domingo, noviembre 24, 2013

CRISTO REY III: TE ASEGURO QUE HOY Y ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO

Lc 23,35-43

¿Quieres ser grande? Comienza por lo que es pequeño. ¿Proyectas construir un gran edificio? Piensa primero en las bases de la humildad (San Agustín Serm. 69,2). 

El discipulado es la escuela en la que el señor recrea la comunidad, a través de su enseñanza y colocando como centro las escrituras: La Torá, los profetas y los salmos, son caminos pedagógicos en la formación de los discípulos, pero con una rara postura sobre la Cruz, no se presentaba como un Mesías rey sino como un Mesías crucificado, vista esta realidad desde los cuatro cánticos del Siervo de Yahvé (Cfr. Is 42,1-9; 49,1-6; 50, 4-11; 52, 13-53,12).  De esto bebieron los discípulos y asumieron este compromiso que en la Cruz se desarrolló toda la vida de Jesús y la de los discípulos, pero los que no siguieron este camino con Jesús se han rezagado profesando una fe sin fundamento lejos del camino del discipulado, son los que no evidencia la presencia del Espíritu y se vuelven falsos salvadores:

“Es una invitación al discernimiento. Esta virtud cristiana de comprender dónde está el Espíritu del Señor y dónde está el mal espíritu. También hoy, en efecto, hay falsos “salvadores”, que tratan de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, también brujos, personajes que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos pone en guardia: “¡No los sigan!”. “¡No los sigan!”. Y el Señor también nos ayuda a no tener miedo: frente a las guerras, a las revoluciones, pero también a las calamidades naturales, a las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de las falsas visiones apocalípticas” (Papa Francisco. Angelus. Roma Nov 17 de 2013).
 
Caer en este camino que advierte el papa, sería perder el horizonte fundamental de la fe que no siguen el camino de la Cruz, sino que cuestionan a Jesús y ponen en tela de juicio su caminar: “¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros!” (Lc 23,39) y algunos predican una falsa fe lejos de Jesús y de la comunidad de discípulos. La cruz es el vencimiento del mal, ha sido derrotado por medio del Cordero (Cfr. Ap 12,10-12) y todo el que se mantiene fiel al seguimiento de la cruz da testimonio de Jesús (Cfr. Lc 21,12-13) y recriminan a los que ni en la angustia buscan al Señor: “Pero el otro reprendió a su compañero, diciéndole: __ ¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo” (Lc 23,40-41).   

Esta es la opción estar con el Señor, aferrarnos a la esperanza del encuentro donde escucharán su voz, los de corazón limpio, que blanquearon su corazón: “Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó: __Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,42-43) Este es el paraíso prometido por Jesús al que se encuentra arrepentido y busca el consuelo del Señor: 

“Estos son los que han pasado por la gran tribulación
Los que han lavado sus ropas
Y las han blanqueado en la sangre del Cordero.
Por eso están delante del trono de Dios,
Y día y noche le sirven en su templo.
El que está sentado en el trono los protegerá con su presencia.
Ya no sufrirán hambre ni sed,
Ni los quemará el sol, ni el calor los molestará,
Porque el Cordero, que está en medio del trono será su pastor.
Y los guiará a manantiales de aguas de vida.
Y Dios secará toda lagrima de sus ojos” (Ap 7,14-17).

Este es la anhelo de los que acompañan a Jesús en la cruz, es la propuesta que se le hace a todo aquel que quiere vivir de acuerdo al plan establecido por Dios, en el “cielo nuevo y en la tierra nueva” (Cfr. Ap 21,1) pero para acceder a este plan es necesario colocar nuestra vida en crisis, es decir, una ruptura radical donde brille la luz en medio de las tinieblas, donde la vida se derrame en abundancia y los hijos de Dios puedan vivir de acuerdo a este proyecto anunciado por Jesús; para que por fin se acabe el flagelo en el que se ve envuelto nuestro pueblo: la situación de inhumana pobreza en que viven millones de hermanos nuestros, expresadas en la mortalidad infantil, falta de viviendas adecuadas, problemas de salud, salarios de hambre, desempleo y subempleo, desnutrición, inestabilidad laboral, desplazamientos forzados hacia las grandes ciudades.
El paraíso se abre como alternativa a dar fin a todo este maltrato institucional en que se ve envuelto el pueblo de Dios. La opción que Jesús hace por el hombre “Hoy estarás conmigo” se da en la entrega de la Buena Nueva a los pobres, constituyendo la presencia de un reino “Ya”, en medio de los hombres, por esta razón este Reino es la esperanza de los pueblos que buscan la liberación que se cumple con la justicia, porque “Nosotros esperamos el cielo nuevo y la tierra nueva que Dios ha prometido en los cuales todo será justo y bueno” (2P 3,13).
A modo de conclusión

·                  Jesús permanece callado, pero no desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos abandonara para siempre a nuestra suerte?  De pronto, en medio de tantas burlas y desprecios, una sorprendente invocación: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es uno de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un ejemplo admirable de fe en el Crucificado.
·         Este hombre, a punto de morir ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte. De su corazón nace una súplica. Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá hacer por él. Jesús le responde de inmediato: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ahora están los dos unidos en la angustia y la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable. Morirán crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios. En medio de la sociedad descreída de nuestros días, no pocos viven desconcertados. Lo decisivo es tener un corazón que escucha la propia conciencia[1]. 

El médico no ama al enfermo a no ser que odie su enfermedad. Para librarle de la fiebre, busca y combate su causa. Sé cómo un buen médico al tratar con tus amigos. Si los amas como es debido odia sus vicios (San Agustín. Serm 49,6,6).

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