sábado, agosto 24, 2013

_SEÑOR, ¿SON POCOS LOS QUE SE SALVAN?


 
Lc 13,22-30
Extiende tu amor a toda la tierra si quieres amar a Cristo, pues los miembros de Cristo están en toda la tierra. Si amas sólo una parte, estás dividido (San Agustín. Comentario 1Juan 10).

La enseñanza de Jesús a los seguidores deja a un lado todo intento de confundir fe con idolatría. La idolatría mata y aleja de Dios, la idolatría es un mal que invade el corazón obstinado que no acepta la presencia de Dios por correr detrás de intereses idolátricos: “Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, al que tu sacaste de Egipto” (Ex 32,7) El que se deja seducir por los ídolos no hace caso a la voz del Señor, porque se hace terco y duro de corazón:  “La casa de Israel no querrá hacerte caso, porque no quieren hacerme caso a mí. Pues toda la casa de Israel son tercos de cabeza y duros de corazón” (Ez 3,7).
 
El seguidor es quien rompe con todo tipo de idolatría ya sea al interior de la Iglesia de Jesucristo o al exterior de esta y mantiene la fe en Jesucristo sin perturbar su atención frente a la fe recibida, sin olvidar la exhortación que hace el Señor: “¿Han olvidado ya la exhortación que Dios les dirige como a hijos? Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor ni te desanimes si te reprende; porque el Señor corrige a quien ama y azota a los hijos que reconoce. Aguanten, es por su educación, que Dios los trata como a hijos” (Hb 12,5-7a; Cfr. Prov 3,11-12; 13,1).
Dios es quien manifiesta la exclusividad de su amor por lo que profesan la fe en Él: “Creo en Dios Padre”; “Creo en Jesucristo Hijo Único de Dios”; “Creo en el Espíritu Santo Señor y dador de Vida”; “Creo en la Iglesia”. Son cuatro razones para esculpir en letras de moldes en el epitafio de nuestro corazón el amor exclusivo al Dios de Jesucristo, que nos mantiene firmes en la fidelidad a su proyecto: La irrupción histórica del reinado de Dios.
Es exigencia al discípulo ser coherente en su fe, en el amor a Dios y en la fidelidad, estas exigencias no consiste en vivir a medias el seguimiento, sino en una entrega total, es estar atentos a las enseñanzas del Maestro, quien a través de signos y parábolas va indicando el camino a seguir (Cfr. Lc 13,1-21) El pasaje de Lucas (13,22-30), nos manifiesta que quien no viva desde la firmeza su fe y no mantenga su preferencia en amar a Jesús siendo fiel a su proyecto será desconocido para el reino, Jesús no  lo reconocerá entre los discípulos: “No se de dónde son ustedes. Entonces dirán: Hemos comido y bebido contigo, en nuestras calles enseñaste. Él responderá: Les digo que no se de dónde son ustedes apártense de mí, malhechores” (Lc 13,25-27).
Esta desgracia es la suerte de todos los que han puesto su confianza lejos del Señor, los que han desviado su corazón por seguir ídolos, tanto humanos como divinos, son quienes han prostituido su corazón haciendo lo que el señor reprueba (Cfr. Jr 3,1-7;  Os 2, 7; 4,1-19) han dejado de ser pueblo del Señor: “Llámalos:  No-pueblo-mío porque ustedes no son mi pueblo y yo no estoy con ustedes” (Os 1,9) Quien no viva enteramente en fe y entregado por amor al Señor, siendo fiel a su proyecto, será rechazado por Él. Quien no huya de la idolatría y se vuelva al Señor con una conversión verdadera, no será reconocido por él, por esto, es necesario volver a Dios (Cfr. 1Tes 1,9; 1Cor 10-14; 2Cor 6,16; Gal 5,20; 1Jn 5,20; Ap 21,8; 22,15) Volver a Dios, es entrar por la puerta estrecha, para no llegar a la perdición (Cfr. Mt 7,13-14): “Procuren entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no podrán (…) Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando vean a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras ustedes sean expulsados” (Lc 13,24.28; Cfr. Mt 7,21-23).
La fidelidad es exigente, es dejarse llenar del amor de Dios; Él derrama su corazón por los pecadores (Cfr. Jr 8,18-9,3): “El día en que naciste no te cortaron el ombligo, ni te bañaron, ni te frotaron con sal, ni te fajaron. Nadie tuvo compasión de ti ni se preocupó de hacerte esas cosas. El día en que naciste, te dejaron tirada en el campo porque sentían asco de ti. Yo pasé junto a ti, y al verte pataleando en tu sangre, decidí que debías vivir. Te hice crecer como una planta del campo. Te desarrollaste, llegaste a ser grande y te hiciste mujer. Tus pechos se hicieron firmes, y el vello te brotó. Pero estabas completamente desnuda. Volví a pasar junto a  ti, y te miré; estabas ya en la edad del amor. Extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu cuerpo desnudo, y me comprometí contigo; hice una alianza contigo, y fuiste mía. Yo, el señor, lo afirmo. Yo te bañé, te limpié la sangre y te perfumé; te puse un vestido de bellos colores y sandalias de cuero fino; te di un cinturón de lino y un vestido de finos tejidos; te adorné con joyas, te puse brazaletes en los brazos y un collar en el cuello, te puse un anillo en la nariz, aretes en las orejas y una hermosa corona en la cabeza. Quedaste cubierta de oro y plata (…) Te alimentabas con el mejor pan, y con miel y aceite de oliva. Llegaste a ser muy hermosa: te convertiste en una reina” (Ez 16,4-13).
Este amor que acoge y engalana es lo que Jesús quiere hacer con su pueblo: ¡Cuántas veces intenté reunir a tus hijos como la gallina reúne a los pollitos bajo sus alas, y tú te negaste” (Mt 23,37) viviendo lejos del Señor sin escuchar su voz, y sin  recapacitar (Cfr. Is 1,2-4) Han matado la ilusión del Señor, se prostituyeron con desamor, causando todo tipo de infidelidad: “Pero confiaste en tu belleza y te aprovechaste de tu fama para convertirte en una prostituta, entregando tu cuerpo a todo el que pasaba. Con tus vestidos hiciste tiendas de culto pagano en las colinas, y te prostituiste en ellas. Tomaste las joyas de oro y de plata que yo te había regalado, e hiciste figura de hombres para prostituirte con ellos; les pusiste tus vestidos de bellos colores y le ofreciste mi aceite y mi incienso. El pan que yo te había dado, que era de la mejor harina, y el aceite y la miel con que yo te había alimentado, se los ofreciste a ellos como ofrenda de olor agradable. Yo, el Señor, lo afirmo” (Ez 16,15-19; Cfr. Ap 17, 3-6).
“¿Entonces, ¿Quién puede salvarse?” (Mt 19,25): El que lucha por hacerse digno en el Señor, iluminando la vida en el amor, en la fe y en la fidelidad haciendo creíble el reinado de Dios porque “para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt 19, 26) Posibilitar la salvación es el objetivo en la rectitud del corazón que ama al Padre, así como lo asumió Jesús en la Cruz (Cfr. Lc 9,31) camino estrecho para no ir  a la perdición. El que sigue el camino ancho de sus intereses, se aparta del proyecto del reino, se aleja de las bienaventuranzas (Cfr. Mt 5,3-10) no vive a la manera de Jesús que ha colocado su confianza en el Señor: “Dichoso quien no acude a la reunión de los malvados ni se detiene en el camino de los pecadores  ni se sienta en la sesión de los arrogantes; sino que su tarea es la ley del Señor y susurra esa ley día y noche” (Sal 1,1-2). 

“El desempeñar un puesto de liderato no consiste en estar más arriba sino en ir por delante” (San Agustín. Serm 340,2).

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