domingo, noviembre 03, 2013

"DIOS MÍO, TEN PIEDAD DE MÍ, QUE SOY UN PECADOR"

Lc 18,9-14 

Nosotros somos la santa Iglesia. Pero no digo ¨nosotros¨ indicando a los que estamos aquí, los que me escucháis. Entiendo todos nosotros que somos cristianos fieles en esta iglesia por medio de la gracia de Dios... Esa es la Iglesia católica, nuestra madre verdadera, la esposa de tan gran esposo. (San Agustín. Sermón 213,7). 

La fe-oración encuentro interrelacional de Dios humanado y la humanidad, esta pedagogía de salvación es la redención del pecado en las personas  pecadoras y arrepentidas, que viven la experiencia de fe-oración como participación en la llamada del Dios de la vida. Pero la persona ha de estar dispuesta a narrar su historia de fe,  en la caminada de vida dentro de la comunidad,  comunidad pecadora que se reconoce como tal: 

“Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad,
Por tu gran corazón, borra mi falta.
Que mi alma quede limpia de malicia,
Purifícame de mi pecado.
Pues mi falta yo bien conozco y mi pecado está siempre en mí;
Contra ti, contra ti solo pequé, lo que es malo a tus ojos yo lo hice.
Por eso en tus sentencias tú eres justo,
No hay reproche en el juicio de tus labios.

                                                                                     (Sal. 50,1-6) 

El reconocimiento del pecado hace percibir la belleza del encuentro y la recreación de la fe-oración en esta relación entre Dios y la humanidad. Dios se recrea en la belleza del amor y la humanidad busca la manera de no afearse al reconocerse como criatura y vivir en júbilo de gracia por el encuentro entre el Dios humanado y la humanidad pecadora:

¡Oh Señor, nuestro Dios, que grande es tu nombre en toda la tierra
Y tu gloria por encima de los cielos! Hasta bocas de niños y lactantes
Recuerdan tu poder a tus contrarios y confunden a enemigos y rebeldes.
Al ver tu cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has fijado,
¿Qué es el hombre, para qué te acuerdes de él?
¿Qué es el hijo de Adán para que cuides de él?

                                                                                             (Sal 8,1-5). 

Esta opción de salvación que abre paso al encuentro con el Señor, en la que el pecador se siente fuera de este encuentro y se queda atrás, sin levantar la vista: “Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo” (Lc 18,13): Quedarse atrás es experiencia de ir en pos de quien abre camino, es hundir el orgullo en la profundidad del corazón de Dios, no es humillación, sino espera, no es humildad sino entrega humilde a la voluntad de quien puede guiarlo hacia el perdón-reconciliación.

No levantar la mirada es reconocer la soberanía de Dios y estar en la pequeñez del amor y saberse acogido por Dios, quien acoge y entrega el perdón como opción de reconciliación, es estar en la pequeñez y grandeza del amor: “Un poco inferior a un dios lo hiciste, lo coronaste de gloria y dignidad. Hasta el hecho que domine las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (Sal 8,6-7) No levantar la mirada es saberse llamado a vivir en disposición de hacer la voluntad del Padre, es dejar todo sentimiento de arrogancia y no buscar ser como Dios (Cfr. Gn 3, 1-13).

Todo lo contario, sería tomar la actitud del que quiere ser como Dios, pasando por encima de Él y se cree juez atreviéndose con su arrogancia asumir la conducta de juzgar y condenar, es querer estar por encima de Dios, asumiendo la actitud inmisericorde de creerse camino de salvación por el simple cumplimiento de las leyes: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano” (Lc 18,11) Y justifican su acción con grandes rezos, vigilias, peregrinaciones, ayunos, pero con la vaciedad de un culto basado en la hipocresía religiosa: “Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas” (Lc 18,12) Esta es la relación con Dios que manejamos la mayoría de cristianos que se jactan de haber elegido un camino de conversión.

En cambio, los que se humillan frente a Dios sin grandes parafernalias y se reconocen pecadores no levantan la cabeza, son escuchado por el corazón de Dios y colocan sus manos en el pecho para reconocer su conexión con Dios de corazón a corazón: “Si no que golpeaba el pecho diciendo: -Dio mío, ten piedad de mí, que soy un pecador-” (Lc 18,13) Esta es la relacionalidad de la intimidad entre un “corazón arrepentido y humillado” con el corazón de Dios que acoge y perdona.  

A modo de conclusión
·         El fariseo hace incluso más de lo que está mandado en la Torá. Pero su oración no es tan inocente. Lo que parecen tres clases diferentes de pecadores a las que él alude (ladrón, injusto, pecador) se puede entender como tres modos de describir al recaudador. El recaudador, sin embargo, reconoce con gestos y palabras que es pecador y en esto consiste su oración. El mensaje de la parábola es sorprendente, pues subvierte el orden establecido por el sistema religioso judío: hay quien, como el fariseo, cree estar dentro, y resulta que está fuera; y hay quien se cree excluido, y sin embargo está dentro. 
·         ¿Qué pecado ha cometido el fariseo? Tal vez solamente uno: mirar despectivamente al recaudador y a los pecadores que él representa. El fariseo se separa del recaudador y lo excluye del favor de Dios. Dios, justificando al pecador sin condiciones, adopta un comportamiento diametralmente opuesto al que el fariseo le atribuía con tanta seguridad. El error del fariseo es el de ser “un justo que no es bueno con los demás”, mientras que Dios acoge graciosamente incluso al pecador. Esta parábola proclama, por tanto, la misericordia como valor fundamental del reino de Dios[1] 

Si son hijos de Dios, haz que entiendan que están movidos por Dios, para que puedan hacer lo que debe ser hecho. Y cuando lo hayan hecho, haz que den gracias a aquél por medio del cual lo hacen. (San Agustín. Perdón de los pecados 4).

[1]http://www.servicioskoinonia.org/biblico/131027.htm

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