sábado, mayo 11, 2013

ASCENSIÓN DEL SEÑOR III Y LEVANTANDO LAS MANOS, LOS BENDIJO

Lc 24,46-52

No te hagas llamar ¨maestro¨. Uno sólo es tu maestro, Cristo. Por eso, deja que él te hable interiormente, en aquella parte de tu corazón donde nadie puede entrar  (San Agustín. Coment.1Juan 13,3) 

La comunidad que vive la experiencia de la resurrección que ha pascualizado su “caminada” en la fe, es la comunidad creadora que recrea a todos los que se comprometen a vivir la experiencia de resurrección como testigos. Por Jesús Resucitado son enviados a la gente a evangelizar y “Debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados… Invitándolas a que se conviertan” (Lc 24,47) Después pascualizar y enviar a la comunidad resucitada, Jesús vuelve a la casa del Padre, cumpliendo su promesa: “Me voy, pero volveré a ustedes, si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre” (Jn 14,28) el vuelve porque solo quien ha bajado del Padre sube al Padre: “Sin embargo, nadie ha subido al cielo sino solo el que ha bajado del cielo, el Hijo del Hombre” (Jn 3,13; Cfr. Jn 6,41-51).

Esta experiencia en la “caminada” va cimentando en nosotros el proyecto comunitario de testimoniar la vivencia del anuncio Kerygmático-Pascual en el cual no podemos quedarnos contemplando solamente a Jesús y mirando estáticos hacia arriba (Hec 1,11) sino que con los pies colocados en el camino damos “razón de nuestra esperanza” (1P 3,15) y desde esta esperanza en la fe, recibimos el mandato del Señor: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos” (Mt 28,19)[1].
La comunidad del discipulado nace en la “caminada”, el discípulo se forma en el camino, con el testimonio que nace del agua, la sangre (Jn 19,34) y el Espíritu del Resucitado: “¿Quién ha vencido al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Él es el que viene por el agua y la sangre: Jesucristo; y no sólo por el agua, sino por el agua y la sangre; y el espíritu también da su testimonio, el Espíritu que es la verdad. Tres son, pues, los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres coinciden en lo mismo” (1Jn 5,6-8)[2].
De esta manera, el anuncio Kerygmático-pascual, desarrollado en el capítulo 24 de Lucas, marcó el camino de evangelización de las primeras comunidades cristianas: “Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común (…) En sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba” (Hec 2,44.46-47) porque el acontecimiento de la resurrección los congregaba: “La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón (….) Con gran energía daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús y eran muy estimados” (Hec 4,32.33)[3]. 

Como cristianos, creemos en Jesús Resucitado, realidad que Juan resalta en el Evangelio: “El que cree en Él no es juzgado; pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios y el juicio consiste en que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3,18-19) De igual manera creemos que  Jesús regresa al Padre y el Padre por medio de Él envía el Espíritu para evidenciar a la antigua creación de su pecado, de una justicia y de un juicio: “Y cuando Él venga convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio. En lo referente al pecado, porque no creyeron en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y no me verán; y en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado” (Jn 16,8-11; Cfr. 1,29; 2,11; 3,14; 5,36; 9,41; 12,40; 15,22.24; 1Jn 2,29; 3,7.10-11)[4]. 

A modo de conclusión 

Asumir el mandato del Señor es ascender con Él a la casa Paterna como nos lo plantea San Agustín:

Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con Él nuestro corazón. Oigamos lo que nos dice el Apóstol: “Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Pongan su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra” (Col 3,1) Pues, del mismo modo que Él subió sin alejarse por ello de nosotros, así también nosotros estamos ya con Él allí, aunque todavía no se haya realizado en nuestro cuerpo lo que se nos promete.

Él ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros. Así lo atestiguó con aquella voz bajada del cielo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hec 9,4) También: “Tuve hambre y me diste de comer” (Mt 25, 35).

¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a Él, descansemos ya con Él en los cielos? Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimismo nosotros, estando aquí, estamos también con Él. Él está con nosotros por su divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto como Él, por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia Él.

Él, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo. Él mismo asegura que no dejó el cielo mientras estaba con nosotros, pues que afirma: “Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo” (Jn 3,13).

Esto lo dice en razón de la unidad que existe entre Él, nuestra cabeza, y nosotros, su cuerpo. Y nadie, excepto Él, podría decirlo, ya que nosotros estamos identificados con Él, en virtud de que Él, por nuestra causa, se hizo Hijo del hombre, y nosotros, por Él, hemos sido hechos hijos de Dios (…).

Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió Él solo, puesto que nosotros subimos también en Él por la gracia. Así, pues, Cristo descendió Él solo, pero ya no ascendió Él solo; no es que queramos confundir la dignidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza[5].  

“Tú me diste una vocación, llamándome a la fe” (San Agustín. Conf. 13,1. In Jo 40,10)


[1] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión  Mt 28,16-28. Bogotá, Mayo de 2011.
[2] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión  Lc 24,13-35.  Bogotá, Mayo de 2011.
[3] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión  Lc 24, 35-48.  Medellín  Abril 22 de 2012.
[4] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión  Mc 16, 15-20.  Medellín  Mayo 20 de 2012.
[5] San Agustín. Serm. 98,1-2.

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