Jn 10,27-30
Señor mi Dios, escucha mi oración. Considera
piadosamente mi deseo, que no me toca sólo a mí mismo, sino también al bien del
prójimo (San Agustín. Confesiones 11,2).
…Y los pescadores, llamados a sacar del
fondo- del pecado- a las ovejas- (las
redes y los 153 peces) para llevarlos a la orilla donde estaba Jesús Resucitado
– el que Vive – Ellos siguen el mandato del Señor en la profesión de amor de “apacentar
el rebaño del Señor, quienes son los felices porque creen y van a creer (Cfr.
Jn 20,29) Apacentar las ovejas es
signo del amor que le profesamos a Dios y qué Él profesa por el pecador: 1) Es
confesar que soy pecador: “Sí Señor, Tú sabes que te quiero” (Jn 21,15). 2) Es profesar el amor del
convertido- del nuevo creyente: “Sí Señor, Tú sabes que te quiero” (Jn
21,16). 3) Es profesar el amor
del Salvado: “Tú sabes que te quiero” (Jn 21,17); La profesión de fe va encomendada al cuidado del pueblo de Dios: 1) Es
ir al encuentro de los pecadores: “Apacienta mis corderos” (Jn 21,15) 2) Es caminar con los convertidos como un
convertido más: “Cuida de mis ovejas” (Jn 21,16). 3) Es sentirse salvado por el Señor: “Apacienta mis ovejas”
(Jn 21,17)”[1].
La profesión de amor hecha por la comunidad es
sacar del fango a las ovejas, para que escuchen la Voz del Señor en la
intimidad de sus corazones y le puedan seguir: “Mis ovejas escuchan mi voz,
yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27) Al seguirlo participan de la
misma vida del Resucitado porque Él da la vida, y nadie tendrá poder para
arrancar al seguidor de la mano del Señor: “Yo les doy vida eterna y jamás
perecerán, y nadie las arrancará de mi mano” (Jn 10,28).
El seguidor se hace uno con el Resucitado,
participando de su propia vida, el Seguidor es entregado por el Padre al Hijo,
porque el que es dado por el Padre, es aferrado al Hijo y ni el poder del mal
podrá arrebatarlo porque se edifica sobre bases solidad, la Voz del Señor: “Sobre esta piedra construiré mi Iglesia,
y el imperio de la muerte no la vencerá” (Mt 16,18) Porque la unión íntima
con el Hijo, hace que el amor del Padre fortalezca la unión con las ovejas que
han sido llevadas a la orilla para caminar con el Señor: “Mi Padre que me
las ha dado es más que todos y nadie puede arrancar nada de las manos de mi
Padre” (Jn 10,20) esta es la unión perfecta entre el Seguidor, el Padre y
el Hijo, porque “El Padre y Yo somos uno” (Jn 10,30).
Por esta razón, Jesús es quien pastorea el rebaño dado por el Padre,
guiándolo llamándolo para que viva unido a Él así como el Padre y Él están unidos. De esta manera, el rebaño participa
del pastoreo junto con el Viviente, para rescatar a las ovejas perdidas creando
la comunidad del Resucitado. Y entonces,
“los integrantes del
nuevo rebaño: 1) Son llamados
por el Pastor (Jn 1,3); 2) Se
abren a la posibilidad de una nueva relación de mutuo conocimiento y comunión
(Cfr. Mc 3,31-35; Jn 1,38-39); 3)
Porque Jesús es quien va delante de la comunidad (Jn 10, 4) guiándola (Jn
10,16); 4) Y la comunidad escucha
su voz, la reconoce (Jn 10,4.16.27); 6) Y sigue a su Pastor (Jn 10,4.27)”[2].
Ahora bien, al identificarse Jesús con el Padre, la comunidad ha de idenficarse
con el Hijo, porque es la comunidad _ rebaño del Resucitado _. Si nuestra fe no profesa que el Hijo y el
Padre son Uno se perdería el sentido salvífico de nuestra historia de fe,
porque el nuevo rebaño no sería más que una masa informe dentro de unas paredes
que llamamos Iglesia; no trascenderíamos a la comunidad perfecta, la comunidad
del Reino.
Esta unión entre el Padre y el Hijo (Cfr. Jn 1,1; 2,11; 8,16.29; 10,15.33;
14,9-10; 17,11.21) Esta es la
interrelación entre el Padre y el Hijo (Jn 14, 20) Jesús y el Padre son Uno (Jn
10,30; 17,10) y se hace uno con el rebaño, al permanecer unidos (Jn 15,4;
17,11) Él conoce a las ovejas, experimenta su alegría y esperanzas. Por esto,
Juan coloca esta relacionalidad desde el
principio hasta el final del evangelio: _“En el principio existía la Palabra la Palabra estaba junto a Dios, y la
Palabra era Dios” (Jn 1,1). _ Jesús les
dice a los líderes judíos, “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30). _ Frente al
rechazo de los judíos, Él los cuestiona: “Aunque a mí no me crean, creed al
menos por las obras. Y así sabrán y conocerán que el Padre está en mí, y yo en
el Padre” (Jn 10,38). _ En Jn 17, Jesús
ora por los discípulos, “Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí, y yo
en ti”. (Jn 17,21). _ Jesús resucitado
los envía de la misma manera que el Padre lo envío (Jn 20,21-23)”.[3]
A modo de conclusión
·
“Yo y el Padre somos
uno”. Juan llega
a esta conclusión. El Padre está presente y se manifiesta en Jesús, y, a través
de él, realiza su obra creadora, que lleva a cumplimiento su designio. (Jn
5,17.30). La identificación entre Jesús y el Padre supone que la crítica a
Jesús es crítica a Dios. La oposición a Jesús es oposición al Padre. Seguir a
Jesús es vivir como él. Andar por la vida sin mentir, sin perjudicar, ayudando
a los débiles, cuidando la naturaleza, dando la cara por la justicia. Es
impensable que vivir los criterios del evangelio, en un mundo que se rige por
los opuestos, no cueste ningún precio. En una sociedad tan “civilizada”, como
la nuestra, el precio no será la condena a muerte, como lo hicieron con
Jesús, pero quizá sea no medrar en la empresa, no ser bien visto en el entorno
social, no ser comprendido por los tuyos[4].
·
La aventura consiste en
creer lo que el creyó, dar importancia a lo que él dio, defender la causa del
ser humano como él la defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como
él se acercó, ser libres para hacer el bien como él, confiar en el Padre como
él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con que él se
enfrentó. Si quienes viven perdidos, solos o desorientados, pueden encontrar en
la comunidad cristiana un lugar donde se aprende a vivir juntos de manera más
digna, solidaria y liberada siguiendo a Jesús, la Iglesia estará ofreciendo a
la sociedad uno de sus mejores servicios[5].
“Ama
y has lo que quieras; Si callas, callarás con amor. Si gritas, gritarás con
amor. Si corriges, corregirás con amor. Si perdonas, perdonarás con amor. Como
esté dentro de ti la raíz del amor, Ninguna otra cosa sino el bien, Podrá salir
de tal raíz” (San Agustín. Com. 1Jn,7).
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