Lc 24,46-52
No te hagas llamar ¨maestro¨. Uno
sólo es tu maestro, Cristo. Por eso, deja que él te hable interiormente, en
aquella parte de tu corazón donde nadie puede entrar (San Agustín. Coment.1Juan 13,3)
La comunidad que vive la experiencia de la
resurrección que ha pascualizado su “caminada” en la fe, es la comunidad
creadora que recrea a todos los que se comprometen a vivir la experiencia de resurrección
como testigos. Por Jesús Resucitado son enviados a la gente a evangelizar y “Debe proclamarse en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de los pecados… Invitándolas a que se conviertan”
(Lc 24,47) Después pascualizar y enviar a la comunidad resucitada, Jesús
vuelve a la casa del Padre, cumpliendo su promesa: “Me voy, pero volveré a ustedes, si me amaran, se alegrarían de que
me vaya al Padre” (Jn 14,28) el vuelve porque solo quien ha bajado del
Padre sube al Padre: “Sin embargo, nadie
ha subido al cielo sino solo el que ha bajado del cielo, el Hijo del Hombre”
(Jn 3,13; Cfr. Jn 6,41-51).
Esta experiencia en la “caminada” va
cimentando en nosotros el proyecto comunitario de testimoniar la vivencia del
anuncio Kerygmático-Pascual en el cual no podemos quedarnos contemplando
solamente a Jesús y mirando estáticos hacia arriba (Hec 1,11) sino que con los
pies colocados en el camino damos “razón
de nuestra esperanza” (1P 3,15) y desde esta esperanza en la fe, recibimos
el mandato del Señor: “Vayan, pues, a las
gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos” (Mt 28,19)[1].
La comunidad
del discipulado nace en la “caminada”, el discípulo se forma en el camino, con
el testimonio que nace del agua, la sangre (Jn 19,34) y el Espíritu del
Resucitado: “¿Quién ha vencido al mundo
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Él
es el que viene por el agua y la sangre: Jesucristo; y no sólo por el agua,
sino por el agua y la sangre; y el espíritu también da su testimonio, el
Espíritu que es la verdad. Tres son, pues, los que dan testimonio: el Espíritu,
el agua y la sangre, y los tres coinciden en lo mismo” (1Jn 5,6-8)[2].
De esta manera, el anuncio Kerygmático-pascual,
desarrollado en el capítulo 24 de Lucas, marcó el camino de evangelización de
las primeras comunidades cristianas: “Los
creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común (…) En sus casas partían
el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. Alababan a Dios y
todo el mundo los estimaba” (Hec 2,44.46-47) porque el acontecimiento de la
resurrección los congregaba: “La multitud
de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón (….) Con gran energía
daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús y eran muy estimados” (Hec
4,32.33)[3].
Como
cristianos, creemos en Jesús Resucitado, realidad que Juan resalta en el
Evangelio: “El que cree en Él no es
juzgado; pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre
del Hijo unigénito de Dios y el juicio consiste en que la luz vino al mundo,
pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3,18-19) De igual
manera creemos que Jesús regresa al
Padre y el Padre por medio de Él envía el Espíritu para evidenciar a la antigua
creación de su pecado, de una justicia y de un juicio: “Y cuando Él venga convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo
referente a la justicia y en lo referente al juicio. En lo referente al pecado,
porque no creyeron en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre,
y no me verán; y en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo ya
está juzgado” (Jn 16,8-11; Cfr. 1,29; 2,11; 3,14; 5,36; 9,41; 12,40; 15,22.24;
1Jn 2,29; 3,7.10-11)[4].
A
modo de conclusión
Asumir el mandato del Señor es ascender con Él a
la casa Paterna como nos lo plantea San Agustín:
Hoy
nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con Él nuestro
corazón. Oigamos lo que nos dice el Apóstol: “Si han resucitado con Cristo,
busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.
Pongan su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra” (Col 3,1)
Pues, del mismo modo que Él subió sin alejarse por ello de nosotros, así
también nosotros estamos ya con Él allí, aunque todavía no se haya realizado en
nuestro cuerpo lo que se nos promete.
Él
ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo
en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros. Así lo
atestiguó con aquella voz bajada del cielo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?” (Hec 9,4) También: “Tuve hambre y me diste de comer” (Mt 25, 35).
¿Por
qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera que, por la fe,
la esperanza y la caridad que nos unen a Él, descansemos ya con Él en los
cielos? Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimismo nosotros,
estando aquí, estamos también con Él. Él está con nosotros por su divinidad,
por su poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto como Él,
por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia Él.
Él,
cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al
volver al cielo. Él mismo asegura que no dejó el cielo mientras estaba con
nosotros, pues que afirma: “Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado
del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo” (Jn 3,13).
Esto
lo dice en razón de la unidad que existe entre Él, nuestra cabeza, y nosotros,
su cuerpo. Y nadie, excepto Él, podría decirlo, ya que nosotros estamos
identificados con Él, en virtud de que Él, por nuestra causa, se hizo Hijo del
hombre, y nosotros, por Él, hemos sido hechos hijos de Dios (…).
Bajó,
pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió Él solo, puesto que
nosotros subimos también en Él por la gracia. Así, pues, Cristo descendió Él
solo, pero ya no ascendió Él solo; no es que queramos confundir la dignidad de
la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo
pide que éste no sea separado de su cabeza[5].
“Tú me diste una vocación, llamándome a la
fe” (San Agustín. Conf. 13,1. In Jo 40,10)
[1]
CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión
Mt 28,16-28. Bogotá, Mayo de 2011.
[2] CASALINS, G. Otro texto
para no leer: Reflexión Lc
24,13-35. Bogotá, Mayo de 2011.
[3] CASALINS, G. Otro texto
para no leer: Reflexión Lc 24, 35-48. Medellín
Abril 22 de 2012.
[4] CASALINS, G. Otro texto
para no leer: Reflexión Mc 16,
15-20. Medellín Mayo 20 de 2012.
[5] San Agustín. Serm. 98,1-2.
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