martes, diciembre 31, 2013

PREPARATE, TOMA CONTIGO AL NIÑO Y A SU MADRE, Y VETE A LA TIERRA DE ISRAEL

Mt 2,13-15.19-23 

Si desprecias al pobre, serás despreciado por el rico. ¿Te has olvidado de que eres un servidor a quien el Señor ha constituido sobre tus consiervos para darles el sustento?  ¿Cómo pretendes recibir lo que no estás dispuesto a dar, siendo así que lo recibes para darlo? (San Agustín. In Ps. 38,4). 

En el evangelio de Mateo la presencia de Dios en el Nuevo pueblo se le manifiesta en sueños a José, el justo del Señor, que salga de su tierra y vaya a otra tierra en huida: “El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Prepárate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto” (Mt 2,13) y lo hace coincidir con la historia del pueblo de la Antigua Alianza, llamada que hace a  Abraham para que salga de su tierra: “Yahvé dijo a Abrán: Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12,1).

Después de mucho tiempo llama a su pueblo para que retorne a la tierra prometida: “Para subirlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel” (Ex 3,8; Cfr. Ex  33,3; Lv 20,24; Nm 13,27; Dt 26,9) y hacerlo un pueblo libre, la libertad es el camino que se construye para ser liberados en la libertad: “Dirás al faraón: Esto dice Yavé: Mi hijo primogénito es Israel. Por eso, te digo que dejes salir a mi hijo para que me de culto” (Ex 4,22).

Con esta recreación histórica que hace Mateo de la narración sobre el camino del pueblo hacia la libertad, se presenta la estrecha relación de Dios con su pueblo; el amor de Dios revelado como predilección de su elección: “Cuando Israel era niño, lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1) Este llamado de amor es relacionalidad en la elección (Cfr. Dt 4,37; 7,7-9; 10, 15). 

Por tanto, Mateo asume esta  dinámica de salvación del Viejo Testamento y en su relato coloca coincidentemente el recorrido del pueblo de Israel en la persona de Jesús, en la narración de la Infancia  la llamada de su Hijo de Egipto: “El ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: Prepárate, toma contigo al niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel” (Mt 2,20) es para dar cumplimiento a las Escrituras: “ De Egipto llamé a mi Hijo” (Mt 2,15). 

A modo de conclusión 

Con este texto del evangelio de Mateo se enfatiza en la liturgia de la Iglesia la celebración de la fiesta de la Sagrada familia, colocando a José, al niño y a la madre como pedagogía de liberación que nos lleva a la vivencia de la fe, para celebrar en familia el acontecimiento celebrativo de nuestro ser en familia, por esto, no podemos convertir a la Iglesia-familia en un club social o en una “ONG piadosa”, como decía el papa Francisco. Sino que nuestra celebración comienza en casa-familia, allí preparamos con la palabra y la oración.  

De esta manera, la familia- comunidad en la Iglesia no debe constituirse en un asunto privado de unos pocos privilegiados, es el compromiso de toda la comunidad: comunidad de bautizados y confirmados que por la fuerza del Espíritu Santo son engendrados como nuevas criaturas. La comunidad-familia se hace partícipe de la misión de Cristo: a) Como Profetas, para ser anunciadores del Evangelio de la vida  y denunciar toda clase de injusticia que atente contra la vida y la dignidad del hombre como hijo de Dios. b) Como Sacerdotes: “Ya que son por el bautismo consagrados por la generación y unción del Espíritu Santo como casa espiritual (...) Por esta razón todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios, ofrézcanse, así mismos como hostias vivas, santa, y grata a Dios y den testimonio por todas partes de Cristo y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos”[1].  c) Como reyes, para participar en la unidad de la Iglesia, como servidores del único Señor.
Por otra parte, es necesario, y urgente esforzarnos en renovar realmente la estructura comunitaria de las familias, para no ser solo un grupo de personas residentes en una casa, en una parroquia, en la Iglesia, es decir, una masa indeterminada de personas que no tienen un objetivo común. Su formación espiritual, ha de tener la Palabra de Dios como centro de esta[2] 
La espiritualidad de la familia-comunidad es la espiritualidad cimentada en la Palabra de Dios y en la Vida que se orienta hacia Dios[3], desde el llamado a dar testimonio de nuestra fe en Jesucristo:      1) Compartiendo vida común en Cristo: Cristo es el fundamento de nuestro caminar, Él es el horizonte hacia donde caminamos y en quien hemos puesto toda nuestra esperanza; 2) Viviendo fraternidad Apostólica en Cristo: Nuestra proyección es hacia la necesidad de la Iglesia, especialmente a los más necesitados. 3) Viviendo fraternidad en la igualdad de todos los hermanos en Cristo: Colocando todos nuestros bienes al servicio de la comunidad, a la manera de Cristo pobre: Cristo al identificarse con los pobres, reconoció su dignidad humana, y una razón para alimentarlos y vestirlos. Ser fieles a Cristo pobre, para San Agustín es lo mismo que decir sean fieles a nuestros vecinos pobres[4].
De esta manera, se proyecta en la Iglesia la comunidad - familia, como un valor en sí misma, lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo con sus discípulos en el camino, enseñándoles con su presencia que la misión  es el anuncio Kerygmático, abriendo  caminos hacia una pastoral novedosa,  dinámica, dialogante, litúrgico-festiva y simbólica en el mundo, allí en esta “aldea común”, es donde se deben asumir los retos que se abren frente a las inquietudes de una nueva perspectiva humana, frente a los cuales debemos estar dispuestos a participar en este camino novedoso, que nos presenta el itinerario del camino de Emaús como quien está “Dispuestos siempre a contestar a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza, pero haciéndolo con dulzura y con respeto”(1P 3,15-16).  

Quizás tú te dices a ti mismo: ¡Qué dicha tuvieron los que merecieron acoger a Cristo! ¡Si hubiera estado allí! ¡Si hubiese podido ser uno de los discípulos que él encontró por el camino de Emaús! Sal a la calle. Cristo, el extranjero, no está ausente. ¿Crees acaso que a ti no te es permitido acoger a Cristo? ¿Cómo puede ser? te preguntas. Cuando resucitó de entre los muertos, Cristo subió a los cielos, ¿no es cierto? (...) Y no llegará de nuevo hasta el final de los tiempos para juzgar a vivos y muertos (...) Cuando él nos dará su Reino, sus palabras serán para ti: “Lo que hiciste a uno  de estos pequeños, a mí me lo hiciste. Aquel que es rico necesita hasta el final de los tiempos. Él está realmente necesitado no en su cabeza sino en sus miembros[5].


[1] LG 10.
[2] DA 179.
[3] Cfr. San Agustín, Confesiones. 1, 1,1.
[4] Cfr. San  Agustín,  In.  Ps.  41.
[5] San Agustín,  Serm. 236.

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