Lc 20,27-38
Tú que existes desde
siempre, antes que nosotros y el mundo, te has convertido para nosotros en
refugio en el cual nos hemos vuelto hacia ti. (San Agustín. Enar. Sal. 89,3).
Después del acontecimiento pascual de Zaqueo - pasó
de ser un pecador a vivir en la justicia de los que aceptan el llamado del
reino de Dios- de la muerte a la vida-la conversión, llamado que hoy titila en
nuestros corazones para seguir el ejemplo de aquel que escucha la Palabra, la
acepta y cambia, una vez más es evidente que la palabra cambia y salva. El que
no escucha la palabra del Señor sigue por el camino de quienes se distraen con
grandes parafernalias que llaman fe.
Lucas a continuación del relato de Zaqueo coloca
pedagógicamente una serie de textos en los cuales suscita por parte de las
autoridades religiosa judía, cuestionamientos a cerca de las acciones de Jesús,
manera como ellos quieren deslegitimizar la postura de Jesús al colocar en
cuestionamiento la actuación inmisericorde de interpretar ellos la relación de
Dios con el pueblo, ya que Jesús les recalca que la misericordia del Padre está
por encima de los precepto humanos, este es uno de los motivos por los cuales
tratan de colocar entredicho la autoridad de Jesús. Estas controversias se dan
en el templo de Jerusalén-centro del poder religioso-político de Israel.
Los elementos de esta controversia se dan en los
siguientes relatos y parábolas:
1.
Cuando Jesús entra a Jerusalén (Lc 19,28-44).
2.
Cuando Jesús expulsa a los vendedores que
estaban en el templo (Lc 19, 45-48).
3.
Al colocar en entredicho la autoridad de Jesús
(Lc 20,1-8).
4.
En la parábola de los labradores homicidas (Lc
20,9-19).
5.
El pago de los impuestos (Lc 20, 20-26).
6.
El tema de la resurrección de los muertos (Lc
20,27-40).
7.
Sobre la descendencia del Mesías (Lc 20,41-44).
8.
Denuncia sobre los maestros de la ley (Lc
20,45-47).
En este contexto está el relato sobre la
resurrección de los muertos, allí el grupo que interviene es el de los Saduceos
(Cfr. Mt 22,23; Hec 4,1-2; 23,8) Los
Saduceos, formaban un grupo menor en número, pero con poder político, son
miembros de las familias sacerdotales. En el Nuevo Testamento, se caracterizan
por su rechaza sobre la doctrina de la resurrección y por la negación de la
existencia de los ángeles y espíritus (Cfr. Mt 22,23-33; Hec 23,6-8) Ellos solo
se apegaban a la tradición del Pentateuco.
Por eso este grupo trata de tomar desprevenido a
Jesús, haciendo referencia a la ley del liverato (que procede del latín Levir- Cuñado) (Cfr. Dt 25,5-10) Esta ley
estaba destinada a impedir que el patrimonio familiar quedara en poder de una
persona ajena a la familia (Cfr. 38; Rt 4,5-6) en la que pertenecía la mujer
que había quedado viuda:
“Ten en cuenta que si compras el terreno de
Noemí, quedas también obligado a casarte con Rut, la viuda moabita, para que la
propiedad siga a nombre del difunto (…) _ Todos ustedes son hoy testigos de que
le compro a Noemí las propiedades de Elimélec, Quilión y Mahlón. También son
testigos de que tomo por esposa a Rut, la viuda moabita, para que la propiedad
se mantenga a nombre de Mahlón, su difunto esposo. Así no se borrará el nombre
de Mahlón de entre los suyos, ni será olvidado en este pueblo” (Rt 4,5.9-10).
Por esta razón, Jesús no niega ni asegura la
resurrección, solo recurre a las sagradas Escrituras para manifestar que Dios
es un Dios de vivos y por eso en la resurrección todos son criaturas de la vida
entregados al servicio del Señor, ya no se necesitan lazos de consanguinidad
para ser familia (Cfr. Mc 3,31-35) porque los que viven han pascualizado su
vida formando parte del reinado de Dios y allí se dedican al servicio de Dios
sin la preocupación de la descendencia y del patrimonio (Cfr. Mt 19,3-12).
Quienes así viven optan por el reino de Dios (Cfr.
1Cor 7,26) Son los que asumen la vida eterna como compromiso y entrega y buscan
la felicidad en el servicio porque se han hecho criaturas de Dios y no morirán,
porque han aceptado la vida (Cfr. Jn 5,1-47; Lc 20,36) que ofrece el Dios de
vivos y los vivos como dice Isaías son quienes alaban Señor:
“Yo pensé:
En medio de mis
días tengo que marchar hacia las puertas del abismo; me privan del resto de mis
años. Yo pensé: Ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos, ya no miraré
a los hombres entre los habitantes del mundo. Levantan y enrollan mi vida como
una tienda de pastores. Como un tejedor devanaba yo mi vida y me cortan la
trama. Día y noche me estás acabando, sollozo hasta el amanecer. Me quiebras
los huesos como un león, día y noche me estas acabando. Estoy piando como una
golondrina, gimo como una paloma. Mis ojos mirando al cielo se consumen: ¡Señor,
que me oprimen, sal fiador por mí! Me has curado, me has hecho revivir, la
amargura se me volvió paz cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía y
volviste la espalda a todos mis pecados. El abismo no te da gracias, ni la
muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa. Los vivos, los vivos son quienes te alaban: como
yo ahora. El Padre enseña a sus hijos tu fidelidad. Sálvame, Señor, y tocaremos
nuestras arpas todos nuestros días en la
casa del Señor” (Is 38,10-14. 17-20).
Este cantico es la pascua
de los que creen y hacen camino hacia la casa del Padre, son los llamados a
bajar hasta el Hijo, los que viven esta pascua resucitan en la comunidad del
reino. El reino arde en el corazón de los que proclaman un Dios vivo como se
hizo conocer a su pueblo, a Moisés se
presentó como el Dios de sus padres (Cfr. Ex 3,2-6) a los profetas como el Dios
que llama al retorno de la Alianza y así lo dio a conocer Jesús, porque es el
Dios vivo que llama e ilumina a hombres y mujeres los bienaventurados porque
para Él todos están vivos.
Esta es la pascua de la
resurrección que nos prepara a la pascua del adviento en el que el Señor se
hace presente y allí todos estamos llamados a vivir esta experiencia de FE en
el Dios que viene a habitar en el corazón de los que viven para el reino y son
animados por el Señor que nos hace sentir y decir lo que es bueno porque Él es
quien anima los corazones y los mantiene constantes en “hacer y decir siempre lo bueno” (2Tes 2,17).
Ahuyenta
mi locura, Señor, para que pueda conocerte. Muéstrame el camino que debo hacer
para poder verte. Así ayudado, espero hacer lo que me has mandado (San Agustín.
Soliloquios, 1,1).
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