Jn 16,12-15
“Uno que ama Él, que es de sí mismo,
y aquel que ama Aquel de quien es, y es amor de sí mismo” (San Agustín. De Trinitate, L.VI, 5,7).
La experiencia pascual del Espíritu en la comunidad
del resucitado, es la expresión de amor del Padre a los que han seguido
fielmente el mandamiento del amor dado
por el Hijo a los que han creído y pascualizado la voluntad del Padre y no se
han perdido en el pecado, sino que han respondido a esta llamarada de amor dado
en pentecostés: “El amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el don del Espíritu santo” (Rm 5,5).
El Espíritu derramado es la fortaleza de fe y amor,
sabiduría de Dios, la sabiduría de Dios es el conocimiento de la verdad, es el
amor por la verdad revelada en el Hijo, la sabiduría de Dios es el Hijo
encarnado en la historia de fe de la comunidad pascualizada, es el amor dado
por el Padre a los creyentes: “Yo amo a
los que me aman, los que madrugan por mí me encuentran, yo traigo riqueza y
gloria, fortuna sólida y justicia” (Prov 8,17-18).
Este amor es dado por el Hijo a los que han creído
en su Palabra, los testigos que recibieron lo que el Hijo recibió del Padre- la
Sabiduría- el amor a la verdad: “Todo lo
que tiene el Padre es mío, por eso les dije que recibirá de lo mío y se lo
explicará a ustedes” (Jn 16,15) Esta es la presencia revelada de Dios en la
comunidad. Como Comunidad: el Padre ha dado al Hijo, lo que el Hijo ha recibido
del Padre y por el Hijo la comunidad ha recibido lo que el Padre dio al Hijo
que el Hijo reveló a la comunidad en el Espíritu. Esta es la verdad que se nos
ha dado en plenitud porque procede del Padre y del Hijo: “El Señor me creo como primera de sus tareas, antes de sus obras; desde
antiguo, desde siempre fui formada, desde el principio, antes del origen de la
tierra…Yo estaba junto a Él, como confidente, yo estaba disfrutando cada día,
jugando todo el tiempo en su presencia.. Por tanto, hijos, escúchenme: Dichosos
los que siguen mis caminos. Escuchen mi corrección y serán sensatos, no la
rechacen, dichos el hombre que me escucha, velando en mi puerta cada día,
vigilando la entrada de mi casa. Porque el que me encuentra, encuentra la vida
y goza del favor del Señor. Quien me pierde, se arruina a sí mismo; los que me
odian aman la muerte” (Prov 8,22-23.30-36).
Por esta razón amar la sabiduría es amar la Palabra
y amar la Palabra es amar al Hijo y quien ama al Hijo ama al Padre y quien ama
al Padre y al Hijo ama al Espíritu. Esta relacionalidad de amor que existe entre
los tres Divinos, es el amor encarnado en la comunidad y al encarnarse
la Trinidad en la Historia de la Iglesia, se hace solidario con el mundo
cristiano para que todo el que vea crea y creyendo sea hijo de la luz (Jn 1,11)
porque el que no cree se hace hijo de las tinieblas, es decir se condena a sí
mismo por no creer: “El que cree en el
Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por
no creer en el Hijo Único de Dios” (Jn 3,18; Cfr. Jn 5,24;
7,7;12,31;14,17;16,8.11; 17,9.14 Mc 16,16).
La comunidad trinitaria encarnada-pascualizada en la
en la comunidad eclesial pos-pascual, propone un camino de liberación, es
decir, pasar de una iglesia mantenida en la conservación a una Iglesia, más
humana, más familia, más coherente con la predicación Kerygmática-Pascual. Esta
es la Iglesia del Espíritu, animada y animadora de las nuevas comunidades
cristianas vivenciando en su propia historia el ser comunidad heredado de la
relacionalidad que existe en el Dios comunidad[1].
Que hace resplandecer su sabiduría como fuente de amor: “La sabiduría resplandece
con brillo que no se empaña; los que la aman, la descubren fácilmente; y los
que la buscan, la encuentran; ella misma se da a conocer a los que la desean.
Quien madruga a buscarla no se cansa, la
encuentra sentada a la puerta de su propia casa (…) El comienzo de la sabiduría es el deseo
sincero de instruirse; tener deseos de instruirse ya es amar la sabiduría; amarla
es cumplir sus leyes es asegurarse la inmortalidad y la inmortalidad acerca a
Dios” (Sab 6,12-14.17-19).
A
modo de conclusión
En
el evangelio de Juan, se resalta que el Resucitado es el que estaba en el
principio con el Padre, fue quien murió en la cruz como el Hijo de Dios; mostró
el rostro de Dios, que está unido a Él, y juntos envían el espíritu a los
discípulos revelando a plenitud la
verdad que el Hijo recibió del Padre. Esta experiencia vivida en la comunidad
de discípulos se manifiesta en la predicación del evangelio, con la tarea de
bautizar, propiciando la salvación a todo el que crea en Él (Mc 16, 14-18; Mt
28,16-20; Lc 24,36-49; Jn 20,19-23) Esta predicación kerygmática, va unida a la
invocación del Dios comunidad, el Dios de la vida, el Dios familia, revelado
por el Hijo y testificado por el Espíritu, es el anuncio trinitario del amor en
la oración que Jesús dirige al Padre (Jn 17,21-23): El
Señor Jesús, cuando ruega al Padre que 'todos
sean uno, como nosotros también somos uno' abriendo perspectivas
cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las
personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad.
Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios
ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la
entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24).
De
esta manera, si Dios es uno, en el amor, no debemos caer en el sin sentido de
separarlos y dándoles características individuales al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo. La razón principal de Dios, es ser Dios. Dios creador, Dios
redentor, Dios santificador, resumiendo, Dios es Dios y la esencia de Dios es
el amor, Él es el amor del amor, por esto, no son distintos dioses, sino Uno en
la unidad del amor como nos lo manifiesta el evangelio de Juan (Jn 10,30;
14,20; 17,10) Esta intrarelación de amor es lo que nos recuerda San Agustín al
referirse a Dios como Trinidad:
“Las
personas divinas son tres: la primera, que ama a la que de ella nace; la
segunda, que ama a aquella de la que nace; y la tercera, que es el mismo amor” (De Trinitate 6, 5, 7). Estos tres son
uno: no tres amores, sino un único, eterno e infinito amor, del único Dios que
es amor. Por eso para Agustín si queremos ver a Dios, es necesario ver el amor:
“Ves a la Trinidad, si ves el amor”
(De Trinitate. 8, 8, 12). Este único Dios, que es Uno y Trino en el
amor: “Así que son tres: el Amante,
el Amado y el Amor”,
es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (De Trinitate 8, 10, 14)[2].
Dios ha creado tanto a los ricos como a los pobres.
Los ricos y los pobres, por tanto, han nacido iguales. Encuentras a otro como
tú, y caminen juntos. (San Agustín. (Sermón 35,7).
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