domingo, septiembre 08, 2013

EL QUE NO CARGUE CON SU PROPIA CRUZ PARA SEGUIRME NO PUEDE SER DISCIPULO MÍO



Lc 14,25-33

¡Muchos se dicen cristianos, pero en realidad no lo son! No son lo que la palabra significa: no lo son en la vida, en las costumbres, en la fe, en la esperanza y mucho menos en la caridad. (San Agustín. Comentario a la 1 carta de S. Juan 4,4).
 
El discipulado es un llamado a  la vida, a la felicidad de quien desprendiéndose de toda atadura busca la razón de su ser como cristianos: Negación de sí mismo para alcanzar el reino, entregándose totalmente a Cristo sin apegos, que muchas veces, impiden ser coherentes con las exigencias del seguimiento (Cfr. Lc 9,57-62) El discipulado es escuela donde se forman los seguidores que construyen el reino de Dios y su justicia (Cfr. Mt 6,33) Es escuela de los que dejan todo en la arena para seguir a Jesús, porque hay que dejarlo todo por Él (Cfr. Mc 1,17-18).

Quien no deja todo: Casa, padre, madre, hermanos, hermana, madre, mujer e hijo y se desprende de sí mismo no es apto para el reino y no puede ser discípulo de Jesús (Cfr. Mc 8,34-38; Mt 10, 37-39; 19; 16,24-26; 19,29; Lc 14, 26; 14, 26) Quien deja todo es el que asume con coherencia su caminar en la fe desde el seguimiento:  Seguimiento es la disposición de desprendimiento, es estar dispuestos a vivir y seguir el caminar del Maestro; es no tener donde reposar la cabeza, es seguir fielmente el mandato del Señor (Cfr. Lc 9,58) El seguidor no antepone las cosas humana a las realidades divinas. Es no detenerse en el camino, sino dejar todo atrás: el pasado que nos impide vivir en la libertad de los Hijos de Dios: “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lc 9,60) Es decir, estar dispuestos a escuchar el llamado y asumirlo. El seguimiento exige de nosotros renuncia y entrega.  Es dejarnos enamorar de la Palabra, es dejar el arado que hemos hecho sin dirección, que nos interrumpe el camino: “El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios” (Lc 9,62; Cfr. Fil 3,13; Heb 12,1-2)[1]
 
Por esta razón, todo intento de apego familiar, social, cultural y de bienes efímeros en el seguimiento es negación de Cristo Jesús, es desprecio del reino de Dios, alejándonos de la pedagogía de la cruz para seguir nuestros intereses egoístas, dejándonos influenciar por pensamientos y proyectos mezquinos: “Los pensamientos humanos son mezquinos y nuestros proyectos, caducos” (Sab 9,14) Frente a éstos, la pedagogía de la cruz es vivencia en la caminada del desprendimiento, es vivir en la libertad de la felicidad que nos da el amor a la cruz de Cristo Jesús, es renuncia para vivir en la libertad del amor familiar (Cfr. Mc 3,31-35): Entre más amo a mi familia más libre soy frente a ellos y más valoro la relacionalidad con ellos. Cuánto más amor tengo hacia Jesús más libre soy frente a las cosas materiales, la cultura, la sociedad y más libre actúo frente a ellas.
Porque portar la cruz es vivir llevando en el corazón lo que dice Jesús: No peito eu levo uma cruz, No meu coração  o que disse Jesus”[2]. Es asumir el camino del desprendimiento para vivir aferrados a la cruz y a las palabras de Jesús, es no dejar desvirtuar la sal, sino permitir que ella actúe con su salinidad en la presencia del reino: “Buena es la sal; más si también la sal se desvirtúa, ¿con qué se la sazonará? No es útil ni para la tierra ni para el estercolero; la tiran fuera” (Lc 14,34-35) Así seríamos nosotros si desvirtuamos el llamado para vivir apegados a los bienes de esta tierra.

Asumir la cruz es alejarse de todo intento de tentación al sufrimiento, es mantenerse libre frente a estas ideas que para llegar al reino es necesario el sufrimiento terreno o corporal, eso sería negar la intervención de Jesús en nuestra historia, sería convertirnos en sal desvirtuada. Seguir a Jesús desde la Cruz es liberarse de prejuicios, es contagiar a los demás de la jovialidad de Dios, es llevar la alegría de ser servidores  y dejar que Dios actúe en el corazón del creyente, es renunciar a todo tipo de riqueza que nos vuelve orgullosos y tiranos frente a los demás: “Los que quieren ser ricos caen en tentaciones y trampas; un montón de ambiciones locas y dañinas los hunden en la ruina hasta perderlos. Debes saber que la raíz de todos los males es el amor al dinero. Algunos, arrastrados por él, se extraviaron lejos de la fe y se han torturado así mismos con un sin número de tormentos” (1Tim 6,9-10). 

Cuando nos apegamos a las cosas efímeras, vamos hacia la perdición porque no calculamos los peligros que implica seguir aferrados a estos y no se forjan los cimientos de nuestra vida y siempre viviremos en el lamento de nuestra ruina (Cfr. Lc 14, 28-33) sin alcanzar la plenitud de la felicidad en Dios que es lucha por instaurar el reino:  “El reino de Dios es para quienes deponen su apego a las riquezas y hacen la voluntad del Padre, desprendiéndose de todo tipo de esclavitud, es asumir el compromiso del llamado del Señor, sin condicionamientos, es dejarlo todo por causa del reino, es estar libre de apegos, de la ley muerta y de tantas cosas que lo impiden; es simple asunción en la cruz: La pedagogía de la Cruz en el discipulado desestabiliza las pretensiones particulares de ascender, quita el deseo reprimido de mando. El verdadero discípulo seguidor de Jesús es el que se hace servidor de todos, comprende que la cruz es servicio, es entrega, es darse por amor, es hacer profesión de amor, es vida, es fe en Jesucristo, es hacernos uno con Él, es ser servidor del Reino de la vida: “Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35). Desde esta perspectiva, quien está apegado a sus riquezas materiales asume el camino contrario al seguimiento a pesar del llamado del Señor, este tipo de atajo, es contrario al seguimiento de quien lo deja todo por el Señor (Mc 1, 16-20; 3,13), de aquellos que son enviados a predicar el evangelio, sin llevar nada para el camino (Mc 6, 6-13) solo confiando en la providencia de Dios (Mt 6,19-21.24-34). Quien no comprende la provincialidad de Dios, se apega así mismo a las cosas materiales rompiendo con la dinamicidad del llamado incluso llegando al rechazo[3].

A modo de conclusión

Por tanto, tú que abandonando a Dios, te amaste a ti mismo, amando el dinero, te abandonaste también a ti. Primero te abandonaste, luego te perdiste,. El amor al dinero fue quien hizo que te perdieras. Por el dinero llegas a mentir: La boca que miente da muerte al alma (Sab 1,11). Ve, pues, que cuando vas detrás del dinero, has perdido tu alma. Trae la balanza, pero la de la verdad, no la de la ambición; tráela, te lo ruego, y pon en un platillo el dinero y en el otro el alma. Eres tú quien pesas y, llevado por la ambición, introduces fraudulentamente tus dedos: quieres que baje el platillo que contiene el dinero. Cesa, no peses; quieres cometer fraude contra ti mismo; veo lo que estás haciendo. Quieres anteponer el dinero a tu alma; por él quieres mentir y perderla a ella. Apártate, sea Dios quien pese; pese él que no puede engañar ni ser engañado. Mira que pesa Él; Mírale pesando y escucha su fallo: ¿Qué aprovecha a un hombre ganar todo el mundo? Son palabras divinas, palabras de quien pesa sin engañar, palabras de quien anuncia y avisa[4].


[1] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión Lc 9,51-62. Medellín.  Junio 30 de 2013.
[2] Padre Zezinho. Canción No Peito eu levo uma cruz”
[3] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión Mc 10,17-30. Medellín. Oct. 14 de 2012
[4] San Agustín. Serm 330,1-3.

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