domingo, febrero 02, 2014

PRESENTACION DEL SEÑOR EN EL TEMPLO: AHORA, SEÑOR, PUEDES, SEGÚN TU PALABRA, DEJAR QUE TU SIERVO SE VAYA EN PAZ, PORQUE HAN VISTO MIS OJOS TU SALVACIÓN

Lc 2,22-40

Recuerda, hay uno que te escucha, no dudes en rogarle. Él está dentro de ti. Sólo tienes que purificar los más secretos rincones de tu corazón. Él es el Señor nuestro Dios (San Agustín. Coment. Ev. San Juan, 10,1). 

La “caminada en la fe” como experiencia comunitaria asumida por los seguidores de Jesús es haber optado por dejarlo todo por seguirle y no aferrados a lo que representaba la seguridad de mantenerse en el cumplimiento moralista de las estructuras regulativas de la ley mosaica, sino salir a la aventura del riesgo en la novedad del desprendimiento que implica convertirse, creer y seguir a Jesús sin llevar nada para el camino: “Les ordenó que nada tomasen para el camino, a excepción de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; y que fueran calzados con sandalias y no vistieran dos túnicas” (Mc 6,8-9) es dejar que Dios actué, es estar dispuestos a la imprevisibilidad de Dios (Cfr. Mt 6, 25-34). 

La opción de quien sigue es estar atentos a dar fe en la esperanza (Cfr. 1P 3,15) en medio del corazón del pueblo que busca la justicia de Dios frente a los que odian el bien y se aferran al mal llevando en su  corazón todo tipo de acciones en contra de los hombres y Dios, siendo advertidos por el mismo Señor: “Pero ustedes odian el bien y aman el mal, arrancan la piel de encima, y la carne de los huesos. Los  que han comido la carne de mi pueblo, han arrancado su piel, han roto sus huesos y lo han despedazado como carne en el caldero, como tajadas en la olla” (Mq 3,2-3). 

Todo aquel que asume el riesgo de seguir a Jesús está abierto siempre a nuevas opciones en la maduración de la fe, es opción dinámica  que busca el crecimiento de la comunidad. Pero los que optan por el mal en su vida creen y piensan que los demás deben asumir el mismo comportamiento y ser testigos de la opción que nos aleja de Dios. En cambio los que han empezado a peregrinar en el Señor van en el sendero de los que rinden culto a Dios, son el pueblo pobre que está a la expectativa de la acción del Espíritu Santo (Cfr. Lc, 2,26) haciéndose piadosos y justos ante los ojos del Señor (Cfr. Mc 2,25) y se dejan mover por el Espíritu (Cfr. Lc 2,27) para salir al encuentro del Señor. 

El Espíritu del Señor es fuerza motivadora que impulsa los corazones que al sentirse llamados van al encuentro del Salvador, llenándose de gozo por ser favorecidos del Dios de la vida, el Dios de los pobres que se revela en sus brazos: 

“Lo tomó en brazos y alabó a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu Palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, lo que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a la gentes y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,20-32).
Este cantico de Simeón es la manifestación gloriosa del pueblo pobre que cumple lo prescrito (Cfr. Ex 13,2.11-13; Nm 18,15; 1S 1,24-28) Por esta razón,  la presentación de Jesús se da en el templo dándole cumplimiento a lo mandado por la tradición judaica para los pobres: “Si no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado” (Lv 12,8; Cfr. Lv 5,7).
Lucas enfatiza que la presentación de Jesús se da en el templo; Lucas centra la presencia cultual de Jesús en el templo: El Templo:  Representa el lugar de acontecimientos de la actividad pública de Jesús: “Allí se da inicio el Evangelio (Cfr. Lc 1,5-20); Los padres de Jesús cumplidores de la ley lo llevan al templo (Lc 2,22) En el Templo es recibido como Mesías (Cfr. Lc 2,26) En el Templo enseña (Cfr. Lc 2,41-52) También en el Templo Lucas coloca el inicio del ministerio de Jesús (Cfr. Lc 4,14-30) Desde el Templo se abre la perspectiva de la esperanza, de la liberación (Cfr. Lc 21)[1]”. 
En el templo se abre paso a la misión de María como Madre, como verdadera hija de Dios que manifiesta el amor de Dios a los pobres: “Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador… Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de su trono y exaltó a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1, 46. 51-53). 
Ella fue al templo a purificarse (Cfr. Lc 2,22) También llevó a Jesús (Cfr. Lc 2,22-24) y Allí en este acto de purificación recibe la noticia que al llevar la luz del mundo al templo irá acompañada de hostilidad y persecuciones propiciado por su pueblo y esto hace la fortaleza de la misión de María como Madre e Hija en el Hijo de Dios porque participará del destino doloroso del Hijo causado por la hostilidad de su propio pueblo, la misión de María es asociada en Lucas con la pedagogía de la cruz del Salvador: “Este está destinado para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción _ ¡A ti misma una espada te atravesará el alma! _, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (Lc 2,34-35; Cfr. Zc 12,10).
Corazones que se fortalecerán con la llamada novedosa de Jesús aunque muchas espadas atraviesen nuestros corazones porque el Señor derramará sobre nosotros un “Espíritu de gracia y de oración” (Zc 12,10) para poder mirar al salvador que está en la cruz y allí miraremos al que traspasaron (Cfr. Jn 19,37) por nuestra salvación.
A modo de conclusión:
“Es una fiesta antiquísima de origen oriental. La Iglesia de Jerusalén la celebraba ya en el siglo IV. Se celebraba allí a los cuarenta días de la fiesta de la epifanía, el 14 de febrero. "Celebraba con el mayor gozo, como si fuera la pascua misma"'. Desde Jerusalén, la fiesta se propagó a otras iglesias de Oriente y de Occidente. En el siglo VII, si no antes, había sido introducida en Roma. Se asoció con esta fiesta una procesión de las candelas. La Iglesia romana celebraba la fiesta cuarenta días después de navidad. Entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro". Esta fiesta comenzó a ser conocida en Occidente, desde el siglo X, con el nombre de Purificación de la bienaventurada virgen María. Pero esto no era del todo correcto, ya que la Iglesia celebra en este día, esencialmente, un misterio de nuestro Señor. En el calendario romano, revisado en 1969, se cambió el nombre por el de "La Presentación del Señor"[2]. 

Dame, Señor, la fuerza de buscarte ya que me hiciste capaz de encontrarte y me has dado la esperanza de encontrarte siempre más (San Agustín. Trinidad 15,51).


[1] G. Casalins. Otro texto para no leer: Reflexión Lc 21,25-28.34-36. Medellín, 2 diciembre 2010.

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