Lc 18,9-14
Nosotros somos la santa
Iglesia. Pero no digo ¨nosotros¨ indicando a los que estamos aquí, los que me
escucháis. Entiendo todos nosotros que somos cristianos fieles en esta iglesia
por medio de la gracia de Dios... Esa es la Iglesia católica, nuestra madre
verdadera, la esposa de tan gran esposo. (San Agustín. Sermón 213,7).
La fe-oración encuentro interrelacional de Dios humanado y la humanidad,
esta pedagogía de salvación es la redención del pecado en las personas pecadoras y arrepentidas, que viven la
experiencia de fe-oración como participación en la llamada del Dios de la vida.
Pero la persona ha de estar dispuesta a narrar su historia de fe, en la caminada de vida dentro de la comunidad, comunidad pecadora que se reconoce como tal:
“Ten piedad de mí, oh Dios, en tu
bondad,
Por tu gran corazón, borra mi falta.
Que mi alma quede limpia de malicia,
Purifícame de mi pecado.
Pues mi falta yo bien conozco y mi
pecado está siempre en mí;
Contra ti, contra ti solo pequé, lo que
es malo a tus ojos yo lo hice.
Por eso en tus sentencias tú eres
justo,
No hay reproche en el juicio de tus
labios.
(Sal. 50,1-6)
El reconocimiento del pecado hace percibir la belleza del encuentro y la
recreación de la fe-oración en esta relación entre Dios y la humanidad. Dios se
recrea en la belleza del amor y la humanidad busca la manera de no afearse al reconocerse
como criatura y vivir en júbilo de gracia por el encuentro entre el Dios
humanado y la humanidad pecadora:
¡Oh Señor, nuestro Dios, que grande es
tu nombre en toda la tierra
Y tu gloria por encima de los cielos! Hasta
bocas de niños y lactantes
Recuerdan tu poder a tus contrarios y
confunden a enemigos y rebeldes.
Al ver tu cielo, obra de tus dedos, la
luna y las estrellas que has fijado,
¿Qué es el hombre, para qué te acuerdes
de él?
¿Qué es el hijo de Adán para que cuides
de él?
(Sal
8,1-5).
Esta opción de salvación que abre paso al encuentro con el Señor, en la
que el pecador se siente fuera de este encuentro y se queda atrás, sin levantar
la vista: “Mientras tanto el publicano se
quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo” (Lc 18,13): Quedarse
atrás es experiencia de ir en pos de quien abre camino, es hundir el orgullo en
la profundidad del corazón de Dios, no es humillación, sino espera, no es
humildad sino entrega humilde a la voluntad de quien puede guiarlo hacia el
perdón-reconciliación.
No levantar la mirada es reconocer la soberanía de Dios y estar en la
pequeñez del amor y saberse acogido por Dios, quien acoge y entrega el perdón
como opción de reconciliación, es estar en la pequeñez y grandeza del amor: “Un poco inferior a un dios lo hiciste, lo
coronaste de gloria y dignidad. Hasta el hecho que domine las obras de tus
manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (Sal 8,6-7) No levantar la mirada es
saberse llamado a vivir en disposición de hacer la voluntad del Padre, es dejar
todo sentimiento de arrogancia y no buscar ser como Dios (Cfr. Gn 3, 1-13).
Todo lo contario, sería tomar la actitud del que quiere ser como Dios, pasando
por encima de Él y se cree juez atreviéndose con su arrogancia asumir la
conducta de juzgar y condenar, es querer estar por encima de Dios, asumiendo la
actitud inmisericorde de creerse camino de salvación por el simple cumplimiento
de las leyes: “Oh Dios, te doy gracias
porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o
como ese publicano” (Lc 18,11) Y justifican su acción con grandes rezos,
vigilias, peregrinaciones, ayunos, pero con la vaciedad de un culto basado en
la hipocresía religiosa: “Ayuno dos veces
por semana y doy la décima parte de todas mis entradas” (Lc 18,12) Esta es
la relación con Dios que manejamos la mayoría de cristianos que se jactan de
haber elegido un camino de conversión.
En cambio, los que se humillan frente a Dios sin grandes parafernalias y
se reconocen pecadores no levantan la cabeza, son escuchado por el corazón de
Dios y colocan sus manos en el pecho para reconocer su conexión con Dios de
corazón a corazón: “Si no que golpeaba el
pecho diciendo: -Dio mío, ten piedad de mí, que soy un pecador-” (Lc 18,13)
Esta es la relacionalidad de la intimidad entre un “corazón arrepentido y
humillado” con el corazón de Dios que acoge y perdona.
A modo de conclusión
·
El fariseo hace incluso más de lo que
está mandado en la Torá. Pero su oración no es tan inocente. Lo que parecen
tres clases diferentes de pecadores a las que él alude (ladrón, injusto,
pecador) se puede entender como tres modos de describir al recaudador. El recaudador,
sin embargo, reconoce con gestos y palabras que es pecador y en esto consiste
su oración. El mensaje de la parábola es sorprendente, pues subvierte el orden
establecido por el sistema religioso judío: hay quien, como el fariseo, cree
estar dentro, y resulta que está fuera; y hay quien se cree excluido, y sin
embargo está dentro.
·
¿Qué pecado ha cometido el fariseo? Tal
vez solamente uno: mirar despectivamente al recaudador y a los pecadores que él
representa. El fariseo se separa del recaudador y lo excluye del favor de Dios.
Dios, justificando al pecador sin condiciones, adopta un comportamiento
diametralmente opuesto al que el fariseo le atribuía con tanta seguridad. El
error del fariseo es el de ser “un justo que no es bueno con los demás”, mientras
que Dios acoge graciosamente incluso al pecador. Esta parábola proclama, por
tanto, la misericordia como valor fundamental del reino de Dios[1].
Si
son hijos de Dios, haz que entiendan que están movidos por Dios, para que
puedan hacer lo que debe ser hecho. Y cuando lo hayan hecho, haz que den
gracias a aquél por medio del cual lo hacen. (San Agustín. Perdón de los
pecados 4).
[1]http://www.servicioskoinonia.org/biblico/131027.htm
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