Mt 3,1-12
¡Señor mi Dios, qué
grande eres y cómo construyes tu casa en los humildes de corazón! Eres tú el
que eleva a los indigentes y eres su grandeza (Sana Agustín. Conf. 11,31).
La conversión es pedagogía
de quien se reconoce pecador y quiere conducir su vida por caminos de rectitud,
su caminada sería un proceso de hacer memoria de su vida: “Piedad de mí, oh
Dios, por tu bondad, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de
mi culpa, purifícame de mi pecado. Pues yo reconozco mi delito, mi pecado está
siempre ante mí; contra ti, contra ti solo pequé, lo malo a tus ojos cometí”
(Sal 50,1-6a).
Reconocernos pecadores es
a perdonarnos para no guardar un eterno rencor contra nosotros mismos y mucho
menos guardarlo con los demás, reconocernos pecadores es estar dispuestos a
vencer el mal haciendo memoria de la bondad de Dios en nuestras vidas: “Porque
seas justo cuando hablas e irreprochable cuando juzgas. Mira que nací culpable,
pecador me concibió mi madre. Y tú amas la verdad en lo íntimo del ser, en mi
interior me inculcas sabiduría” (Sal 50, 6b-8).
Se vence el mal causado
por el pecado, no echando la culpa a los demás en un reproche eterno, ni
odiándonos a nosotros mismos, en esto consiste la sanación del pecado, en
aferrarnos a Cristo; por esta razón, la conversión no es entendible como el
acto sublime de una simbología penitencial de la liturgia o de una charla o que
un vidente nos hable al oído y caigamos en éxtasis, esto sería reducir la
acción salvífica de Dios en un simple acto penitencial, o una simple charla de
retiro espiritual o simple recreación simbólica con los cuales nos gusta
adornar los tiempos de adviento-navidad-pascua y cuaresma-pascua o en algunas
fiestas del año litúrgicos.
La conversión tampoco,
es la asistencia a unos retiros de cuaresma, de adviento, o del tiempo
ordinario, son elementos que ayudan al crecimiento de la fe, pero si no hay
base sólida en la formación familiar, social y cultural y religiosa, muchas
veces estos actos son ocasiones de evasión del compromiso adquirido en nuestro
bautismo (Cfr. EG 66-70) y se convierten en estrellas fugaces, que después del
deslumbre, nuestra vida sigue igual de apagada y sin sentido como luces
navideñas después de la fiesta. Transformar nuestra vida de pecadores a la
gracia salvífica de Dios, es algo más profundo es caminar en Dios, es vivir
amando a Dios y a nuestros hermanos, quien ama y se aferra a Cristo, no peca,
sino que vive para Dios en el gozo de la felicidad pascual eterna, es pedirle a
Dios que este pascualizando la alegría de su gracia de perdón en nosotros:
"Devuélveme
el son del gozo y la alegría, se alegran los huesos que tú machacaste. Aparta
tu vista de mis yerros y borra todas mis culpas. Crea en mí, oh Dios, un
corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme; no me rechaces lejos de
tu rostro, no retires mi santo espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso” (Sal 50,10-14).
Por esta razón, la conversión nos
debe llevar a dar un paso en el encuentro pascual definitivo en nuestra vida,
porque es tomar conciencia de la responsabilidad que implica no volver a pecar
para estar conscientes de la justicia de Dios, porque convertidos creceremos en
la justicia: “Líbrame de la sangre, oh
Dios, Dios salvador mío, y clamará mi lengua tu justicia; abre, Señor, mis
labios, y publicará mi boca tu alabanza” (Sal 50, 16-17) El que permanece
en la justicia de Dios no vuelve a pecar
porque convertido vive para el reino de Dios: “Conviértanse porque ha llegado el reino de Dios” (Mt 3,2; Cfr. Mc
1,14-15) Vivir en la caminada del reino es dejarnos purificar por el Señor,
ya que somos de labios impuros: ¡Ay de
mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!” (Is 6,5) Al
dejarnos purificar por el Señor, tendríamos el corazón limpio como dice el
salmista, porque seríamos rociados con el agua de la salvación (Cfr. Sal 50,9):
“Los rociaré con agua pura y quedarán
purificados; los purificaré de todas sus inmundicias y de todas sus basuras”
(Ez 36,35).
Este camino de purificación nos
aleja de toda posibilidad de tentación de convertir nuestra vida espiritual en
simples actos litúrgicos de penitencia, nos invita también a no convertir
nuestra vida en sacrificios inútiles o fomentar que lo que hacemos es para
llevar la Cruz de Cristo y nos alejamos de la pedagogía de la cruz. El señor
quiere de nosotros un corazón contrito - humillado y no parafernalia de grandes
actos sin sentido de jornadas vacías que exigen sacrificios inocuos de una
piedad popular sin evangelización (Cfr. EG 70).
La conversión es colocar el
corazón en sacrificio de liberación que exige la escucha de la Palabra de Dios,
para salir de la esterilidad espiritual en que vivimos alejándonos de Dios
provocando nuestra muerte, al no escuchar al Señor nos convertimos en
sacrificios esclavizantes y no en sacrificios liberadores, que sería
pascualizar la vida en la pascua liberadora ofrecida en la Cruz: “Pues no te complaces en sacrificios, si
ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Dios quiere el sacrificio de un espíritu
contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias” (Sal
50,18-19).
Un corazón pascualizado, es un
corazón convertido, un corazón sacrificado en holocausto religioso es un
corazón amargado, que no escucha la voz del Señor, pero si pascualizamos
nuestra vida y escuchamos la voz del Señor, nos convertimos en una conversión
de libertad que escucha y hace la voluntad de Dios. Escuchando siempre, en la
escucha de la voz del Señor que nos dice: “¡Toma y lee! ¡Toma y lee! (San
Agustín. Conf. VIII, 12,29) Quién escucha la voz del Señor, deja la esterilidad
espiritual, deja de ser huesos secos: “Huesos
secos, escuchen la palabra de Yahvé. Estos dice el Señor Yahvé, a estos huesos:
Voy a infundir en ustedes un espíritu que los haga vivir…Infundiré mi espíritu
en ustedes y vivirán” (Ez 37, 4-5.14).
Esto es lo que Juan el Bautista
pretende que entendamos cuando invita a la conversión porque el reino ha
llegado en quien nos bautizará con “Espíritu
Santo y fuego” (Mt 3,11) Este es el reto de la conversión propuesta por
Juan y realizada en Jesús de Nazaret, que hundamos nuestras raíces en el
corazón que escucha la voz del Señor, para alejarnos de todo tipo de actos que
atente contra el Señor y nuestros hermanos, esta es la enseñanza del que deja
la terquedad y pasa de una conversión “express” a una conversión de corazón y
de escucha continua de la voz del señor que enseña en la caminada de la pascua:
“En efecto, todo cuanto fue escrito en el
pasado se escribió para nuestra formación , para que, con la paciencia y del
consuelo que dan las Escrituras, conservemos la esperanza. Y que el Dios de la
paciencia y del consuelo nos conceda compartir los mismos sentimientos,
siguiendo a Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, alabemos al Dios y
Padre de Nuestro Señor Jesucristo” (Rm 15,4-6).
“Vuelve
al corazón; mira allí qué es lo que tal vez sientes de Dios: Allí está la
imagen de Dios” (San Agustín. In Joh. 18, 10).
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