domingo, septiembre 29, 2013

_SI NO ESCUCHAN A MOISÉS NI A LOS PROFETAS, AUNQUE UN MUERTO RESUCITE, NO LE HARÁN CASO.


Lc 16,19-31


Afronta el mundo igual que afrontas el mar en tempestad y cuando tu corazón esté agitado por la concupiscencia, pide ayuda y despierta a Cristo que duerme en tu corazón (San Agustín. Serm. 76,9).

 La Buena nueva es la narración de fe en la escuela de Jesús y esta fe es incompatible con las comunidades que sirven y se esclavizan con la idolatría del dinero, de los bienes materiales y el apego a todo tipo de ídolos. El papa francisco ha advertido: “Luchemos todos juntos contra un sistema sin ética, injusto, en el que manda el dinero”[1]. Discipulado e idolatría son totalmente opuestos, la idolatría no permite la narración de la fe en la escuela de Jesús- El reino de Dios.

En el reino de Dios no hay posibilidad de servir a Dios y al dinero (Cfr. Lc 16,13; Mt 6,24) La idolatría lleva a todo acto de corrupción (Cfr. Lc 16,5-7) rompiendo con todo tipo de justicia: “Ustedes pasan por justos ante los hombres, pero Dios los conoce por dentro. Pues lo que los hombres exaltan lo aborrece Dios” (Lc 16,15; Cfr. Sab 16,5) Nosotros queremos colocar las cosas del mundo frente al reino, e incluso tiranizamos a los hermanos con la arrogancia con que interpretamos la palabra de Dios: “La ley y los  profetas duraron hasta Juan. A partir de entonces se anuncia la Buena Noticia del reinado de Dios y todos quieren forzar el acceso” (Lc 16,16).
El reinado de Dios es la Buena Noticia que todos estamos llamados a anunciar en el desprendimiento y la solidaridad. Esta Buena Noticia rechaza el sistema idolátrico al que servimos: “El servicio a las riquezas  se convierte en esclavitud a la misma, a tal punto que se pierde la sensibilidad por el que sufre y se pierde, además, el sentido y la finalidad de la misma existencia humana”[2].

El seguimiento es purificación a todo tipo de idolatría que enceguece y deja a un lado los valores del reino para buscar la complacencia de sí mismo: “Había un hombre rico, que vestía de purpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día” (Lc 16,19) El seguimiento es buscar siempre los valores del reino, es solidarizarse con el dolor de los hermanos necesitados: “Y había un pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas y echado a la puerta del rico. Que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamerle las llagas” (Lc 16,20-21).
Este texto coloca en evidencia a muchos cristianos, que viven en estado principesco ceñidos bajo el autoritarismo religioso en las leyes y preceptos banqueteándose todos los días, pero lejos de la realidad de los pobres, esta es  la visión de una Iglesia opulenta, inmisericorde, opuesta a la realidad predicada por Jesús- El Reino de Dios. La Iglesia de Jesús, es la iglesia de pobres: “Iglesia pobre para los pobres” (Papa Francisco); la Iglesia de Jesús, es la Iglesia de la misericordia, al lado de los pobres, la Iglesia solidaria, al lado de los pobres; la Iglesia que busca liberar las conciencias del poder, de la idolatría, del pecado. Esta es la Iglesia que se reúne solidaria  buscando la liberación de la opresión y marginación en que vive la inmensa mayoría de nuestros hermanos, los Lázaros que mendigan en nuestras puertas, deseando saciar el hambre con la migaja que caen de nuestras mesas (Cfr. Lc 15,16; 16,21).
Este es el abismo que nos describe  Lucas, separando la imagen principesca de los cristianos y la realidad de pobreza de nuestros hermanos, los ayudados por Dios, los agraciados de Dios (Los Lázaros) Por esta razón, no podemos hacer una interpretación sentimentalista-piadosa- del texto, porque corremos el riesgo de caer en la dicotomía de infierno y paraíso, que sería la perspectiva de una interpretación religiosa autoritaria, de colocar el infierno, purgatorio y paraíso desde el imaginario poético  de Dante Alighieri en la divina comedia[3].
No podemos hacer en las Sagradas Escrituras este tipo de interpretación intimista. En Lucas es claro que el reino de Dios no es para los que se jactan de sus bienes: “A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean arrogantes, que pongan su esperanza no en riquezas inciertas, sino en Dios, que nos permite disfrutar abundantemente de todo. Que sean ricos de buenas obras, generosos y solidarios” (1Tm 6,17-18) Quienes se olvidan de los pobres que están a sus puertas, no son dignos en el reino de  Dios (Cfr. Lc 16, 23-25) El reino de Dios es para aquellos que  acogen  la palabra del Señor, los que están dispuestos a vivir desde los valores del reino, como discípulos en la escuela del Señor.   
La concepción piadosa  de las Sagradas Escrituras es dañina y condenatoria. Jesús no condena la riqueza, ni enaltece la pobreza, la riqueza es pecado cuando propicia la pobreza y la pobreza es pecado cuando forma parte de una estructura social injusta. Jesús recalca que es necesario propiciar espacios de solidaridad y de justicia para vivir el reino. Leer la Palabra desde la realidad de la Palabra es clave para interpretarla, es asumirla desde la narración de fe liberadora.
 
El libro del Apocalipsis es un ejemplo de esta fe liberadora, la narrativa de fe del  Apocalipsis es clave de interpretación. En este libro encontramos la narración de la comunidad que lucha en perspectiva de liberación desde la fe en el Resucitado, la comunidad lee su situación oprimida en actitud de esperanza y liberación: 
 
"La simbolización visionaria que ofrece el Apocalipsis de la salvación y bienestar escatológico, así como la denuncia de todos los poderes destructivos (…) Los movimientos cristianos mesiánico-proféticos han reconocido continuamente la visión de la salvación del Apocalipsis como una visión de bienestar total y de liberación de la opresión. Lo han leído como promesa liberadora de las estructuras eclesiásticas opresoras y del dominio destructor de quienes detectan el poder de este mundo. Han defendido siempre que el reino de Dios significa salvación para este mundo, y no salvación de este mundo o salvación del alma. Los poderes opresores, sean políticos, sociales o religiosos, no pueden  coexistir con el imperio y el poder de Dios, un poder generador de la vida. El grito del Apocalipsis pidiendo justicia y juicio solo puede ser entendido plenamente por quienes tienen hambre y sed de justicia”[4].

Desde esta perspectiva, el reino es para los bienaventurados que luchan por salir de la miseria en que viven. Por esta razón, no podemos seguir predicando una justicia basada en la injusticia institucional, el infierno no es un mecanismo de Dios para castigar y el paraíso no es para premiar, son condiciones de vida que asumimos y desarrollamos de acuerdo a nuestro actuar, no somos parte de una cultura de premios y castigos. El que vive desde su propia codicia sin mirar a su alrededor fabrica su propio demonio e infierno y le rinde culto. Quien vive desde la perspectiva de los valores del reino cultiva su propio paraíso en el Dios de Jesús. Por eso, nuestro mundo es justo y una interpretación del evangelio es y debe ser desde la liberación- narración de nuestra fe- Donde reine el amor de Dios, entendido como paraíso- nueva creación- (Cfr. Ap 21-22).
 
 
A modo de conclusión:
Jesús describe en pocas palabras una situación sangrante.  El relato describe a los dos personajes destacando fuertemente el contraste entre ambos. Jesús, está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo junto a nuestro portal, a unas horas de vuelo, a pueblos enteros viviendo y muriendo en la miseria más absoluta. Es inhumano encerrarnos en nuestra “sociedad del bienestar” ignorando totalmente esa otra “sociedad del malestar”. Es cruel seguir alimentando esa “secreta ilusión de inocencia” que nos permite vivir con la conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos y es de nadie. Nuestra primera tarea es romper la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un bienestar vacío de compasión. No continuar aislándonos mentalmente para desplazar la miseria y el hambre que hay en el mundo hacia una lejanía abstracta, para poder así vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto[5].  
 

Si son hijos de Dios, haz que entiendan que están movidos por Dios, para que puedan hacer lo que debe ser hecho. Y cuando lo hayan hecho, haz que den gracias a aquél por medio del cual lo hacen. (San Agustín. Perdón de los pecados 4).


[1] Papa Francisco. Discurso a los trabajadores en Sardeña-Italia. Sept. 22 de 2013.
[2] SCHÖKEL Luis Alonso. La Biblia de nuestro pueblo. Comentario a Lc 16,19-31. Ed Mensajero. Bilbao-España 2009. Cfr. PIKAZA Xavier. Dios es Palabra. Teodicea cristiana. Sal Terrae. Santander 2005.
[3] Infierno: La primera parte narra el descenso del autor al Infierno, acompañado por el poeta latino Virgilio, autor de la Eneida, a quien Dante admiraba. Acompañado por su maestro y guía, describe al infierno que tenía una forma de un cono con la punta hacia abajo y los nueve círculos que poseía en los que los condenados son sometidos a castigo, según la gravedad de los pecados cometidos en vida, en el último círculo "judesco", Dante describe que había una especie de palacio en el cual se hallaban los que traicionaban a sus bienhechores y allí se encontraba Lucifer. Él lo describe como un demonio de tres cabezas y dentro de la boca de la principal se hallaba Judas, al cual mordía con sus filosos colmillos como un juguete, mientras este gritaba de dolor. Dante encuentra en el Infierno a muchos personajes antiguos, pero también de su época, y cada uno de ellos narra su historia brevemente a cambio de que Dante prometa mantener vivo su recuerdo en el mundo; cada castigo se ajusta a la naturaleza de su falta y se repite eternamente. Purgatorio: En esta segunda parte, Dante y Virgilio atraviesan el Purgatorio, una montaña de cumbre plana y laderas escalonadas y redondas, simétricamente al Infierno. En cada escalón se redime un pecado, pero los que lo redimen están contentos porque poseen esperanza. Dante se va purificando de sus pecados en cada nivel porque un ángel en cada uno le va borrando una letra de una escritura que le han puesto encima. El primer canto del Purgatorio: Esta parte comienza propiamente con la salida Infierno a través de la natural burella. Dante y Virgilio llegan así al hemisferio sur terrestre (que se creía por completo bajo las aguas), donde en medio de las aguas se halla la montaña del Purgatorio, creada con la tierra utilizada para crear el abismo del Infierno, cuando Lucifer fue expulsado del Paraíso tras rebelarse contra Dios. Tras salir del túnel llegan a una playa, donde encuentran a Catón el Joven, que se desempeña como guardián del Purgatorio. Teniendo que emprender el ascenso de la empinada montaña, que resulta imposible escalar, es tan empinada que Dante tiene que preguntar a algunas almas cuál es el pasaje más cercano; pertenecen al grupo de los negligentes, los muertos en estado de excomunión, que viven en el Ante-purgatorio. Junto a los que por pereza tardaron en arrepentirse, los muertos violentamente y a los principios negligentes, de hecho, esperan el tiempo de purificación necesario para poder acceder al Purgatorio propiamente dicho. En la entrada del valle donde se encuentran los principios negligentes, Dante, siguiendo las indicaciones de Virgilio, pide indicaciones a un alma que resulta ser el guardián del valle, un compatriota de Virgilio, Sordello, que será su guía hasta la puerta del Purgatorio. Tras llegar al final del Antepurgatorio, tras un valle florecido, los dos cruzan la puerta del Purgatorio, que custodia un ángel con una espada de fuego, que parece tener vida propia. Está precedido por tres jardines, el primero de mármol blanco, el segundo de una piedra oscura y el tercero y último de pórfido rojo. El ángel, sentado en el solio de diamante y apoyando los pies en el escalón rojo, marca siete "p" en la frente de Dante y abre la puerta con dos llaves, una de plata y otra de oro, que San Pedro le dio, y los dos poetas se adentran en el segundo reino. El Purgatorio se divide en siete cornisas, donde las almas expían sus pecados para purificarse antes de entrar al Paraíso. Al contrario del Infierno, donde los pecados se agravan a medida que se avanza en los círculos, en el Purgatorio la base de la montaña, es decir la cornisa I, alberga a quienes padecen las culpas más graves, mientras que en la cumbre, cerca del Edén, se encuentran los pecadores menos culpables. Las almas no son castigadas para siempre, ni por una sola culpa, como en el primer reino, pero expían una pena equivalente a los pecados durante la vida. En la primera cornisa, Dante y Virgilio encuentran a los orgullosos, en la segunda a los envidiosos, en la tercera a los iracundos, en la cuarta a los perezosos, en la quinta a los avaros y a los pródigos. Tras años de expiación siente el deseo de guiarlos hasta la cumbre, a través de la sexta cornisa, donde expían sus culpas los golosos, que lucen delgadísimos, y la séptima, donde se encuentran los lujuriosos, envueltos en llamas. En la séptima cornisa, los tres tienen que atravesar un muro de fuego, tras la cual hay una escalera, por la que se entra al Paraíso terrestre. Dante se muestra asustado y es confortado por Virgilio. Allí, donde vivieron Adán y Eva prima del pecado. Aquí Dante se encuentra con Santa Matilde, la personificación de la felicidad perfecta, precedente al pecado original, que le muestra los dos ríos, Lete, que hace olvidar los pecados, y Eunoe, que devuelve la memoria del bien realizado, y se ofrece a reunirlo con Beatriz, que pronto llegará. Beatriz le llama severamente la atención a Dante y después le propone verla sin el velo. Tras beber las aguas del Lete y del Eunoe, que hacen olvidar las cosas malas y recordar las buenas, el poeta sigue a Beatriz hacia el tercer y último reino, el del Paraíso. Paraíso: Libre de todo pecado, Dante puede ascender al Paraíso, lo que hace junto a Beatriz en condiciones que desafían las leyes físicas, encadenando milagros. Dentro del recorrido será de hecho de gran importancia que el nombre de Beatriz signifique "dadora de felicidad" y "beatificadora". Sin embargo, el poeta expresa desde un principio la gran dificultad que significa transmitir el recorrido emocional y físico de trashumanar, es decir ir más allá de las condiciones de la vida terrena. Sin embargo, confía en el apoyo del Espíritu Santo (el buen Apolo) y en el hecho de que pese a sus falencias, su esfuerzo descriptivo será emulado y continuado por otros. El Paraíso está compuesto por nueve círculos concéntricos, en cuyo centro se encuentra la tierra. En cada uno de estos cielos, en donde se encuentra cada uno de los planetas, se encuentran los beatos, más cercanos a Dios en función de su grado de beatitud. Pero las almas del Paraíso no están mejor unas que otras, y ninguna desea encontrarse en mejores condiciones que las que le corresponden, pues la caridad no permite desear más que lo que se tiene. De hecho, a cada alma al nacer Dios le dio cierta cantidad de gracia según criterios insondables, en función de los cuales gozan aquellas de los diferentes grados de beatitud. Antes de llegar al primer cielo el poeta y Beatriz atraviesan la Esfera de fuego. El cielo de Marte: En el primer cielo, que es el de la Luna, se encuentran quienes no cumplieron con sus promesas (Angeli). En el segundo, el de Mercurio, residen quienes hicieron el bien para obtener gloria y fama, pero no dirigiéndose al bien divino (Arcangeli). En el tercero, de Venus, se encuentran las almas de los "espíritus amantes" (Principati). En el cuarto, del Sol, los "espíritus sabios" (Potestà). En el quinto, de Marte, los "espíritus militantes" de los combatientes por la fe (Virtù). En el sexto, de Júpiter, los "espíritus gobernantes justos" (Dominazioni). En el séptimo cielo, de Saturno, de los "espíritus contemplativos" (Troni), Beatriz deja de sonreír, como lo había hecho hasta entonces. Desde ese punto en adelante su sonrisa desaparece, pues por la cercanía de Dios su luminosidad resultaría imposible de contemplar. En este último cielo residen los "espíritus contemplativos". Desde allí Beatriz eleva a Dante hasta el cielo de  las estrellas fijas, donde no están más repartidos los beatos, sino las "almas triunfantes", que cantan en honor a Cristo y María, a quien Dante alcanza a ver. Desde ese cielo, además, el poeta observa el mundo debajo de sí, los siete planetas, sus movimientos, y la Tierra, muy pequeña e insignificante en comparación con la grandeza de Dios (Cherubini). Antes de continuar Dante debe sostener una especie de "examen" de Fe, Esperanza, Caridad, por parte de tres profesores particulares: San Pedro, Santiago y San Juan. Por lo tanto, después de un último vistazo al planeta, Dante y Beatriz ascendieron al cielo, el Primo Mobile o Cristallino, el cielo más externo, origen del movimiento y del tiempo universal (Serafini). En este lugar, tras levantar la mirada, Dante ve un punto muy luminoso, rodeado por nueve círculos de fuego, girando alrededor de ella; el punto, explica Beatriz, es Dios, y a su alrededor se mueven los nueve coros angelicales, divididos por cantidad de virtud. Superado el último cielo, los dos ascienden al Empíreo, donde se encuentra la "rosa de los beatos", una estructura en forma de anfiteatro, en el cual, sobre la grada más alta está la Virgen María. Aquí, en la inmensa multitud de los beatos, están los más grandes de los santos y las figuras más importantes de la Biblia, como San Agustín, San Benito de Nursia, San Francisco, y también Eva, Raquel, Sara y Rebeca. Desde aquí Dante observa finalmente la luz de Dios, gracias a la intervención de María a la cual San Bernardo (guía de Dante de la última parte del viaje) había pedido ayuda para que Dante pudiese ver a Dios y sostener la visión de lo divino, penetrándola con la mirada hasta que se une con él, y viendo así la perfecta unión de toda la realidad, la explicación de toda la grandeza. En el punto más central de esa gran luz Dante ve tres círculos, las tres personas de la Trinidad, el segundo del cual tiene imagen humana, signo de la naturaleza humana, y divina al mismo tiempo, de Cristo. Cuando trata de penetrar aún más el misterio su intelecto flaquea, pero en un excessus mentis su alma es tomada por la iluminación, la armonía que se da la visión de Dios, en el canto XXXIII (145), del amor que mueve el sol y las otras estrellas (L'amor che move el sole e l'altre stelle). Por la grandiosa luz del último cielo, Dante queda ofuscado, concluyendo así la Divina Comedia. (http://es.wikipedia.org/wiki/Divina Comedia).
[4] SCHÜSSLER Fiorenza Elisbeth. Apocalipsis-visión de un mundo justo. Ed Verbo Divino 2da ed. Estella (Navarra) 2010. P181-182.

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