Lc 16,1-13
Esta es mi gloria,
Señor mi Dios: que pueda demostrarte por siempre que no hay nada de mí mismo
por mí. Todas las cosas buenas provienen de ti, pues tú eres Dios (San Agustín.
Enar. Salmo 29,13).
El relato de Lucas presentado en
esta perícopa, coloca en evidencia nuevamente la indiferencia y la incapacidad de los
fariseos y letrados de asumir la
propuesta del reino presentado por Jesús. Ya en la parábola del Padre Misericordioso (Lc
15,11-32) se ponía de manifiesto esta indiferencia con la actitud del hijo mayor que se negaba a entrar en la casa y sentarse
con el pecador (hijo menor). Tanto el
Hijo Mayor, como los fariseos y letrados son reticentes a aceptar el amor que
el Padre profesa a los pecadores. Aquí el mayordomo injusto e infiel se porta
de la misma manera que el hijo menor: Despilfarra
los bienes que le han sido entregados. Pero con el agravante que el mayordomo infiel quiere recuperar la
confianza de su señor de manera no muy correcta, por medio del engaño.
Desde este acontecer entre la
infidelidad y la fidelidad está el volver a la casa paterna para recuperar el
amor del Padre con actitud de arrepentimiento, es entrar nuevamente en la
alianza. En la parábola del padre que recobró
a su hijo (Cfr. Lc 15,11-32) se refleja este retorno cuando el padre coloca un anillo al hijo menor como
símbolo de la alianza, de fidelidad, porque ha vuelto a la casa paterna, es el
hijo que estaba perdido y ha sido encontrado; había muerto y volvió a la vida
(Cfr. 15,32): Volver a la casa paterna es retornar al amor primero, al reino de
la comunidad de los hijos Dios.
La fidelidad es un proyecto
dentro del gran proyecto del reinado, es retomar el caminar hacia el Padre;
porque la fidelidad se empieza por asumir procesos de fe en la pequeñez del
corazón: “El que ha sido digno de
confianza en cosas sin importancia, será digno de confianza también en las
importantes” (Lc 16,10a) La confianza es la preparación en el amor primero
como exigencia primigenia para llegar estar en el reino y quien defrauda esta
confianza es quien coloca a los ídolos por encima del amor del Padre y no confía
en los valores del reino: “Porque el que
no ha sido honrado en las cosas mínimas, tampoco será honrado en las cosas
importantes” (Lc 16,10b).
Por esta razón es conveniente
hacer un acercamiento a este relato con cuidado. Si este relato no lo leemos e
interpretamos desde la fidelidad al amor primero y en la caminada del reinado
de Dios, podemos caer en una interpretación alegórica y ligera, hasta podemos
llegar a pensar que hay una apología al dinero fácil o hacer negocios ilícitos
por medio del engaño para acceder al reino. Aquí en este relato, hay una pedagogía opuesta al chantaje religioso,
piedad de intercambios, es decir, de la premisa negativa se llega a una enseñanza
eficaz y positiva para la evangelización. De la negación de los valores del
reino dada por la actitud del mayordomo, se pasa a una actitud de sagacidad en
el anuncio de los valores y la fuerza creativa-pedagógica- de vivir el reino: Los
hombres y mujeres que se dejan llevar por el impulso de la idolatría del dinero
caen en el olvido de Dios y se dedican a servir a dos señores, por lo tanto: “Ningún siervo puede servir a dos patrones,
porque necesariamente odiará a uno y amará al otro o bien será fiel a uno y
despreciará al otro” (Lc 16,13a; Cfr. Mt 6,19-21.24.
En cambio los hijos del reino tienen la fortaleza para
rechazar todo tipo idolátrico de dinero (riquezas) que lleva a odiar a Dios: “Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero” (Lc
16,13b)[1]. Por esta razón, el cristiano ha de
ser astuto, pero no poner su confianza en las riquezas, sino que al asumir la
astucia de los hijos de las tinieblas, han de actuar “así como el administrador
actuó, con decisión ante la crisis, así también deberían actuar quienes
escuchan a Jesús y aún vacilan en seguirle a Él y su mensaje del reino”[2].
Por esto, decíamos que no podemos
interpretar el texto alegóricamente y a la ligera, sino que es conveniente
tener clara la reflexión del contexto
anterior (Lc 15,11-32) y el contexto posterior (Lc 16, 14-35) para poder reflexionar
el sentido de pertenencia de los que se apartan del camino mal habido y toman
el atajo, creyendo que es la manera de servir a Dios; pero si tomamos la opción decidida del mayordomo, podemos
retomar el camino hacia la casa paterna y anunciar nuestra conversión frente al
reino; porque de la opción que tomemos en el seguimiento depende nuestra
actitud frente a las palabras de Jesús, o las aceptamos o nos burlamos como hicieron
los fariseos y letrados y como la actitud que asumió el hijo
mayor frente al hermano menor.
Nosotros debemos actuar con
justicia (Cfr. Lc 6,27-35) en contra de todo tipo de venganza y de afianzarnos
en las riquezas mal habida, despreciando a nuestros hermanos e incluso a
nuestros enemigos, no podemos actuar como dice el profeta Amós: “¡Arruinaremos a los pobres hasta que ellos
mismos se nos vendan como esclavos para pagar sus deudas aunque solo deban un
par de sandalias!” (Am 2,6-7; 8,4-7; Cfr. Lc 9,51-55; 10,29-37; 17,11-19;
22,47-55; 23,34).
Nosotros debemos tener la actitud
frente al reino de servir y cuidar los bienes que nos han dado y compartirlos
con los más necesitados y no tomar las actitudes de los que se apegan a sus
riquezas empobreciendo a los otros, hacer esto es alejarnos del reino para no
dejar que la palabra sea penetre en el corazón y podamos convertirnos a la
voluntad del Padre (Cfr. Lc 16,14-17; 16,19-31).
A modo de conclusión
Xavier Pikaza dice: Quiero
explicar el pecado de la mamona desde el conjunto del Antiguo Testamento,
partiendo del Génesis y culminando en el libro de la Sabiduría. Ofrezco un
esquema de tipo teológico, tomado de mi libro Dios es Palabra (Sal Terrae,
Santander 2005)
Principio:
Nadie puede servir a dos señores
Explicación – Pues odiará a uno y amará al otro.
– O se apegará a uno y despreciará a otro.
Aplicación No podéis servir a Dios y a la mamona!
(Mt 6, 24; cf. Lc 16, 13).
Explicación – Pues odiará a uno y amará al otro.
– O se apegará a uno y despreciará a otro.
Aplicación No podéis servir a Dios y a la mamona!
(Mt 6, 24; cf. Lc 16, 13).
El texto ha sido formulado con
gran cuidado, de un modo solemne, con principio general, explicación y
aplicación. El punto de partida es claro y puede precisarse desde paralelos
judíos: existen realidades (¡señores!) que nos marcan y llenan de tal forma que
no pueden compartirse; por definición, el más valioso, aquel a quien la
tradición llama «único», en clave de monoteísmo radical, es Dios (Dt 6, 4; cf.
Lc 10, 42). Pues bien, lo opuesto a Dios, aquello que destruye su unidad de
gracia y nos conduce al «pluralismo» violento y al enfrentamiento, en línea de
«ley», es el dinero absolutizado o mamona, que puede interpretarse como capital
objetivado y pecado original, principio y expresión de todos los sistemas que
esclavizan al hombre y le condenan a la lucha mutua y a la muerte.
El
pecado, la mamona
1. Lo contrario a Dios no es ya
el deseo subjetivo, sino una estructura objetiva construida y absolutizada por
los hombres: la mamona (el capital, en su forma opresora). Lo malo no es el
mundo; lo contrario a Dios no son las cosas de la creación finita como podría
suponer un dualismo gnóstico, que condena la materia, el sexo... En su Crítica
de la Razón Práctica, al afirmar que lo único bueno es una buena voluntad, Kant
está suponiendo que lo único malo es una mala voluntad, entendida en línea
subjetiva. Pues bien, superando ese nivel kantiano, de tipo en el fondo
idealista, nuestro pasaje identifica el mal con una entidad transubjetiva,
fabricada por los hombres, con una estructura objetivada, en forma de sistema
de dominio económico: la mamona. En ese contexto, podemos añadir, corrigiendo a
Kant, que la buena voluntad, en el nivel subjetivo o individual, no basta, sino
que ella debe expresarse en un movimiento o camino de encuentro interhumano en
gratuidad (lo contrario a la mamona).
2. El mal brota de la mala
voluntad (de la envidia, del juicio y del deseo de dominio), pero se objetiva y
concreta de tal forma, que puede recibir y ha recibido una realidad idolátrica,
externa: es la mamona. El mal es algo que el hombre mismo hace (construye) para
luego quedar esclavizado por ello. Esto es lo que la Biblia llama ídolo,
conforme a lo indicado en Sab 13-15: representación que carece en sí misma de
verdad y fuerza y que solo tiene aquella que nosotros mismos le ofrecemos. Eso
significa que el mal no es creación positiva de Dios; pero tampoco es pura
nada: es algo que nosotros construimos, una vez que hemos comido (hecho
nuestro) el árbol del bien y del mal (del juicio). El mal es algo que nosotros
hacemos con la intención de dominarlo, pero de tal forma que al fin quedamos
dominados por ello. En este contexto no hacen falta Vigilantes invasores
(satanes externos) como en 1 Henoc, pues la misma mamona que nosotros mismos
hemos «hecho» nos invade y deshace.
3. La mamona es el ídolo
englobante. Sab 13-15 presentaba muchas figuras destructoras. Mt 4 y Lc 4 han
destacado tres deseos primigenios (pan, reino y milagro). Pues bien, nuestro
pasaje ha concentrado aquellas figuras y estos deseos en un equivalente
universal que es la mamona, la gran construcción que los hombres elevan «contra
Dios» (es decir, contra la gracia), como los constructores de la Torre-Ciudad
de Babel (Gen 11). Los hombres han unificado de esta forma todo aquello que
realizan y que tienen: sus producciones se convierten ya en dinero, de manera
que el capital puede comprarlo así y venderlo todo, apareciendo como «Dios del
mundo». Al identificar a la mamona con el antidiós, nuestro pasaje ha realizado
una opción hermenéutica de consecuencias incalculables: lo que en plano de
pecado une a los hombres no es la razón o la pasión, no es el ateísmo o la
irreligión, ni un tipo de poder abstracto; lo que a todos iguala y destruye (a
nivel de compraventa) es el gran «edificio del capital», entendido como Torre
de Babel en que los hombres quieren refugiarse sin lograrlo. Este es el pecado
original.
4. Este es un ídolo engañoso que
suele camuflarse, oculto en ropajes de piedad, libertad o sacralismo. Los hombres
siguen entregándose a sus cultos de tipo social o religioso, pensando que es
allí donde se expresa la verdad de su existencia. De esa forma van al templo,
para encontrar allí a su Dios. Pero el evangelio sabe que el mismo templo de
Jerusalén está «hecho por manos humanas» (ceiropoi, ton: Mc 14, 58) y vinculado
por tanto al dinero (cf. Mc 11, 15-19), como una construcción del hombre, en la
línea de la torre de Babel; en ese sentido puede formar parte de la mamona, es
decir, de la adoración del dinero, pues «allí donde está tu tesoro está tu
corazón» (cf. Mt 6, 21). Griegos y romanos adoraban a sus dioses. Filósofos y
sabios posteriores han seguido trazando sus discursos conceptuales para
defender su propia forma de existencia. Pues bien, al fondo de esos dioses y de
esos discursos, de tipo moralizante e incluso piadoso, se ha escondido
normalmente el «cuerpo» de una adoración económica, un tipo de culto concreto a
la mamona como ha sucedido en el templo de Jerusalén.
5. El descubrimiento del carácter
antidivino de la mamona tiene rasgos de revelación. No se logra con discursos
conceptuales o teorías cósmicas que siguen inscritas en un lenguaje de
«talión», que es en el fondo una expresión de la mamona (equivalencia racional
o monetaria). Solo se descubre el carácter antidivino de la mamona allí donde
ha venido a revelarse el verdadero Dios como poder de gratuidad y principio de
amor que fundamenta de manera amorosa la existencia de los hombres. Eso ha
podido hacerlo Jesús, cuando descubre aquello que se opone al mesianismo de la
gracia y cuando lucha contra el diablo, que en el fondo es el deseo posesivo
(aquello que posee a las personas, impidiendo que ellas sean libres); eso lo ha
hecho Jesús cuando descubre y muestra con su vida que lo contrario a Dios es la
mamona. En ese contexto podemos decir que Satán (el enemigo de Dios) es la
mamona, el deseo de seguridad que se expresa de forma impositiva. Este es el
Satán del pecado original que descubriremos en el próximo capítulo, cuando
hablemos también de la muerte de Jesús como pecado original.
6. La mamona es un dios fuerte,
un dios que nos hace capaces de construir muchas cosas, en clave de juicio,
como ya hemos visto al comentar el tema de la Torre de Babel (Gen 11). Los
bienes de la mamona determinan esta vida: nos dan poder intenso y nos permiten
ordenar, comprar o construir casi todas las cosas. Lo que Jesús dijo en su
tiempo resulta mucho más claro en el nuestro, pues el capitalismo de occidente
ha racionalizado la economía, convirtiéndola en principio y motor de las
relaciones sociales y de esa forma ha creado la industria, ha producido muchos
bienes y, en algún sentido, ha conquistado todo el mundo. Pues bien, esa mamona
del gran capitalismo, que está vinculada al imperio militar y que domina sobre
el conjunto de los hombres, es en el fondo el antidiós, como sabe el
Apocalipsis, cuando la interpreta como Gran Prostituta y diosa de este mundo
(Ap 17-18): un ídolo al que todos podemos acabar vendiendo lo que somos,
quedando cautivados por su fuerza. Lo contrario a Dios no es el dinero en sí,
como medio para realizar intercambios económicos, sino el dinero convertido en
capital, bien absoluto.
7. Nuestro texto ha vinculado
revelación de Dios y mamona. Ambos se asemejan y asemejándose se oponen. Dios
es creador, es Vida que se regala, la mamona, en cambio, ha sido creada por los
hombres (y se aprovecha de ellos, les devora, como en Dragón de Ap 12). Dios
nos hace libres, para que podamos realizamos de manera autónoma. La mamona, en
cambio, nos posee (como el diablo) y nos convierte en siervos al introducimos
dentro de un esquema de mérito y negocio, de ganancia y juicio donde vale más
el que más tiene, aunque al final todos acaban siendo esclavos del mismo
sistema. Dios nos ama de manera personal y, al dirigimos su palabra de llamada,
espera una respuesta. El dinero, en cambio, nos permite gozar y poseer pero al
final nos esclaviza, sin dejar ya que podamos responderle, pues vive de
nosotros.
8. Lo que se opone a la mamona es
la gracia de Dios, el amor generoso que crea y da vida, por encima de toda ley,
más allá de todo mérito. Por eso, el conocimiento de Dios está vinculado a la
experiencia de la gratuidad, como suponía ya Sab 1, 1-2 y como desarrolla Pablo en Rom 1-3. Se
ha dicho desde antiguo que a Dios le conocemos más por aquello que no es que
por lo que es (teología negativa). Pues bien, ahora que conocemos a su
contrario (mamona), podemos conocerle mejor: Dios es aquello (aquel) que se
opone como gracia creadora y principio de vida al egoísmo del dinero. A partir
de aquí debemos precisar el monoteísmo israelita: «Escucha, Israel, Yahvé
nuestro Dios es un Dios único; amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón...»
(Dt 6, 45; cf. Mc 12, 29-30). Esa palabra sigue siendo valiosa, pero al fin
resulta insuficiente, pues sólo superando la sacralización económica,
destructora de los hombres, podemos definir la unidad original y creadora de
Dios.
9. Lo opuesto a Dios es la
unificación económica en clave de mamona, el capital absolutizado. En línea de
mamona, el mundo acabaría convirtiéndose en un puro mercado, con una moneda que
todo lo compra y lo vende, de manera que todos se miden (se igualan o
distinguen) por ella y de esa forma se negocian, en un tipo de inmenso proceso
donde el «juez» (quien dicta la sentencia de lo bueno y lo malo) es el mismo
dinero. Esto significa que los hombres acaban siendo esclavos de un instrumento
de cambio (de juicio comercial) que ellos mismos han creado. Cesa el valor de
la persona, pues ella se compre y vende, como se compra el trabajo. Se pierde
así la gracia de la vida y todo resulta al fin equivalente porque todo se mide
y negocia, nada se regala. Este es el talión final: ojo por ojo, dinero por
dinero; los hombres se valoran y definen y ajustan su sentido en un nivel de
competencia o negocio que termina siempre en muerte.
10. El conocimiento de Dios se
expresa en el despliegue de la vida como gracia compartida, en contra del
dinero. Por eso, si queremos conocerle no podemos refugiamos en un nivel
interno para interpretarlo en clave de emoción o sentimiento. Tampoco le
podemos definir por las ideas. Conocer a Dios implica descubrir y potenciar un
tipo de existencia que es contraria a los modelos que se imponen y extienden
por dinero (capital), en un mundo donde sólo se valoran las empresas
productivas (obras) y al final todo se adquiere y rechaza en el mercado. Frente
al desvalor universal de la mamona (forjada en clave de juicio y compraventa)
ha de expresarse ahora la apertura universal de Dios que es gracia y que se
expresa como unión gratuita entre los hombres. Dios se define (se revela) por
lo tanto como fuente de diálogo, como amor y gracia para todas las personas.
Pasan a segundo plano (y a veces desaparecen) otros principios de vinculación
social fundados en tradiciones populares o identidades de grupo. Lo que de
verdad vincula a los humanos por Jesús es lo contrario a la mamona: la gracia
que les hace libres y les capacita para unirse en gesto de amor abierto a todos
(en la línea de 1 Cor 13).
11. Conocer a Dios es vivir y crear
en actitud de gracia. Contra la mamona, que es anti-gracia (ley que regula por
fuerza lo que existe), Dios viene a presentarse como Vida que se regala y
comparte, sin intereses ni egoísmo, haciendo que exista vida humana. Los
poderes del mundo (pan y circo, afán de placer y deseo de poder...) acaban por
centrarse en la mamona que así aparece como esencia y verdad (¡mentira!) de
todos ellos, como fuerza capaz de construir torres de Babel, inmensos edificios
de seguridad, según sistema. Pues bien, a diferencia de la mamona, Dios es
Aquel que crea gratuitamente vida, Aquel que no se compra ni se venda (no es
dinero), siendo, sin embargo, el principio y fuente de todo lo que existe. Dios
es creatividad, gozo de dar, dejando en libertad y acompañando en amor a lo
creado. Así se muestra en Jesús. Por eso se define como lo contrario a la
mamona.
12. La mamona no crea, sino que
regula las cosas que ya existen por la fuerza, con envidia: cada uno quiere lo
que tiene el otro, en mercado que excita los deseos para aumentar la producción
y viceversa, de tal forma que nadie logrará jamás saciarse. Lógicamente, la
mamona «fabrica» pobres: suscita la desigualdad entre los hombres, en proceso
de competencia que lleva al enfrentamiento y a la opresión de los perdedores. Más
aún, el mismo sistema de la mamona acaba convirtiendo a todos en pobres, pues
les hace esclavos del proceso económico de producción y distribución de bienes.
Pues bien, en contra de eso, Dios se define como amigo de los pobres: se
muestra como gracia, gozándose en dar precisamente a los que menos tienen, en
proceso de generosidad gratuita.
Desde ese fondo, superando el
nivel del juicio y la mamona, afirmamos que Dios es gracia, para destacar, al
mismo tiempo, que el hombre verdadero es también gracia. Esta es la única
definición antropológica que tiene sentido después de todo lo indicado. El
sistema del juicio económico o social nos sigue esclavizando. No podemos volver
a la simple evolución de la vida, de la que procedemos, pues en ella se han
impuesto por fuerza los más hábiles o fuertes, dejando morir o matando a los
menos capaces. En ese plano de evolución nada se crea, nada se destruye, sino
que todo se transforma..., pero a favor de los triunfadores, en camino que
lleva a la muerte, como ya sabía Gen 2-3. Pues bien, en contra de la visión en
que aparece dominado por la mamona (=poseído por lo diabólico), afirmamos que
el hombre verdadero es gracia; nace por regalo de amor (no por negocio) y sólo
regalando su vida puede realizarse humanamente. Esta es su identidad, esta es
su fuerza, por encima de las diferencias que, en otro plano, pueden separar a
judíos y cristianos, pero que aquí resultan marginales[3].
“Dáteme
a mí, Dios mío. Devuélvete a mí. Aunque ya te amo, y por si es escaso mi amor,
que te ame con más fuerzas. No puedo medir a ciencia cierta cuánto amor me
falta para que sea suficiente. Dame, pues, el amor necesario para que mi vida
se plenifique en tus brazos, para que pueda esconderse en lo escondido de tu
rostro. Esto solo se: Que me va muy mal lejos de Ti. No solo fuera de mí, sino
también en mí mismo. Y que toda abundancia mía, que no seas Tú, es indigencia.
(San Agustín. Conf. 13,8).
[1] “Mammon es una palabra aramea, significa «riqueza», pero tiene una etimología
confusa; los eruditos han sugerido conexiones con el verbo «confiar» o un
significado de la palabra «confiado», o con la palabra hebrea ‘matmon’, que
significa «tesoro». También se utiliza en hebreo con el significado de «dinero» (ממון). La
trascripción griega para mammon, es μαμωνάς (mamonás),
y puede verse en el Sermón
de la montaña (durante el
discurso sobre la ostentación) y en la parábola del administrador injusto. Otros eruditos mammon del fenicio mommon
(«beneficio» o «utilidad») En la Biblia, Mammón se personifica como símbolo de las
riquezas en Lucas, y Mateo. En algunas traducciones aparece como
Mammón, pero en otras se traduce como «abundancia deshonesta» o equivalentes,
dando así a entender que lo que quiso decir Jesús fue que «No podéis servir a
Dios y a las riquezas» en el sentido de estar esclavizado al amor al dinero”
(http://es.wikipedia.org/wiki/Mamm%C3%B3n).
[2]
BROWN, R.E. Otros. Nuevo comentario bíblico San Jerónimo N. Testamento. Estella
(Navarra) 2004.EVD. P 182.
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