Lc 9,51-62
Señor, enséñame lo que debo enseñar.
Enséñame sobre todo lo que debo conocer y contemplar. (San Agustín. Carta
166,10)
La comunidad ha hecho su profesión de fe, ha
caminado con el Maestro, lo ha reconocido como el Hijo de Dios-el Mesías. Ahora
la comunidad se dispone a continuar el itinerario de Jesús que sigue la caminada
hacia el Padre: “Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir
al cielo, emprendió con valor la subida a Jerusalén” (Lc 9,51) Jesús es
consciente de su predicación y que ésta es causa, entre otras, de su destino-muerte
en la cruz.
Jesús ha roto con todo tipo de ideología
social, cultural, religiosa, rigorista y trató de purificar la fe del pueblo centrando
su atención en la acción salvífica del Padre. Los discípulos poco a poco van
entendiendo este proceder de Jesús, han recibido la enseñanza de la realidad
mesiánica anunciada por Jesús: “El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho,
y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los
maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará” (Lc 9,21.44;
Cfr. Mc 8,30-9,1.30-32; Mt 16,20-28; 17,22-23).
La enseñanza de Jesús va directamente unida
con la fe que se pascualiza en la Cruz, extraña manera de enseñar, pero es el
itinerario pedagógico empleado por Jesús para indicar que su mesianismo no es
de tipo político-caudillista; no es de tipo religioso-endiosamiento, ni de tipo
socio-cultural; sino su mesianismo es profético, ligado al anuncio del Reinado
de Dios que es presentado como servicio y promoción humana al excluido, al que
vive en estado de vulnerabilidad, para devolverle su dignidad de Hijo de Dios
en la comunidad del Reino.
Por otra parte, la enseñanza de Jesús, direcciona a la comunidad del
reino que camine por senderos de paz, apartándose de todo acto de violencia
(Cfr. Lc 9,54-55) Esta enseñanza de Jesús novedosa frente a la ley del talión, es
la apuesta hacia una cultura de paz , que para desarrollarla hoy, es necesario que
la comunidad del reino sea propiciadora de la cultura de paz, desde una pedagogía pastoral acorde al
evangelio (Cfr. DA 289) desde una nueva imagen de Iglesia[1],
Iglesia de la misericordia, Iglesia que
su ser es la comunidad: La Iglesia es fraternidad, es comunidad de pobres[2],
es encarnada en las realidades humanas, lugar de encuentro, de acogida y de
diálogo, regazo de los desheredados y casa de amistad y concordia. Por esta
razón, más que una cultura en el orden estricto de la imposición religiosa debe
imperar el deseo de servicio en comunión y amistad, donde se vivencie las buenas
relaciones de la comunidad del Reino.
Un elemento fundamental para
tener en cuenta en la iglesia, es que debe partir de la realidad en que se
desenvuelve. Conocer y amar a los que viven en estado vulnerable destinatarios
de la evangelización: “No debe darse a
todos la misma medicina, aunque a todos haya que darle el mismo amor. A unos
hay que amarlos con gentileza, a otros con severidad[3]”. La evangelización
es un acompañamiento personal y grupal: acompañar en la pedagogía agustiniana
es oferta de amistad gratuita, reciprocidad, búsqueda en común. “Enséñame,
Señor, lo que tengo que enseñar, enséñame lo que tengo que aprender[4]”.
A este itinerario pedagógico de
Jesús en la comunidad, se le enmarca en el seguimiento. Seguimiento es la
disposición de desprendimiento, es colocarse al lado de los desheredados, de
los no pueblos, para llevarlo a la dignidad de Hijo, a la dignidad de Pueblo de
Dios. Es estar dispuestos a vivir y seguir el caminar del Maestro; es no tener
donde reposar la cabeza, es seguir fielmente el mandato del Señor (Cfr. Lc
9,58) El seguidor no antepone las cosas humana a las realidades divinas. Es no
detenerse en el camino, sino dejar todo atrás: el pasado que nos impide vivir
en la libertad de los Hijos de Dios: “Deja
que los muertos entierren a sus muertos” (Lc 9,60) Es decir, estar
dispuestos a escuchar el llamado y asumirlo.
Desde esta perspectiva, el
seguimiento exige de nosotros renuncia y entrega, no es de “ya voy”- de esperar.
El Seguimiento es de respuestas inmediatas, es comulgar con la propuesta de
Jesús, es retomar el amor primero (Cfr. Dt 6,4-9) Es dejarnos enamorar de la
Palabra, es dejar el arado que hemos hecho sin dirección, que nos interrumpe el
camino: “El que pone la mano en el arado
y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios” (Lc 9,62; Cfr. Fil 3,13;
Heb 12,1-2) Quien vive mirando hacia atrás no puede trazar surcos rectos en
su caminar.
A MODO DE CONCLUSIÓN
1.
El
texto de este domingo se encuentra al principio de la nueva fase de las
actividades de Jesús. Los frecuentes conflictos de mentalidad con el pueblo y
con las autoridades religiosas (Lc 4,28; 5,21.30; 6,2.7; 7,19.23.33-34.39)
confirmaron a Jesús a lo largo del camino como el Mesías Siervo, previsto por
Isaías (Is 50, 4-9; 53,12) y asumido por Él desde el comienzo de su actividad
apostólica (Lc 4,18) A partir de esto, Jesús empieza a anunciar su pasión y
muerte (Lc 9,22.43-44) y decide ir a Jerusalén (Lc 9,51).
2.
La
respuesta de Jesús es muy clara y sin tapujos. No deja dudas: el discípulo que
quiere seguir a Jesús debe imprimir en la mente y en el corazón lo siguiente:
Jesús no tiene nada, ni siquiera una piedra donde reclinar la cabeza. Las
zorras y los pájaros le llevan en esto ventaja, porque por lo menos tienen
guaridas y nidos.
3.
“¡Sígueme!” Esta misma palabra les fue dirigida a los
primeros discípulos: “¡Sígueme!” (Mc
1,17.20; 2,14). La reacción de la persona llamada es positiva. Está dispuesta a
seguir a Jesús. Aquel que se dispone a seguir a Jesús debe dejar todo detrás de
sí. Es como si muriese a todo lo que posee y resucitase a otra vida[5].
Ofreced a la
comunidad lo que queráis; ofreced según vuestra benevolencia. Los bienes
comunes se distribuirán a cada uno según la necesidad (San Agustín. Sermón 356,
13).
[1]
Iglesia es la comunidad de bautizados convocados para ser testigos de Dios en
medio del Corazón del mundo en el anuncio del Reino de Dios y su justicia.
[2]
Agustín en tiempos de crisis
económica de sus hermanos vendió los vasos sagrados de Hipona para remediar
algunas necesidades de sus feligreses.
[3] San
Agustín, Catequesis de los principiantes 15,23.
[4] San
Agustín, Confesiones XIII, 1.
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