sábado, julio 20, 2013

SE QUEDÓ ESCUCHANDO SU PALABRA


 
Lc 10,38-42

¡Oh sacramento del Amor, signo de nuestra unidad y vínculo de nuestra fraternidad, todos los que desean la vida tienen aquí la fuente! Permite que vengan acá y crean, únenos a ti y haznos vivir (San Agustín. Coment. Evang. S. Juan 26,13). 

La Iglesia de la misericordia, Iglesia del Buen Samaritano, es la Iglesia de acogida, Iglesia hogar-familia reunida para escuchar la voz del Maestro. Escuchar al Maestro, es colocarse a sus pies y estar atentos a su voz. Quien se hace a los pies son los discípulos y María se hace discípula que escucha, este hecho es inapropiado para un judío aferrado a las leyes, porque las mujeres no podían participar en la escuela de los discípulos, reservada a los varones. Jesús nuevamente rompe con los preceptos que lo impedían dejando a María como discípula quien le escucha, Él le habla al corazón, tocar el corazón es creer: “Tocar con el corazón, esto es creer” (San Agustín. Sermo 229/L, 2).

Escuchar la voz del Señor es caminar en su presencia, y seguir sus pasos, es poner toda la confianza en él, es salir de sí mismo para ir a su encuentro: “Dios le dirige la Palabra, se revela como un Dios que habla y llama por su nombre. La fe está vinculada a la escucha. Abrahán no ve a Dios, pero oye su voz. De este modo la fe adquiere un carácter personal. Aquí Dios no se manifiesta como el Dios de un lugar, ni tampoco aparece vinculado a un tiempo sagrado determinado, sino como el Dios de una persona, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, capaz de entrar en contacto con el hombre y establecer una alianza con él. La fe es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre”. (LF 8).

María se ha sentado como discípula a escuchar a su maestro, Marta está inquieta por los quehaceres y no sabe si seguir aferrada a los preceptos que le implicaban cumplir con los oficios de la casa o romper este tipo idolátrico y dejar que su corazón sea tocado por la Palabra que la lleva a la fe en la novedad de Dios allí presente: “La fe cristiana es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo. « Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (1 Jn 4,16). La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último” (LF 15).
 
De esta manera, escuchar la voz del Señor, es romper con la idolatría de la ley que impedía o impide ver al Señor, es colocar el corazón: “En la Biblia el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan todas sus dimensiones: el cuerpo y el espíritu, la interioridad de la persona y su apertura al mundo y a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. Pues bien, si el corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones es porque en él es donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo. La fe transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor. Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad (LF 26).

Porque quien escucha, escoge la mejor parte y no anda en el hacer por hacer. Vivimos preocupados por un activismo religioso y creemos que la pastoral se resume en actividades y no en la escucha de la Palabra que es formativa y evangelizadora. El activismo nos lleva a rumbos sin horizonte como andaba Marta: “Marta, Marta, tú andas preocupada y te pierdes en mil cosas: una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada” (Lc 10,41-42) Y esto es lo que hemos olvidado, tenemos infinidad de actividades sin escuchar la voz del Señor, lo vemos y no creemos, porque tenemos que hacer, menos escuchar su voz. Vemos, escuchamos, pero no creemos: “La conexión entre el ver y el escuchar, como órganos de conocimiento de la fe, aparece con toda claridad en el Evangelio de san Juan. Para el cuarto Evangelio, creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver. La escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento propio del amor: es una escucha personal, que distingue la voz y reconoce la del Buen Pastor (cf. Jn 10,3-5); una escucha que requiere seguimiento, como en el caso de los primeros discípulos, que « oyeron sus palabras y siguieron a Jesús » (Jn 1,37). Por otra parte, la fe está unida también a la visión. A veces, la visión de los signos de Jesús precede a la fe, como en el caso de aquellos judíos que, tras la resurrección de Lázaro, « al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él » (Jn 11,45). Otras veces, la fe lleva a una visión más profunda: « Si crees, verás la gloria de Dios » (Jn 11,40). Al final, creer y ver están entrelazados: « El que cree en mí […] cree en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado » (Jn 12,44-45) (LF 30).

Otra forma de no escuchar al Señor, son la multiplicación de rezos y es otra forma de estar agitados como Marta, quien se agita buscando sus rezos, se multiplican las palabras y se nos olvida que orar es tomarse tiempo para escuchar, para meditar en silencio  la Palabra, tenemos que callar nuestros deseos y colocar toda la atención en Dios que está presente y nos invita a unirnos en su acción salvífica. El activismo religioso confundido con pastoral, el activismo rezandero confundido con oración puede llevarnos a un sacramentalismo que nos impide escuchar la voz del Señor, nos impide ver al Señor y nos impide creer en El. 

A modo de conclusión 

1.      Un justo equilibrio sería necesario para conciliar nuestra actividad pastoral con la escucha de la Palabra del Señor, hacernos a sus pies para escucharle, es hacernos discípulos de quien vemos, de quien escuchamos y a quien creemos porque hemos escogido la mejor parte, escuchar la voz del Señor y hacer su voluntad (Cfr. Mc 3,31-35; Mt 7,21-27). 
2.      “La escucha de la Palabra, Jesús no es sólo el primer enviado del Padre, sino también el que, por ser Él la Palabra única del Padre, reúne a los hombres, en nuestro caso los miembros de la familia de Betania. El relato, empieza con la acogida por parte de Marta (Lc 10,38), y después presenta a María en la actitud propia del discípulo, sentada a los pies de Jesús y atenta a escuchar su Palabra. Esta actitud de María resulta extraordinaria, porque en el judaísmo del tiempo de Jesús no estaba permitido a una mujer asistir a la escuela de un maestro.
3.       El evangelista deja ver al lector que no hay contradicción entre la diaconía de la mesa y la de la Palabra, pero pretende presentar el servicio en relación con la escucha. La invita a escoger la parte única y prioritaria que María ha escogido espontáneamente”[1]. 

Dame, Señor, la fuerza de buscarte ya que me hiciste capaz de encontrarte y me has dado la esperanza de encontrarte siempre más (San Agustin. Trinidad 15,51).


[1] http://www.ocarm.org/es/content/lectio/lectio-lucas-1038-42.

No hay comentarios: