Mt 6,1-6.16-18
El Salmista canta de esta forma: «La Palabra
del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos... Porque Él lo
dijo, y existió; Él lo mandó y todo fue creado» (Sal 33, 6.9). La vida brota,
el mundo existe, porque todo obedece a la Palabra divina. (Benedicto XVI.
Audiencia. Plaza San Pedro. Roma 6 de Febrero 2013).
Al entrar de
lleno en el tiempo de Cuaresma, volvemos a plantear los mismos interrogantes:
¿Es la cuaresma cuestión de gastronomía o camino de conversión? La gran mayoría
se queda en las reflexiones gastronómicas, haciendo coincidir la imposición de
normas por encima de las del evangelio, algunos plantean que es necesario
colocarse la ceniza en la frente porque somos católicos y debemos ser
obedientes, aunque no haya cambios en nuestra vida y no se dé un proceso de
conversión.
De la
misma manera manifiestan que el ayuno y la opción de no comer carne en los días
de vigilias (como suele llamarse a Miércoles de ceniza, Viernes de cuaresma y
Viernes Santo) son obligación del católico. Esto se da con la mentalidad y el
afán del deber cumplido. Pero sin reflexión y sin conversión. Reduccionismo
gastronómico de la cuaresma y semana santa y reduccionismo normativo, aunque no
haya el más mínimo indicio de cambio.
Al
plantear de esta manera las cosas como cristianos quedamos en el sin sentido y
presa de incertidumbres frente a lo que plantea Jesús y lo que se plantea en
las normas, las dos deben ser reconciliables, pero las normas no pueden
prevalecer por encima del evangelio y de la fe que profesamos, la fe parte de
la cruz y del anuncio Kerygmático de Jesucristo Muerto y Resucitado y las
normas y tradiciones tal y como se mantienen hoy deben ser revisadas para que
sean acordes al evangelio y al mundo globalizado, que está en constante proceso
de desarrollo sostenible.
Hoy vivimos en
situaciones difíciles de violencia, de hambre y de miseria, de incertidumbres y
sin luz propia; por esta razón, los cristianos han de asumir con fortaleza la
cruz y mostrar el camino trazado por el profeta de Galilea, se debe profesar la
fe en Jesucristo, fe que redime al no quedarnos en la orilla del lago, sino ir
con el Señor a bogar mar adentro y echar las redes porque Él lo dice.
Estar en la
barca con el Señor, es estar en su Iglesia, es seguirle para echar las redes en
lo profundo del corazón humano, trasformar nuestra vida, reconociéndonos
pecadores y dejar todo por el Señor. Como cristianos desde esta perspectiva, se
ha perdido el horizonte, nos hemos quedado en la orilla viendo como el Señor
pesca por nosotros. No se ha asumido el reto de bogar mar adentro, porque hemos
puesto la fe en cosas efímeras y no en el Señor que echa las redes con
nosotros.
La fe es en Jesucristo,
Él trasforma corazones, no estómagos, la fe no debe colocarse en cosas
efímeras, sino que esta nace del corazón, la fe no pretende que los demás
cambien, sino que es una responsabilidad personal: “El cambio es una opción
personal y empieza cuando tú lo decides” (Ratatouille).
Los cristianos
hoy pretenden cambiar sin Jesucristo, desconocen la fuerza innovadora de su
mensaje, no se lee la palabra de Dios, no se practica lo que Él nos dice, nos
quedamos en la orilla al lamento de haber bregado toda la noche y no haber
pescado nada. Sin conocer a Jesucristo y dejarnos contagiar de Él no hay
conversión, seguiremos apegados a las normas y tradiciones que hoy no afectan
nuestra vida, solamente tranquilizan nuestra conciencia, sin Cristo la justicia
y el amor es solo filantropía de grupos reunidos, pero no de Iglesia, no hay
transformación ni renovación:
“En nombre de Cristo les rogamos:
¡Déjense reconciliar con Dios! Dios hizo cargar con nuestros pecados al que no
cometió pecado, para que así nosotros participáramos en Él de la justicia y
perfección de Dios” (2Cor 5,20-21)
Ahora bien,
para llegar a la perfección se ha colocado un modelo de Iglesia normativa, de
tradiciones inmodificables, que distan mucho del evangelio y de las tradiciones
bíblicas. Hemos separado la oración, la penitencia, el ayuno y la limosna de
Jesucristo aferrándonos a normas y tradiciones que hoy por hoy están llamadas a
revisar, no responden a las necesidades de una Iglesia renovada y renovadora en
la fe, en la pastoral y en la liturgia, sino a una barca que se ha encallado en
la orilla y no escucha la voz del Señor: “Boga mar adentro” (Lc 5,4) y que
clama ser limpiada: “Señor, si tú quieres, puedes limpiarme” (Lc 5,12).
A
modo de conclusión:
1.
Dios no nos va Juzgar por lo que hagamos sino
por lo que dejemos de hacer con los pobres, como dice la Madre Teresa de
Calcuta: “Al final de nuestras vidas, no seremos juzgados por cuántos diplomas
hemos recibido, cuánto dinero hemos conseguido o cuántos cosas grandes hemos
hecho. Seremos juzgados por – Yo tuve hambre y me diste de comer, estuve
desnudo y me vestiste, no tenía casa y me diste posada”.
2.
Es este el Ayuno, la Oración, la Limosna que
debemos hacer: “Comparte tu pan con el
hambriento y tu ropa con el desnudo. Has limosna” (Tob 4,16; Mt 25,35-36.40)
Este sería el sentido de llevar una cruz untada de ceniza en la frente, es el
sentido de conversión y ayuno que el Señor Jesús quiere de nosotros[1].
Vivir de fe quiere decir
reconocer la grandeza de Dios y aceptar nuestra pequeñez, nuestra condición de
creaturas dejando que el Señor la colme con su amor y crezca así nuestra
verdadera grandeza. El mal, con su carga de dolor y de sufrimiento, es un
misterio que la luz de la fe ilumina, que nos da la certeza de poder ser
liberados de él: la certeza de que es bueno ser hombre. (Benedicto XVI.
Audiencia. Plaza San Pedro. Roma 6 de Febrero 2013).
[1] CASALINS,G. Otro texto
para no leer: El ayuno que a mí me agrada II. Medellín, miércoles de ceniza
2012.
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