Lc 1,26-38
Ciertamente, cumplió santa María, con toda
perfección, la voluntad del Padre, y por esto es más importante su condición de
discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula
de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto María fue bienaventurada,
porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno (San Agustín. Serm
25,7-8)
Nuestra fe es en Jesús Resucitado, por esta razón, es preocupante la
manera como se ha resaltado desenfocando esta fe en los últimos años por los grupos
fundamentalistas dentro de la Iglesia, que han colocado la figura de María en
un culto fantasmagórico y particular excluyente que disfrazan con un pietismo
sentimentalista, que es puesto por encima de la experiencia de fe en Jesús Resucitado. Con esto se ha despojado a
María de su condición mediadora como Madre, Discípula y Maestra-Misionera, presentándola
como una deidad a imagen de las diosas de la antigüedad greco-romana.
María es la Bienaventurada del Padre, porque al aceptar la maternidad concibió
por obra del Espíritu Santo la misma Palabra de Dios en su seno virginal. Y lo
entregó al pie de la Cruz donde fue consagrada como madre (Lc 1,29-33; Jn
19,25-27). Como Discípula hizo la voluntad del Padre, al dar su sí, y mandó que
hiciéramos lo que él nos manda (Jn 2,5). Maestra- misionera: Llevó la Palabra a
la montaña, camino al lado del Maestro, por escuchar la Palabra y hacer la
voluntad del Padre (Lc 1,39-45; Mc 3,31-35; Lc 11,27-28):
Así también la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe
y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin
designio divino, se mantuvo de pie (Cfr. Jn 19,25), sufrió profundamente con su
Unigénito y se asoció con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo con
amor en la inmolación de la víctima concebida por ella misma, y finalmente, fue
dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz,
con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo” (Cfr. Jn 19,26-27) (LG 58).
Ahora bien, vemos que María es la mujer que colocó toda su confianza en
el Dios de la vida, es portadora de la gracia salvífica de este Dios humano y
sencillo, que hecho hombre abrió para siempre las puertas de la esperanza. Es
en este sentido que esta mujer queda incorporada en nuestra propia historia de
salvación por ser la Madre de Jesús de Nazaret; ella irrumpe en la historia de
los hombres a través de su Hijo que al cumplirse el plazo señalado por el
misterio de Dios padre, asumió nuestra condición humana: “Pero cuando se cumplió
el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer” (Gal. 4,4).
Es así como María es la: 1) Peregrina de Nazaret hacia
Jerusalén con el pueblo en ocasión de la pascua (Lc, 2,41); 2) Prudente
frente a su Hijo (Lc. 2,50-52); 3) Portadora de la Palabra de
Dios (Lc 1,39-45); 4) Esclava del Señor, cumplidora fiel de su
voluntad (Lc, 1,38); 5) Favorecida por Dios, la llena de gracia
(Lc. 1, 27); 6) Acogida por la comunidad (Jn 19,26-27); 7)
La gran orante con la comunidad (Hec. 1,12-14); 8) Que presenta
al Hijo e invita a que hagan su voluntad (Jn 2, 5); 9) Que asume
con valentía la muerte de su Hijo (Jn, 19,25); 10) Creyente
paciente, su paciencia se traduce en un silencio subversivo de esperanza (Lc
1,46-56).
Ella es la mujer
escogida por Dios, “¡Te felicito, favorecida de Dios! El Señor está contigo”
(Lc. 28) y acepta ser madre de
Jesús el Salvador “Yo soy la esclava del Señor, que Dios haga
conmigo como me has dicho” (Lc. 1,38) para realizar
así su plan salvífico en la historia por medio del Hijo. En María confluye la
esperanza de todo un pueblo que esperaba al Mesías, un pueblo lleno de
desilusiones y de desesperanza, que anhelaban que Dios bajara para salvarlos[1].
A modo de conclusión 1
En el texto de la anunciación podemos resaltar los siguientes elementos:
-
Presentación: Este saludo transmite un amor
muy especial- María se turba (Lc 1,28).
-
El saludo anterior es la misión que María debe
realizar (Lc 1,30-33).
-
María ha interrogado: El ángel explica (Lc
1,35).
-
La presencia de Dios y la gratuidad de su amor
se da por el Espíritu Santo (Lc 1,35)[2].
Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes
y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el seno que te llevó. Y el
Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de
orden material. ¿Qué es lo que respondió?: Dichosos más bien los que escuchan
la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque
escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo,
pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad,
Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su
seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en
la mente que lo que se lleva en el seno… Por tanto, amadísimos hermanos,
atiendan ustedes mismos: También ustedes son miembros de Cristo, cuerpo de Cristo.
Así afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: Éstos son mi madre y
mis hermanos. ¿Cómo seremos Madre de Cristo? El que escucha y el que hace la
voluntad de mi Padre celestial es mi hermano y mi hermana y mi madre. Podemos
entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de hermanos y
hermanas: la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo
único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos
suyos.
A modo de Conclusión 3: LG
No. 52-53.62-65
LA BIENAVENTURADA
VIRGEN MARIA EN EL MISTERIO DE CRISTO
El benignísimo y sapientísimo
Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo, "cuando llegó el
fin de los tiempos, envió a su Hijo hecho de Mujer... para que recibiésemos la
adopción de hijos" (Gál., 4, 4-5). "El cual por nosotros, los
hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por obra
del Espíritu Santo de María Virgen". Este misterio divino de salvación se
nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su
Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos
sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la
gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo".
LA BIENAVENTURADA
VIRGEN Y LA IGLESIA
En efecto, la Virgen María,
que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su
cuerpo y trajo la Vida al mundo, es reconocida y honrada como verdadera Madre
de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros
méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está
enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo y,
por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con
un don de gracia tan eximia, antecede, con mucho, a todas las criaturas
celestiales y terrenas. Al mismo tiempo está unida en la estirpe de Adán con
todos los hombres que necesitan ser salvados; más aún: es verdaderamente madre
de los miembros (de Cristo)... Por haber cooperado con su amor a que naciesen
en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza". Por eso
también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la
Iglesia, su prototipo y modelo eminentísimos en la fe y caridad y a quien la
Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de
piedad como a Madre amantísima.
MEDIADORA
Y esta maternidad de María
perdura si cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel
asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz,
hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez asunta a los
cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su
múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Por su amor materno
cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y
angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.
Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de
Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de
manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único
Mediador. Porque ninguna criatura puede
compararse jamás con el Verbo Encarnado, nuestro Redentor; pero así como del
sacerdocio de Cristo participan de varias maneras, tanto los ministros como el
pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas
distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no
excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que
participa de la fuente única. La Iglesia no duda en atribuir a María un tal
oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los
fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente
al Mediador y Salvador.
MARIA, COMO VIRGEN Y
MADRE, TIPO DE LA IGLESIA
La Bienaventurada Virgen, por
el don y el oficio de la maternidad divina, con que está unida al Hijo Redentor,
y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la
Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio;
a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo.
Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y
virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente
y singular el modelo de la virgen y de la madre; pues creyendo y obedeciendo
engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, por
obra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, prestando fe sin sombra de duda,
no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien
Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29); a saber:
los fieles, a cuya generación y educación coopera con materno amor.
FECUNDIDAD DE LA
VIRGEN Y DE LA IGLESIA
Ahora bien: la Iglesia,
contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente
la voluntad del Padre, también ella es madre, por la palabra de Dios fielmente
recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida
nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de
Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fidelidad
prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del
Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la
sincera caridad.
A modo de conclusión 4:
1.
Dios, por tanto, es padre de las cosas
creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de toda la
creación, María es madre de la universal restauración. Porque Dios engendró a
aquel por quien todo fue hecho, y María dio a luz a aquel por quien todo fue
salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada en absoluto existiría, y María
dio a luz a aquel sin el cual nada sería bueno (San Amselmo, obispo. Oración
52).
2.
“Ella
es parte de la totalidad del cuerpo, y el cuerpo entero es más que uno de sus
miembros. La cabeza de este cuerpo es el Señor, y el Cristo total lo
constituyen la cabeza y el cuerpo de la Iglesia. ¿Qué más diremos? Tenemos, en
el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por cabeza”.
(San Agustín. Serm. 25,7-8).
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