Lc 15,1-3. 11-32
“¡Muchos se dicen cristianos, pero en realidad no
lo son! No son lo que la palabra significa: no lo son en la vida, en las
costumbres, en la fe, en la esperanza y mucho menos en la caridad” (San
Agustín. Com a 1Juan 4,4).
El itinerario de los cuarenta días de cuaresma
es motivar a la
comunidad de creyentes que vuelva a la casa del Paterna, asumiendo el reto de
colocar a Jesús centro de nuestra fe, de nuestra esperanza. La fe sin
esperanza es imposible vivirla, porque la fe dinamiza la conversión. La fe y la
conversión no son productos de actos y cosas exteriores, sino
que nace del corazón (Jol 2,12-18), cuando la conversión es desde el corazón
estamos siendo coherente con la fe que profesamos y la praxis que vivimos, este
es el itinerario en la caminada, hacia la Pascua del Padre.
El tiempo de cuaresma es renovación, es asumir el compromiso de volver a
la casa paterna de la cual nos habíamos alejado, es romper con las alternativas
del pecado para dejarnos seducir de Cristo, de su amor, es caminar hacia la conversión definitiva en el amor como nos
lo plantea el papa Benedicto XVI:
“En
este tiempo de Cuaresma, en el Año de la fe, renovemos nuestro empeño en el
camino de conversión para superar la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos y
para, en cambio, hacer espacio a Dios, mirando con sus ojos la realidad
cotidiana. La alternativa entre el cierre en nuestro egoísmo y la apertura al
amor de Dios y de los demás podríamos decir que se corresponde con la
alternativa de las tentaciones de Jesús: o sea, alternativa entre poder humano
y amor a la Cruz, entre una redención vista en el bienestar material sólo y una
redención como obra de Dios, a quien damos la primacía en la existencia.
Convertirse significa no encerrarse en la búsqueda del propio éxito, del propio
prestigio, de la propia posición, sino hacer que cada día, en las pequeñas
cosas, la verdad, la fe en Dios y el amor se transformen en la cosa más
importante[1].
En la caminada de la conversión somos un camino y en ese camino debemos
recorrer el itinerario que nos propone Lucas en la parábola del Padre
misericordioso o ENCUENTRO CON EL PADRE (Lc. 15, 1-3.11-32):
1.
AUSENCIA DE SI MIMO - Lc.15, 11-16
Es necesario que nosotros desde nuestro caminar
como cristianos en la comunidad eclesial, busquemos nuestra identidad como
personas, como religiosos y como ser en un mundo en crisis y desde allí
proyectar nuestra vida para encontrarnos a nosotros mismos: “No imites a nadie,
ni siquiera a Jesús. Jesús no era copia de nadie. Para ser como Jesús, has de
ser tú mismo, sin copiar a nadie, pues todo lo auténtico es real, como real era
Jesús”[2].
Nosotros como personas somos el punto de partida en
la interrelación humana y en la relación con Dios, hemos sido moldeados a su
Imagen y Semejanza (Cfr. Gn 1,26; 2,7.18-22), y a pesar de esto, carecemos de
horizontes vitales, tenemos sentimientos de infelicidad, nos aterra asumir
retos. El ser Imagen y Semejanza de Dios, está desdibujado en nuestra
existencia como criaturas de Dios, por esto, es necesario que retornemos a
nosotros mismos, a buscarnos en la interioridad de nuestra vida: “No salgas
fuera de ti mismo; la fuente de la vida no está fuera de ti”[3].
En la búsqueda de nuestra vida interior debemos
estar libres de comentarios y críticas exteriores, es decir, todo lo que
perturbe nuestro encuentro en la intimidad con Dios, es necesario dejarlo a un
lado, aparatándonos del ruido que
produce desestabilidad en nuestra vida:
“Camina
plácido entre el ruido y la prisa...y piensa en la paz que se puede encontrar
en el silencio. En cuanto sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones
con todas las personas. Enuncia tu verdad de una manera serena y clara escucha
a los demás, incluso al torpe o el ignorante: también ellos tienen su historia.
Evita las personas ruidosas y agresivas, ya que son un fastidio para el
espíritu. Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado, porque
siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú”[4].
Es necesario que las cosas por muy graves que sean
no afecten nuestras relaciones, las críticas que muchas veces nos hacen crean
sentimientos de culpas en nosotros que afectan nuestra estabilidad emocional,
nosotros somos llamados a vivir desde nuestras posibilidades y lejos de todo
concepto de culpabilidad y crítica:
“La
culpabilidad y la crítica no existe más que en la mente de la cultura. Las
personas que menos se preocupan de la vida de ahora, de vivir el presente, son
las que más se preocupan por lo venidero. Preocúpate por estar despierto, vive
ahora y no te importará el futuro. Cuando tu mentalidad cambia, todo cambia
para ti, a tu alrededor. Lo que antes te preocupaba tanto, ahora te importa
menos, y, en cambio, vas descubriendo cosas maravillosas que antes te pasaban
inadvertidas”[5].
Por esta razón, nuestra vida debe ser conducida con
amor hacia la casa del padre, de donde nos hemos alejado, hemos reclamado
nuestra herencia para vivir una larga ausencia, alejados de los intereses
comunes y de la casa paterna: “Había un hombre que tenía dos hijos. El menor
dijo a su Padre: ´¡Dame la parte de la hacienda que me corresponde`-El hijo
menor juntó todos sus haberes, y unos días después se fue a un país lejano.
Allí malgastó su dinero llevando una vida desordenada” (Lc 15,11-13). La
ausencia de la casa paterna es muchas veces cuestión de un deseo de libertad
mal orientada. Queremos salir de allí de donde nos sentimos oprimidos,
esclavos, para buscar supuestamente nuestro espacio, a esto es lo que muchas
veces llamamos libertad.
Sentimos que somos esclavos y nos esclaviza nuestro
propio afán de escapar, malgastando tiempo en querer hacer nuestra voluntad,
despilfarramos la herencia, la vida y la caminada y sobre todo lo que
verdaderamente nos hace libres. Tenemos un afán de protagonismo, creado por la
necesidad de satisfacer nuestro egoísmo, creamos un mundo fantasioso en esa
larga ausencia: “Cuando ya había gastado
todo, sobrevino en aquella región una escasez grande y comenzó a pasar
necesidades” (Lc 15,14). La necesidad es salir de nosotros, buscar en otro
lado lo que tenemos cerca y no lo apreciamos; la necesidad es huir de nosotros
mismos, de Dios, es querer perdernos en el horizonte de nuestra propia lejanía,
es salir cerrando las posibilidades de volver.
Muchas veces es necesario, para que podamos
recuperar la credibilidad en nosotros mismos y en Dios caer hasta el fondo,
hundirnos en el barro y perder la esperanza de salir del abismo. Desde allí y
solo allí, se puede buscar opciones para salir con la posibilidad del retorno: “Fue a buscar trabajo y se puso al servicio de
un habitante del lugar, que lo envió a su campo a cuidar cerdos. Hubiera
deseado llenarse el estómago con las algarrobas que daban a los cerdos, pero
nadie se las daba” (Lc 15,15-16).
2.
ENCONTRARSE
ASI MISMO – Lc. 15,17-21
Buscarse así mismo es un encuentro doloroso, entre
la larga ausencia y la pasajera presencia de sí mismo y de Dios en nuestra
vida; reconocer nuestros errores es doloroso porque no estamos acostumbrados a
hacerlo, es más fácil vivir en el error que vivir en la libre esperanza de la libertad
de los hijos de Dios. La huida muchas veces
nos resulta más fácil de asumir que correr el riesgo de volver: “Finalmente recapacitó y se dijo: ´¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre!` Tengo que hacer algo: volveré donde
mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios ante ti. Yo no merezco ser
llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros. Se levantó, pues, y se
fue donde su padre” (Lc 15,17-20).
Este es el regreso del que ha querido rectificar su
camino de oscuridad para ir nuevamente a la luz paterna, es volver a la casa
del padre, es querer recuperar la vida interior, es encaminar la vida hacia un
cambio radical y coherente con el amor brindado por el padre, es pedir la
restitución de la libertad vivida, la
que había dejado y ahora quiere volver a tener.
Desde la vida interior que ha recuperado es posible
realizar un proyecto integral de vida, es volver a la vida plenamente feliz,
desde la dimensión de ser Imagen y Semejanza de Dios, es recuperar la
felicidad, es vivir plenamente felices:
“La
felicidad no tiene contrapuesto porque nunca se pierde, puede estar oscurecida,
pero nunca se va porque tú eres felicidad. La felicidad es tu esencia, tu
estado natural y por ello cuando algo se interpone, la oscurece, y sufres por
miedo a perderla. Te sientes mal, porque ansías aquello que eres. Es el apego a
las cosas que crees que te proporcionan felicidad lo que te hace sufrir…El
responsable de tus enfados eres tú, aunque el otro haya provocado el conflicto,
el apego y no el conflicto es lo que te hace sufrir. Es el miedo a la imagen
que el otro haya podido hacer de ti, miedo a perder su amor, y miedo a que la
imagen de ti, la que tu sueñas que él tenga de ti, se rompa”[6].
El camino a la felicidad es la vocación a la vida y
desde aquí integrar nuestra interioridad con Dios, es ir al encuentro en la
casa del Padre, donde podamos comenzar la fiesta del retorno, el gran encuentro
en la casa paterna para vivir a plenitud el Reinado de Dios y su justicia en la
creación nueva, en el nuevo pueblo de Dios:
He
aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, allí habrá gozo y regocijo por
siempre…Sin que se oiga jamás lloro ni quejido. No habrá allí jamás niños que
vivan pocos días o viejos que no llene sus días…Lobo y cordero pacerán a una,
el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo, no
harán más daños ni prejuicio en todo mi santo monte (Is. 65, 17-18.20.25; Cfr.
1P, 3,13; Ap. 21,1).
El encuentro en la casa paterna es el punto de
llegada de toda opción de vida para comenzar la fiesta del retorno. El padre
siempre está en la puerta y espera que el hijo retorne, desde la distancia él
lo espera: “Estaba aún lejos, cuando su
padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó” (Lc
15,20).
Este abrazo de acogida hace que el ausente
reconozca con dolor su partida, su distancia, su error: “Entonces el hijo le
habló: ´Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo
tuyo” (Lc 15,21). El Hijo llega con el traje no apropiado para el encuentro,
llega descalzo y sintiéndose un forastero. El traje con que llega, es el traje
de la huida, del distanciamiento, de la ausencia. El hijo al reconocer su
distanciamiento y su error, comienza el camino de la conversión y empieza a
buscar su identidad como hijo; ha vuelto a la casa paterna, ha regresado de
donde estaba ausente. El padre misericordioso lo acoge y lo invita a la casa,
le devuelve la confianza de los hijos junto al Padre, sabe que de allí no ha
debido salir, por eso el padre le ha puesto el traje apropiado, lo ha calzado y
le ha colocado el anillo de pertenencia, lo ha preparado para el encuentro
gracioso de su amor.
3.
LA FIESTA
DEL ENCUENTRO – Lc. 15,22-24
En este encuentro festivo se recobra todo el
entusiasmo que da la dignidad como seres humanos que vuelven al camino del
padre, nos hemos reconciliados con nosotros mismos y con el padre, aprendimos a
vivir en la casa paterna, hemos buscado la reconciliación y hemos dejado de
odiarnos:
Si
yo logro que te odies a ti mismo, me sería más fácil dominarte, domesticarte;
eso es lo que hace nuestra mal llamada educación. La sociedad enseña a estar
siempre insatisfecho, para dominarte y controlarte. Con ello la sociedad se ha
beneficiado, pero ha pagado un precio muy alto: la guerra. Nunca podrás amar a
los demás si te detestas a ti mismo. El amor significa no hacer violencia y
respetar la libertad[7].
De esta manera el alejamiento crea en nosotros
sentimientos de rechazo y de odio; pero el beso del Padre, que significa amor y
acogida, nos devuelve la confianza en nosotros mismos, es acercamiento y
acogida, es encuentro festivo de amor y perdón y reconocimiento de la falla
cometida, el padre hace una fiesta por el hijo que ha vuelto y el hijo vuelve
confiado en el amor del padre: “El padre
dijo a sus servidores: ´¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo.
Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies. Traigan el
ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta, porque este hijo mío estaba
muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado` Y
comenzaron la fiesta” (Lc 15, 22-24).
La fiesta del encuentro es la fiesta por el hijo
ausente que ha vuelto a la casa y el padre se ha llenado de alegría porque “hay
más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y
nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,4-7). El rescate del
hijo perdido nos lleva a diseñar procesos pedagógicos de conversión, es decir
un encuentro con mi YO interior; que nos haga volver a nosotros y no andar a la
deriva buscando por fuera lo que no nos deja ser felices: “Los hombres salen a
hacer turismo para admirar las crestas de los montes, el oleaje proceloso de
los mares, el fácil y copioso cause de los ríos, las revoluciones y los giros
de los astros, Y, sin embargo, se pasan de largo así mismos. No hacen turismo
interior”[8].
El camino de la conversión debe orientar nuestro
caminar hacia lo esencial de nuestra fe en Jesucristo, quien murió y resucito
de entre los muertos, Él es quien nos llama a la conversión: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios
está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15).
Este llamado es un volver a nosotros mismos, es
volver a Dios, es reconocer nuestras infidelidades y recorrer el camino hacia
la fe, que es ir peregrino hacia la casa del padre, hacia la felicidad, la
felicidad como “potenciadora de la vida y acontecimientos transformador de la
existencia humana”[9].
La fe es un proceso de unión personal a Jesucristo, es hacer propia la causa de
Jesús: Anuncio del Reino de Dios, como experiencia y anuncio: “Porque confiesas con tu boca que Jesús es
el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás
salvo, pues, con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca
se confiesa para conseguir la salvación” (Rm 10,9-10)[10].
A modo de
conclusión
1.
Estas
etapas nos llevan a caminar hacia la
conversión en la fe, que es ir peregrino hacía la felicidad. La fe es un
proceso de unión personal a Jesucristo, reproduciendo sus rasgos en medio de
los hombres, hacer propia su causa como experiencia y anuncio: 1. Anuncio del Reino de Dios 2. Solidaridad con el hombre (Jn. 1,14)
3. Servicio generoso a los más
necesitado 4. Curación a los
enfermos 5. Crear comunidad 6. Hombre de oración 7. Un estilo de vida que choca con las
estructura 8. Controvertido luchador
de la igualdad entre los hombres 9.
Su predicación opuesta a los intereses egoístas de las autoridades judías de su
tiempo[11].
2.
El
proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por
Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es
"el Padre misericordioso" (Lc 15, 11 - 24): la fascinación de
una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en
que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación
profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear
alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los
bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante
su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del
padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor
vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva,
pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al
seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo que conoce las
profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su
misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza[12].
3. En
este cuarto domingo de Cuaresma se proclama el Evangelio del padre y de los dos
hijos, más conocido como parábola del "hijo pródigo" (Lc 15, 11-32) (…)
Este texto evangélico tiene, sobre todo, el poder de hablarnos de Dios, de
darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón. Desde que Jesús nos habló
del Padre misericordioso, las cosas ya no son como antes; ahora conocemos a
Dios: es nuestro Padre, que por amor nos ha creado libres y dotados de
conciencia, que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si regresamos (…) En la
parábola los dos hijos se comportan de manera opuesta: el menor se va y cae
cada vez más bajo, mientras que el mayor se queda en casa, pero también él
tiene una relación inmadura con el Padre; de hecho, cuando regresa su hermano,
el mayor no se muestra feliz como el Padre; más aún, se irrita y no quiere
volver a entrar en la casa. Los dos hijos representan dos modos inmaduros de
relacionarse con Dios: la rebelión y una obediencia infantil. Ambas formas se
superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el
perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, mayor que nuestra
miseria, pero también que nuestra justicia, entramos por fin en una relación
verdaderamente filial y libre con Dios[13].
"Dios
nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros" (S.
Agustín, serm. 169, 11, 13).
[2] Anthony de Mello. Auto liberación interior.
Buenos Aires 2000. Ed. Lumen. Pág. 38
[3] San Agustín. La verdadera religión 39,72;
Comentario al Evangelio de Juan 25,17.
[4] Desiderata.
[5] Anthony de Mello. Auto liberación interior.
Buenos Aires 2000. Ed. Lumen. Pág. 39.
[6] Anthony de Mello. Auto liberación interior.
Buenos Aires 2000. Ed. Lumen. Pág. 85-86
[7] Anthony de Mello. Auto liberación interior.
Buenos Aires 2000. Ed. Lumen. Pág. 109.
[8] San Agustín. Confesiones 10,8
[9] Santiago Insunza. Una alma sola. Pág. 18
[10] CASALINS, G.
Charla-Retiro. Grupo de Laicos. Bogotá, Marzo de 2010.
[11] CASALINS, G. Otro texto
para no leer: Fe y esperanza en Jesús como proyecto. Bogotá. 2008.
[12] MAGISTERIO DE LA IGLESIA.
Catecismo de
la Iglesia Católica 1439.
[13] Benedicto XVI, Ángelus Plaza de San Pedro. Roma 14 de marzo de 2010.
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