Lc 9,11b-17
Dame, Señor, la fuerza de buscarte ya
que me hiciste capaz de encontrarte y me has dado la esperanza de encontrarte
siempre más (San Agustín. De Trinidad
15,51)
A través de la comunidad se ha manifestado el amor
de Dios que ha sido recreado como acontecimiento de fe de la trinidad encarnada
en la humanidad, la dinamicidad de la trinidad es la propuesta de liberación,
de la promoción humana, de la salvación, que es la Iglesia del Espíritu,
animada y animadora[1].
Es la Iglesia que se abre a la novedad del Espíritu como nos lo plantea el Papa
francisco:
La novedad nos da
siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo
control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos
nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede
también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto
punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que
el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos
miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes
con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero,
en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad
—Dios ofrece siempre novedad—, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del
que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra,
aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y
conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el
cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por
la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede
con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo
que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la
verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien[2].
Al dejarnos transformar por el Espíritu abrimos
nuestros corazones al camino de la solidaridad, en una Iglesia de la
misericordia, la Iglesia de Jesucristo que celebra con novedad, el
acontecimiento de la fe, como belleza siempre antigua y siempre nueva[3].
Sin esta novedad caemos en un culto vacío y sin sentido de una fe vacía y sin
sentido en el que nos reunimos dentro de unas paredes para vivir como en un
club de desconocidos, que entraron sin conocerse, estuvieron sin hablarse y
salieron sin saludarse.
En cambio una Iglesia encarnada en la Trinidad es
dinámica, festiva que celebra el acontecimiento de fe como solidaridad, como la
novedad de un Dios novedoso que se hace novedad en la vida sacramental y en la
sacramentalidad que es cada hermano a quien debo amar como amo a Dios y esta
sería la plenitud de una Iglesia de la misericordia que vive y festeja a Cristo
Muerto y Resucitado en el signo Eucarístico del Sacrificio solidario, como si
fuera la primera vez, como si fuera la única vez y como si fuera la última vez.
Por esta razón Cristo nos dejó este camino de fe como memorial, para que cada
vez que celebremos la Eucaristía lo hagamos en memoria suya. Como lo recuerda
Santo Tomas:
Pero, a fin de que guardásemos por siempre
jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la
apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su
sangre, para que fuese nuestra bebida. No hay ningún sacramento más saludable
que éste, pues por él se borran los pecados, se aumenta las virtudes y se nutre
el alma con la abundancia de todos los dones espirituales… Por eso para que la
inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los
fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con sus
discípulos iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento
como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas
figuras y las más maravillosas de sus obras; y lo dejó a los suyos como
singular consuelo en la tristeza de su ausencia[4].
De manera que
Cristo estregado para la salvación, es celebrado para la salvación y nosotros
celebramos en camino de salvación en la Iglesia de Jesucristo, una Iglesia situada en la
historia de la humanidad, más histórica y más humana, y en consecuencia
auténticamente divinizada y divinizadora, Iglesia humana que se va divinizando
y humanizando, una Iglesia más dispuesta a la enseñanza y a la conversión: “una
Iglesia de la misericordia”, donde se viva desde la presencia del Espíritu de
Jesús Resucitado. Desde allí la pastoral ha de estar orientada a la conversión, convertirnos es volver nuestros
corazones, nuestros pensamientos, al amor
primero que nace del amor del Padre que ha sido revelado por el Hijo y
comunicado por el Espíritu Santo, es volver a retomar la armonía de una
comunidad eclesial que vive su fe desde la presencia de la Trinidad. Al beber
de esta fuente trinitaria todos nosotros estamos llamados a cumplir esta misión
de formar comunidades-familias misioneras que peregrinen hacia los hombres,
hacia Dios y encuentre su fundamento y su desarrollo en la fe en Jesucristo”[5].
A modo de Conclusión
Partiendo de
esta reflexión se precisa que la Eucaristía es el centro de nuestra liturgia,
es el camino de redención por el cual Cristo se entregó así mismo: “Tomen, esto es mi cuerpo” (Mc 14,22) “Esto
es mi sangre, con lo que se confirma la alianza, sangre derramada en favor de
muchos” (Mc 14,24; Cfr. Ex 24,6-8; Jr 31,31-34; Zc 9,11; Lc 22,20) para el
perdón de los pecados: “Cristo se ofreció así mismo a Dios como
sacrificio sin mancha, y su sangre limpia nuestra conciencia de las obras que
llevan a la muerte (…) Por eso, Jesucristo es mediador de una nueva alianza y
un nuevo testamento, pues con su muerte libra a los hombres de los pecados
cometidos bajo la primera alianza, y hace posible que los que Dios ha llamado
reciban la herencia eterna que Él le ha prometido” (Heb 9, 14.15; Nm 28,3;
1P 1,18-19; 1Jn 1,7; Ap 7,14 ). Esta
alianza, es el precio de nuestra libertad, porque hemos sido salvados,
recatados con precio de Sangre, con lo que fuimos adquirido como pueblo de Dios (1Cor 6,20; 1P
1,19; 2,9-10)[6].
“El amor es el motivador de la enseñanza” (San Agustín. De Cat. Rud.
4,8)
[1] Cfr. CASALINS, G. Otro
Texto para no leer: Santísima Trinidad III. Jn 16,12-15. Medellín Mayo 26 de
2013.
[3] Cfr. San Agustín. Conf.
10,27,29.
[4] Sto Tomás. Opusculo 57. En la fiesta del Cuerpo de
cristo. Lect.1-4
[5]
CASALINS, Guillermo. Celebración de los símbolos en los sacramentos de
iniciación cristiana Bautismo y Confirmación. Monografía. Bogotá. 2010. Pag.
84-85
[6]
CASALINS, G. Otro texto para no leer: Cuerpo y Sangre de Cristo II. Mc
15,12-16.22-26. Medellín Junio 10 de 201.
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