Lc 16,19-31
Afronta el mundo igual
que afrontas el mar en tempestad y cuando tu corazón esté agitado por la
concupiscencia, pide ayuda y despierta a Cristo que duerme en tu corazón (San
Agustín. Serm. 76,9).
En el reino de Dios no hay posibilidad
de servir a Dios y al dinero (Cfr. Lc 16,13; Mt 6,24) La idolatría lleva a todo
acto de corrupción (Cfr. Lc 16,5-7) rompiendo con todo tipo de justicia: “Ustedes pasan por justos ante los hombres,
pero Dios los conoce por dentro. Pues lo que los hombres exaltan lo aborrece
Dios” (Lc 16,15; Cfr. Sab 16,5) Nosotros queremos colocar las cosas del
mundo frente al reino, e incluso tiranizamos a los hermanos con la arrogancia con
que interpretamos la palabra de Dios: “La
ley y los profetas duraron hasta Juan. A
partir de entonces se anuncia la Buena Noticia del reinado de Dios y todos
quieren forzar el acceso” (Lc 16,16).
El reinado de Dios es la Buena Noticia
que todos estamos llamados a anunciar en el desprendimiento y la solidaridad. Esta
Buena Noticia rechaza el sistema idolátrico al que servimos: “El servicio a las
riquezas se convierte en esclavitud a la
misma, a tal punto que se pierde la sensibilidad por el que sufre y se pierde,
además, el sentido y la finalidad de la misma existencia humana”[2].
El seguimiento es purificación a todo
tipo de idolatría que enceguece y deja a un lado los valores del reino para
buscar la complacencia de sí mismo: “Había
un hombre rico, que vestía de purpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada
día” (Lc 16,19) El seguimiento es buscar siempre los valores del reino, es
solidarizarse con el dolor de los hermanos necesitados: “Y había un pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas y echado a la
puerta del rico. Que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y
hasta los perros iban a lamerle las llagas” (Lc 16,20-21).
Este texto coloca en evidencia a muchos
cristianos, que viven en estado principesco ceñidos bajo el autoritarismo
religioso en las leyes y preceptos banqueteándose todos los días, pero lejos de
la realidad de los pobres, esta es la visión
de una Iglesia opulenta, inmisericorde, opuesta a la realidad predicada por
Jesús- El Reino de Dios. La Iglesia de Jesús, es la iglesia de pobres: “Iglesia
pobre para los pobres” (Papa Francisco); la Iglesia de Jesús, es la Iglesia de
la misericordia, al lado de los pobres, la Iglesia solidaria, al lado de los
pobres; la Iglesia que busca liberar las conciencias del poder, de la
idolatría, del pecado. Esta es la Iglesia que se reúne solidaria buscando la liberación de la opresión y
marginación en que vive la inmensa mayoría de nuestros hermanos, los Lázaros
que mendigan en nuestras puertas, deseando saciar el hambre con la migaja que
caen de nuestras mesas (Cfr. Lc 15,16; 16,21).
Este es el abismo que nos describe Lucas, separando la imagen principesca de los
cristianos y la realidad de pobreza de nuestros hermanos, los ayudados por
Dios, los agraciados de Dios (Los Lázaros) Por esta razón, no podemos hacer una
interpretación sentimentalista-piadosa- del texto, porque corremos el riesgo de
caer en la dicotomía de infierno y paraíso, que sería la perspectiva de una
interpretación religiosa autoritaria, de colocar el infierno, purgatorio y paraíso
desde el imaginario poético de Dante
Alighieri en la divina comedia[3].
No podemos hacer en las Sagradas
Escrituras este tipo de interpretación intimista. En Lucas es claro que el
reino de Dios no es para los que se jactan de sus bienes: “A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean arrogantes, que
pongan su esperanza no en riquezas inciertas, sino en Dios, que nos permite
disfrutar abundantemente de todo. Que sean ricos de buenas obras, generosos y
solidarios” (1Tm 6,17-18) Quienes se olvidan de los pobres que están a sus
puertas, no son dignos en el reino de Dios (Cfr. Lc 16, 23-25) El reino de Dios es
para aquellos que acogen la palabra del Señor, los que están
dispuestos a vivir desde los valores del reino, como discípulos en la escuela
del Señor.
La concepción piadosa de las Sagradas Escrituras es dañina y
condenatoria. Jesús no condena la riqueza, ni enaltece la pobreza, la riqueza
es pecado cuando propicia la pobreza y la pobreza es pecado cuando forma parte
de una estructura social injusta. Jesús recalca que es necesario propiciar
espacios de solidaridad y de justicia para vivir el reino. Leer la Palabra
desde la realidad de la Palabra es clave para interpretarla, es asumirla desde
la narración de fe liberadora.
El libro del Apocalipsis es un ejemplo
de esta fe liberadora, la narrativa de fe del Apocalipsis es clave de interpretación. En
este libro encontramos la narración de la comunidad que lucha en perspectiva de
liberación desde la fe en el Resucitado, la comunidad lee su situación oprimida
en actitud de esperanza y liberación:
"La simbolización visionaria que ofrece el
Apocalipsis de la salvación y bienestar escatológico, así como la denuncia de
todos los poderes destructivos (…) Los movimientos cristianos mesiánico-proféticos
han reconocido continuamente la visión de la salvación del Apocalipsis como una
visión de bienestar total y de liberación de la opresión. Lo han leído como
promesa liberadora de las estructuras eclesiásticas opresoras y del dominio
destructor de quienes detectan el poder de este mundo. Han defendido siempre
que el reino de Dios significa salvación para este mundo, y no salvación de
este mundo o salvación del alma. Los poderes opresores, sean políticos,
sociales o religiosos, no pueden coexistir
con el imperio y el poder de Dios, un poder generador de la vida. El grito del
Apocalipsis pidiendo justicia y juicio solo puede ser entendido plenamente por
quienes tienen hambre y sed de justicia”[4].
Desde esta perspectiva, el reino es para
los bienaventurados que luchan por salir de la miseria en que viven. Por esta
razón, no podemos seguir predicando una justicia basada en la injusticia
institucional, el infierno no es un mecanismo de Dios para castigar y el
paraíso no es para premiar, son condiciones de vida que asumimos y desarrollamos
de acuerdo a nuestro actuar, no somos parte de una cultura de premios y
castigos. El que vive desde su propia codicia sin mirar a su alrededor fabrica
su propio demonio e infierno y le rinde culto. Quien vive desde la perspectiva
de los valores del reino cultiva su propio paraíso en el Dios de Jesús. Por eso,
nuestro mundo es justo y una interpretación del evangelio es y debe ser desde la
liberación- narración de nuestra fe- Donde reine el amor de Dios, entendido
como paraíso- nueva creación- (Cfr. Ap 21-22).
A modo de conclusión:
Jesús describe en pocas
palabras una situación sangrante. El relato
describe a los dos personajes destacando fuertemente el contraste entre ambos.
Jesús, está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos
acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo junto a nuestro portal, a unas
horas de vuelo, a pueblos enteros viviendo y muriendo en la miseria más
absoluta. Es inhumano encerrarnos en nuestra “sociedad del bienestar” ignorando
totalmente esa otra “sociedad del malestar”. Es cruel seguir
alimentando esa “secreta ilusión de inocencia” que nos permite vivir con la
conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos y es de nadie. Nuestra
primera tarea es romper la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un bienestar
vacío de compasión. No continuar aislándonos mentalmente para
desplazar la miseria y el hambre que hay en el mundo hacia una lejanía
abstracta, para poder así vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto[5].
Si son hijos de Dios, haz que
entiendan que están movidos por Dios, para que puedan hacer lo que debe ser
hecho. Y cuando lo hayan hecho, haz que den gracias a aquél por medio del cual
lo hacen. (San Agustín. Perdón de los pecados 4).
[1] Papa Francisco. Discurso a los trabajadores en Sardeña-Italia. Sept. 22 de 2013.
[1] Papa Francisco. Discurso a los trabajadores en Sardeña-Italia. Sept. 22 de 2013.
[2]
SCHÖKEL Luis Alonso. La Biblia de nuestro pueblo. Comentario a Lc 16,19-31. Ed
Mensajero. Bilbao-España 2009. Cfr. PIKAZA Xavier. Dios es Palabra. Teodicea
cristiana. Sal Terrae. Santander 2005.
[3]
Infierno: La primera parte narra el
descenso del autor al Infierno, acompañado por el poeta latino Virgilio, autor de la Eneida, a quien Dante admiraba.
Acompañado por su maestro y guía, describe al infierno que tenía una forma de
un cono con la punta hacia abajo y los nueve círculos que poseía en los que los
condenados son sometidos a castigo, según la gravedad de los pecados cometidos
en vida, en el último círculo "judesco", Dante describe que había una
especie de palacio en el cual se hallaban los que traicionaban a sus
bienhechores y allí se encontraba Lucifer. Él lo describe como un
demonio de tres cabezas y dentro de la boca de la principal se hallaba Judas, al cual mordía con sus
filosos colmillos como un juguete, mientras este gritaba de dolor. Dante
encuentra en el Infierno a muchos personajes antiguos, pero también de su
época, y cada uno de ellos narra su historia brevemente a cambio de que Dante
prometa mantener vivo su recuerdo en el mundo; cada castigo se ajusta a la
naturaleza de su falta y se repite eternamente. Purgatorio: En esta segunda parte,
Dante y Virgilio atraviesan el Purgatorio, una montaña de cumbre
plana y laderas escalonadas y redondas, simétricamente al Infierno. En cada
escalón se redime un pecado, pero los que lo redimen están contentos porque poseen
esperanza. Dante se va purificando de sus pecados en cada nivel porque un ángel
en cada uno le va borrando una letra de una escritura que le han puesto encima.
El primer canto del Purgatorio: Esta parte comienza propiamente con la salida
Infierno a través de la natural burella. Dante y Virgilio llegan así al hemisferio
sur
terrestre (que se creía por completo bajo las aguas), donde en medio de las
aguas se halla la montaña del Purgatorio, creada con la tierra utilizada para
crear el abismo del Infierno, cuando Lucifer fue expulsado del
Paraíso tras rebelarse contra Dios. Tras salir del túnel llegan a una playa, donde encuentran a Catón el
Joven,
que se desempeña como guardián del Purgatorio. Teniendo que emprender el
ascenso de la empinada montaña, que resulta imposible escalar, es tan empinada
que Dante tiene que preguntar a algunas almas cuál es el pasaje más cercano;
pertenecen al grupo de los negligentes, los muertos en estado de excomunión, que viven en el
Ante-purgatorio. Junto a los que por pereza tardaron en arrepentirse, los
muertos violentamente y a los principios negligentes, de hecho, esperan el
tiempo de purificación necesario para poder acceder al Purgatorio propiamente
dicho. En la entrada del valle donde se encuentran los principios negligentes,
Dante, siguiendo las indicaciones de Virgilio, pide indicaciones a un alma que
resulta ser el guardián del valle, un compatriota de Virgilio, Sordello, que será su guía hasta
la puerta del Purgatorio. Tras llegar al final del Antepurgatorio, tras un valle florecido, los
dos cruzan la puerta del Purgatorio, que custodia un ángel con una espada de
fuego, que parece tener vida propia. Está precedido por tres jardines, el
primero de mármol blanco, el segundo de una piedra oscura y el tercero y último de pórfido rojo. El ángel, sentado
en el solio de diamante y apoyando los pies en
el escalón rojo, marca siete "p" en la frente de Dante y abre la
puerta con dos llaves, una de plata y otra de oro, que San Pedro le dio, y los dos poetas
se adentran en el segundo reino. El Purgatorio se divide en siete cornisas,
donde las almas expían sus pecados para purificarse antes de entrar al Paraíso.
Al contrario del Infierno, donde los pecados se agravan a medida que se avanza
en los círculos, en el Purgatorio la base de la montaña, es decir la cornisa I,
alberga a quienes padecen las culpas más graves, mientras que en la cumbre,
cerca del Edén, se encuentran los
pecadores menos culpables. Las almas no son castigadas para siempre, ni por una
sola culpa, como en el primer reino, pero expían una pena equivalente a los
pecados durante la vida. En la primera cornisa, Dante y Virgilio encuentran a
los orgullosos, en la segunda a los envidiosos, en la tercera a los iracundos,
en la cuarta a los perezosos, en la quinta a los avaros y a los pródigos. Tras
años de expiación siente el deseo de guiarlos hasta la cumbre, a través de la
sexta cornisa, donde expían sus culpas los golosos, que lucen delgadísimos, y
la séptima, donde se encuentran los lujuriosos, envueltos en llamas. En la
séptima cornisa, los tres tienen que atravesar un muro de fuego, tras la cual
hay una escalera, por la que se entra al Paraíso terrestre. Dante se muestra
asustado y es confortado por Virgilio. Allí, donde vivieron Adán y Eva prima del pecado. Aquí
Dante se encuentra con Santa Matilde, la personificación de la felicidad perfecta,
precedente al pecado original, que le muestra los dos ríos, Lete, que hace olvidar los
pecados, y Eunoe, que devuelve la memoria
del bien realizado, y se ofrece a reunirlo con Beatriz, que pronto llegará.
Beatriz le llama severamente la atención a Dante y después le propone verla sin
el velo. Tras beber las aguas del Lete y del Eunoe, que hacen olvidar las cosas
malas y recordar las buenas, el poeta sigue a Beatriz hacia el tercer y último reino,
el del Paraíso. Paraíso: Libre de todo pecado, Dante puede ascender al
Paraíso, lo que hace junto a Beatriz en condiciones que desafían las leyes
físicas, encadenando milagros. Dentro del recorrido será de hecho de gran importancia
que el nombre de Beatriz signifique "dadora de felicidad" y
"beatificadora". Sin embargo, el poeta expresa desde un principio la
gran dificultad que significa transmitir el recorrido emocional y físico de trashumanar,
es decir ir más allá de las condiciones de la vida terrena. Sin embargo, confía
en el apoyo del Espíritu
Santo
(el buen Apolo) y en el hecho de que pese a sus falencias, su esfuerzo
descriptivo será emulado y continuado por otros. El Paraíso está compuesto por
nueve círculos concéntricos, en cuyo centro se encuentra la tierra. En cada uno
de estos cielos, en donde se encuentra cada uno de los planetas, se
encuentran los beatos, más cercanos a Dios en función de su grado de beatitud.
Pero las almas del Paraíso no están mejor unas que otras, y ninguna desea
encontrarse en mejores condiciones que las que le corresponden, pues la caridad
no permite desear más que lo que se tiene. De hecho, a cada alma al nacer Dios
le dio cierta cantidad de gracia según criterios insondables, en función de los
cuales gozan aquellas de los diferentes grados de beatitud. Antes de llegar al
primer cielo el poeta y Beatriz atraviesan la Esfera de fuego. El cielo
de Marte: En el primer cielo, que es el de la Luna, se encuentran quienes
no cumplieron con sus promesas (Angeli). En el segundo, el de Mercurio, residen quienes hicieron el bien para obtener gloria y
fama, pero no dirigiéndose al bien divino (Arcangeli). En el tercero, de Venus, se encuentran las almas
de los "espíritus amantes" (Principati). En el cuarto, del Sol, los "espíritus
sabios" (Potestà). En el quinto, de Marte, los "espíritus
militantes" de los combatientes por la fe (Virtù). En el sexto, de Júpiter, los "espíritus gobernantes justos" (Dominazioni).
En el séptimo cielo, de Saturno, de los "espíritus
contemplativos" (Troni), Beatriz deja de sonreír, como lo había
hecho hasta entonces. Desde ese punto en adelante su sonrisa desaparece, pues
por la cercanía de Dios su luminosidad resultaría imposible de contemplar. En
este último cielo residen los "espíritus contemplativos". Desde allí
Beatriz eleva a Dante hasta el cielo de
las estrellas fijas, donde no están más repartidos los beatos, sino
las "almas triunfantes", que cantan en honor a Cristo y María, a
quien Dante alcanza a ver. Desde ese cielo, además, el poeta observa el mundo
debajo de sí, los siete planetas, sus movimientos, y la Tierra, muy pequeña e
insignificante en comparación con la grandeza de Dios (Cherubini). Antes
de continuar Dante debe sostener una especie de "examen" de Fe,
Esperanza, Caridad, por parte de tres profesores particulares: San Pedro, Santiago y San Juan. Por lo tanto, después de un último vistazo al planeta,
Dante y Beatriz ascendieron al cielo, el Primo Mobile o Cristallino,
el cielo más externo, origen del movimiento y del tiempo universal (Serafini).
En este lugar, tras levantar la mirada, Dante ve un punto muy luminoso, rodeado
por nueve círculos de fuego, girando alrededor de ella; el punto, explica
Beatriz, es Dios, y a su alrededor se mueven los nueve coros angelicales,
divididos por cantidad de virtud. Superado el último cielo, los dos ascienden al
Empíreo, donde se encuentra la
"rosa de los beatos", una estructura en forma de anfiteatro, en el cual, sobre la
grada más alta está la Virgen
María.
Aquí, en la inmensa multitud de los beatos, están los más grandes de los santos
y las figuras más importantes de la Biblia, como San Agustín, San
Benito de Nursia, San Francisco, y también Eva, Raquel, Sara y Rebeca. Desde aquí Dante observa
finalmente la luz de Dios, gracias a la intervención de María a la cual San Bernardo (guía de Dante de la última parte del viaje)
había pedido ayuda para que Dante pudiese ver a Dios y sostener la visión de lo
divino, penetrándola con la mirada hasta que se une con él, y viendo así la perfecta
unión de toda la realidad, la explicación de toda la grandeza. En el punto más
central de esa gran luz Dante ve tres círculos, las tres personas de la Trinidad, el segundo del cual tiene imagen humana, signo de la
naturaleza humana, y divina al mismo tiempo, de Cristo. Cuando trata de
penetrar aún más el misterio su intelecto flaquea, pero en un excessus
mentis su alma es tomada por la iluminación, la armonía que se da la visión
de Dios, en el canto XXXIII (145), del amor que mueve el sol y las otras
estrellas (L'amor che move el sole e l'altre stelle). Por la grandiosa
luz del último cielo, Dante queda ofuscado, concluyendo así la Divina Comedia. (http://es.wikipedia.org/wiki/Divina Comedia).
[4]
SCHÜSSLER Fiorenza Elisbeth. Apocalipsis-visión de un mundo justo. Ed Verbo
Divino 2da ed. Estella (Navarra) 2010. P181-182.
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