lunes, enero 20, 2014

ESTE ES EL CORDERO DE DIOS, QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO

 
Jn 1,29-34
Tú que existes desde siempre, antes que nosotros y el mundo, te has convertido para nosotros en refugio en el cual nos hemos vuelto hacia ti (San Agustín. In Ps 89,3). 

El amor de Dios, es un llamado a humanizarnos encontrándonos nosotros mismos con el Dios de la historia en la historicidad de la fe que es salvación, por medio del Hijo que se ha sacrificado y se entregó obedientemente a la voluntad del Padre, para salvar de la muerte – Pecado- a la humanidad. Jesús es el enviado del Padre, Él es el Ungido por el espíritu de Dios.

Por esta razón Jesús es reconocido como Hijo de Dios confesado a la humanidad y sobre Él baja el Espíritu al ser bautizado y Ungido por Espíritu de Dios (Cfr. Mc 1,9-11; Mt 3,13-17; Lc 3,21-22; Jn 1,32-34) para hacernos partícipes de la experiencia del perdón en la comunidad que reconoce al Cordero que quita el pecado y sana las heridas causada por la lejanía a Dios. 

El paso de Jesús por la comunidad es un llamado al encuentro del Señor con la humanidad: es la experiencia comunitaria que al sentir la sanación cambia radicalmente el sentido de su vida formando una nueva caminada en la Iglesia de Jesucristo. En ella es el Cordero que llama con su paso a los seguidores; quienes lo siguen lo conocen y lo reconocen como lo presenta Juan el Bautista: He ahí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que se va junto a Él forma la comunidad de los discípulos seguidores que viven la novedad de Dios como la experiencia de salvación. 

La experiencia de salvación vivida por la comunidad, es el perdón camino de encuentro, de reconciliación consigo mismo, con Dios, con la comunidad que concibe en sí mismo la relación humana en relación humanizadora del amor de Dios que se manifiesta en la concepción amorosa del perdón. Jesús es fuente de perdón, después de recibir el bautismo Él mismo experimenta la necesidad de perdonar a los que les rodean y se sienten instrumentos del mal. Por medio del bautismo de Jesús podemos acceder al encuentro del perdón:

Cuando Jesús recibió el Bautismo de penitencia de Juan el Bautista, solidarizando con el pueblo penitente – Él sin pecado y sin necesidad de conversión - Dios Padre hizo sentir su voz en el cielo: “¡Éste es mi Hijo amado en quien me complazco! (v 17). Jesús recibe la aprobación del Padre celeste, que lo ha enviado justamente para que acepte compartir nuestra condición, nuestra pobreza. Compartir es el verdadero modo de amar. Jesús no se separa de nosotros, nos considera hermanos y comparte con nosotros. Y así nos hace hijos, junto con Él, de Dios Padre. Ésta es la revelación y la fuente del verdadero amor. Y este es el gran tiempo de la misericordia. ¿No les parece que en nuestro tiempo haya necesidad de un suplemento de comunión fraterna y de amor? ¿No les parece que todos tenemos necesidad de un suplemento de caridad? No aquella que se conforma de la ayuda improvisada que no involucra, no pone en juego, sino de aquella caridad que comparte, que se hace cargo del malestar y del sufrimiento del hermano. ¡Cuál sabor adquiere la vida, cuando se deja inundar por el amor de Dios! (Papa Francisco. Ángelus. Plaza San Pedro. 12 de Enero de 2014). 

Ahora por este íntimo acercamiento con el hijo solidarizamos nuestra miseria ocasionada por el pecado y nos hace ver el sentido de la dignidad de la vida expresión del amor sublime de Cristo en la Cruz sacrificio convertido en pedagogía de salvación y perdón a la humanidad: “Padre; perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34; Cfr. Hec 7,60) porque de su costado ha salido sangre y agua (Cfr. Jn 19, 34) signo del nacimientos de la comunidad eclesial y de la vida sacramental.

Jesús es presentado por Juan a sus discípulos como el Cordero de Dios, él lo señala como aquel sobre quien descendió el Espíritu Santo y lo confiesa que es el Hijo de Dios (Cfr. Jn 1,34) Esta confesión de fe de Juan llena la esperanza del pueblo pobre que se aferraba a la venida del Mesías y ahora ésta espera ha terminado porque el Hijo de Dios está entre los hombres. En la presentación que hace  Juan de Jesús, se profesa el amor de Dios a hombres y mujeres  alimentando llenando los corazones de quienes se sienten desesperanzados. Él ayuda a corregir la caminada en la historicidad de hombre y mujeres, Él hace amorosamente que enderecemos el caminar de nuestras equivocaciones: “El amor de Dios ajusta nuestras equivocaciones, nuestras historias de pecadores, porque no abandona jamás, incluso si nosotros no comprendemos este amor… Prepara nuestras vidas. Él nos hace cristianos por generación espontánea: ¡Él prepara! Prepara nuestro camino, prepara nuestra vida, con tiempo… Y cuando las cosas no van bien, Él se implica en la historia y ajusta la situación y va adelante con nosotros… Hay pecadores y pecadoras. ¿Pero cómo ha hecho el Señor? Se ha  implicado, ha corregido el camino, ha regulado las cosas… ¡El Señor sabe! Cuando el Señor nos dice ´Con amor eterno, yo te he amado´” (Papa Francisco. Homilía. Casa de Santa Marta. Roma. Enero 13 de 2014).  

A modo de conclusión 

·         Con su testimonio, el Bautista saca del anonimato a Jesús y lo presenta al mundo como aquel al que se estaba esperando, aquel que viene a quitar el pecado. Juan vio cumplirse en Jesús la señal y entonces lo proclama "Hijo de Dios". El testimonio de Juan es el testimonio de un cristiano: Jesús es confesado públicamente. Hoy también Jesús necesita de quien lo reconozca y lo presente ante el mundo. Juan lo reconoció porque se había preparado y había predicado a los demás la conversión a Dios.
·         Sin el testimonio de Juan, Jesús hubiera pasado desapercibido entre la muchedumbre. Juan tuvo el coraje de ser el primero en identificar a Jesús como el vencedor del pecado y la valentía de no silenciar cuanto sabía, sólo porque podría resultar demasiado increíble a los oyentes. Avalado por el Bautista, Jesús pudo empezar a manifestarse entre los hombres.
·         Afirmando la misión de Jesús, Juan renegó de la suya, apocándose. Señalando en Jesús al Cordero que quita el pecado, envió hacia Jesús a todos los que habían acudido a verle a él. Fue absolutamente desprendido de cualquier egoísmo que lo llevara a conservar a sus discípulos consigo. No es fácilmente comprensible, no es ni siquiera del todo lógico, pero es un hecho innegable: Jesús necesitó del Bautista para darse a conocer; la presencia de Dios en el mundo hubiera pasado desapercibida, nadie habría valorado su voluntad de cercanía con los hombres[1]. 

“Te deseo, Oh justicia e inocencia hermosa y agradable, con claridad luminosa y satisfacción inextinguible: contigo hay descanso perfecto y vida serena. Todos los que entran en ti, entran en el gozo” (San Agustín. Cof. 2,10).


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