sábado, noviembre 30, 2013

DOMINGO I DE ADVIENTO: PORQUE EL HIJO DEL HOMBRE VENRÁ CUANDO MENOS LO ESPEREN


Mt 24,37-44
“Mientras estemos aquí, pidamos a Dios no privarnos de nuestra oración y de su misericordia, para poder orar con perseverancia. Y él, con perseverancia, tendrá misericordia de nosotros” (San Agustín. Enar. Salmo 65,24). 

El capítulo 24 de Mateo, forma parte de los textos sinópticos que se enmarcan dentro de la literatura apocalíptica (Cfr. Mc 13, Lc 21; Mt 24-25) sobre los que algunos manifiestan que allí se anticipa el fin del mundo y que hoy se están cumpliendo estas predicciones. Ya hemos explicado que esta literatura apocalíptica del Antiguo y  Nuevo Testamento, no hacen profecías sobre el fin del mundo, sino que plantean el camino de resistencia frente al mal y el vencimiento de éste por el Cordero; triunfo – esperanza - hacia la nueva creación, que se da a partir de la pedagogía de la Cruz.

Hoy por hoy, seguir con esta concepción milenarista, es contraria a la visión esperanzadora que da el triunfo del Cordero sobre el mal, es caer en el pesimismo de los que predican que el fin del mundo es inminente y que lo que está sucediendo es cumplimiento de las profecías apocalíptica: “Estas novedades – afirmó el Papa – alejan del Evangelio, alejan del Espíritu Santo, alejan de la paz y de la sabiduría, de la gloria de Dios, de la belleza de Dios”. Porque “Jesús dice que el Reino de Dios no viene para atraer la atención: viene en la sabiduría”. “¡El Reino de Dios está en medio de ustedes!”, dice Jesús: es “esta acción del Espíritu Santo la que nos da la sabiduría, la que nos da la paz. El Reino de Dios no viene en la confusión, así como Dios no habló al profeta Elías en el viento, en la tormenta” sino que “habló en la brisa suave, la brisa de la sabiduría” (Papa Francisco. Homilia. Nov 14 de 2013).

Pensar en una interpretación apocalíptica del fin del mundo impide seguir a Cristo como dice el papa y es caer en la confusión de nuestra fe y no deja desarrollar la pedagogía del encuentro, que exige de nosotros un compromiso de anunciar a Jesucristo muerto y Resucitado (Cfr. EG 5-6.14.19-49).

Al empezar este año litúrgico, se propone en el primer domingo de adviento el texto de Mateo que invita a estar vigilante para esperar al Señor. El evangelio de Mateo es netamente eclesial. En su narración ve la historia de hombres y mujeres en la misma historia del reino de Dios revelado y anunciado por Jesús de Nazaret. Mateo presenta a Jesús como el salvador: “Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21) y valida la presencia de Jesús con la fórmula de la citación: “Todo esto sucedió para que se cumpla el oráculo del Señor por medio del profeta” (Mt 1,22-23) Por esta razón, afirma que Jesús es el hijo de Abraham, el hijo de David, el Mesías que fue concebido por el Espíritu Santo, que Jesús es - Salvador- es el Emmanuel- el Dios – con - nosotros-.

También, plantea que la procedencia de Jesús en Belén es por el cumplimiento de la tradición (Cfr. Mt 2,6) pero por la persecución de Herodes, tuvo que salir e huir a Egipto para que se cumpliera otra profecía (Cfr. Mt 2,15) Al paso de los años sus padres y Jesús se establecieron en Nazaret, para que se cumpliera otra profecía: “Será llamado Nazareno” (Mt 2,23) Mateo enfatiza que por medio de su actividad pública: Curaciones, enseñanzas, controversias, entre otras, queda al descubierto  la identidad de Jesús como Mesías. Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y así cumple su ministerio como el Hijo de Dios, como el Mesías. 

En el sermón del monte (Mt 5-13) Mateo muestra a Jesús como el profeta que lleva a plenitud la ley Mosaica, Él es el nuevo Moisés (Cfr. Mt 5,17) Las obras milagrosas de Jesús (Mt 8,1-9,34) es el cumplimiento de este ministerio anunciado ya en la profecía de Isaías: “Él tomó nuestra flaqueza y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,17 [Cfr. Is 53,4).

En esta línea profética es que Jesús enseña a sus hermanos recordándoles el destino que pueden sufrir si no aceptan romper con todo tipo de idolatría e ilustra este llamado con el relato sobre Noé (Cfr. Gen 6-11): “Y así como en tiempos de Noé…” (Mt 24,37-39) Y si no hay conversión puede suceder lo mismo y al final de los tiempos cuando Él regrese como el Hijo del Hombre glorificado, escogerá a los que han permanecido fieles para el reino de Dios (Cfr. Mt 24,40-41).

Los que permanecen fieles y convertidos, son los vivientes del reino de Dios, son los que han estado vigilantes, esperando un nuevo amanecer, son los que han vencido el mal y han sido invitados a las bodas del Cordero. Porque los están vigilantes no sucumben ante la tentación, sino que se alegran y celebran el triunfo del Señor vencedor de la oscuridad, que viene glorificado:

¡Aleluya!
Porque ha comenzado a gobernar el Señor,
Nuestro Dios todopoderoso.
Alegrémonos, llenémonos de gozo
Y démosle gloria,
Porque ha llegado el momento
De las bodas del Cordero.
Su esposa se ha preparado: Se le ha permitido vestirse
De lino fino, limpio y brillante,
Porque ese lino es la recta conducta del pueblo Santo.
(Ap 19,6-8)

El triunfo de los que permanecen fieles y han sido invitados a la boda del Cordero van al encuentro del Señor en el banquete de bodas: “Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19, 9) Esta es la festividad del adviento para los que creen y esperan al Señor con el corazón rebosante de alegría, la alegría de saber que ese Dios que vino, viene de nuevo a nosotros para seguir viniendo y habitar en el corazón humano lleno de Esperanza.  

El deseo de prepararnos para estar vigilantes, recibirle al Hijo de Dios, con penitencia, ayuno y oración, amando a Dios y al prójimo, perdonando con generosidad las ofensas de los hermanos, ejerciendo la caridad como prójimos (cfr. Mt 25,31-46; Lc 10, 25-37) son características de la espiritualidad cristiana que se viven en la escuela del discipulado, es la afabilidad de la fe desde la vivencia de la Palabra de Dios dejando nacer a Jesús en nuestros corazones. Pero “Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no nace en tu corazón, seguirías siendo un desgraciado”[1]. 

¡Oh sacramento del Amor, signo de nuestra unidad y vínculo de nuestra fraternidad, todos los que desean la vida tienen aquí la fuente! Permite que vengan acá y crean, únenos a ti y haznos vivir (San Agustín. Coment. Evang.S.Juan 26,13).


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