sábado, mayo 25, 2013

SANTÍSIMA TRINIDAD III TODO LO QUE TIENE EL PADRE ES MÍO

Jn 16,12-15 

“Uno que ama Él, que es de sí mismo, y aquel que ama Aquel de quien es, y es amor de sí mismo” (San Agustín. De Trinitate, L.VI, 5,7). 

La experiencia pascual del Espíritu en la comunidad del resucitado, es la expresión de amor del Padre a los que han seguido fielmente el mandamiento del amor  dado por el Hijo a los que han creído y pascualizado la voluntad del Padre y no se han perdido en el pecado, sino que han respondido a esta llamarada de amor dado en pentecostés: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el don del Espíritu santo” (Rm 5,5). 

El Espíritu derramado es la fortaleza de fe y amor, sabiduría de Dios, la sabiduría de Dios es el conocimiento de la verdad, es el amor por la verdad revelada en el Hijo, la sabiduría de Dios es el Hijo encarnado en la historia de fe de la comunidad pascualizada, es el amor dado por el Padre a los creyentes: “Yo amo a los que me aman, los que madrugan por mí me encuentran, yo traigo riqueza y gloria, fortuna sólida y justicia” (Prov 8,17-18). 

Este amor es dado por el Hijo a los que han creído en su Palabra, los testigos que recibieron lo que el Hijo recibió del Padre- la Sabiduría- el amor a la verdad: “Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso les dije que recibirá de lo mío y se lo explicará a ustedes” (Jn 16,15) Esta es la presencia revelada de Dios en la comunidad. Como Comunidad: el Padre ha dado al Hijo, lo que el Hijo ha recibido del Padre y por el Hijo la comunidad ha recibido lo que el Padre dio al Hijo que el Hijo reveló a la comunidad en el Espíritu. Esta es la verdad que se nos ha dado en plenitud porque procede del Padre y del Hijo: “El Señor me creo como primera de sus tareas, antes de sus obras; desde antiguo, desde siempre fui formada, desde el principio, antes del origen de la tierra…Yo estaba junto a Él, como confidente, yo estaba disfrutando cada día, jugando todo el tiempo en su presencia.. Por tanto, hijos, escúchenme: Dichosos los que siguen mis caminos. Escuchen mi corrección y serán sensatos, no la rechacen, dichos el hombre que me escucha, velando en mi puerta cada día, vigilando la entrada de mi casa. Porque el que me encuentra, encuentra la vida y goza del favor del Señor. Quien me pierde, se arruina a sí mismo; los que me odian aman la muerte”   (Prov 8,22-23.30-36). 

Por esta razón amar la sabiduría es amar la Palabra y amar la Palabra es amar al Hijo y quien ama al Hijo ama al Padre y quien ama al Padre y al Hijo ama al Espíritu. Esta relacionalidad de amor que existe entre los tres Divinos, es el amor encarnado en la comunidad y al encarnarse la Trinidad en la Historia de la Iglesia, se hace solidario con el mundo cristiano para que todo el que vea crea y creyendo sea hijo de la luz (Jn 1,11) porque el que no cree se hace hijo de las tinieblas, es decir se condena a sí mismo por no creer: “El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo Único de Dios” (Jn 3,18; Cfr. Jn 5,24; 7,7;12,31;14,17;16,8.11; 17,9.14 Mc 16,16). 

La comunidad trinitaria encarnada-pascualizada en la en la comunidad eclesial pos-pascual, propone un camino de liberación, es decir, pasar de una iglesia mantenida en la conservación a una Iglesia, más humana, más familia, más coherente con la predicación Kerygmática-Pascual. Esta es la Iglesia del Espíritu, animada y animadora de las nuevas comunidades cristianas vivenciando en su propia historia el ser comunidad heredado de la relacionalidad que existe en el Dios comunidad[1]. Que hace resplandecer su sabiduría como fuente de amor: “La sabiduría resplandece con brillo que no se empaña; los que la aman, la descubren fácilmente; y los que la buscan, la encuentran; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga a buscarla no se cansa,  la encuentra sentada a la puerta de su propia casa  (…) El comienzo de la sabiduría es el deseo sincero de instruirse; tener deseos de instruirse ya es amar la sabiduría; amarla es cumplir sus leyes es asegurarse la inmortalidad y la inmortalidad acerca a Dios”   (Sab 6,12-14.17-19). 

A modo de conclusión 

En el evangelio de Juan, se resalta que el Resucitado es el que estaba en el principio con el Padre, fue quien murió en la cruz como el Hijo de Dios; mostró el rostro de Dios, que está unido a Él, y juntos envían el espíritu a los discípulos  revelando a plenitud la verdad que el Hijo recibió del Padre. Esta experiencia vivida en la comunidad de discípulos se manifiesta en la predicación del evangelio, con la tarea de bautizar, propiciando la salvación a todo el que crea en Él (Mc 16, 14-18; Mt 28,16-20; Lc 24,36-49; Jn 20,19-23) Esta predicación kerygmática, va unida a la invocación del Dios comunidad, el Dios de la vida, el Dios familia, revelado por el Hijo y testificado por el Espíritu, es el anuncio trinitario del amor en la oración que Jesús dirige al Padre (Jn 17,21-23):  El Señor Jesús, cuando ruega al Padre que 'todos sean uno, como nosotros también somos uno' abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). 

De esta manera, si Dios es uno, en el amor, no debemos caer en el sin sentido de separarlos y dándoles características individuales al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. La razón principal de Dios, es ser Dios. Dios creador, Dios redentor, Dios santificador, resumiendo, Dios es Dios y la esencia de Dios es el amor, Él es el amor del amor, por esto, no son distintos dioses, sino Uno en la unidad del amor como nos lo manifiesta el evangelio de Juan (Jn 10,30; 14,20; 17,10) Esta intrarelación de amor es lo que nos recuerda San Agustín al referirse a Dios como Trinidad: 

“Las personas divinas son tres: la primera, que ama a la que de ella nace; la segunda, que ama a aquella de la que nace; y la tercera, que es el mismo amor” (De Trinitate 6, 5, 7). Estos tres son uno: no tres amores, sino un único, eterno e infinito amor, del único Dios que es amor. Por eso para Agustín si queremos ver a Dios, es necesario ver el amor: “Ves a la Trinidad, si ves el amor” (De Trinitate. 8, 8, 12). Este único Dios, que es Uno y Trino en el amor: “Así que son tres: el Amante, el Amado y el Amor”, es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (De Trinitate  8, 10, 14)[2] 

Dios ha creado tanto a los ricos como a los pobres. Los ricos y los pobres, por tanto, han nacido iguales. Encuentras a otro como tú, y caminen juntos. (San Agustín. (Sermón 35,7).


[1] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Santísima trinidad I: Jn 3,16-18. Bogotá Mayo 2011.
[2] CASALINS G. Otro Texto para no leer: Santísima Trinidad II: Mt 28,16-20. Medellín. Jn 3 de 2012.

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