sábado, abril 13, 2013

SÍGUEME

 
Jn 21,1-19
 
Dame, Señor, la fuerza de buscarte ya que me hiciste capaz de encontrarte y me has dado la esperanza de encontrarte siempre más (San Agustín. Trinidad 15,51). 

En la región de Galilea al norte de Israel surgió un profeta posiblemente carpintero o artesano en el siglo uno de nuestra era. Él empezó a recorrer la orilla del lago de galilea predicando que el reino de Dios estaba cerca, se rodeó de pescadores, mujeres, publicanos, endemoniados, paralíticos, ciegos, mudos, mancos. Es posible que estuviera mal vestido, andaba en sandalias o descalzo, desgreñado por el viento del desierto, poco aseado, mal oliente por el sudor de las jornadas y sin embargo atraía y decía que Dios era su Padre y Padre de todos, que perdonaba los pecados e incorporaba a las personas a la comunidad, porque Dios ama a los pobres y marginados.  Este hombre transformó a la humanidad con un grupo de pescadores y pecadores: 

Una mañana, cerca del mar apareció un joven Galileo, nadie podía imaginar que otro pudiese amar así como Él amaba. Era sencillo al conversar, llegaba al corazón de quien lo escuchaba y su nombre era Jesús de Nazaret y su fama se esparció,  todos querían ver al profeta que tenía tanto amor y amaba al pecador (...) Un cierto día, al tribunal alguien llevó al joven galileo, nadie sabía cuál era el mal, ¿Qué crimen cometió, cuál era su pecado? Su claridad al denunciar, minó la posición de los privilegiados. Y mataron a Jesús de Nazareth y en medio de ladrones Él murió en la cruz. Pero el mundo aún no conoce a ese Jesús que amaba al pecador[1]. 

Y los que siguieron al profeta de Nazareth, cuando predicaba a orilla del lago, los discípulos y algunas mujeres, trasformaron su vida, los pescadores se hicieron pescadores de hombres y las mujeres se hicieron testigos de la Resurrección. Y lo que comenzó en Galilea ahora es una realidad pascual. Los que lo estigmatizaron: el poder religioso judíos y las autoridades civiles se quedaron en la orilla, recreándose en su pecado, por no saber comprender a quien amaba al pecador. Y lo condenaron a la muerte y  crucificándolo en un madero ratificaron su pecado. Pero Dios hizo justicia y lo resucitó, sacándolo del dominio de la muerte. 

Tanto fue el impacto de  este acontecimiento que quienes lo vieron y creyeron fueron los pescadores mal olientes y mal vestidos que le siguieron y las mujeres que mal vista fueron testigo de lo que comenzó en Galilea, ellos anunciaron y narraron su muerte y Resurrección como el acontecimiento  pascual del profeta que era Hijo de Dios (Mc 15,39) Estos testigos, se alegraron al verlo nuevamente a la orilla del lago de Galilea. Ellos han vuelto a tirar las redes y la comunidad viene con ellos, ahora todos arrastran las redes porque el Galileo ha vuelto, de esta manera el evangelio de Juan recrea el acontecimiento del encuentro como al inicio del evangelio con Simón, Andrés, Felipe, Natanael, Tomas, los Zebedeos y otros discípulos (Cfr. Jn 1,35-50; 21,1-5) que siguieron al Cordero que quita el pecado porque ya llega la Hora, está con ellos, el Kairós de Dios es con la fuerza de su espíritu atrayendo hacia sí (Cfr. Jn 3,15; 8,28; 12,32) a la multitud de multitudes simbolizado por los peces.

Esta es la pedagogía del seguimiento, reconocer a Jesús como el que vive. El seguimiento es la recuperación de la memoria histórica de fe, no como dato de comprobación de una verdad histórica, sino como verdad sucedida porque la muerte y la resurrección de Jesús es narración histórica de fe y la narración es Kerygma, es seguimiento porque es memorial reflexionado que anuncia una verdad revelada. Además, es conmemoración de esta verdad sucedida que se perpetúa en la caminada. 

Esto es lo acontecido en la comunidad que cree y lee el acontecimiento muerte y resurrección de Jesús como realidad Pasada-Muerte; como realidad Presente-Resurrección; y realidad Por Venir- Salvación. Es la  comunidad que ha hecho memorial el Kerygma: Cristo Jesús permanece Hoy como Ayer y por la Eternidad (Heb 13,8): Cristo permanece en la comunidad como el que vive: Hoy: Resucitado; Ayer: Muerto; Por la Eternidad: Salvación.

Y la salvación es la promoción de la persona que ama Cristo y que ella a su vez, ama al Señor: “Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado” (Lc 7,47; Cfr. Jn 8). Quién se reconoce pecador es justificado ante Dios: “Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: -Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador” (Lc  18,13; Cfr. Lc 5,8). 

Reconocerse pecador es dejar entrar la salvación en nuestro corazón: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,9.10) La salvación es volver a la casa paterna (Cfr. Lc 15, 11-32) y dejar la vida pasada y seguir como testigo de la resurrección: “Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana. Se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete espíritus inmundos” (Mc 16,9; Cfr. Lc 8, 2) Reconocerse pecador es el camino pedagógico del seguimiento: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador” (Cfr. Lc 5,8) y es acogido por Jesús para que sea pescador de hombres (Cfr. Lc 5,9) y pueda apacentar el rebaño del Señor, quienes son los felices porque creen y van a creer (Cfr. Jn 20,29).  

Apacentar las ovejas es signo del amor que le profesamos a Dios y qué Él profesa por el pecador:  

1.      Es confesar que soy pecador: “Sí Señor, Tú sabes que te quiero” (Jn 21,15).

2.      Es profesar el amor del convertido- del nuevo creyente: “Sí Señor, Tú sabes que te quiero” (Jn 21,16).

3.      Es profesar el amor del Salvado: “Tú sabes que te quiero” (Jn 21,17).
 

La profesión de fe va encomendada al cuidado del pueblo de Dios: 

1.      Es ir al encuentro de los pecadores: “Apacienta mis corderos” (Jn 21,15).

2.      Es  caminar con los convertidos como un convertido más: “Cuida de mis ovejas” (Jn 21,16).

3.      Es sentirse salvado por el Señor: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17).

Esta es la tarea del seguidor, no mirar a tras: “Pedro miró atrás y vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba…Al verlo, Pedro preguntó a Jesús: ¿Y qué va a ser de éste?... Jesús le contestó:..¿A ti que te importa? Tú sígueme” (JN 21,20.21.22).
 

A modo de conclusión: 

La fe es el camino de quien ha seguido al profeta de Nazareth a quien Dios resucitó:  

“Dicen que soy un ser para la muerte, dicen que voy al frío y a la nada…Pero mi fe tiene una razón: Creo que Jesús murió y resucitó.

Dicen que soy un barco a la deriva, dicen que voy a tientas por la vida…Pero mi fe tiene una razón: Creo que Jesús murió y resucitó.

Dicen que soy un ansia sin sentido, dicen que voy al mundo del olvido…Pero mi fe tiene una razón: Creo que Jesús murió y resucitó.

Dicen que soy un pájaro perdido, dicen que estoy profundamente herido…Pero mi fe tiene una razón: Creo que Jesús murió y resucitó.

¡Lleno de amor, murió crucificado, quiso tomar mi muerte y mi pecado y en la cruz clavado los dejó!: Creo que Jesús murió y resucitó[2]. 

Apacienta mis ovejas, no las tuyas

1.      Pero primeramente pregunta el Señor y no una vez, sino de nuevo y la tercera vez, lo que sabía —si Pedro le quiere—, y otras tantas veces oye a Pedro no otra cosa sino que éste le quiere, y otras tantas encomienda a Pedro no otra cosa que apacentar sus ovejas. Se responde a negación triple confesión, para que la lengua sirva al amor no menos que al temor, y no parezca que la muerte inminente ha arrancado más palabras que la Vida presente. Sea oficio del amor apacentar el rebaño del Señor, si fue indicio de temor negar al Pastor. Quienes por afán de jactarse o dominar o enriquecerse, no por la caridad de obedecer y ayudar y agradar a Dios, apacientan las ovejas de Cristo con esta intención, la de querer que sean suyas, no de Cristo, quedan convictos de amarse a sí mismos, no a Cristo. Frente a éstos, pues, respecto a los que el Apóstol se queja de que buscan lo de ellos, no lo de Jesucristo.

2.      Efectivamente, «¿Me quieres? Apacienta mis ovejas», ¿qué otra cosa significa que si dijera: «Si me quieres, no pienses en apacentarte, sino apacienta mis ovejas como mías, no como tuyas; en ellas busca mi gloria, no la tuya; mi dominio, no el tuyo; mis ganancias, no las tuyas, para que no estés en la sociedad de esos que, amantes de sí mismos y de lo demás que se vincula con este inicio «de los males», pertenecen a los tiempos peligrosos?» En efecto, el Apóstol, tras haber dicho: «Pues los hombres serán amantes de sí mismos», a continuación ha añadido: Amadores del dinero, altaneros, soberbios, blasfemos, no obedientes a los progenitores, ingratos, criminales, irreligiosos, desamorados, detractores, incontinentes, inclementes, sin benignidad, traidores, procaces, ofuscados, amadores de los placeres más que de Dios, que tienen apariencia de piedad y, en cambio, rehúsan su eficacia. Porque puso primeramente «amantes de sí mismos», todos estos males manan de esa fuente, por así llamarla. Con razón se dice a Pedro: «¿Me quieres?», y responde: «Te amo» y se le replica: «Apacienta mis corderos», y esto por segunda vez, esto la tercera vez, en razón de lo cual, porque incluso el Señor pregunta la última vez no «¿me quieres?», sino «¿me amas?», se muestra que amor y dilección son una sola e idéntica cosa. No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino a él y, al apacentar sus ovejas, busquemos lo que es de él, no lo que es nuestro.

3.      Por cierto, no sé de qué modo inexplicable, cualquiera que se ama a sí mismo, no a Dios, no se ama y, cualquiera que ama a Dios, no a sí mismo, precisamente ése se ama. En efecto, quien no puede vivir por sí, muere, evidentemente, amándose; no se ama, pues, quien se ama de forma que no viva. Cuando, en cambio, uno quiere a ese debido al cual vive, no queriéndose se quiere, más bien, quien no se quiere precisamente para querer a ese debido al cual vive.

4.      Para que, pues, quienes apacientan las ovejas de Cristo las apacienten no cual de ellos, sino cual de él, no sean amantes de sí mismos ni, como amadores del dinero, a costa de ellas busquen sus ganancias ni las dominen como altaneros ni como soberbios se gloríen de los honores que de ellas admiten, ni como blasfemos lleguen al punto de hacer herejías, ni como no obedientes a los progenitores sustituyan a los santos Padres, ni como ingratos devuelvan males por bienes a esos que, porque no quieren que perezcan, quieren corregirlos, ni como criminales maten las almas suyas y ajenas, ni como irreligiosos destrocen las maternales vísceras de la Iglesia; de los débiles no se compadezcan como desamorados; no intenten manchar como detractores la fama de los santos; no dejen de refrenar como incontinentes las pasiones pésimas; como inclementes no se dediquen a pleitos; no sean, como sin benignidad, incapaces de ayudar; como traidores no notifiquen a los enemigos de los piadosos lo que saben que ha de ocultarse; con acoso inverecundo (desvergonzado) no perturben como procaces la humana verecundia - (vergüenza, timidez, poquedad)- ; al revés que los ofuscados procuren entender las cosas de que hablan y acerca de las que hacen afirmaciones; no antepongan a los gozos espirituales las alegrías carnales, como amadores de los placeres más que de Dios. Por cierto, estos vicios y otros de esta laya, ora acaezcan todos a un único hombre, ora unos dominen a éstos y otros a aquéllos, se propagan desde esa raíz: cuando los hombres son amantes de sí mismos.

5.      Este vicio han de evitar máxime quienes apacientan las ovejas de Cristo, no sea que busquen lo suyo, no lo que es de Jesucristo, y para provecho de sus pasiones se sirvan de esos por quienes ha sido derramada la sangre de Cristo. El amor hacia éste debe crecer, en el que apacienta sus ovejas, hasta un ardor espiritual tan grande que venza incluso el natural temor a la muerte, en virtud del cual no queremos morir ni aun cuando queremos vivir con Cristo. Efectivamente, incluso el apóstol Pablo dice que tiene ansia de disolverse y estar con Cristo; sin embargo, gime agobiado y quiere ser no desvestido, sino revestido, para que lo mortal sea absorbido por la vida[3].

Cuerpo de Cristo, santa Iglesia, haz que todos tus miembros digan: ¨¿quién es como tú, Señor?¨ (San Agustín. Enar.salmos 34,14).


[1] Padre Zezinho. Canción Un cierto Galielo
[2] Cesareo Garabain. Canción: Dicen que soy un ser para la muerte.
[3] San Agustín. Comentario a Jn 21,12-19, dictado en Hipona, probablemente el sábado 17 de julio de 420.

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