sábado, junio 01, 2013

EUCARISTÍA: CUERPO Y SANGRE DE CRISTO: DENLE USTEDES DE COMER

Lc 9,11b-17

Dame, Señor, la fuerza de buscarte ya que me hiciste capaz de encontrarte y me has dado la esperanza de encontrarte siempre más  (San Agustín. De Trinidad 15,51)

A través de la comunidad se ha manifestado el amor de Dios que ha sido recreado como acontecimiento de fe de la trinidad encarnada en la humanidad, la dinamicidad de la trinidad es la propuesta de liberación, de la promoción humana, de la salvación, que es la Iglesia del Espíritu, animada y animadora[1]. Es la Iglesia que se abre a la novedad del Espíritu como nos lo plantea el Papa francisco:

La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad —Dios ofrece siempre novedad—, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien[2].

Al dejarnos transformar por el Espíritu abrimos nuestros corazones al camino de la solidaridad, en una Iglesia de la misericordia, la Iglesia de Jesucristo que celebra con novedad, el acontecimiento de la fe, como belleza siempre antigua y siempre nueva[3]. Sin esta novedad caemos en un culto vacío y sin sentido de una fe vacía y sin sentido en el que nos reunimos dentro de unas paredes para vivir como en un club de desconocidos, que entraron sin conocerse, estuvieron sin hablarse y salieron sin saludarse.

En cambio una Iglesia encarnada en la Trinidad es dinámica, festiva que celebra el acontecimiento de fe como solidaridad, como la novedad de un Dios novedoso que se hace novedad en la vida sacramental y en la sacramentalidad que es cada hermano a quien debo amar como amo a Dios y esta sería la plenitud de una Iglesia de la misericordia que vive y festeja a Cristo Muerto y Resucitado en el signo Eucarístico del Sacrificio solidario, como si fuera la primera vez, como si fuera la única vez y como si fuera la última vez. Por esta razón Cristo nos dejó este camino de fe como memorial, para que cada vez que celebremos la Eucaristía lo hagamos en memoria suya. Como lo recuerda Santo Tomas:

Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida. No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumenta las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales… Por eso para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con sus discípulos iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y las más maravillosas de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en la tristeza de su ausencia[4].

De manera que Cristo estregado para la salvación, es celebrado para la salvación y nosotros celebramos en camino de salvación en la Iglesia de Jesucristo, una Iglesia situada en la historia de la humanidad, más histórica y más humana, y en consecuencia auténticamente divinizada y divinizadora, Iglesia humana que se va divinizando y humanizando, una Iglesia más dispuesta a la enseñanza y a la conversión: “una Iglesia de la misericordia”, donde se viva desde la presencia del Espíritu de Jesús Resucitado. Desde allí la pastoral ha de estar orientada a la   conversión, convertirnos es volver nuestros corazones, nuestros pensamientos, al amor  primero que nace del amor del Padre que ha sido revelado por el Hijo y comunicado por el Espíritu Santo, es volver a retomar la armonía de una comunidad eclesial que vive su fe desde la presencia de la Trinidad. Al beber de esta fuente trinitaria todos nosotros estamos llamados a cumplir esta misión de formar comunidades-familias misioneras que peregrinen hacia los hombres, hacia Dios y encuentre su fundamento y su desarrollo en la fe en Jesucristo”[5].

A modo de Conclusión

Partiendo de esta reflexión se precisa que la Eucaristía es el centro de nuestra liturgia, es el camino de redención por el cual Cristo se entregó así mismo: “Tomen, esto es mi cuerpo” (Mc 14,22) “Esto es mi sangre, con lo que se confirma la alianza, sangre derramada en favor de muchos” (Mc 14,24; Cfr. Ex 24,6-8; Jr 31,31-34; Zc 9,11; Lc 22,20) para el perdón de los pecados:  “Cristo se ofreció así mismo a Dios como sacrificio sin mancha, y su sangre limpia nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte (…) Por eso, Jesucristo es mediador de una nueva alianza y un nuevo testamento, pues con su muerte libra a los hombres de los pecados cometidos bajo la primera alianza, y hace posible que los que Dios ha llamado reciban la herencia eterna que Él le ha prometido” (Heb 9, 14.15; Nm 28,3; 1P 1,18-19; 1Jn 1,7; Ap 7,14 ). Esta alianza, es el precio de nuestra libertad, porque hemos sido salvados, recatados con precio de Sangre, con lo que fuimos  adquirido como pueblo de Dios (1Cor 6,20; 1P 1,19; 2,9-10)[6].

“El amor es el motivador de la enseñanza” (San Agustín. De Cat. Rud. 4,8)


[1] Cfr. CASALINS, G. Otro Texto para no leer: Santísima Trinidad III. Jn 16,12-15. Medellín Mayo 26 de 2013.
[2] FRANCISCO: Homilía   solemnidad de Pentecostés. Plaza de San Pedro. Domingo 19 de mayo de 2013.
[3] Cfr. San Agustín. Conf. 10,27,29.
[4] Sto Tomás. Opusculo 57. En la fiesta del Cuerpo de cristo. Lect.1-4
[5] CASALINS, Guillermo. Celebración de los símbolos en los sacramentos de iniciación cristiana Bautismo y Confirmación. Monografía. Bogotá. 2010. Pag. 84-85
[6] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Cuerpo y Sangre de Cristo II. Mc 15,12-16.22-26. Medellín Junio 10 de 201.

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