Mt 5,13-16
Lo primero que los
buenos superiores deben hacer es la de ser siervos. No deberían pensar que es
rebajar su dignidad el ser siervos para muchos.
(San Agustín Sermón 340A, 1).
Se ha comentado, que el
reino de Dios es una opción personal al ser escogidos y llamados por Jesucristo para
hacer realidad el reino en la comunidad como unión de muchos corazones que
formen el reinado de Dios. La comunidad del reino es la gran comunidad de los
discípulos que dejan todo por seguir el proyecto que se realiza en la persona
de Jesús. Él da inicio a la novedad de Dios en nuestra historia, ya que en Él
comenzó todo:
“Pedro
tomó la palabra y dijo: - Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos,
cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero
a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó
haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba
con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo
mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo
hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a
nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos
encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado
juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que
creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados. – (Hc 10,
34-43)).
De tal
manera, estamos llamados a dejar la barca, la red, la casa paterna para hacer
creíble y cumplir la opción - misión de ser servidores de la Palabra de Dios y
acogerla en nuestros brazos dándolo a conocer y así poder descansar en la paz
del Señor, porque se ha visto la luz del salvador: “Lo
tomó en brazos y alabó a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu Palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, lo
que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a la
gentes y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,20-32) Este descanso es vivir en el Señor porque su yugo es llevadero:
“Vengan a mi todos ustedes que están
cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que
les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así
encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a
llevar son ligeros” (Mt 11,28-30).
El descanso
en el Señor no se refiere a la muerte, la muerte es acontecimiento natural de
la terminación de la vida de todo ser viviente. El descanso en el Señor es
poder ver su gloria y estar en su regazo. El descanso en el señor se equipara a
la gracia recibida por darle culto es habitar en la casa del Padre: “No se angustien ustedes. Crean en Dios y
crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si
no fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar (…) Para
que ustedes estén en el mismo lugar en donde yo voy a estar” (Jn 14,1-2.3b).
El discípulo es quien vive el descanso en Dios, él es el elegido
para seguir a Jesús, es quien acoge
fielmente la palabra de Dios, asume la opción de dejarlo todo por Él y seguir
sus mandatos para poder llegar a ser amigos del Maestro en la comunidad del
reino y permanecer unidos a Él: “Si
ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas (…) En
esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den muchos frutos y lleguen así a
ser verdaderos discípulos míos (…) Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo
les mando (…) Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi
Padre me ha dicho” (Jn 15,7.8.14.15).
El que permanece unido a Cristo, es el llamado a estar en el descanso
(Cfr. Jn 14,27; Fil 4,6-7; 1P 5,7; Hb 4,3; Is 30,15.16-17; 32,17; 46,10; Jr 6,16-17; Sal
23,1-2; 37,7; 116,7) y al servicio de la comunidad del reino, que empieza “YA” en
la solidaridad con los necesitados, es estar al lado de los pobres compartiendo
el pan, anunciando el reino, propiciando la libertad, compartiendo el techo, el
vestido, e incluso la vida (Cfr. Is 58,5-10) Esta es la misión de los
discípulos como Sal del mundo y como Luz del mundo, todos somos llamados a
cumplir a cabalidad esta misión: “Los cristianos estamos llamados a mirar las
miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar
obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la
miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza”[1].
Ser sal de la tierra y luz del mundo implica asumir con responsabilidad
la misión dada por Jesús: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres” (Mt
4,19) No podemos quedarnos en lamento de lo que pudimos haber hecho y no
hicimos, nuestra inquietud es y debe ser “Hermanos,
que debemos hacer” (Hec 2,37) y Jesús responde: “Ustedes son la sal de este mundo” (…) “Ustedes son luz de este mundo”;
por esta razón no podemos desvirtuarnos como la sal sosa, tampoco podemos ser
oscuridad frente a nuestros hermanos en el reino. No podemos sentir miedo de anunciar
a Cristo, no podemos sentir miedo de estar con Cristo al lado de los pobres.
A modo de conclusión
·
La sal en el clima de Palestina era absolutamente
necesaria para la conservación de los alimentos. Un saco de sal era considerado
tan valioso como la vida de un hombre. Su poder purificador (Cfr. Job 6,6) y
conservador la convirtió en símbolo de lo valioso y permanente.
·
El incienso utilizado para el culto debía
estar sazonado con sal (Cfr. Ex 30,35) Más aún, todas las oblaciones o
sacrificios ofrecidos a Dios debían estar sazonados con sal (Lev 2,13). No
podrá ofrecerse a Yahvé algo insípido o expuesto a la corrupción (Ez 43,24):
"La sal de la alianza de Yahvé" (Cfr. Nm. 18,19) la "alianza de
sal" ponía de relieve la estabilidad e inviolabilidad del mutuo
compromiso. Así llegó a designar, la firmeza del pacto entre Dios y su pueblo.
·
Por el profeta Ezequiel conocemos la costumbre
de frotar con sal a los recién nacidos (Ez 16,4). Era uno de los signos que
expresaba el cariño y los cuidados más exquisitos para con el recién nacido.
Yahvé frotó con sal a su pueblo recién nacido.
·
El discípulo debe ser tratado como la sal, como
una víctima que se ofrece a Dios, es decir, debe pasar a través de toda clase
de pruebas de tal manera que quede borrado de él todo aquello que no es según
Dios. El discípulo de Jesús, frotado con sal desde su nacimiento, se convierte
en liturgia permanente, en sacrificio agradable a Dios (Rm 12,1)[2].
Señor Dios nuestro, bendícenos,
para que no te perdamos. Si permanecemos contigo, ni te perderemos ni nos
perderemos (San Agustín. Serm. 113,6).
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