Lc 12, 49-53
Cuerpo de Cristo,
santa Iglesia, haz que todos tus miembros digan: ¨¿Quién es como tú, Señor?¨ (San
Agustín. Enar.Salmos 34,14.).
Renunciar al
apego de las cosas, es dejarse seducir por la proximidad de la palabra de Dios
que se encarnó para hacer historia en nuestra historia, para dejar todo lo que
nos impide vivir la fe en el Señor Jesús: “Dejemos
a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos[1]
con fortaleza la carrera que tenemos por delante. Fijemos nuestra mirada en
Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona” (Heb 12,1-2).
La Fe es camino, es estar dispuestos a escuchar la voz del maestro, es
renuncia del corazón a los apegos. No podemos mantener la concepción de que el
corazón es el órgano de la afectividad, debemos trascender esta concepción enfermiza.
La concepción hebrea es más centrada al referirse al corazón: “El hebreo
concibe el corazón como lo interior del hombre en un sentido mucho más amplio.
Además de los sentimientos (2Sm 15,13; Sal 21,3; Is 65,14) El corazón contiene
también los recuerdos y los pensamientos, los proyectos y las decisiones. Dios
ha dado a los hombres “un corazón para pensar” (Eclo 17,16) el salmista evoca
los “pensamientos del corazón” (Sal 33,11) (…) En la antropología concreta y
global de la Biblia, el corazón del hombre es la fuente misma de su personalidad
consciente, inteligente y libre, la sede de sus elecciones decisivas la de la
ley no escrita (Rm 2,15) y de la acción misteriosa de Dios, en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo Testamento, el corazón es el punto donde el hombre
se encuentra con Dios, encuentro que viene a ser plenamente efectivo en el
corazón humano del Hijo de Dios[2].
La fe en
Cristo Jesús es la fuerza motivadora de colocarnos en las manos del Señor, para
vivir la presencia del reinado de Dios: “El
reino de Dios es para quienes deponen su apego a las riquezas y hacen la
voluntad del Padre, desprendiéndose de todo tipo de apego, es asumir el
compromiso del llamado del Señor, sin condicionamientos, es dejarlo todo por
causa del reino, es estar libre de apegos, de la ley muerta y de tantas cosas
que lo impiden; es simple asunción en la cruz: La pedagogía de la Cruz en el discipulado
desestabiliza las pretensiones particulares de ascender, quita el deseo
reprimido de mando. El verdadero discípulo seguidor de Jesús es el que se hace servidor
de todos, comprende que la cruz es servicio, es entrega, es darse por amor, es
hacer profesión de amor, es vida, es fe en Jesucristo, es hacernos uno con Él,
es ser servidor del Reino de la vida: “Si uno quiere ser el primero, que sea el
último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35)”[3].
Al hacer claridad en lo anterior, nos acercarnos a este
texto un poco extraño, de frases tomadas de la tradición oral sapiencial que en
gran parte pertenece a Lucas, y que manifiesta la situación de crisis y de violencia
que vivían en su tiempo las familias y las comunidades cristianas en tiempos de
la redacción evangélica. La predicación del evangelio y la puesta en marcha del
proyecto del Reino, que en algunos lugares eran causa de persecución. Y por otra parte, a la referencia de la crisis familiar que se había intensificado por
este modelo de vida cristiano en las comunidades familia que no era aceptado
por la mayoría de sus miembros.
La tradición del evangelio de Lucas recoge aquí y
contextualiza la tradición profética de
Miqueas que recrea la situación de infidelidad de las familias israelitas: “Entonces reinará la confusión entre ellos.
No creas en las palabras de tu prójimo ni confíes en ningún amigo; cuídate aún
de lo que hables con tu esposa. Porque los hijos tratan con desprecio a los
padres, las hijas se rebelan contra las madres, las nueras contra las suegras y
los enemigos de cada cual son sus propios parientes” (Mq 7,4c-6)[4].
Al recrear esta situación familiar de las comunidades cristianas, la comunidad
lucana presenta las dificultades en el entorno familiar para vivir en la paz
que proclamaba Jesús (Cfr. Mt 5,9; Mc 9,50; Lc
1,79; 10,5; 19,38; 24,36; Jn 14,27; 16,33; 20,21.26) Sabemos que no es tarea
fácil para los cristianos vivir en la armonía del reino que es necesario
sortear muchas dificultades para lograr la unidad.
Al proponer Jesús el fuego que debe abrazarnos en
este intento de unidad: “Yo he venido a
prender fuego en el mundo; y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!” (Lc
12,49), hace referencia a la separación entre los que acogen la palabra y
creen y los que no acogen la palabra y no creen ahondando la división
intrafamiliar o comunitaria: ¿Creen
ustedes que he venido a traer paz a la tierra? Les digo que no, sino división”
(Lc 12,51) Los que recre el juicio final: allí será la separación de los
buenos y de los malos (Cfr. Mc 9,48; Mt 7,19; 25,31-46; Lc 3,16- 17).
La presencia del fuego hace énfasis en la
purificación (Cfr. Is 1,25; Zc 13,9) del bautismo cristiano, Jesús vino a
bautizar con fuego (Cfr. Lc 3,16) y en fuego lo recibieron los discípulos (Cfr.
Hec 2,2-4) y el mismo Jesús habla de la
angustia de este bautismo (Cfr. Mc 10,38-39; Lc12,50; Jn 18,11) como un trago
amargo que debía pasar: “Padre mío, si es
posible, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero,
sino lo que quieres tú” ( Mt 26,39; Cfr. Is 51,17; Ez 23,31-34; Heb 5,7-8). Jesús
se mantuvo fiel en sus opciones hasta el final y quienes permanezcan fieles
hasta el final serán salvos (Mt 24,11-13; Lc 21,28)
A modo de conclusión
A pesar de lo
contradictorio que parezca este texto en su estructura de frases de tradición
oral sapienciales, Lucas enfatiza que Jesús
está colocando la alternativa de seguirle desde una opción radical en el fuego
de su bautismo para que le seamos fieles hasta el final:
1. En
la opción por la pobreza evangélica como desprendimiento de los apegos.
2. En
tener un corazón rebosante de amor a Dios y al prójimo. Entendido el corazón
como todo el ser.
3. En
estar vigilantes a la espera del Señor. Siempre en disposición de escucha.
5.
Y viviendo en unidad (cf. Jn
17,17-23) siendo fieles a las opciones hayamos hechos: “Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su
esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aún más que así mismo,
no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede
ser mi discípulo” (Lc 14,26-27).
Esta es mi gloria, Señor mi Dios:
que pueda demostrarte por siempre que no hay nada de mí mismo por mí. Todas las
cosas buenas provienen de ti, pues tú eres Dios (San Agustín. (Enar. Salmo
29,13).
[1] Cfr. Hec 20,24; 1Cor 9,24-27;
2Tit 4,7.
[2] León-Dufour Alonso, Xavier. Vocabulario
de teología Bíblica. Barcelona 1972. Edición de 2012. P. 189.
[3]
CASALINS, G. Otro Texto para no leer: Reflexión. Mc 10, 17-30. Medellín. Oct 14
de 2012.
[4] La
crisis moral que se había difundido por todos los sectores de la sociedad,
afectaba también las relaciones familiares. En la sociedad israelita se tenía
en alta estima la estabilidad familiar y el respeto de los hijos por los padres
(Ex 20,12; 21,15.17; Lv 20,9; Dt 21,18-21; Prov. 20,20). SBU. Biblia de
estudio. Dios habla hoy.
[5]
Cfr. Otro texto para no leer: Reflexión Lc 12, 32-48. Medellín. Agosto 11 de
2013.
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