sábado, febrero 15, 2014

ASÍ QUE SI AL LLEVAR TU OFRENDA AL ALTAR TE ACUERDAS DE QUE TU HERMANO TIENE ALGO CONTRA TI, DEJA TU OFRENDA ALLÍ MISMO DELANTE DEL ALTAR Y VE PRIMERO A PONERTE EN PAZ CON TU HERMANO. ENTONCES PODRÁS VOLVER AL ALTAR Y PRESENTAR TU OFRENDA

 
Mt 5,17-37 

Señor mi Dios, escucha mi oración. Considera piadosamente mi deseo, que no me toca sólo a mí mismo, sino también al bien del prójimo (San Agustín. Conf. 11,2) 

La comunidad del reino es la que toma conciencia de su caminar en el seguimiento incondicional a Jesucristo y su proyecto del reino. En el seguimiento hablamos de la condición de despojarse del imperio de acumular bienes. El discípulo es en el camino, el camino es dinámico, está en construcción, es formación, es pedagogía de seguimiento. Quien hace camino, hace opción por Jesús, es consecuente con el proyecto del reino como sal de la tierra y luz del mundo en pobreza y humildad: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres” (Mt 4,19) lo dejaron todo y se hicieron “sal de este mundo” y “luz de este mundo” (Mt 5,13-16).

El seguidor no puede desvirtuarse como la sal sosa, tampoco puede ser oscuridad frente a los hermanos-discípulos- en el reino, predicando que Dios es castigador,  causante del mal: 

“No digas: es Dios quien me hace pecar,
Porque él no hace lo que detesta.
Ni tampoco digas:
Él me hizo caer; porque él no necesita de gente malvada.
El Señor odia lo que es detestable
Y no se lo envía a quienes lo respetan.
Dios creó al hombre al principio
Y le dio libertad de tomar sus decisiones.
Si quieres puedes cumplir lo que él manda,
Puedes ser fiel haciendo lo que le gusta.
Delante de ti tienes fuego y agua;
Escoge lo que quieras.
Delante de cada uno están la vida y la muerte,
Y cada uno recibirá lo que elija
(…) Él a nadie ha ordenado pecar,
Ni deja sin castigo a los mentirosos”
                                                        (Sir [Eclo] 15,11-18.20). 

El camino escogido por el Señor para nosotros es el correcto, quien opta alejarse del camino es uno mismo. La misión encomendada del Señor es el anuncio del reino, quienes decidimos asumir otro anuncio somos nosotros y en eso pecamos porque nublamos el anuncio del reino con otras manifestaciones contrarias al evangelio. Debemos ser conscientes que la comunidad del reino es seguidora de Jesús y de sus enseñanzas. No debemos buscar otros caminos con intenciones personales, totalmente distantes de las enseñanzas de Jesús. Quien sigue a Jesucristo se capacita en el camino siendo sal y luz del mundo en pobreza y humildad.

La comunidad cristiana seguidora asume la opción de ser sal y luz del mundo optando por ser pobre y humilde: La pobreza no se puede confundir con humildad o miseria. Sería caer en la esclavitud de la pobreza misma y en el escrupulismo moralista frente a los bienes materiales. La pobreza es opción de libertad frente al anuncio del Evangelio, es el despojo de la tiranía de la acumulación de los bienes. Por otro lado, la humildad es estar dispuesto a hacer la voluntad del Padre dejando a un lado los placeres de la sociedad de consumo que son enfermizos y esclavizante porque este “mundo se va acabando, con todos sus malos deseos; en cambio, el que hace la voluntad de Dios vive para siempre” (1Jn 2,17; Cfr. Sal 40,6-8;  Mt 7,21; 12, 50; Mc 3,35).

De esta manera,  la comunidad del reino coloca la mirada en la acción programática de Jesús (Las Bienaventuranzas) hacia la consecución del proyecto del reino, y sobre el caminar misionero de ser sal y luz del mundo en pobreza y humildad. Esta actitud centra la atención en la  relación con nuestros hermanos y en el culto a Dios: Así que si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda. (Mt 5,23-24).

Nuestro culto es estructura y rubrica  dirigido a Dios, y por esto nos olvidamos del hermano, caemos en la rectitud enfermiza de moralizar todo: La pobreza, La humildad, El reino, La misión, El culto, La Liturgia.  Y se obvia hacer la voluntad del Padre que nos manda a amar a Dios y al prójimo (Cfr. Mc 12,29-31; Cfr. Mt 22,36-40; Lc 10,27) Muchas veces, la relación con el hermano es dolorosa, porque la hacemos una carga: La herida más fuerte que no podemos curar es la que llevamos en el corazón y recordamos todos los días. Esa herida está inscrita en el recuerdo y  atormenta el corazón y el pensamiento, no podrá sanarse porque no se ha hecho la pedagogía del amor- perdón. Y así es la relación con el hermano y luego llevamos al altar nuestra ofrenda.

Nos creemos generosos a la hora de cumplir con los mandatos, normas, de vivir rezando y hacemos de Dios un estandarte de culto vacío, pero sin ser obedientes a Él: No hemos podido asumir la obediencia de Jesús, que siendo Dios se hizo obediente al Padre por la salvación de la humanidad (Fil 2,5-11; Cfr. Ef 2, 1-22; Heb 5,7; Lc 22,41) También en este sentido, podemos caer en una dicotomía como la pobreza y la humildad. Porque una cosa es la obediencia y otra es el cumplimiento, pero seguimos confundiendo obediencia con cumplimiento.

Todo cristiano está llamado a vivir la obediencia, si no somos obediente en crear relaciones de hermandad, característica de la comunidad del reino formada por hermanos-discípulos que se aman  haciendo la voluntad del Padre, no se puede decir: “¡Vean que bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos! (Sal 133,1) Solo los que se aman pueden formar comunidad de hermanos-discípulos- que entrelazan vínculos de amor en su caminar dentro de la comunidad del reino: “Así deben amarse ustedes los unos a los otros, si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos” (Jn 13,34-35).

Sin estos lazos de fraternidad y de amor, muchas veces rendimos culto a Dios, viviendo resentido con nuestros hermanos e incluso llegamos a odiarlos. Cumplimos con lo mandado según nuestro criterio moralista en que ponemos primero nuestros rezos, aunque vivamos resentidos, odiando a nuestros hermanos. No entendemos que: “Nosotros amamos porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar  a Dios, a quien no ve. Jesucristo nos ha dado este mandamiento: que el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,19-21).
 
Hoy debemos escuchar y vivir las enseñanzas de Jesús, que invita a dar un vuelco a la relación interpersonal dentro de la comunidad del reino que supera todo acto de hipocresía cultual como lo denuncia Isaías y Jesús interpreta en Marcos: “Este pueblo me sirve de palabra y me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí, y el culto que me rinde son cosas inventadas por los hombres y aprendidas de memoria” (Is 29,13; Cfr. Mc 7,1-13) Por eso, Jesús fomenta un culto a Dios generado por hermanos-discípulos, para que este no sea acto piadoso. De esta manera, la enseñanza de Jesús genera un cambio de paradigma en la relación con los otros y con Dios. La relación en la comunidad del reino, estará siempre orientado por el mandato del amor.

Si en la comunidad del reino no prima este principio dado por Jesús que nos amemos los unos a los otros, sería una comunidad sin el fundamento esencial de la presencia de Dios: Comunidad de culto a dioses paganos, pero no de hermanos-discípulos- que viven el ideal común  de orientar la vida hacia Dios. Sería un grupo de personas con intereses particulares: ¿Cómo podríamos sentirnos contentos dando culto a Dios, si no estamos en paz con el que está a mí lado, con el que camina conmigo hacia el reino?  En el reino de Dios no existe la posibilidad de vivir con esta doble moral, es necesario romper con esta dicotomía de dar culto a Dios, odiando al hermano.

Nuestra responsabilidad es estructurar relaciones que superen fuerzas adversas al reino de Dios, Jesús propuso una comunidad distinta a la de los fariseos, letrados, saduceos, e incluso a las autoridades religiosas judías, Él jamás cuestionó sus enseñanzas, sino sus prácticas; por eso en el sermón de la montaña encontramos estas recomendaciones: 

1.      Ser la comunidad de las bienaventuranzas (Mt 5, 3-12; Cfr. Lc 6,20-23).
2.      Ser sal y luz del mundo (Mt 5,13-16; Cfr. Mc 9,50; Lc 14,34-35).
3.      Ser testimonio de las enseñanzas de los profetas y darle el sentido original, siendo obedientes al plan de Dios en el cumplimiento de su Palabra (Mt 5,17-19).
4.      Practicar la justicia desde la obediencia: “Y hacer lo que es justo ante Dios” para entrar en el reino (Mt 5,20).
5.      La relación entre los miembros de la comunidad ha de ser superior a los de los fariseos, que condenaban por no acatar el estricto cumplimiento de los preceptos que regulaban  la ley y los profetas. No mates. El insultar es igual que la muerte. No injuries. No coloques tu culto frente a Dios despreciando a tu hermano. Vive en paz con tu hermano. Vive en concordia con tu hermano para ser de la comunidad del reino (Mt 5, 21-26).
6.      No deben cometer adulterio, el adulterio es ir detrás de otro ídolo despreciando a Dios e incluso si la infidelidad es entre hermanos. Es mejor ir imperfecto al Reino que caminar con hipocresía hacia él, muchos de nosotros nos creemos perfectos y creemos alcanzar la gloria vanagloriándonos de nuestros logros: a) Exaltarse con las obras de misericordia es soberbia espiritual, la cual suele corromper (…) Este tipo de soberbia debe ser temido especialmente” (San Victor) b) Este es el orgullo de los fariseos al dar limosna (Mt 6,3-4) de sus ayunos y ofrendas religiosas (Lc 18,12) c) “El hombre se gloria del propio desprecio de la vanagloria” (San Agustín Conf. 10,38) d) Es mucho mejor un casado humilde que un religioso soberbio” (San Agustín. De Vir 51,52) e) “La aversión de Dios hacia los soberbios es tan fuerte que le agrada más la humildad en las acciones malas que la soberbia en las buenas” (San Agustín. In Ps 93,15)  f) “Es mejor el pecado con humildad que la inocencia orgullosa” (Obispo Optato de Milevi. Contra Donatistas, II. S. IV) g) Jesús coloca al hijo prodigo por encima del hijo juicioso (Lc 15,25-32).
7.      No podemos colocar en peligro de pecado a otros hermanos, ni podemos ser presa del adulterio: “A cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo hundieran en lo profundo del mar con una gran piedra de molino atada al cuello” (Mt 18,6; Cfr. Mc 9,42-48; Lc 17,1-2).
8.      El juramento si no se cumple es blasfemia frente a Dios, por eso no podemos jurar colocando a Dios como testigo. El juramento en la antigüedad era una gran responsabilidad inviolable (Cfr. Lv 19,12; Nm 30,2; Dt 23,21(22). Por eso entre hermanos que se aman el juramento no debe ser motivo de relacionalidad, porque ya Dios es testigo de esa mutua relación, por tal razón solo: “Baste con decir claramente sí o no. Pues lo que se aparta de esto, es malo” (Mt 5,37).

Esta enseñanza de Jesús afecta la vida comunitaria y la coloca en un nivel superior al concebido por los judíos, que basaban su relación cultual al solo cumplimiento y no a la obediencia de los mandatos del Señor. El Señor nos manda a ser obediente y a optar por los pobres en la comunidad del reino, porque Él optó por los pobres: “Dios escogió lo que es ignorante, débil, innoble y despreciado” (1Cor 1,27-28) y acogió “A los pobres de este mundo” (St 2,5) y nosotros en el reino optamos por la pobreza como despojo y liberación del espíritu en relación con la tiranía de los bienes materiales. 

Por eso la pobreza es un bien cuando se tiene en común y no es un simple no tener, para Agustín la pobreza se vive desde la comunión de bienes (Cfr. Regla de San Agustín) Y en esto también consiste la humildad en la comunidad del reino en que todos vivamos para Cristo al lado de los pobres como pobres de Dios: Por el contrario, encuentren su gloria en la convivencia con los hermanos pobres (Cfr. Regla de san Agustín) Y San francisco recalca: “Los hermanos estén contentos por estar entre gente sin importancia y despreciada, entre pobres y débiles, entre enfermos y leprosos, entre mendigos de la calle” (San Francisco de Asís. Primera regla IX,3). 

Hermanos esta es la enseñanza de Jesús en el sermón del monte: Caminar en la presencia del reino, es hacer camino, es pedagogía del camino en el reino de Dios. El culto a Dios ha de ser consecuencia de la relación fraterna en la comunidad cristiana. No podemos alabar a Dios y pelear con el hermano. No puedo rendir culto a Dios si antepongo mi verdad pietista-moralista-escrupulosa de  cumplir los mandatos humanos y no hacer la voluntad de Dios. No puedo prostituir mi corazón con el adulterio corriendo detrás de otros ídolos y luego impulsar un culto basado en la hipocresía romántica de la piedad, manchando la ofrenda con la afrenta a Dios. 

Por esto, hay que entrar en el horizonte del amor solidario de la Eucaristía culmen de la interrelación del hermano-discípulo, vivencia del misterio de Dios: “Hoy nos hará bien pedir al Señor que dé a todos nosotros este ‘sentido de lo sagrado’, este sentido que nos hace entender que una cosa es rezar en casa, rezar en la iglesia, rezar el Rosario, rezar tantas oraciones hermosas, hacer el Vía Crucis, muchas cosas bellas, leer la Biblia … y otra cosa es la celebración eucarística. En la celebración entramos en el misterio de Dios, en aquel camino que nosotros no podemos controlar: solamente Él es el Único, Él la gloria, Él es el poder, Él es todo. Pidamos esta gracia: que el Señor nos enseñe a entrar en el misterio de Dios” (Papa Francico. Homilia. Roma Feb 10 de 2014). 

“Para llegar a la verdad, caro Dióscoro, la primera vía es la humildad, la segunda es la humildad y la tercera también es la humildad. Y cuantas veces me interrogares sobre esto, te responderé siempre así” (San Agustín. Carta 118, 3,22).

No hay comentarios: