domingo, enero 05, 2014

EPIFANÍA I : PORQUE HEMOS VISTO SALIR SU ESTRELLA Y VENIMOS A ADORARLO

Mt 2,1-12 

Dios ha creado tanto a los ricos como a los pobres. Los ricos y los pobres, por tanto, han nacido iguales. Encuentras a otro como tú, y caminen juntos (…) El Señor ha creado a ambos (San Agustín. Serm. 35,7). 

El proyecto cristiano dentro de la Iglesia católica es en primer lugar un encuentro con Jesús resucitado, en segundo lugar un anuncio  Kerygmático y en tercer lugar la vivencia del reino de Dios anunciado y presenciado por el resucitado, estos acontecimientos han marcado la pedagogía de la fe dentro de la comunidad de creyentes que dieron origen  a la Iglesia-comunidad del Resucitado.

La fe en Jesucristo, es la fuerza que ha motivado a esta comunidad para hacer del anuncio Kerygmático la presencia viva de la realidad que se vivió en adviento, navidad y que se va a vivir en cuaresma y semana santa y las pascuas tanto de navidad como de resurrección. Esta experiencia de fe ha iluminado el pesebre del corazón de los creyentes que dejaron que el niño envuelto en pañales los iluminara.

Cristo nace en la comunidad haciéndose comunidad, nace en la historia haciéndose historia, nace en el reino haciéndose reino, nace entre los hombres, haciéndose hombre, nace en la humanidad, haciendo haciéndose humano. Esta es la manifestación gloriosa, la estrella que han venido a ver, la luz resplandeciente en el pesebre del niño que nació y es recibido y presentado al mundo de los que los acogieron y es presentado a pesar de los que lo ignoraron: “Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11):
 
Los magos descritos según la imagen se tenía de los sacerdotes astrólogos de caldea (Dn 2,2), representan aquí las religiones ajenas a la Biblia. Los sacerdotes judíos y los jefes del pueblo de Dios no reciben la nueva del nacimiento de Jesús, pero Dios se revela a algunos de sus amigos del mundo pagano. Jesús es el salvador de todos los hombres y no solamente de los que se ubican en su Iglesia (EVD. La Biblia Latinoamericana. Ed. 1. 2004. Comentario a Mt 2,1-12).

A todos los pueblos de buena voluntad se le revela la luz gloriosa de Dios: “No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo:  (...) Ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 1,10-12) La luz que han despreciado los de su propia casa ahora es la luz revelada a todos los pueblos.

Epifanía, es la fiesta de la manifestación de la luz, como ya hemos planteado en las reflexiones anteriores: 

La manifestación de Dios a los pueblos se desarrolla en el marco de la comunidad de creyentes por medio de la realización del encuentro humano-divino, intercambio solidario de Dios que ha colocado su tienda entre nosotros: “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros, lleno de amor y verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como Hijo único recibió del Padre” (Jn 1,14). Jesús ha nacido en el seno de su pueblo pobre (Lc 2,6-20) para que se cumpla la tradición bíblica anunciada por los profetas: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel" (Mt 2,6; Cfr. Mq 5,2). La promesa se universaliza a todos los pueblos así lo reflexiona teológicamente Mateo y Lucas en dos acontecimientos: La visita de los personajes que llegaron a visitar al niño (Mt 2,1-12) junto con la visita de los pastores (Lc 2, 8-20) Ellos fueron a ver el acontecimiento de Nazaret guiados por el Ángel y la estrella: "Hacia Israel avanzará una estrella, y un nuevo reinado aparecerá en Israel" (Cfr. Nm 24,17) Esta es la luz que ilumina a las naciones (Cfr. Mt 2,9) al igual que en el pasado fue guiado el pueblo de Israel (Ex 13,17-22) Ahora el pueblo que vivía en las tinieblas ha sido guiado hacia el pesebre, la casa de la liberación cumplimiento de todas las promesas bíblicas sobre el Mesías[1].

A modo de conclusión 

·         Cristo, luz universal. Es una verdad de nuestra fe que "uno ha muerto por todos" y "que nadie más que él puede salvarnos" (Hch 4,12). Este misterio salvífico de la muerte de Cristo (de su vida y de su resurrección) ilumina con su resplandor a la humanidad en su totalidad, sin exclusión alguna. Dice bellamente el catecismo: "La llegada de los magos a Jerusalén para ´rendir homenaje al rey de los judío´ (Mt 2,2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (Cfr. Nm 24,17; Ap 22,16), al que será el rey de las naciones (Cfr. Nm 24,17-19)" (CIC 528). Los Padres del Concilio Vaticano II comenzaron la Constitución dogmática sobre la Iglesia con estas palabras: "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo... desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas" (LG 1). Esta verdad forma parte del patrimonio perenne de la Iglesia y fundamenta su razón misma de ser en el mundo.
·         Cristo, misterio de Dios. La universalidad salvífica de Cristo no consta en los anales de la historia humana ni es deducible mediante estudios historiográficos profundos ni resulta del esfuerzo de penetración de una mente extraordinaria y sin igual. San Pablo, que tuvo que enfrentarse en primera persona con esta realidad y luego defenderla a capa y espada frente a los adversarios, quedó convencido íntimamente -y así nos lo dejó escrito- de que está de por medio "un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio" (Ef 3,6). Un misterio de Dios, que por tanto sólo Dios puede revelar, en el modo previsto por su providencia. A los magos el misterio se les reveló por medio de una estrella (…)  A este Niño, Luz universal envuelta en el misterio de Dios, sentido y plenitud de la humana existencia, no se puede dejar de adorarlo y de ofrecerle nuestros regalos, como hicieron los magos; no se puede dejar de consagrarle nuestra vida (…) Sumisión y ofrecimiento, obediencia a la voluntad divina y donación son las coordenadas de todo cristiano que acoge con amor y gozo el misterio de Cristo[2].   

"La adoración del único Dios libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo" (CIC 2097).


[1] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión Mt 2,1-12. Medellín de 2012.

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