Lc 7,11-17
Orar extensamente no significa, como
piensan algunos, orar con muchas palabras. Un deseo continuo no equivale a
muchas palabras (San Agustín. Carta 130, 19).
El acontecimiento pascual celebrado en
comunidad, sigue siendo un llamado a evangelizar, a compartir desde la pobreza,
en solidaridad, desde la festividad, desde la novedad y no desde el luto porque
es Dios quien se revela en la historia:
El misterio de la
encarnación nos manifiesta, por una parte, que Dios se comunica siempre en una
historia concreta, asumiendo las claves culturales inscritas en ella, pero, por
otra parte, la misma palabra puede y tiene que transmitirse en culturas
diferentes, transfigurándolas desde dentro, mediante lo que el Papa Pablo VI
llamó la evangelización de las culturas...” (VD 114).
La evangelización es potenciar la creación, el crecimiento y
el fortalecimiento de las comunidades. En estas comunidades se debe propiciar
estos espacios de formación catequética, litúrgica y celebrativa, entorno a la lectura y reflexión
de la Palabra, que se vive en la casa, se celebra en los templos saliendo a
practicar la caridad: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de Comer” (Mt 25,
35; Cfr. St 2,14-16).
Esta acción de la
comunidad se proyecta como encuentro y formación para el desarrollo de la fe.
Que se gesta y nace en la formación de la comunidad, que procura la renovación
de los ritos en la liturgia como ejercicio del sacerdocio de Jesucristo: “la
liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos
sensibles significan y, cada una a su manera, realiza la santificación del hombre;
y así el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros,
ejerce el culto público íntegro” (SC 7).
La comunidad que celebra el
acontecimiento pascual: en la casa, en el templo y practica la caridad con la
gente, esto es: “espacio y escuela de comunión, fuente de
valores humanos y cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa
y responsablemente. Para que la familia sea “escuela de la fe” y pueda ayudar a los padres a ser los primeros
catequistas de sus hijos, la pastoral familiar debe ofrecer espacios
formativos, materiales catequéticos, momentos celebrativos, que le permitan
cumplir su misión educativa” (DA 302), es la que desde una pastoral evangelizadora en la Iglesia
se ve como una comunidad compuesta de hombres y mujeres débiles:
·
Que
suplican: “Perdónanos nuestras ofensas” (San Agustín Retractaciones 11,19).
·
Que
vive inserta en la Iglesia y que no se verá libre de la fragilidad humana (Cfr.
San Agustín Serm. 88,21).
·
Que
es comunidad dinámica en permanente conversión, necesitada de reforma al igual
que la Iglesia peregrina de Jesucristo (San Agustín, Serm. 341,12; 181,7; Carta 185,9, 39).
Esta comunidad pascualizada, se
caracteriza por ser fraternidad, por ser comunidad de pobres, por encarnarse en
las realidades humanas, por ser lugar de encuentro, de acogida y de diálogo,
por ser regazo de los desheredados y ser casa de amistad, de unidad, de concordia,
de esperanza y por ser casa festiva. Por medio de ellas, es necesario cambiar
la concepción de Iglesia que muchos tienen, porque se concebiría: que la
Iglesia es más que una asamblea que enseña en el orden estricto de la doctrina,
sino que ella es una asamblea en la cual impera el deseo de servicio en la amistad y la fraternidad, al lado del
necesitado, y dispuesta siempre a vivir en pascua de resurrección.
Desde esta perspectiva, Lucas recrea en el
evangelio la misericordia de Dios que bajó, para acercarse a los pobres y
excluidos:
Las viudas,
según la tradición bíblica, eran vulnerables, y más aún si no tenían un hijo
varón que les garantizara seguridad y dignidad. Sólo el hombre garantizaba para
ellas un status dentro de la sociedad, pues eran consideradas objetos de
propiedad, primero del padre y luego de su marido. Eran valoradas especialmente
por su condición de procreadoras. Por esta razón la viuda de Naín, cae en
desgracia: La pérdida de su hijo suponía también la pérdida de dignidad y
consideración en la sociedad donde vivía, máxime cuando ya había sufrido la
pérdida de su marido, que le aseguraba estabilidad y respeto. El llanto de la
viuda es el grito silencioso de una mujer que siente no sólo pérdida de su hijo
sino también su destino de vulnerabilidad, exclusión y desigualdad. Jesús se
conmueve por la suerte de esta mujer, se solidariza, la mira y la toma en
cuenta, le pide que no llore, se acerca al féretro... y ordena al muchacho
difunto que se levante. Jesús coloca al muchacho con vida en brazos de su
madre. Jesús transgrede de nuevo las reglas excluyentes de aquella sociedad,
devolviendo la vida y la dignidad a la mujer. El milagro es inclusión en la
sociedad del excluido, es protección al vulnerable, social, cultural,
religiosamente y sobre todo frente a una ley que pretendía ser justa”[1].
A modo de conclusión
·
“Seguir a los ídolos del poder, del beneficio, del
dinero, por encima del valor de la persona, se ha convertido en una norma
fundamental de funcionamiento y en criterio decisivo de organización. Nos hemos
olvidado y nos olvidamos todavía que, por encima de los negocios, de la lógica
y de los parámetros de mercado, está el ser humano y que hay algo que se le
debe en cuanto persona, en virtud de su dignidad profunda: darle la posibilidad
de vivir dignamente y de participar en el bien común.” (Papa Francisco. Ciudad
del Vaticano, 25 de mayo 2013).
·
La fascinación por lo provisional, la
sensación de ser dueños del tiempo, y la cultura del bienestar a toda costa, a
menudo impide a la gente de hoy en día seguir a Jesús de cerca. Las riquezas, son un impedimento, algo que no hace que sea
fácil en el camino hacia el reino de Dios. Cada uno de nosotros tiene sus
riquezas, pero a menudo son riquezas que impiden acercarse a Jesús" y que
a veces incluso llevan "tristeza".
Se trata de riquezas que provienen de nuestra cultura. "El
bienestar. La cultura del bienestar que nos hace poco valientes, nos hace
perezosos, nos hace egoístas”. La riqueza "que fascina a la gente de hoy, es
convertirse en dueños de tiempo: hacemos corto el tiempo al momento". (Papa
Francisco, Mayo 27 de 2013).
“Es
tal la perversidad de los hombres que el mal se convierte, a veces, en norma de
moralidad pública. Con ello, los más débiles sienten vergüenza de ser buenos”
(San Agustín. Serm. 9, 9,12).
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