Permanece
fiel al Señor con amor, para que tu vida pueda crecer en los últimos días.
Manténte apegado a los fieles, grandes, seguras y eternas promesas de Dios y al
indestructible e inefable don de su misericordia. (San Agustín. Carta 24,1).
Al
concluir las fiestas de la navidad la reflexión de la comunidad sigue siendo
alegría y gozo por el nacimiento de Cristo envuelto en pañales en un pesebre, este es el acontecimiento del gozo de la
comunidad pascual que ha vivido la experiencia del nacimiento y de la
manifestación a todos los pueblos que mantienen su esperanza en el Dios de los
pobre que ha sido glorificado como pobre a los pobres.
La
comunidad de los pobres que ha venido a ver al niño envuelto en pañales, es la
comunidad que peregrina hacia el encuentro en el Jordán para ser bautizados en
sus agua cambiando la manera de relacionarse con Dios y con sus propios
hermanos, porque la comunidad de bautizados es testigo de la caminada de Jesús
en la misma comunidad, que ha ido al Jordán a participar de la experiencia del
bautismo. Jesús va con su pueblo a ser bautizado, allí es reconocido como el
Hijo predilecto del Padre.
El
bautismo es peregrinación en la muerte y resurrección de Jesús, en el bautismo
se da el cambio de la comunidad que bautizada hace que cada miembro sea testigo
del resucitado. Todos somos llamados a ejercer el dinamismo del bautismo donde
se fundamenta nuestra fe, no podemos comprender el bautismo de Jesús como un
acto más de su vida pública y menos nosotros podemos considerar que este es un
acto social o un rito más en la vida de los creyentes, como nos advierte el
papa Francisco:
“El
Bautismo es el sacramento sobre el que se fundamenta nuestra fe y nos hace miembros
vivos de Cristo y de su Iglesia. No es un simple rito o un hecho formal, es un
acto que afecta en profundidad la existencia. Por él, nos sumergimos en la
fuente inagotable de vida, que proviene de la muerte de Jesús. Así podemos
vivir una vida nueva, de comunión con Dios y con los hermanos. Aunque muchos no
tenemos el mínimo recuerdo de la celebración de este sacramento, estamos
llamados a vivir cada día aspirando a la vocación que en él recibimos. Si
seguimos a Jesús y permanecemos en la Iglesia, con nuestros límites y
fragilidades, es gracias a los sacramentos por los que nos convertimos en
nuevas creaturas y somos revestidos de Cristo” (Papa. Francisco. Plaza san
Pedro. Audiencia Enero 8 de 2014).
Ahora bien, de nada serviría la manifestación del niño envuelto en
pañales, nacido en el pesebre, como se conmemoró el día de la epifanía sino
cambiamos de vida y esta nueva manifestación en el bautismo de Cristo Nuestro
Señor en el Jordán quedaría en el vacío sino comprendemos que Jesús ha ido al
Jordán para ser bautizado por Juan y asumir sobre sí el pecado de los pecadores porque Él es el
Cordero de Dios que quita el pecado (Cfr. Jn 1,29).
Se insiste que es necesario e indispensable que para que esta
manifestación sea coherente en el corazón de los pobres debemos escuchar la voz
del Señor, que se complace en el Hijo: “Este
es mi Hijo, el amado; en Él me complazco” (Mt 3,17) Esta es la epifanía
bautismal en quien el Padre se complace con todos los que son bautizados en
Cristo-Es la pascua del Bautismo del Hijo pascualizado en la manifestación del
siervo del Señor: “He aquí a mi Siervo a
quien yo sostengo, mi elegido, al que escogí con gusto. He puesto mi espíritu
sobre Él, y hará que la justicia llegue a las naciones. No clama, no grita, no
se escucha su voz en las plazas. No rompe la caña doblada ni aplasta la mecha
que está por apagarse, sino que promueve la justicia en la verdad” (Is 42,1-3).
Este es el siervo que pasó haciendo el bien, que nos hizo siervos al ser
bautizados, es el siervo que asumió el bautismo como misión de salvación y
afronta el camino hacia la pedagogía del bautismo en la Cruz. Él es el Ungido
llamado a perfeccionar con su Palabra la propuesta salvadora de Dios en la
historia: “Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por los espíritus inmundos, porque Dios estaba con Él”
(Hec 10,38).
A modo de conclusión
1. El bautismo es el testimonio pascual de Dios en
la experiencia religiosa de la comunidad, que en su compromiso vive la
propuesta del Dios de la vida que ha venido a colocar su vivienda entre
nosotros (Jn 1,14) realizando su proyecto en los pueblos que han visto la
estrella del Mesías (Cfr. Mt 2,1-12). Este
acontecimiento pascual del bautismo es opción cristiana de comunidad creyente,
que sigue en la caminada el proyecto del Padre. El Hijo es bautizado en la
complacencia del Padre: “Tú eres mi hijo
muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Lc 3,22) El
bautismo es el anuncio Kerygmático de un Dios que es bautismo, bautizándonos en
el Hijo en el camino por el desierto donde dejamos nuestros pecados y vamos
hacia el rio salvífico en el que asumimos el compromiso profético: Encarnados
en la Palabra, para el servicio de la Palabra dentro de la comunidad eclesial.
Encarnados como reyes: Servidores del Señor, a la manera de Jesús que no vino a
ser servido sino a servir. Encarnados como sacerdotes, colocando los corazones
orientados hacia Dios en función de santificar y de santificarse[1].
2.
“Cristo
se encarna tan profundamente en nuestro pueblo que lo celebramos así como algo
típicamente nuestro. Eso quiere ser Cristo: el Cristo de la Epifanía, el Dios
que se hizo niño; y en Navidad sentimos que ese niño es de cada familia, todos
lo sentimos nuestro. Así el misterio de Cristo que se despliega en el año
litúrgico quiere sentirse tan íntimamente unido a cada uno de ustedes, a mí,
que sintamos que es para mí, como decía San Pablo: "Me amó y se entregó
por mí" (…) El Cristo que acompaña nuestras vicisitudes de la historia
actual. El Cristo que ilumina esta semana. Esta es la Epifanía que tenemos que
celebrar porque Cristo se ha encarnado, se ha hecho miembro de nuestra
historia, quiere acompañar a cada hombre, a cada familia, a cada pueblo y hacer
de la historia de cada cristiano y de cada pueblo la historia de la propia
salvación de nosotros”[2].
“¡Señor
mi Dios, qué grande eres y cómo construyes tu casa en los humildes de corazón!
Eres tú el que eleva a los indigentes y eres su grandeza” (San Agustín. Conf.
11,31).
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