sábado, noviembre 09, 2013

¡Y ÉL NO ES DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS, PUES PARA ÉL TODOS ESTÁN VIVOS!

Lc 20,27-38
 
Tú que existes desde siempre, antes que nosotros y el mundo, te has convertido para nosotros en refugio en el cual nos hemos vuelto hacia ti. (San Agustín. Enar. Sal. 89,3).

Después del acontecimiento pascual de Zaqueo - pasó de ser un pecador a vivir en la justicia de los que aceptan el llamado del reino de Dios- de la muerte a la vida-la conversión, llamado que hoy titila en nuestros corazones para seguir el ejemplo de aquel que escucha la Palabra, la acepta y cambia, una vez más es evidente que la palabra cambia y salva. El que no escucha la palabra del Señor sigue por el camino de quienes se distraen con grandes parafernalias que llaman fe.

Lucas a continuación del relato de Zaqueo coloca pedagógicamente una serie de textos en los cuales suscita por parte de las autoridades religiosa judía, cuestionamientos a cerca de las acciones de Jesús, manera como ellos quieren deslegitimizar la postura de Jesús al colocar en cuestionamiento la actuación inmisericorde de interpretar ellos la relación de Dios con el pueblo, ya que Jesús les recalca que la misericordia del Padre está por encima de los precepto humanos, este es uno de los motivos por los cuales tratan de colocar entredicho la autoridad de Jesús. Estas controversias se dan en el templo de Jerusalén-centro del poder religioso-político de Israel.

Los elementos de esta controversia se dan en los siguientes relatos y parábolas:

1.      Cuando Jesús entra a Jerusalén (Lc 19,28-44).
2.      Cuando Jesús expulsa a los vendedores que estaban en el templo (Lc 19, 45-48).
3.      Al colocar en entredicho la autoridad de Jesús (Lc 20,1-8).
4.      En la parábola de los labradores homicidas (Lc 20,9-19).
5.      El pago de los impuestos (Lc 20, 20-26).
6.      El tema de la resurrección de los muertos (Lc 20,27-40).
7.      Sobre la descendencia del Mesías (Lc 20,41-44).
8.      Denuncia sobre los maestros de la ley (Lc 20,45-47).

En este contexto está el relato sobre la resurrección de los muertos, allí el grupo que interviene es el de los Saduceos (Cfr. Mt 22,23;  Hec 4,1-2; 23,8) Los Saduceos, formaban un grupo menor en número, pero con poder político, son miembros de las familias sacerdotales. En el Nuevo Testamento, se caracterizan por su rechaza sobre la doctrina de la resurrección y por la negación de la existencia de los ángeles y espíritus (Cfr. Mt 22,23-33; Hec 23,6-8) Ellos solo se apegaban a la tradición del Pentateuco.

Por eso este grupo trata de tomar desprevenido a Jesús, haciendo referencia a la ley del liverato (que procede del latín  Levir- Cuñado) (Cfr. Dt 25,5-10) Esta ley estaba destinada a impedir que el patrimonio familiar quedara en poder de una persona ajena a la familia (Cfr. 38; Rt 4,5-6) en la que pertenecía la mujer que había quedado viuda

“Ten en cuenta que si compras el terreno de Noemí, quedas también obligado a casarte con Rut, la viuda moabita, para que la propiedad siga a nombre del difunto (…) _ Todos ustedes son hoy testigos de que le compro a Noemí las propiedades de Elimélec, Quilión y Mahlón. También son testigos de que tomo por esposa a Rut, la viuda moabita, para que la propiedad se mantenga a nombre de Mahlón, su difunto esposo. Así no se borrará el nombre de Mahlón de entre los suyos, ni será olvidado en este pueblo” (Rt 4,5.9-10). 

Por esta razón, Jesús no niega ni asegura la resurrección, solo recurre a las sagradas Escrituras para manifestar que Dios es un Dios de vivos y por eso en la resurrección todos son criaturas de la vida entregados al servicio del Señor, ya no se necesitan lazos de consanguinidad para ser familia (Cfr. Mc 3,31-35) porque los que viven han pascualizado su vida formando parte del reinado de Dios y allí se dedican al servicio de Dios sin la preocupación de la descendencia y del patrimonio (Cfr. Mt 19,3-12).

Quienes así viven optan por el reino de Dios (Cfr. 1Cor 7,26) Son los que asumen la vida eterna como compromiso y entrega y buscan la felicidad en el servicio porque se han hecho criaturas de Dios y no morirán, porque han aceptado la vida (Cfr. Jn 5,1-47; Lc 20,36) que ofrece el Dios de vivos y los vivos como dice Isaías son quienes alaban Señor:  

Yo pensé:

En medio de mis días tengo que marchar hacia las puertas del abismo; me privan del resto de mis años. Yo pensé: Ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos, ya no miraré a los hombres entre los habitantes del mundo. Levantan y enrollan mi vida como una tienda de pastores. Como un tejedor devanaba yo mi vida y me cortan la trama. Día y noche me estás acabando, sollozo hasta el amanecer. Me quiebras los huesos como un león, día y noche me estas acabando. Estoy piando como una golondrina, gimo como una paloma. Mis ojos mirando al cielo se consumen: ¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí! Me has curado, me has hecho revivir, la amargura se me volvió paz cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía y volviste la espalda a todos mis pecados. El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad  los que bajan a la fosa. Los vivos, los vivos son quienes te alaban: como yo ahora. El Padre enseña a sus hijos tu fidelidad. Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas  todos nuestros días en la casa del Señor” (Is 38,10-14. 17-20). 

Este cantico es la pascua de los que creen y hacen camino hacia la casa del Padre, son los llamados a bajar hasta el Hijo, los que viven esta pascua resucitan en la comunidad del reino. El reino arde en el corazón de los que proclaman un Dios vivo como se hizo conocer a su pueblo,  a Moisés se presentó como el Dios de sus padres (Cfr. Ex 3,2-6) a los profetas como el Dios que llama al retorno de la Alianza y así lo dio a conocer Jesús, porque es el Dios vivo que llama e ilumina a hombres y mujeres los bienaventurados porque para Él todos están vivos. 

Esta es la pascua de la resurrección que nos prepara a la pascua del adviento en el que el Señor se hace presente y allí todos estamos llamados a vivir esta experiencia de FE en el Dios que viene a habitar en el corazón de los que viven para el reino y son animados por el Señor que nos hace sentir y decir lo que es bueno porque Él es quien anima los corazones y los mantiene constantes en “hacer y decir siempre lo bueno” (2Tes 2,17). 

Ahuyenta mi locura, Señor, para que pueda conocerte. Muéstrame el camino que debo hacer para poder verte. Así ayudado, espero hacer lo que me has mandado (San Agustín. Soliloquios, 1,1).

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