Lc 18,1-8
Esta es mi gloria,
Señor mi Dios: que pueda demostrarte por siempre que no hay nada de mí mismo
por mí. Todas las cosas buenas provienen de ti, pues tú eres Dios (San Agustín. Enar. Salmo 29,13).
La fe es el
acontecimiento de la narración de la comunidad de su experiencia con Dios en la
historia: “La fe nos abre el camino y acompaña nuestros pasos a lo largo
de la historia. Por eso, si queremos entender lo que es la fe, tenemos que
narrar su recorrido, el camino de los hombres creyentes” (LF 8) Pero la narración de fe es de una comunidad libre
que busca la luz, porque no hay fe cuando vivimos en la oscuridad y hemos perdido
la libertad de nuestra existencia. No podemos vivir libremente la fe cuando
concebimos la presencia de Dios desde conciencias oscuras:
Por tanto, es urgente recuperar el carácter
luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces
acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es
la capacidad de iluminar toda
la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de
nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en
definitiva, de Dios. La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y
nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para
estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos
nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre
la mirada al futuro. La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se
presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo. Por
una parte, procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la memoria de
la vida de Jesús, donde su amor se ha manifestado totalmente fiable, capaz de
vencer a la muerte. Pero, al mismo tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae
más allá de la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos desvela
vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro « yo » aislado, hacia la más
amplia comunión. Nos damos cuenta, por tanto, de que la fe no habita en la
oscuridad, sino que es luz en nuestras tinieblas. (LF 4)
La fe está vinculada a la escucha. Abrahán no ve a
Dios, pero oye su voz. De este modo la fe adquiere un carácter personal. Aquí
Dios no se manifiesta como el Dios de un lugar, ni tampoco aparece vinculado a
un tiempo sagrado determinado, sino como el Dios de una persona, el Dios de
Abrahán, Isaac y Jacob, capaz de entrar en contacto con el hombre y establecer
una alianza con él. La fe es la respuesta a una Palabra que interpela
personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre. Lo que esta Palabra
comunica a Abrahán es una llamada y una promesa. En primer lugar es una llamada
a salir de su tierra, una invitación a abrirse a una vida nueva, comienzo de un
éxodo que lo lleva hacia un futuro inesperado (…) La fe « ve » en la medida en
que camina, en que se adentra en el espacio abierto por la Palabra de Dios (...)
La fe entiende que la palabra, aparentemente efímera y pasajera, cuando es
pronunciada por el Dios fiel, se convierte en lo más seguro e inquebrantable
que pueda haber, en lo que hace posible que nuestro camino tenga continuidad en
el tiempo. La fe acoge esta Palabra como roca firme, para construir sobre ella
con sólido fundamento. (LF 8-10).
Este aspecto fundamental de la fe
es camino, es comunicación de una experiencia con la Palabra de Dios y
profundización en el caminar de la vida de comunidad, pero la fe sin el
fundamento sólido de la oración perdería sentido en esta marcha hacia la
libertad plena de la escucha de la palabra y su acción en nuestro caminada.
Lucas resalta en el evangelio que
la fe es comunión con la oración y es trasmitida por los discípulos como acciones
pedagógicas en sus vidas[1].
Jesús pone su confianza en el Padre y es el gran orante que enseña a Orar: “Cuando oren, digan Padre” (Lc 11,2) Y
los discípulos siguen al Maestro. La oración es crucial en la vida de Jesús, es
el camino para relacionarnos con Él (Cfr. Mt 7,7; 18, 19; Mc 11,24; Jn
14,13-14; 16,23; 1Jn 3,22) La fe y la oración son pedagogía de seguimiento, son
pedagogía de Cruz (Cfr. Mt 6,5-15; 16,24; Lc 3,2.22; 11,1-4; 22,41-42.43;
23,34.46).
La fe y la oración son
constitutivas en Jesús, están íntimamente unidas a su vida, es la manera de vivir
en el Padre y de estar junto al Padre (Cfr.
Lc 2,46-50; 3,21; 4,1-2.3-12.16; 5, 12. 16; 9, 16.18.28; 10,21; 11,1;
22, 7-14. 32. 40. 41-42.46; 2334.46 [Sal 31,6] 24,30) Por esto, los discípulos
asumen el mismo comportamiento del maestro (He 1,14; 2,1) y deben ser
perseverantes en la fe y la oración para no caer (Cfr. Lc 22,46) y se les
recomienda que sea sin desfallecer (1Tes 5,17; Rm 8, 12.26-27; Ef 6,18) Jesús
le inculca que la fe y oración son fundamentales y deben ser con insistencia: “Para inculcarles que hace falta orar
siempre sin cansarse, les contó una parábola..” (Lc 18,1).
En la Fe-oración es el espíritu
que nos da fortaleza: “De igual manera, el Espíritu viene también en ayuda de nuestra
flaqueza. Como nosotros no sabemos pedir como conviene, el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos indescriptibles. Y el que examina el
interior de las personas ya sabe lo que anhela el Espíritu, y que cuando
intercede en favor de los santos, lo hace conforme a la voluntad de Dios (Cfr.
Rm 8,26-27): “Siguiendo a Jesús (Cfr. Mt 6,5-15; 14,23-33) y conforme a la
costumbre de los primeros cristianos (Cfr. Hec 2,42-47) Pablo recomienda la
oración constante (Cfr. Rm 12,12; Ef 6,18; Fil 4,6; Col 4,2; 1Tes 5,17ss)
…Además de las gracias de progreso espiritual, estas oraciones piden la
remoción de los obstáculos externos (Cfr.
1Tes 2,18; 3,10; Rm 1,10) e interiores (Cfr. 2Cor 12,8-9) así como el
bien del orden social (Cfr. 1Tm 2,1-2) Pablo insiste mucho sobre la oración de
acción de Gracia (Cfr. 2Co 1,11ss; Ef 5,4; Fil 4,6; Col 2,7; 4,2; 1Ts 5,18)”[2].
La oración es camino de fe y de
justicia de Dios a los que claman día y noche: ¿No hará entonces Dios justicia
a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche? ¿Pero si habrá tanta fe
hacia Dios Padre como peticiones a Él? Por
esta razón: “No le dejes a Dios tus problemas, más bien soluciónalos y dale gracias
a Dios porque pudiste hacerlo. Eso es la fe”.
Procura echar raíces en la tierra de los vivientes, la raíz está oculta,
pero los frutos se ven. Nuestra raíz es la caridad; nuestros frutos, las buenas
obras…Sí tus obras proceden de la caridad es que tu raíz está afincada en la
tierra de los vivientes” (San Agustín. In ps 51,12)
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