Jn 1,29-34
Tú que existes desde siempre, antes que nosotros y el mundo,
te has convertido para nosotros en refugio en el cual nos hemos vuelto hacia ti
(San Agustín. In Ps 89,3).
El amor de Dios, es un llamado a humanizarnos
encontrándonos nosotros mismos con el Dios de la historia en la historicidad de
la fe que es salvación, por medio del Hijo que se ha sacrificado y se entregó
obedientemente a la voluntad del Padre, para salvar de la muerte – Pecado- a la
humanidad. Jesús es el enviado del Padre, Él es el Ungido por el espíritu de
Dios.
Por esta razón Jesús es reconocido como Hijo de
Dios confesado a la humanidad y sobre Él baja el Espíritu al ser bautizado y
Ungido por Espíritu de Dios (Cfr. Mc 1,9-11; Mt 3,13-17; Lc 3,21-22; Jn
1,32-34) para hacernos partícipes de la experiencia del perdón en la comunidad
que reconoce al Cordero que quita el pecado y sana las heridas causada por la
lejanía a Dios.
El paso de Jesús por la comunidad es un llamado al
encuentro del Señor con la humanidad: es la experiencia comunitaria que al
sentir la sanación cambia radicalmente el sentido de su vida formando una nueva
caminada en la Iglesia de Jesucristo. En ella es el Cordero que llama con su
paso a los seguidores; quienes lo siguen lo conocen y lo reconocen como lo
presenta Juan el Bautista: He ahí al Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo, el que se va junto a Él forma la comunidad de los discípulos seguidores
que viven la novedad de Dios como la experiencia de salvación.
La experiencia de salvación vivida por la
comunidad, es el perdón camino de encuentro, de reconciliación consigo mismo,
con Dios, con la comunidad que concibe en sí mismo la relación humana en
relación humanizadora del amor de Dios que se manifiesta en la concepción
amorosa del perdón. Jesús es fuente de perdón, después de recibir el bautismo Él
mismo experimenta la necesidad de perdonar a los que les rodean y se sienten
instrumentos del mal. Por medio del bautismo de Jesús podemos acceder al
encuentro del perdón:
Cuando
Jesús recibió el Bautismo de penitencia de Juan el Bautista, solidarizando con
el pueblo penitente – Él sin pecado y sin necesidad de conversión - Dios Padre
hizo sentir su voz en el cielo: “¡Éste es mi Hijo amado en quien me complazco!
(v 17). Jesús recibe la aprobación del Padre celeste, que lo ha enviado
justamente para que acepte compartir nuestra condición, nuestra pobreza.
Compartir es el verdadero modo de amar. Jesús no se separa de nosotros, nos
considera hermanos y comparte con nosotros. Y así nos hace hijos, junto con Él,
de Dios Padre. Ésta es la revelación y la fuente del verdadero amor. Y este es
el gran tiempo de la misericordia. ¿No les parece que en nuestro tiempo haya
necesidad de un suplemento de comunión fraterna y de amor? ¿No les parece que
todos tenemos necesidad de un suplemento de caridad? No aquella que se conforma
de la ayuda improvisada que no involucra, no pone en juego, sino de aquella
caridad que comparte, que se hace cargo del malestar y del sufrimiento del
hermano. ¡Cuál sabor adquiere la vida, cuando se deja inundar por el amor de
Dios! (Papa Francisco. Ángelus. Plaza San Pedro. 12 de Enero de 2014).
Ahora por este íntimo acercamiento con el hijo solidarizamos nuestra
miseria ocasionada por el pecado y nos hace ver el sentido de la dignidad de la
vida expresión del amor sublime de Cristo en la Cruz sacrificio convertido en
pedagogía de salvación y perdón a la humanidad: “Padre; perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34; Cfr.
Hec 7,60) porque de su costado ha salido sangre y agua (Cfr.
Jn 19, 34) signo del nacimientos de la comunidad eclesial y de la vida
sacramental.
Jesús es presentado por Juan a sus discípulos como
el Cordero de Dios, él lo señala como aquel sobre quien descendió el Espíritu
Santo y lo confiesa que es el Hijo de Dios (Cfr. Jn 1,34) Esta confesión de fe
de Juan llena la esperanza del pueblo pobre que se aferraba a la venida del
Mesías y ahora ésta espera ha terminado porque el Hijo de Dios está entre los
hombres. En la presentación que hace
Juan de Jesús, se profesa el amor de Dios a hombres y mujeres alimentando llenando los corazones de quienes
se sienten desesperanzados. Él ayuda a corregir la caminada en la historicidad
de hombre y mujeres, Él hace amorosamente que enderecemos el caminar de
nuestras equivocaciones: “El amor de Dios
ajusta nuestras equivocaciones, nuestras historias de pecadores, porque no
abandona jamás, incluso si nosotros no comprendemos este amor… Prepara nuestras
vidas. Él nos hace cristianos por generación espontánea: ¡Él prepara! Prepara
nuestro camino, prepara nuestra vida, con tiempo… Y cuando las cosas no van
bien, Él se implica en la historia y ajusta la situación y va adelante con
nosotros… Hay pecadores y pecadoras. ¿Pero cómo ha hecho el Señor? Se ha implicado, ha corregido el camino, ha
regulado las cosas… ¡El Señor sabe! Cuando el Señor nos dice ´Con amor eterno,
yo te he amado´” (Papa Francisco. Homilía. Casa de Santa Marta. Roma. Enero 13
de 2014).
A modo de conclusión
·
Con su testimonio, el Bautista saca del
anonimato a Jesús y lo presenta al mundo como aquel al que se estaba esperando,
aquel que viene a quitar el pecado. Juan vio cumplirse en Jesús la señal y
entonces lo proclama "Hijo de Dios". El testimonio de Juan es el
testimonio de un cristiano: Jesús es confesado públicamente. Hoy también Jesús
necesita de quien lo reconozca y lo presente ante el mundo. Juan lo reconoció
porque se había preparado y había predicado a los demás la conversión a Dios.
·
Sin el testimonio de Juan, Jesús hubiera pasado
desapercibido entre la muchedumbre. Juan tuvo el coraje de ser el primero en
identificar a Jesús como el vencedor del pecado y la valentía de no silenciar
cuanto sabía, sólo porque podría resultar demasiado increíble a los oyentes.
Avalado por el Bautista, Jesús pudo empezar a manifestarse entre los hombres.
·
Afirmando la misión de Jesús, Juan renegó de la
suya, apocándose. Señalando en Jesús al Cordero que quita el pecado, envió
hacia Jesús a todos los que habían acudido a verle a él. Fue absolutamente
desprendido de cualquier egoísmo que lo llevara a conservar a sus discípulos
consigo. No es fácilmente comprensible, no es ni siquiera del todo lógico, pero
es un hecho innegable: Jesús necesitó del Bautista para darse a conocer; la
presencia de Dios en el mundo hubiera pasado desapercibida, nadie habría
valorado su voluntad de cercanía con los hombres[1].
“Te
deseo, Oh justicia e inocencia hermosa y agradable, con claridad luminosa y
satisfacción inextinguible: contigo hay descanso perfecto y vida serena. Todos
los que entran en ti, entran en el gozo” (San Agustín. Cof. 2,10).
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