sábado, diciembre 08, 2012

¡TE FELICITO, FAVORECIDA DE DIOS! EL SEÑOR ESTA CONTIGO

Lc 1,26-38 

Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y por esto es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno (San Agustín. Serm 25,7-8) 

Nuestra fe es en Jesús Resucitado, por esta razón, es preocupante la manera como se ha resaltado desenfocando esta fe en los últimos años por los grupos fundamentalistas dentro de la Iglesia, que han colocado la figura de María en un culto fantasmagórico y particular excluyente que disfrazan con un pietismo sentimentalista, que es puesto por encima de la experiencia de fe  en Jesús Resucitado. Con esto se ha despojado a María de su condición mediadora como Madre, Discípula y Maestra-Misionera, presentándola como una deidad a imagen de las diosas de la antigüedad greco-romana.
María es la Bienaventurada del Padre, porque al aceptar la maternidad concibió por obra del Espíritu Santo la misma Palabra de Dios en su seno virginal. Y lo entregó al pie de la Cruz donde fue consagrada como madre (Lc 1,29-33; Jn 19,25-27). Como Discípula hizo la voluntad del Padre, al dar su sí, y mandó que hiciéramos lo que él nos manda (Jn 2,5). Maestra- misionera: Llevó la Palabra a la montaña, camino al lado del Maestro, por escuchar la Palabra y hacer la voluntad del Padre (Lc 1,39-45; Mc 3,31-35; Lc 11,27-28):
Así también la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (Cfr. Jn 19,25), sufrió profundamente con su Unigénito y se asoció con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima concebida por ella misma, y finalmente, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo” (Cfr. Jn 19,26-27) (LG 58).
Ahora bien, vemos que María es la mujer que colocó toda su confianza en el Dios de la vida, es portadora de la gracia salvífica de este Dios humano y sencillo, que hecho hombre abrió para siempre las puertas de la esperanza. Es en este sentido que esta mujer queda incorporada en nuestra propia historia de salvación por ser la Madre de Jesús de Nazaret; ella irrumpe en la historia de los hombres a través de su Hijo que al cumplirse el plazo señalado por el misterio de Dios padre, asumió nuestra condición humana: “Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer” (Gal. 4,4).
Es así como María es la: 1) Peregrina de Nazaret hacia Jerusalén con el pueblo en ocasión de la pascua (Lc, 2,41); 2) Prudente frente a su Hijo (Lc. 2,50-52); 3) Portadora de la Palabra de Dios (Lc 1,39-45); 4) Esclava del Señor, cumplidora fiel de su voluntad (Lc, 1,38); 5) Favorecida por Dios, la llena de gracia (Lc. 1, 27); 6) Acogida por la comunidad (Jn 19,26-27); 7) La gran orante con la comunidad (Hec. 1,12-14); 8) Que presenta al Hijo e invita a que hagan su voluntad (Jn 2, 5); 9) Que asume con valentía la muerte de su Hijo (Jn, 19,25); 10) Creyente paciente, su paciencia se traduce en un silencio subversivo de esperanza (Lc 1,46-56).
Ella es la mujer escogida por Dios, “¡Te felicito, favorecida de Dios! El Señor está contigo” (Lc. 28) y acepta ser madre de Jesús el Salvador  “Yo soy la esclava del Señor, que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lc. 1,38) para realizar así su plan salvífico en la historia por medio del Hijo. En María confluye la esperanza de todo un pueblo que esperaba al Mesías, un pueblo lleno de desilusiones y de desesperanza, que anhelaban que Dios bajara para salvarlos[1] 
A modo de conclusión 1

En el texto de la anunciación podemos resaltar los siguientes  elementos:
-          Presentación: Este saludo transmite un amor muy especial- María se turba (Lc 1,28).
-          El saludo anterior es la misión que María debe realizar (Lc 1,30-33).
-          María ha interrogado: El ángel explica (Lc 1,35).
-          La presencia de Dios y la gratuidad de su amor se da por el Espíritu Santo (Lc 1,35)[2].

 A modo de conclusión 2: San Agustín. Serm. 25,7-8

 Les pido que atiendan a lo que dijo Cristo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos; y el que hace la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, es mi hermano y mi hermana y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado por ella? Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y por esto es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.

Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el seno que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material. ¿Qué es lo que respondió?: Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno… Por tanto, amadísimos hermanos, atiendan ustedes mismos: También ustedes son miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: Éstos son mi madre y mis hermanos. ¿Cómo seremos Madre de Cristo? El que escucha y el que hace la voluntad de mi Padre celestial es mi hermano y mi hermana y mi madre. Podemos entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de hermanos y hermanas: la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos.

A modo de Conclusión 3: LG No. 52-53.62-65

LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA EN EL MISTERIO DE CRISTO

El benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo, "cuando llegó el fin de los tiempos, envió a su Hijo hecho de Mujer... para que recibiésemos la adopción de hijos" (Gál., 4, 4-5). "El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen". Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo".

LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA

En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y trajo la Vida al mundo, es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede, con mucho, a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que necesitan ser salvados; más aún: es verdaderamente madre de los miembros (de Cristo)... Por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza". Por eso también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo eminentísimos en la fe y caridad y a quien la Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.

MEDIADORA

Y esta maternidad de María perdura si cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.  Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado, nuestro Redentor; pero así como del sacerdocio de Cristo participan de varias maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única. La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.

MARIA, COMO VIRGEN Y MADRE, TIPO DE LA IGLESIA

La Bienaventurada Virgen, por el don y el oficio de la maternidad divina, con que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio; a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo. Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre; pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, prestando fe sin sombra de duda, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29); a saber: los fieles, a cuya generación y educación coopera con materno amor.

FECUNDIDAD DE LA VIRGEN Y DE LA IGLESIA

Ahora bien: la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es madre, por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fidelidad prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad.

A modo de conclusión 4:

1.      Dios, por tanto, es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de toda la creación, María es madre de la universal restauración. Porque Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho, y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada en absoluto existiría, y María dio a luz a aquel sin el cual nada sería bueno (San Amselmo, obispo. Oración 52).

2.      “Ella es parte de la totalidad del cuerpo, y el cuerpo entero es más que uno de sus miembros. La cabeza de este cuerpo es el Señor, y el Cristo total lo constituyen la cabeza y el cuerpo de la Iglesia. ¿Qué más diremos? Tenemos, en el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por cabeza”. (San Agustín. Serm. 25,7-8).



[1] CASALINS, G. OTRO TEXTO PARA NO LEER: REFLEXIÓN Lc 1,26-38. Medellín 8 de Dic. de 2011
[2] CASALINS, G. OTRO TEXTO PARA NO LEER: REFLEXIÓN Lc 1,26-38. Medellín 8 de Dic. de 2011.

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