13). No podrá ofrecerse a Yahvé algo insípido o expuesto a la corrupción (Ez 43,24): "La sal de la alianza de Yahvé" (Cfr. Nm. 18,19) la "alianza de sal" ponía de relieve la estabilidad e inviolabilidad del mutuo compromiso. Así llegó a designar, la firmeza del pacto entre Dios y su pueblo.
·         Por el profeta Ezequiel conocemos la costumbre de frotar con sal a los recién nacidos (Ez 16,4). Era uno de los signos que expresaba el cariño y los cuidados más exquisitos para con el recién nacido. Yahvé frotó con sal a su pueblo recién nacido.
·         El discípulo debe ser tratado como la sal, como una víctima que se ofrece a Dios, es decir, debe pasar a través de toda clase de pruebas de tal manera que quede borrado de él todo aquello que no es según Dios. El discípulo de Jesús, frotado con sal desde su nacimiento, se convierte en liturgia permanente, en sacrificio agradable a Dios (Rm 12,1)[2]. 

Señor Dios nuestro, bendícenos, para que no te perdamos. Si permanecemos contigo, ni te perderemos ni nos perderemos (San Agustín. Serm. 113,6).


[1] Papa Francisco. Mensaje para la cuaresma. Ciudad del vaticano. Roma Feb 4 de 2014.

No hay comentarios: