Lc 3,1-6
“Un año más ha brillado para nosotros –Y hemos de celebrarlo- El nacimiento de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo; en Él la verdad ha brotado de la tierra; Él día del día ha venido a nuestro día: Alegrémonos y regocijémonos en Él” (San Agustín. Ser 181,1).
En la reflexión del domingo I de adviento, se planteaba que en “la acción de Jesús es
donde se propicia la reconciliación de Dios con la humanidad. Él es quien media
entre la antigua creación y la nueva creación (Cfr. Gn 1-3; Rm 5,12- 21) Él
borró el pecado de la antigua creación con su Muerte y con su Resurrección abriendo
la esperanza de la nueva creación: “un
cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1) Esta es la esperanza que nace del
corazón, allí germina el árbol de la
vida (Cfr. Ap 22,1-5; Zc 14,11) que rompe la maldición del pecado (Cfr. Ap 5,3)
con la creación de la Resurrección: “Y oí
una fuerte voz que venía del trono, y que decía: Aquí está el lugar donde Dios
vive con los hombres. Vivirá con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo
estará con ellos como su Dios. Secará todas lágrimas de ellos, y ya no habrá
muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha
dejado de existir” (Ap 20,3-4; 22,1-5)[1].
Esta nueva
creación es la instauración de “un cielo
nuevo y una tierra nueva” (2 P 3,13; Ap 21,1; Cfr. Is 66,22) Un cielo más
justo y una tierra más humana, donde se anuncie la gloria del Señor: “Yo vendré para reunir a las naciones de
toda lengua: vendrán para ver mi gloria…Y anunciarán mi gloria a las naciones. Y
de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos sus hermanos” (Is
66,18.19-20) Así, surgirá la
nueva generación de creyentes que vive desde la espiritualidad cristiana su
pertenencia al discipulado del Señor en la Iglesia de los bautizados, que
rinden nuevo culto al Dios de la Vida en “Espíritu
y Verdad” (Jn 4,23-24) para que crezcan como el árbol de la nueva vida (Ap
22,1-5) que con sus frutos abre el camino de una Iglesia espiritual que celebra
su liturgia desde los siete símbolos de vida (Sacramentos) porque cada
celebración litúrgica sacramental es un nuevo nacimiento.
Este es el
sentido vigilante que encontramos en Lucas, este estar vigilante es un
despertar en la fe: “Oigan ese grito en
el desierto: Preparen el camino del Señor. Enderecen sus senderos. Las
quebradas serán rellenadas y los montes y cerros allanados. Lo torcido será
enderezado, y serán suavizadas las asperezas de los caminos. Todo mortal
entonces verá la salvación” (Lc 3,4-6). Este es el camino histórico de
salvación preparado por el Señor para un pueblo bien dispuesto (Lc 3,1-2):“Mira envío por delante a mi mensajero para
que te prepare el camino. Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del
Señor, allanen sus senderos” (Mc 1,3; Is 40,3-5) Todo esto ha de desarrollarse
en el culto bautismal de conversión y perdón (Lc 3, 3) Este es el culto
orientado a la oración al Padre y la justicia a los hombres en la Palabra;
porque sin el concurso de la Palabra toda oración al Padre, se convierte en
ritos muertos - les falta Cristo- “Si mi
pueblo, que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y abandona su mala
conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y sanaré su
tierra” (2Cro 7,14).
Este es el
anuncio del que busca el camino del Señor a través de la Palabra que llevan los
mensajeros: “¡Que hermoso son sobre los
montes los pies del heraldo que anuncia
la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sion: Ya
reina tu Dios!” (Is 52,7; Cfr. Rom 10,15) Esta es la fe proclamada, en la
confesión de fe en Jesús Resucitado, en la oración, en la comunión, en el
perdón- reconciliación, en la salud y en la misión del que
anuncia que el Señor ya viene con autoridad, bautizando con Espíritu Santo (Cfr.
Mc 1,7-8)[2].
A modo de conclusión
1.
Se explicita el proyecto de Dios: El
adviento, entonces, viene a recordarnos - con la riqueza de sus lecturas (…) -
cuál es el proyecto de Dios, cuál es su historia de salvación a la cual tenemos
que orientar las fuerzas reivindicadoras, las liberaciones (…) El tiempo de los
hombres. Ese es el inicio de la historia de la salvación: la promesa y la
iniciativa de Dios que en la historia se vale de un hijo de un rey para hacerlo
redentor de los hombres (...): "Verán al Hijo del Hombre que viene con
gran poder y majestad".
2.
Juan Bautista signo de los hombres que Dios
necesita: El segundo y el tercer domingo de Adviento -o sea, este de
hoy y el que viene nos van a presentar, en el símbolo de Juan El Precursor (...)
Este domingo y el otro domingo serán las condiciones que Dios pide a los
hombres para incorporarlos en la historia de la salvación.
3.
Preparativos inmediatos para el nacimiento de
Dios en la Historia: Y el cuarto domingo, ya en las vísperas de la
Navidad, nos presentara los preparativos inmediatos en que María tiene un papel
tan preponderante para que ese Rey de la gloria, Señor de la eternidad, se
venga a hacer, también, Señor de la historia; nazca en Belén para nuestra
historia[3].
4.
“En los evangelios no
aprendemos doctrinas académica sobre Jesús, destinada inevitablemente a
envejecer a lo largo de los siglos. Aprendemos un estilo de vivida realizable
en todos los tiempos y en todas las culturas: El estilo de vivir de Jesús. La
doctrina no toca el corazón, no convierte ni enamora. Jesús si.
5.
La
experiencia directa e inmediata con el relato evangélico nos hace nacer a una
fe nueva, no por via de "adoctrinamiento" o de "aprendizaje
teórico", sino por el contacto vital con Jesús. Él nos enseña a vivir
la fe, no por obligación sino por atracción. Nos hace vivir la vida cristiana,
no como deber sino como contagio. En contacto con el evangelio recuperamos
nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús”[4].
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