Mt 11,2-11
Te deseo, oh
justicia e inocencia hermosa y agradable, con claridad luminosa y satisfacción
inextinguible: contigo hay descaso perfecto y vida serena. Todos los que entran
en ti, entran en el gozo (San Agustín. Conf. 2,10).
Jesús asume su misión
desde la misma presencia en el Padre, él siente el compromiso de comunicarle a
sus hermanos lo que ha recibido y escuchado del Padre: “Lo que yo hablo es
lo que el Padre me ha dicho a mí” (Jn 12,50) y no hace nada por su cuenta,
Él es el enviado del Padre y hace cuanto el Padre le manda: “Yo no he
hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que
tengo que decir y hablar” (Jn 12,49) y por esto su acción es verás: “El que
habla por su cuenta busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que
le ha enviado, ese es verás; y no hay impostura en él” (Jn 7,18).
Y esto lo llevó a
realizar la obra encomendada por el Padre, Jesús no hace nada por su cuenta,
sino que lo que realiza es lo que ve hacer al Padre quien lo ha enviado para
realizar esta obra: “En verdad, en verdad le digo que el Hijo no puede hacer
nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso hace
igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo le muestra todo lo que él
hace” (Jn 5,19-20) y esta realidad se ejecuta en las obras que Jesús hace
para congregar a sus hermanos en la presencia del Padre, que es la presencia
del Reino: “Nada puedo hacer yo por mi cuenta” (Jn 5,30a).
Esta es la presencia que
Jesús hace del Padre, su misión depende del Padre y sus palabras son del Padre,
es decir, nace de la relación de amor que hay de quien hace la voluntad del
Padre: “Porque no busco mi voluntad, sino la de aquel que me ha enviado” (Jn
5,30b) y el mundo debe conocer esta unión de amor entre el Padre y el Hijo:
“Pero el mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha
ordenado” (Jn 14,31).
Así como Jesús fue
consciente e hizo tomar conciencia a sus hermanos de esta presencia del Padre
en íntima conexión con sus palabras y obras, también hoy es necesario que esta
realidad este inscrita en nuestras vidas como lo entendieron los discípulos al
narrar la experiencia de fe con Jesús resucitado. Juan lo experimentó y sin
embargo tuvo dudas y pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que
esperar a otro? Pregunta que Jesús no responde, sino que les muestra las obras
como realidad de la presencia de Dios: “Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y
ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leproso quedan limpios y los sordos
oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt
11,4-5).
Ahí están las obras como
la presencia de quien ha de venir y Jesús asume su misión de Mesías, y lo
evidencia con la profecía de Isaías: “Se abrieron los ojos del ciego, las
orejas de los sordos se destaparon. Entonces saltará el cojo como ciervo, la
lengua del mudo gritará de Jubilo” (Is 35,5-6a) He aquí la propuesta
Mesiánica de quién ha venido a hacer la voluntad del Padre, quien hace y dice
lo visto y escuchado, quien asume la voluntad del Padre como propia. Este
cantico de Isaías es el cantico del Mesías, que tiene claro cuál es su misión
de enviado porque siente la presencia del Espíritu de Dios: “El Espíritu del
Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva”
(Lc 4,16; Cfr. Is 61,1-2; So 2,3).
Mateo recoge toda la
tradición de la presencia del Mesías de Viejo Testamento (Cfr. Gn 49,10) y lo
manifiesta con claridad en la Persona de Jesús. Jesús es el Mesías y actúa como
tal, cura a los ciegos, a los cojos, a los mancos, a los sordos, limpia a los
leprosos, perdona a los pecadores, no condena a las pecadoras, a todos les
anuncia la Buena Nueva con alegría, hace
sentir a todos su condición de persona, tiene compasión de los pobres y se
alegra cuando el anuncio del reino de Dios es experimentado en el gozo del
Mesías en la mente, en el corazón y en todo el ser, de los pobres que son los
destinatario de la presencia del reino de Dios:
“El
Evangelio, donde deslumbra gloriosa la cruz de Cristo, invita insistentemente a
la alegría (…) Alégrate es el saludo del Ángel a María (Lc 1,28) La visita de
María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (Cfr. Lc
1,41) En su canto María proclama: “Mi espíritu se estremece de alegría en Dios,
mi salvador (Lc 1,47) Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: “Esta
es mi alegría, que ha llegado su
plenitud (Jn 3,29) Jesús mismo se llenó de alegría en el Espíritu Santo
(Lc 10,21) Su mensaje es fuente de gozo: “Les he dicho estas cosas para que mi
alegría esté en ustedes, su alegría sea plena” (Jn 15,11) Nuestra alegría
cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante” (EG 5).
El gozo del evangelio es
la vivencia de la esperanza de quien es llamado a experimentar el anuncio del
reino y desde el anuncio la alegría del Señor. Porque hay que llevar la Buena
Nueva que trae el Mesías: “Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven: los
ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen,
los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Lc 11,4-5)
Esta alegría es de quien se comprometen a vivir en el reino.
El anuncio del reino es
el llamado a vivir en la pascua de adviento, camino de conversión, ajustar
nuestra vida en la pedagogía del amor que ha sido trasmitida por Jesús. Hoy
debemos vivir y asumir las enseñanzas de Jesús no como normas impositivas, sino
como pedagogía de vida que implica un cambio profundo en la relacionalidad con
Dios, el llamado es el cambio de conducta, a la vivencia profunda de nuestra
espiritualidad cristiana: Pedagogía de la Palabra- de la cruz; pedagogía de
la oración; pedagogía de la fe; pedagogía del perdón-corrección fraterna.
A
modo de conclusión:
·
Toda la actuación de
Jesús está orientada a curar y liberar, no a juzgar ni condenar. Primero, le
han de comunicar a Juan lo que ven: Jesús vive volcado hacia los que sufren,
dedicado a liberarlos de lo que les impide vivir de manera sana, digna y
dichosa. Este Mesías anuncia la salvación curando.
· Luego, le han de
decir lo que oyen a Jesús: un mensaje de esperanza dirigido precisamente a
aquellos campesinos empobrecidos, víctimas de toda clase de abusos e
injusticias. Este Mesías anuncia la Buena Noticia de Dios a los pobres[1].
Ofrezcan a la comunidad lo que quieran; ofrezcan según
su benevolencia. Los bienes comunes se distribuirán a cada uno según la
necesidad (San Agustín. Sermón 356, 13).
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